sábado, 21 de febrero de 2009

Entre la vocación y la salida laboral


“Estoy segura de que quiero ser filósofa pero tengo miedo de morirme de hambre, por eso pensé en una carrera con mejor salida laboral”, dice Agustina, 18 años, que terminó quinto año en la Escuela Nº 5 de La Matanza, y revisó los programas de dos carreras de la UBA, Filosofía y Kinesiología, en lugar de tirar la moneda y decidir sobre su carrera.
La elección de Agustina no es caprichosa ni al azar: durante los meses de verano cientos de chicos que terminan su secundaria piensan qué carrera seguir en la universidad. “La clave está en que los chicos puedan combinar la vocación –con todas sus habilidades, intereses o fortalezas–, pero también tener en cuenta las posibilidades del mercado. Hay que pensar que la carrera dura cuatro o cinco años pero después van a trabajar toda la vida en eso”, dice la coordinadora de Desarrollo Profesional de la Universidad de Palermo, María Inés del Árbol, que asegura que los padres pueden ayudar a los chicos a buscar alternativas o información para hacer la elección menos pesada.
Antes que la incertidumbre o la ansiedad estalle sobre un mar de interrogantes como qué quiero hacer, qué me gusta, de qué trabajar o cuáles son las cosas que sé hacer, la coordinadora del Fundación de Investigación en Ciencias Cognitivas Aplicadas (ICCAP), María Carmen Vieyra –que organiza talleres de orientación para adolescentes–, sugiere que la información es la mejor manera de ayudar: “Los chicos tienen muchas dudas sobre cómo encarar esta etapa y por eso tienen que buscar información sobre carreras pero también indagar sobre ellos mismos: qué le interesa, cuáles son sus capacidades o su personalidad para saber qué es lo que quiere hacer con su vida”.
VOCACION VS. SALIDA LABORAL.
Sin embargo, no sólo la vocación es la que está en jaque: la salida laboral juega fuerte en la balanza. El presidente del ICCAP, Juan Manuel Bulacio, advierte: “Esa tensión se resuelve según el temperamento del chico. Lo importante es que la decisión no sea impulsiva y encuentre un equilibrio entre las dos tendencias”. Vieyra agrega que lo necesario es que los padres “despojen a los chicos de mandatos familiares” que pesan sobre una profesión, oficio o carrera.
Bulacio recuerda el caso de un chico cuyos padres médicos lo presionaban por esa carrera. El chico se rebeló y estudió ingeniería, abogacía y economía sin suerte. “Al tercer año de abandonar todas, hizo un taller y se dio cuenta de que su verdadera vocación era ser médico. Los adolescentes tienen, en su búsqueda, el deseo de revelarse contra los padres. En este caso, la paradoja es que esa rebelión lo llevó a ir contra su propio deseo.”
Los padres ausentes o sobreprotectores tampoco ayudan. La coordinadora del servicio de Orientación Vocacional de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Elsa Montauti, asegura que lo central es que el chico sea el protagonista de la elección porque hay padres que llevan el formulario de inscripción o aquellos que no emiten una sola opinión para que su hijo “sea feliz” y decida lo que desea: “Lo deseable es que se muestren presentes y acompañen la decisión, que puedan dar una opinión si no están de acuerdo pero que tampoco sesguen la decisión del chico. Sólo tienen que tener mucha paciencia: muchas veces son los mismos padres los que están más ansiosos que los pibes”.
Lejos de ser un llamado sobrenatural, la elección “es fruto de un proceso racional y consciente”, admiten los especialistas. Federico, que egresó en 2008 del “Sacratísimo Corazón de Jesús” de Villa Luro, dice que hizo ese proceso y que ya pensó que quiere ser ingeniero en sistemas. Pero Vieyra dice que los chicos siguen sin moverse de abogacía, medicina, economía. “Intentamos abrir el abanico porque hay 300 ofertas de carreras y eso, en general, apabulla.” Además, reconoce que el contexto también es importante a la hora de tomar decisiones: no hay que dejar de lado qué facultades existen cerca de casa, cuál es la carga horaria o las posibilidades de acceso en caso de que los institutos sean privados. “Un chico puede estar muy interesado en estudiar en el Balseiro de Bariloche pero tendrá que evaluar qué posibilidades tiene de vivir en el sur, estar lejos de casa, de sus amigos o su familia”, dice Vieyra.
En caso de sentir que la carrera no era lo que buscaban o que, definitivamente, se equivocaron en la elección, Bulacio piensa que los adolescentes no tienen por qué asustarse. “Si a los 18 años se comete un error, hay que corregirlo y no perpetuarse en la equivocación porque genera frustración.” Montauti admite que la elección, de por sí, es una experiencia interesantísima: “Toda elección es un proceso que no surge de la nada. Los chicos tienen que entender que se trata de un descubrimiento sobre qué cosas les interesa para comprometerse, sostener en el tiempo o transformar en una práctica. Si logran aprender y apropiarse de un modo de elegir, la experiencia los va a ayudar en cualquier otra situación que se topen: distinguir entre lo importante y lo accesorio, ordenar prioridades para hacer su propio camino, los ayudará como una herramienta intransferible en el aprendizaje de la vida”.
“El desarraigo es tan angustiante como la decisión”Los adolescentes de 17 y 18 años que llegan a estudiar su primer año a Buenos Aires no sólo sufren la ansiedad por la nueva carrera que eligieron. Su mayor problema es el desarraigo. Lo confirman los especialistas del ICCAP, que insisten en trabajar con los chicos que llegan a la gran ciudad y se apabullan con el sinfín de responsabilidades que les toca. “Los adolescentes que llegan del interior del país y se sienten mal deben tratar de diferenciar si su malestar es por la carrera que eligieron o bien por el desarraigo. Muchas veces, lograr esa distinción requiere de ayuda”, dice Bulacio. El especialista reconoce que la llegada a Buenos Aires genera una mayor incertidumbre porque los adolescentes se enfrentan con un ambiente desprotegido, impersonal, deben tomar decisiones importantes, cuentan con una sobrecarga de estímulos y se encuentran con que tienen que arreglarse solos en muchas cosas. “La ciudad no se percata de la gente que llega a Buenos Aires y está sola, todas las decisiones de esos chicos son muy costosas y por eso hay que fomentar actividades específicas para que se vinculen con su nuevo ámbito”, afirma.
criticadigital.com

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