Hay rutinas y rutinas. Algunas revalidan situaciones, proyectos, afectos. Otras llenan vacíos. Hay rutinas que son rituales repetidos y confirman la secuencia de la vida, el fluir del tiempo (otro nacimiento, otro cumpleaños, otra primavera). Hay rutinas que, al reiterarse, detienen u obstaculizan la continuidad de los ciclos vitales. Si al final de cada día se produce un encuentro afectuoso, en el cual dos personas hallan el una en otra una escucha receptiva, un hombro confortable, una palabra de bienvenida, un abrazo reconfortante, y pueden contar y escuchar lo mejor y lo peor que cada una ha vivido en la jornada, esa rutina será esperada y bienvenida, fortalecerá y nutrirá el vínculo. Si el reencuentro, en cambio, es la repetición de actos mecánicos (llamar al delivery, mirar la televisión para desconectarse, no hablar porque tuve un día terrible, sumergirse en la computadora para surfear entre contactos fantasmales, discutir por nimiedades buscando un culpable en donde no hay pecado), esta rutina será un agujero negro por el cual se pierde la razón de ser de la relación.
He usado la fórmula razón de ser conscientemente. Porque alude a proyecto, a motivo, a meta, a propósito. ¿Qué es un proyecto cuando hablamos de pareja? Mercé Conangla y Jaume Soler, creadores de la ecología emocional, proponen cuatro modelos en su trabajo Juntos pero no atados. Uno es la pareja en la que conviven dos proyectos individuales, pero no hay uno común. Otro es aquel en el que uno tiene un proyecto y su pareja adhiere y se nutre de éste, como una hiedra. Existe un tercero en el que, al no haber proyectos de desarrollo personal, todo se reduce a estar juntos y nada más. Y el cuarto, representativo de la pareja emocionalmente ecológica, es una unión en la que dos personas con proyectos individuales de crecimiento se eligen para vivir juntas y, además, para crear un propósito común.
Las situaciones que preocupan a nuestra amiga María derivan de cualquiera de los tres primeros modelos descriptos por Conangla y Soler. En esos tipos de relación la rutina debilitadora, que aleja y desconecta, encuentra un campo fértil y cuenta siempre con excusas para imponerse: las urgencias cotidianas, las obligaciones, los chicos, el cansancio, la distancia, el dolor de cabeza, las demandas de la familia de origen, el trabajo. La lista puede ser interminable. Todas las parejas, a lo largo de los tiempos, han tejido sus historias en circunstancias cotidianas y con dificultades concretas. Y las parejas que mantuvieron vigente su amor aprendieron que ello es producto de un trabajo y un compromiso diarios. Sólo en los cuentos de hadas no ocurre así. Por eso son cuentos. Y de hadas. Las circunstancias y dificultades cotidianas no son un invento de la posmodernidad. Quizá, sí, algunas estén intensificadas por el consumismo, que al llevar a confundir deseos con necesidades obliga a esfuerzos innecesarios en el afán de saciar esos deseos. Eso se suele pagar con tiempo, con estados de ánimo, con preocupaciones evitables, con falta de comunicación. Y, obviamente, con dinero.
Las parejas afectiva y emocionalmente funcionales, las que infunden sentido a la vida de sus componentes, suelen recordar su para qué. Su razón de ser. ¿Para qué estamos juntos? ¿Para qué nos hemos elegido? ¿Para qué proyecto común, que se nutre de las metas individuales y, al mismo tiempo, las alimenta? Cuando ese para qué no se olvida, las rutinas se cargan de significado y de orientación. Refuerzan el vínculo; permiten reformular el proyecto, mantener un para qué actualizado. La palabra rutina proviene del francés routine y refiere a la marcha por un camino conocido. Es responsabilidad de cada pareja decidir hacia adónde lleva ese camino.
sergiosinay
lanacion.com
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