lunes, 17 de agosto de 2009

El exilio, tan duro como de lo que se huye


Evangelina Himitian

LA NACION
El éxodo fue masivo y representó la mayor oleada emigratoria que vivió el país en su historia: a partir de 2001, más de 800.000 argentinos se fueron a vivir al exterior, según un informe de la Organización Internacional para las Migraciones que publicó el martes último LA NACION.
¿Qué ocurrió con ellos? ¿Lograron insertarse en el nuevo destino? ¿Piensan en volver? ¿Los logros conseguidos fueron lo suficientemente importantes para paliar la nostalgia y el desarraigo? ¿Cómo viven estos argentinos en el exterior, a ocho años de su partida?
"Dadas las peculiares características de la Argentina, que no representa un caso típico de país exportador de trabajadores, los diferentes flujos de emigrantes poseen un alto nivel educativo y una elevada tasa de retorno", señaló la socióloga Susana Novick, investigadora del Conicet y del Instituto Gino Germani, en su libro Norte-Sur, estudios sobre la emigración de argentinos , publicado recientemente por la Universidad de Buenos Aires.
El trabajo indagó en profundidad las distintas etapas de la emigración durante la última década. Uno de los relevamientos se hizo en el país, entre argentinos que planeaban emigrar. Entre los motivos de la partida, primaron las razones personales: la búsqueda de mejores condiciones de vida y laborales. Estas fueron mencionadas por el 51% de los entrevistados.
El 59% creía que su emigración sería definitiva y que sólo pensaban volver de vacaciones.
Una encuesta realizada años más tarde entre personas que residían fuera de la Argentina indicó que las dos terceras partes de los entrevistados consideraba que económicamente estaba mejor en el nuevo país, en relación con su situación en la Argentina. Sin embargo, cuando se les preguntó por las consecuencias de la emigración en ellos y su familia, sólo un tercio expresó implicaciones positivas, tales como haber podido cumplir con sus expectativas, hacer planes, lograr una mayor realización profesional y personal, y conseguir más seguridad. En tanto que otros dos tercios destacaron lo negativo de la emigración, como el desarraigo, la soledad y la falta de afectos familiares.
Un indicador en el progreso del nivel de vida se expresa en que el 47,6% de los entrevistados dijeron poseer en el nuevo país automóviles u objetos de confort, como televisión, computadora, lavarropas, microondas y conexión a Internet en su casa. Cuando vivían en la Argentina, sólo el 20% los tenía. Por el contrario, la propiedad inmueble descendió con la emigración: el 25,5% de los entrevistados poseía una o más propiedades en la Argentina. Ese porcentaje descendió al 7% en el nuevo país.


Anhelos insatisfechos
"Hemos recurrido a la utilización de técnicas cualitativas que nos permiten explorar las características y razones por las cuales las expectativas y anhelos puestos en la emigración no fueron totalmente satisfechos", señaló Paula Palomares, autora de uno de los capítulos que analiza las razones del regreso de miles de argentinos al país, a partir de 2005. Sin embargo, no se precisa cuántos son.
"Las razones para emigrar apuntaban a la realización personal, entendida como la búsqueda de mejores condiciones personales y laborales, pero también apuntaban a la crisis de la Argentina. En cambio, el desarraigo, la discriminación, las expectativas frustradas y la limitada inserción laboral e institucional desalentaron gradualmente la posibilidad de establecerse por un largo período", agregó Palomares.
Para indagar cómo se reinsertaron en el país los emigrados que retornaron, los investigadores hicieron 25 entrevistas en profundidad desde 2005. Según las conclusiones, en la decisión de retornar tuvo un peso importante la percepción que en los países desarrollados se tiene de los inmigrantes, a quienes, según su nacionalidad, se los cataloga como generadores de problemas y, de manera creciente, como una amenaza. "Todo extranjero es igualmente una basura", apuntó Mariana, de 27 años, entrevistada para el trabajo.
"Muchos chocaron con la burocracia, que cumple la función de la discriminación encubierta. Otra forma de discriminación fue el trabajo. El acceso, para muchos, quedó restringido a las ocupaciones de menor calificación. Los universitarios encuentran en la sociedad receptora un límite para el ascenso profesional y, por ende, ven frustradas las expectativas que los llevaron a migrar", agregó Palomares.
El nivel de capacitación de los emigrados es alto: el 71,4% poseía estudios universitarios o superiores, y la mayoría de los que se fueron estaban ocupados en el momento inmediatamente anterior a su partida.
No obstante, según los investigadores, la vuelta no está motivada por una sola razón. La añoranza, la vida cotidiana, lo que ellos llaman la inmediatez de las relaciones sociales, no se compensan con una seguridad económica. "Y esto es justamente lo que comprueban una vez transcurridos los dos años", apuntó la investigadora.
Uno de los datos del informe de la OIM es que el aporte económico de los emigrados a las arcas argentinas no es menor. Si se observa la evolución de las remesas en el período 2001-2007, se advierte un incremento del 900% en el volumen enviado. El monto pasó de 100 millones de dólares en 2001 a US$ 920 millones en 2007. Esta cifra significa el 0,4% del PBI.
Los principales países desde donde los migrantes argentinos emitieron las remesas son España (30,4%), Estados Unidos (22,3%), Chile (6%), Paraguay (5,9%), Israel (5,4%), Bolivia (3,5%), Brasil (2,5%), Uruguay (2,3%) y Canadá (2,1 por ciento).
Los expatriados
806.369 argentinos, el 2,1 por ciento de la población, emigraron del país a partir de la crisis económica de 2001, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
La cifra representa a la población total de la provincia de Santiago del Estero y significa la mayor ola migratoria de la historia argentina. Pero no toma en cuenta a los que retornaron en los últimos meses por la crisis mundial.
229.009 personas emigraron a España. Como destinos, le siguieron Estados Unidos, con 144.023 emigrados; Paraguay, con 61.649; Chile, con 59.637; Israel, con 43.718, e Italia, con 11.576.
4,2 millones de personas vinieron al país a principios del siglo XX. Inmigraron desde países como Italia, España y Francia, entre otros. La mitad retornó luego a su país de origen.
US$ 920 millones fue el monto total de las remesas enviadas al país, en 2007, por los argentinos expatriados.
900% más. Ese es el incremento en el volumen del dinero enviado desde el exterior, en comparación con 2001 , cuando los montos no superaban los US$ 100 millones.
Origen de las remesas. España (30,4%), Estados Unidos (22,3%), Chile (6%), Paraguay (5,9%), Israel (5,4%), Bolivia (3,5%), Brasil(2,5%) y Uruguay (2,3%).

En EE.UU. y Canadá, las experiencias más positivas

WASHINGTON.- Nacido en la ciudad rionegrina de San Antonio Oeste e hijo de un italiano que emigró a la Argentina, el economista Gian Franco Carassale pasó buena parte de los 34 años que hoy tiene sin motivo alguno para pensar en emigrar, hasta que llegó la crisis de 2001 y las cosas empezaron a cambiar.
Entonces, se postuló para un cargo en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con sede en esta ciudad. A los pocos meses, estaba contratado, con un acuerdo inicial por pocas semanas. "Llegué en enero de 2003. Laboralmente, la situación no era muy clara, pero era algo. Al poco tiempo conocí a quien hoy es mi mujer", dice. Y eso le dio nuevo impulso. En poco tiempo, Gian Franco había rehecho su vida: se casó, prolongó su acuerdo con el BID y llegó su primer hijo.
Cuenta que está siempre pendiente de la Argentina, que sigue las noticias con una mezcla de sentimientos, entre los que no falta la pena. Y no resigna la posibilidad de volver. Conserva un anhelo: "Que podamos ver un futuro más claro y prometedor, que no estoy esperando que me lo den, sino que quiero ser parte en su construcción, ya sea desde aquí o desde allá".
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Juan Carlos Sarmiento tiene 53 años y hace tres decidió mudarse de país, junto con su esposa, Christ, que es ciudadana norteamericana. "Intuíamos un empeoramiento de la situación. A ella la habían asaltado un par de veces; no teníamos trabajo estable y, con nuestras edades, ya no queríamos más contratiempos", dice a LA NACION vía mail.
"Comencé validando mis estudios universitarios y en muy pocas semanas conseguí un buen trabajo de tiempo completo. En menos de 20 meses, era profesor en psicología en un college de Miami", cuenta. Hoy dicta Introducción a la Lengua y Cultura Hispanoamericana en Middle High School, en Dakota del Sur, en forma independiente. Junto con su esposa tiene una empresa de seguridad informática.
Guido Calderini tiene 18 años y hace cuatro años y medio que llegó a Quebec, Canadá. "Decidimos irnos del país luego de que mi padre perdió su trabajo. Aquí, la educación y la salud son cubiertas en un ciento por ciento o más, ya que devuelven más de 4000 dólares en impuestos a cada familia cuyos hijos estudian o hacen deportes", afirma el joven.
En el último verano, Guido trabajó como profesor en una colonia. "Eso me permitió pagar un viaje a Europa de dos meses y me sobró para las salidas durante el año. Acá, la gente es, dentro de todo, vaga y vive bien sin dar más de su 60%", concluye.

La difícil misión de iniciar una nueva vida alejados de los afectos

"¿Por qué volví?", dice Luis, que tiene 35 años y después de vivir en España decidió volver a Buenos Aires, hace dos años. "En realidad se dieron varias circunstancias: nuestro proyecto de elevar el techo no se verificó porque vimos que nuestro techo era más alto en la Argentina que en Europa. Digamos que, profesionalmente, acá somos dos personas medianamente reconocidas. Allá éramos los inmigrantes. Y, entonces, las oportunidades de intervenir en proyectos que nos interesan son más grandes acá que allá", relató.
Muchos de los que volvieron mencionaron el hecho de que otros argentinos no les perdonaban el hecho de que se hubieran ido en el momento de la peor crisis. "La vuelta también se paga. Los amigos estás más distantes. No perdonan", confiesa Beatriz.
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Como otros miles de argentinos, Cristina Tumini, nacida en Buenos Aires en 1960 y rosarina por adopción, decidió emigrar en 2001. Harta de la inseguridad personal y económica, como su marido es italiano -de esos que siempre vivieron en la Argentina, hijo de sicilianos-, a la hora del éxodo decidió irse a probar a Italia. Dejó atrás afectos, una fábrica de repuestos de bicicletas y un negocio (que había cerrado). Junto con Nicola y Cristián -el hijo que hoy tiene 28 años-, viajó en junio de 2002.
"Empezamos a averiguar dónde había una ciudad industrial, porque mi marido siempre trabajó en el sector metalúrgico y terminamos por casualidad en Spoleto, en el centro de Italia", cuenta desde su casa.
Se trata de una pequeña ciudad medieval de la región de Umbría, famosa por su festival de música y sus callecitas de piedra. Al principio no fue fácil. Cristina debió trabajar limpiando casas y cuidando chicos.
Más tarde, decidió poner en marcha una fábrica de pastas de la que es dueña y única empleada. Su marido, en cambio, consiguió trabajo en una fábrica de repuestos, y su hijo, en una empresa de sofás. ¿Piensa volver a la Argentina? "Uno llora, extraña. A uno le queda el dolor adentro, la angustia de tener la familia lejos. Pero acá uno tiene otra tranquilidad", asegura.
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Algunos de los motivos por los que Ricardo Enrique Compagno, de 60 años, asegura que quiere quedarse en Italia, país al que llegó en 2001, son el orden y el respeto que priman en las relaciones. Sin embargo, también le pesa el hecho de que su hija Carolina, de 34 años y madre de Catalina, no quiera irse de Buenos Aires. Su hijo, Adrián, de 33, en cambio ya formó su familia en Torino, Por lo pronto, Compagno tiene una nieta en cada país.
Su llegada no fue sencilla, tampoco su comienzo. "Puedo asegurar que nadie tiene idea de la soledad que sentí en ese momento. Estar a 11.000 kilómetros solo, sabiendo que nadie me esperaba ni a nadie le importaba quién era yo", recuerda.
Sin embargo, las cosas fueron ordenándose y hoy vive con su esposa, Beatriz, en un país que, dice, no quiere dejar.
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Luego de que LA NACION publicara el miércoles último un informe sobre los 800.000 argentinos que viven en el exterior, en lanacion.com se abrió un foro para que aquellos que viven fuera del país comentaran cuáles eran las ventajas y desventajas de vivir lejos. Las que siguen son algunas de las casi 300 respuestas que llegaron. La mayoría enumeró como positiva la posibilidad de crecer económicamente, aunque en muchos casos resignando su profesión. También muchos destacaron lo difícil que es vivir lejos de los afectos, en una cultura tan distinta, y estar lejos cada vez que le ocurre algo importante a la gente que quieren.
"Estamos muy lejos de nuestros seres queridos y esto es particularmente duro cuando nuestros padres van creciendo. Además, tras tantos años afuera, el apego de nuestras hijas por la Argentina es relativo", dijo un lector con el nick "Gusmelga".
"Se suele ostentar la felicidad conseguida afuera. Viví bastante en el Primer Mundo. Es cierto que la mayoría deja atrás la inseguridad económica y de otro tipo. Vi a muchos argentinos deglutiendo los sinsabores de no pertenecer, pues hay matices cotidianos [como la] discriminación. También vi gente triste pero que al bajar en Ezeiza se pone una careta de «todo es genial», pero no es así", dijo "Casbah".
"Lo primero que recuerdo es la sensación de no pertenencia al lugar, el aislamiento por no conocer las costumbres o el idioma y la dificultad para hacer amigos", dijo "ddbonyo".
Con la colaboración de los corresponsales en el exterior.

lanacion.com

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