Si Cyrano de Bergerac viviera hoy, no escribiría poemas de amor, sino mensajes de Facebook. Podría seguir haciendo lo mismo que hizo en vida: cortejar a su amada mientras ocultaba sus defectos tras hermosas palabras. Ahora, además, en el mundo de Internet 2.0, podría crear un perfil embellecido, al nivel de sus dotes creativas, eligiendo fotos que disimularan la portentosa nariz que le hizo famoso.
Así es el nuevo mundo de las relaciones sentimentales. Se está acabando lo de conocer novio o novia en la barra de un bar. Cada vez hay menos parejas que se enamoraron en el gimnasio, en la biblioteca o paseando al perro. Bienvenidos al reinado de Internet, donde es la Red la que une y separa. Pero esto no es un ministerio del Amor, como el de la famosa novela de George Orwell. Aquí Internet no obliga a nadie: es un gran menú, y el internauta decide de una muy nutrida carta.
Un estudio publicado el mes pasado por la Universidad de Oxford afirmaba que el 34% de la ciudadanía ha probado a buscar pareja a través de Internet. Un 29,9% la encontró y un 14,7% todavía la mantenía cuando se realizó la encuesta. El informe, titulado Yo, mi cónyuge e Internet. Un cambio global en las relaciones sociales de las personas en red, se elaboró entrevistando a 25.200 personas en 17 países, en su mayoría europeos y con España entre ellos. Una de sus principales conclusiones desafía la idea preconcebida de que Internet es un foro solo para jóvenes. Comparando las edades a las comenzaron esas relaciones online, los autores concluyen que un 36% era mayor de 40 años, frente al 23% que era menor de esa edad.
De entre todos los internautas que encontraron pareja online, un 38,5% lo hizo a través de páginas web específicas para ello, como Match.com u OkCupid. Un 24% lo hizo a través de las páginas de chat y un 14,1%, a través de redes sociales como Facebook o Twitter. Los chats, muy populares a finales de los noventa, irán perdiendo presencia a lo largo de los años. Cuando se realice otra encuesta similar en los próximos años, seguramente habrá un número mucho mayor de encuestados que aseguren que se conocieron en Facebook, una red que se creó en 2004 y que ya cuenta con 500 millones de perfiles.
James Farrell, de 32 años, conoció a Jamie, su esposa y madre de su hija, precisamente por un error de Facebook. En abril de 2009 este escritor de Chicago creó un perfil en esa red social para promocionar su último libro y decidió enviar un correo a sus antiguos compañeros de clase del instituto Hubbard de Illinois. Lo hizo. Posteriormente se dio cuenta de que Facebook había unido incorrectamente a los alumnos de los institutos Hubbard, llamados igual, de Ohio y de Illinois, dos Estados del Medio Oeste norteamericano. "Gracias a aquella equivocación nos hicimos amigos. Ella era divorciada y yo estaba separándome. Pasados seis meses, cuando yo ya me había divorciado también, nos encontramos en persona", explica James.
Jaime se había mudado a Duluth, en Georgia. La distancia entre ambos había crecido de 650 a 1.170 kilómetros. En octubre, ella voló a Chicago para asistir a la primera firma de libros de él. "Pasamos el fin de semana juntos, fue una experiencia muy buena para ambos. Así que, dos semanas después, Jamie hizo las maletas de nuevo, condujo 15 horas y se mudó de Georgia a Illinois", añade James.
En noviembre de 2009 se casaron y tuvieron un niño, Liam, que ahora tiene seis meses. "Nuestra unión fue posible gracias a Facebook", explica James. "Ahora no comprendo cómo me pude perder las grandes opciones de esa red social. Me parece que perdí mucho tiempo antes de estar totalmente conectado con la vida".
Así piensan cada vez más personas en todo el mundo. El cambio es inevitable. El relevo generacional en la era de Internet ha creado una cultura muchísimo más permisiva con las parejas que se han conocido online. Ya no causa tantos reparos el responder a la pregunta "¿cómo os conocisteis?" con un "en Internet". Asegura un reciente estudio de la consultora Chadwick Martin Bailey para Match.com que una de cada seis parejas casadas entre 2009 y 2010 en Estados Unidos se conocieron a través de sitios de contactos en Internet.
Según la misma encuesta, entre los medios para conocer a una pareja, el primero es el lugar de trabajo o las aulas (un 38%); el segundo es a través de amigos y familiares (27%), y el tercero es ya la Red (17%), por encima de contactos entablados en bares, discotecas, grupos deportivos, parroquias u otros eventos sociales.
En EE UU se ha generado toda una industria a partir de los portales de contactos. Los hay para cristianos, para mormones, para afroamericanos, para vegetarianos, para amantes del yoga, para cinéfilos y para melómanos. Las opciones son ilimitadas. A veces cumplen, además, un servicio médico: hay grupos para personas que comparten condiciones médicas, como ser seropositivos o tener el virus del herpes genital. Si hay algo que Internet ha ofrecido a las relaciones sentimentales es la llamada compartimentación, y la capacidad de discriminar de una forma más rápida y efectiva los rasgos que a uno le importan en el otro.
Los contactos a través de Internet comenzaron a generalizarse en los años noventa, con la popularización del uso de la Red. Decía en octubre de 1992 una nota de la agencia de noticias Associated Press firmada desde Chicago: "Los foros informáticos se están convirtiendo en la escena nocturna de los años noventa, un punto de encuentro cibernético donde la gente comparte sus pensamientos más íntimos y, a veces, sexuales".
Era la edad antigua de la Red. No había ni Facebook ni Google. Ni siquiera había Messenger, Hotmail o Internet Explorer. Y ya entonces los primeros internautas exploraban medios para buscar lo que no encontraban en su entorno social.
Los chats de America Online crearon muchas parejas en EE UU. En sus primeros años, recelosa, la prensa norteamericana no sabía muy bien qué hacer con ellos. ¿Eran un pasatiempo temporal? ¿Iban a cambiar las relaciones humanas? En 1996, el diario The Washington Post hizo sonar las alarmas: reveló que Margaret Anne Hunter, de 24 años, residente en Virginia, había demandado a su esposo, Thorne Wesley Jameson Groves, de 26, a quien había conocido en Internet, porque este había creado una gran mentira con la ayuda de la Red. Laboriosamente, se había construido una identidad falsa. Tan falsa como que el marido no era un hombre, sino una mujer, que había escondido su género. Había alegado que era seropositivo, le había dicho a su esposa que le quedaban meses de vida y que no podía tener sexo con ella para no contagiarla. Escribía entonces el periodista del Post: "Los servicios de Internet ofrecen una nueva vía para que los timadores se ganen la confianza de los que buscan amor. Los correos electrónicos y los chats ofrecen un acceso rápido y fácil a personas de todo el país y de todo el mundo, pero -como sucede con todas las formas de comunicación- pueden convertirse en vehículos para la manipulación, para el engaño y para el desamor, según algunos psicólogos". Engaños, sin embargo, ha habido siempre: en persona, por teléfono, o por carta, como el de Cyrano de Bergerac.
Casos como el del novio que era mujer acabaron por ser problemas marginales en un gran cambio que finalmente ha acabado alterando sustancialmente el panorama de las relaciones sentimentales. El verdadero amor encontrado por la Red quedó inmortalizado en la película Tienes un email, de 1998, en la que una pareja entablaba una relación a través del correo electrónico para descubrir que en la vida real nada era como parecía en principio.
Hoy, una persona puede adornar su vida personal bajo el muro de un perfil de Internet: escoger las fotos más favorecedoras, retocarlas con Photoshop, elegir los hábitos más sanos y las aficiones más populares, convertirse en alguien que no es.
Retrataba aquella película el problema que ya asaltaba a Cyrano de Bergerac: ¿qué sucede cuando las cosas, sobre papel, son más hermosas que cara a cara? "En los sitios web para buscar pareja hay una tensión: una persona siempre duda de si debe presentar un perfil idealizado, donde destaquen sus virtudes, donde pueda embellecer en cierta medida la realidad, o si presenta un perfil más real, con sus defectos, con las fotos no tan favorecedoras, que muestren un aspecto más realista", explica la profesora de Comunicación de la Universidad de Rutgers Jennifer Gibbs, que ha estudiado este fenómeno durante la pasada década. "Uno debe tomar esta decisión, porque ese tipo de webs de contactos permiten un mayor control sobre la información que se comparte, permiten filtrar mucho más lo que se deja traslucir de uno mismo".
Esa sensación tuvo Marya Doerfel, de 44 años. Se dio de alta en el sitio web eHarmony en 2003. Ese portal funciona de un modo que aspira a ser científico: no es el internauta quien elige perfiles con los que contactar. Después de un exhaustivo cuestionario -con 258 preguntas del tipo "¿cuánto bebes?" o "¿cuánto ganas al año?"- unos algoritmos enlazan perfiles complementarios. A esos elegidos se les permite entonces contactar entre ellos. María lo probó durante nueve meses. Salió con más de 15 hombres. "¿Sabes cuando te dicen aquello de que cuando creas un perfil online debes contestar de acuerdo a cómo eres, y no a cómo te gustaría ser? Pues tuve la sensación de que algunos de esos hombres contestaban de acuerdo a una versión idealizada de sí mismos", explica.
Marya, que es muy deportista y amante de la bicicleta, fue a una cita con un pretendiente que se había definido como ciclista. "No dudo de que tuviera una bici, y que la usara para pasearse por las calles de Nueva York, pero en cuanto a ciclismo a nivel aficionado o profesional, no tenía ni idea de lo que hablaba", explica. Perdiendo la paciencia, Marya decidió ir a una última cita, con Albert, un hombre dos años mayor que ella. Había decidido que sería la última, dada la falta de éxito (el precio mensual de eHarmony es de 59,95 dólares, unos 42 euros) . Aquella última cita, sin embargo, fue un éxito. Marya y Albert acabaron saliendo durante dos años, hasta que se casaron en 2006. Ahora tienen una hija, que se llama Grace.
"Mi relación ha sido posible gracias a Internet. Hasta entonces, mis pasadas relaciones no funcionaron. Era difícil encontrar una pareja que me complementara. No se trata de ser iguales, sino de ser complementarios. Ese tipo de portales web permiten tener acceso a una cantidad más amplia de personas. Además permiten seleccionar de una forma más inteligente y racional. Visto así, a la larga, es mucho más eficiente", explica Marya. "A mí me cambió la vida".
Asegura el estudio de la Universidad de Oxford en sus conclusiones que "en general, queda claro que conocer a gente online para amistad o con fines románticos es ahora una práctica común y, en otros contextos, dominante". Pero, como explica la profesora Gibbs, debe ser una forma complementaria a mantener una relación fuera de la Red.
De hecho, es contraproducente prolongar mucho el contacto online antes de pasar al cara a cara. "Cuanto más se tarda en ver al otro, más opciones hay de fracaso, porque entonces se tiende a idealizar demasiado a a esa persona", explica Gibbs. Las relaciones online, al fin y al cabo, deben ser un prólogo y no una finalidad en sí misma.
elpais.com
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