martes, 30 de noviembre de 2010

Redefinir la inteligencia

En pocas palabras, los científicos la definen como “la capacidad de resolver problemas”. Punto. Acto seguido, admiten que como problemas no hay de un solo tipo sino muchos, y maneras de resolverlos, casi infinitas, entonces aceptan que la inteligencia es mucho más que resolver dificultades. Lo que no logran aún es conocer con exactitud qué es la inteligencia, aunque todas las personas, quien más, quien menos, pueden darse cuenta de que están en presencia de ella cuando la tienen cerca. En las últimas décadas es ese Santo Grial que todos pretenden alcanzar y por eso, qué mejor que estudiarla y tratar de reconstruir sus vericuetos hasta donde sea posible. ¿Es genética? ¿Puede modificarse a lo largo de la vida? ¿Hay una sola inteligencia o varias? ¿Puede realmente medirse con escalas universales? A estas preguntas y muchas más buscan respuesta psicólogos, psiquiatras y neurocientíficos.
Ahora piensan que la inteligencia no es sólo una, que los genes que influyen son muchos, que el medio ambiente y la cultura ayudan a que las personas sean más o menos inteligentes, y que la inteligencia no depende del tamaño del cerebro sino sobre todo del funcionamiento del mismo como un todo.
La importancia del plural. Robert Sternberg era un alumno relativamente mediocre, si es que algo así se puede decir de un chico que está en sus primeros años de educación primaria. Para la época en la que él tenía 6 años, era normal que los alumnos pasaran por un test de inteligencia para medir sus coeficientes intelectuales, cada año. A Sternberg siempre le daban horrible. “Quizás porque los ítems de esos tests estaban mal formulados o quizás porque simplemente yo era un idiota, lo cierto es que los puntajes que obtenía siempre eran muy mediocres –relata–. Debido a esos malos resultados, los maestros pensaban que era un tonto y me trataban en consecuencia”. Y así fue como con los años el pequeño Sternberg creció, se hizo psicólogo y se obsesionó con los tests tradicionales que, a fuerza de completar con lápiz y papel larguísimas preguntas y ejercicios analíticos, pretenden ponerle un número al coeficiente intelectual (IQ)de las personas. Actualmente, el ex chico mediocre es un referente en la materia, y pateó el tablero al decir que, desde el punto de vista de la actividad cotidiana, las personas no tienen una inteligencia, sino tres: una de tipo creativo para generar ideas nuevas, otra de tipo analítico para poder determinar si esas ideas son buenas y se adaptan correctamente, y otra de carácter práctico, para poder aplicarlas de la mejor manera posible y convencer a las otras personas de que esas ideas sirven y funcionan.
Si hay tres y no una, lo que la teoría de Sternberg (actual decano de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad Tufts, en los Estados Unidos), propone es que la educación y los tests que intentan medir el IQ de las personas tomen en cuenta las tres inteligencias y no solamente en la analítica, como hasta ahora.
pluralidad. Ya no tres sino ocho, que apuntan a las habilidades individuales, son las inteligencias múltiples a las que hace referencia el psicólogo Howard Gardner. Ocho tipos de manifestaciones, algunas de las cuales antes eran consideradas “talentos”: la inteligencia lingüística (relacionada con el lenguaje), la inteligencia lógico-matemática (con la lógica y los números), la inteligencia espacial (espacios, formas y volúmenes), la inteligencia musical, la inteligencia corporal-cinestésica (controla movimiento y gestos, incluido el baile), la inteligencia interpersonal (para poder relacionarse con los demás), la inteligencia intrapersonal (la que permite mirarse a uno mismo) y la inteligencia naturalista (la vinculada con la forma en que una persona se relaciona con los otros seres vivos).
Esta de Gardner es una teoría que analiza cómo evolucionó el potencial humano a través de miles de años, y es la preferida por los biólogos. “La inteligencia, lo que consideramos acciones inteligentes, se modifica a lo largo de la historia –aclara el actual profesor en la universidad de Harvard–. La inteligencia no es una sustancia en la cabeza como el aceite en un tanque. Es una colección de potencialidades que se completan”. Y, señala, las inteligencias múltiples no tienen nada que ver con las preferencias, porque no son algo que a una persona le guste hacer, sino algo con lo que viene equipada, “si la computadora de una persona es competente en el ámbito de las lenguas, entonces esa persona podrá aprender fácilmente cuatro o cinco idiomas”, puntualiza.
¿Se pueden medir esas inteligencias? Se podría, admite Gardner, aunque teme que se cometan “los mismos errores que se cometen con los actuales tests de IQ”. Para el psicólogo las inteligencias tienen un componente innato, pero pueden fortalecerse y modelarse a lo largo de toda la vida.
Nace o se hace. Hoy se cree que hay un componente genético en la inteligencia, porque decenas de estudios hechos con gemelos idénticos muestran que tienden a tener los mismos niveles de inteligencia entre sí, comparados con los hermanos que no son gemelos. “Pero no hay un solo gen de la inteligencia, sino que hallamos que hay genes que están involucrados en algunos tipos de procesamiento mental, y que ciertas modificaciones en esos genes parecen también alterar el coeficiente intelectual”, explica la genetista Danielle Dick, psiquiatra que trabaja en la Washington University School de Saint Louis, en los Estados Unidos.
Serían decenas los genes que influyen sobre muy pequeños aspectos de la inteligencia, lo que explicaría la variación que se ve en los resultados de tests hechos con gemelos idénticos. A ellos se suman genes que no son responsables de la inteligencia pero que sí se relacionan con otras capacidades del cerebro, como la de mejorar la comunicación neuronal y que, indirectamente, influyen sobre la capacidad cognitiva de una persona.
En los genes. “Es posible que haya 100 genes o más que influyen sobre la inteligencia –explica Dick–. Y que todos ellos estén involucrados en pequeños efectos acumulativos que aumentan o disminuyen el coeficiente intelectual. La inteligencia se da como resultado de la acumulación de todas estas variantes genéticas, a las que se suman las influencias ambientales, desde las de tipo socio-económico hasta las educativas”. El volumen de la materia gris y de la materia blanca en el cerebro adulto está determinado genéticamente en entre un 70% y un 80%. Pero sigue sin saberse cómo interactúan los genes y el ambiente para lograr que una persona tenga un nivel cognitivo más alto que otra, y que explican el otro 30% a 20% de la inteligencia de alguien. De hecho, las últimas investigaciones muestran que un entrenamiento intensivo entre los adultos es capaz de aumentar su coeficiente intelectual. Y como se han identificado que ciertas regiones cerebrales se vinculan con la inteligencia, la idea es hallar la manera de estimular esas zonas en particular.
Algunas investigaciones muestran que si una persona que tiene cierto nivel de rendimiento en un test equis demuestra un rendimiento similar en otros tests, y por eso se cree que hay un factor general (conocido como “factor g”) que modula el rendimiento en diferentes tareas cognitivas. Es lo que llaman “inteligencia fluida”, o capacidad de resolver problemas más allá de la experiencia vital de cada persona. Su contraparte es la “inteligencia cristalizada”, relacionada con el aprendizaje.
“Diferentes fuentes de información han asociado la inteligencia fluida con el lóbulo frontal, una de las áreas del cerebro de mayor desarrollo evolutivo en el ser humano. Son diversos los estudios que demuestran que las lesiones en el lóbulo frontal afectan la inteligencia fluida de las personas”, explica María Roca, subdirectora de Neuropsicología y Rehabilitación Cognitiva del Instituto de Neurología Cognitiva, INECO. Roca hizo, junto con colegas de la Universidad de Cambridge, estudios que demuestran que la inteligencia se relaciona con el lóbulo frontal, aunque una adecuada capacidad para resolver problemas lógicos no implica que la persona tenga una buena capacidad para inferir los sentimientos de las otras personas, por ejemplo.
El cerebro que sigue guardando sus enigmas es el de Albert Einstein (Ver Caso testigo, pág. 98). Pero como ya no es posible verlo activo y pensante, sólo es factible conformarse con analizar sus vericuetos físicos. Por ahora, conserva el secreto de la genialidad.
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