lunes, 9 de febrero de 2009

Hicieron del mar un estilo de vida y de un velero, su casa


Darío Palavecino Corresponsal en Mar del Plata
MAR DEL PLATA.- Unas cuatro décadas pasaron ya de aquellos días en que en las cuatro o cinco horas libres que quedaban entre el cierre de los tribunales y la apertura del estudio jurídico, enfilaban rápido al puerto para izar las velas del Mujercitas y rezar por algo de viento y poco oleaje que permitiera avanzar más allá de los morros de las escolleras Sur y Norte.
"Había que reponer energías antes de volver al trabajo", cuentan.
Casi 17 años transcurrieron desde que entendieron que la profesión de abogados compartida ya los había hecho trabajar suficiente y llegaba la hora de disfrutar.
Entonces, ya a bordo del más ostentoso Bastardo, pusieron proa desde su amarradero en el Yacht Club Centro Naval local hacia el norte de Brasil y luego rumbo a Noruega. Y, de océano en océano, de puerto en puerto, quién iba a decirlo... pasaron 145 meses entre los mares y una literal vuelta al mundo hasta regresar al punto de partida. Y, desde entonces, hogar permanente.
Porque Rodolfo Mena, de 67 años, y Clara Rodríguez, de 62, viven en su velero de 42 pies y comodidades suficientes para la pareja y la principal herencia que les dejó esa docena de años de navegación por los continentes: Aeguina, una perra griega, y Negro y Chocolatín, dos gatos venezolanos.
"Es la vida que nos gusta y que planeamos desde que comenzamos a compartir esta pasión", aseguran desde la dinete de la embarcación. A un paso, la cocina y la sala de navegación donde se luce casi como un trofeo de su periplo la foto de un diario holandés que muestra al Bastardo amarrado en Dorderth. Y en proa y popa, los dos dormitorios con baño privado, uno de ellos convertido en garaje.

Estilo de vida
Los Mena tuvieron cuatro hijos y cuando el 17 de marzo de 1992 iniciaron aquella histórica travesía tenían un solo nieto. Al regreso, el 15 de abril de 2004 y luego de recorrer más de 100.000 millas náuticas, ya tenían ocho. Y afirman que es en el mar y la navegación donde se acaban las grandes preocupaciones: "Es un estilo de vida sin apuros, donde los tiempos los pone el viento", destaca Rodolfo.
Ambos son pilotos de yate y compartieron el timón en el largo derrotero. A ese ritmo de aventura que no reclama mirar demasiado el reloj ni el almanaque pasaron por las islas Azores, los principales puertos nórdicos y del Mediterráneo, Turquía, el continente africano, Nueva York y ambas costas de América latina. Sus preferidos: Turquía, las Baleares y Grecia. Pero reniegan de Cuba y recuerdan la amenaza de piratas en las costas de Venezuela.
Una visita al Bastardo y el contacto con sus tripulantes es casi una obligación para navegantes que admiran a esta pareja, premiada con la Medalla de Oro del Atlántico Sur y Río de la Plata por su trayectoria. "Es un privilegio transmitir la experiencia y que otros se ilusionen con cumplir con un sueño como el que nosotros alcanzamos", explica Rodolfo.
Sólo en 2006, luego de otro viaje a Puerto Deseado, fijaron domicilio en el amarradero. De tierra apenas reclaman energía eléctrica, acceso a Internet y víveres.
Rodolfo ya se jubiló y Clara aún anda entre expedientes judiciales. Cada mañana, desde el Bastardo, ven, huelen y sienten el mar bien cerca. Y la tentación de volver a recorrerlo sin apuro. "Tenemos la idea de algún viaje más, pero no tan ambicioso. A mi edad ya no es tan fácil subir al mástil", dice Rodolfo, y se ríe.


lanacion.com

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