domingo, 15 de febrero de 2009

Cada vez más argentinos se casan tarde para separarse temprano


No quiere dar su nombre. Que ponga que tiene 36 años, que es varón y que lo único que quiereaportar al tema de las crisis matrimoniales (todos sus amigos andan en una) es que no hay cómo ponerse de acuerdo. Dejémoslo quejarse: "Las mujeres son una máquina de pedir o exigir. Yo las llamo las chicas nome : "No me escuchás', 'No me abrazás', 'No me dejás crecer', 'No me hiciste esto','No me ayudás con los chicos'... Nosotros somos más simples. Tenemos un solo nome : 'No me rompas las pelotas'."
El que habla, llamémoslo Juan, pertenece a la clase media urbana, vive en la ciudad de Buenos Aires con su mujer y sus dos hijos. Le costó abandonar la casa de los padres, se casó a los 29 y jura que puso empeño en formar una familia. Pero está a punto de patear el tablero porque no soporta más la situación. Un infierno, dice, y él quiere ser feliz. A la "bruja" de Juan no la conocemos pero por sus no me podemos suponer de qué padece.
Juan y señora no son especímenes únicos. Están a punto de engrosar una tendencia que registran las estadísticas en los grandes centros urbanos del mundo: los jóvenes y las jóvenes de clase media tienen un casamiento tardío y un divorcio precoz. Y precoz quiere decir rapidísimo: a veces, ni siquiera llegan a la comezón del séptimo año.
Las estadísticas son elocuentes: cuando entró en vigencia la ley de divorcio, a mediados de la década del '80, la ruptura del vínculo matrimonial se producía entre parejas que iban desde los 40 a los 55 años de edad, con entre 15 y 25 años de convivencia. Hoy, gran parte de los divorcios se da en parejas que tienen entre 35 y 45, y un vínculo que duró apenas de 5 a 15 años.
¿En qué quedó la mítica comezón que popularizó la película de Billy Wilder en 1955 con ese nombre?
Aquel viejo éxito de taquilla contaba la historia de un tal Richard Sherman, un hombre que, como tantos otros maridos de Manhattan, manda a su mujer y a su hijo al campo para las vacaciones de verano mientras se queda trabajando en la ciudad. Claro: justo golpea a su puerta una vecina inquietante que lo pondrá en situación de cuestionarse su vida, su matrimonio y su virilidad. ("Pero la chica en cuestión es Marilyn Monroe", le perdonan la vida los de su género.)Obviamente muchas otras cosas cambiaron en medio siglo. La única familia posible en aquellos tiempos (papá, mamá e hijos, de ambos) mutó y dio lugar a familias "a la carta" donde hay permiso social para probar a medida de cada gusto: desde la tradicional extra large familia burguesa del siglo XX hasta las recién aceptadas parejas homosexuales, sin olvidar a aquellos que han decidido criar hijos en soltería... o no tenerlos. En medio de este tembladeral, cada vez se celebran menos matrimonios y trepa la cantidad de divorcios. El dato más relevante viene de la provincia de Santa Fe, donde hay dos separaciones de hecho por cada nueva relación conyugal. Según el Registro Civil provincial, desde enero hasta noviembre de 2008 hubo 2.705 separaciones y sólo 1.051 casamientos.
DIEZ AÑOS ES MUCHO TIEMPO
Mariana, de 31 años, es empleada administrativa y vive con su hijo de ocho años y una nueva pareja a la que le pone fichas. Puesta a recordar, dice que se enamoró del papá de su hijo a los 18 y a los 23, después de tanto tiempo de novios, ¿qué iba a hacer? "Si no terminábamos la relación, el paso siguiente era casarnos." La mamá de Mariana le dio para el anticipo de un departamentoy sin buscarlo, Mariana quedó embarazada. Un combo. Habla Mariana: "Fueron muchas cosas. Tuve un hijo a los 24, y aprender a manejar una casa no es sencillo... Yo estaba cómoda en mi casa porque llegaba de la facultad y aunque sea tenía una ensalada para comer... De golpe tenés una casa y tenés que tener toda la heladera prevista con algo para cocinar. Tenés que pagar las cuentas antes de que venzan, toda una organización que parece fácil cuando uno no lo vive.
Y quién se ocupa de qué. Y vos no te fijaste, y yo sí me fijé. Y vos qué hiciste... Y vivirlo en medio del primer embarazo... Eso fue desencadenando nuevas peleas... Según él, una mujer tenía que cocinar, ocuparse de la casa y a pesar de que yo nunca dejé de trabajar, él resultó poco colaborador en las cosas de la casa.
Después vi que teníamos prioridades distintas: mi proyecto siempre fue el de casarme y tener hijos compartiendo las tareas, pero el de él pasaba más por terminar la carrera, hacer un master. Igual, aun creo en el matrimonio. No sé si a los cuarenta pensaré distinto, pero a mis 31 mi proyecto es poder armar la familia que quise a los veinte... pero con los pies sobre la tierra." DURMIENDO EN EL SILLON
Guillermo vive en Neuquén y tiene 38 años. Acaba de separarse tras siete años de matrimonio. Y si no lo hizo antes fue por las tres nenas que tiene. En esos meses pasó por todas las etapas "de manual": probó entendimientos precarios con su mujer, durmió en el sillón con tal de seguir estando cerca de sus hijas, se mordió la lengua para no retrucar ninguna de las diatribas de su ex, dejó de ir a pescar con amigos para no ofrecer flancos... Recién cayó en la cuenta de que estaba separado esa noche en que entró tarde y en puntas de pie para no despertar a la bebé y se dio cuenta de que estaba solo en el recién alquilado departamento de soltero. Solo.
"La angustia de las primeras noches solo, eso es lo peor... Llegué a estar tres días sin dormir porque no podía dejar de pensar en mis hijas. Por primera vez tomé pastillas; después llegó la depresión: días en que no tenía ni ganas de pelear la tenencia. Por suerte me sostuvieron un par de amigos. Hoy ya pasé la etapa de negación y sé que ya no vamos a vivir juntos nunca más. Ya salgo con un par de solteros eternos y cuatro o cinco de mi especie: recién divorciados que ni sabemos cómo encarar a una chica de tan desacostumbrados que estamos. Es increíble: acabo de quemarme con leche pero como nací para estar acompañado, busco otra mujer que tal vez me cague la vida." Pero, ¿qué fue lo que anduvo mal? Digamos que Incompatibilidad de caracteres. Yo soy más simple; ella, más de fijarse en el qué dirán. Al principio funcionó, pero...
DE DOS A TRES
¿Miedo al compromiso? ¿Crisis del modelo de familia tradicional, varones eternamente adolescentes y mujeres sobrecargadas?
Daniel Wainrot, psicoanalista miembro de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, ha acumulado experiencia a través de su trabajo con parejas en crisis. Para él, cuando se trata de hombres y mujeres de clase media que andan por los treinta, siempre aparece la pregunta de si armar o no una familia, aun en los casos en que terminan decidiendo que no.
¿Con qué problemas se enfrentan?
En las primeras parejas, siempre está la dificultad de pasar de ser una pareja a ser una familia. Es como si la familia se comiera a la pareja, chupara toda la energía y dejara deshabitado el vínculo amoroso.
En segundo lugar, y en una dimensión parecida, está el peso de lo laboral y lo profesional. La pareja termina tironeada por la hiperdemanda de la vida cotidiana (trabajo y necesidades económicas), y los ideales de cada uno. Pero, además, hay cuestiones de género, muchas parejas donde el conflicto viene porque ella no quiere tener hijos y él sí. O porque el éxito profesional importa más que la paternidad o la maternidad.
¿Cómo manejar este caos?
Bueno, justamente lo que suele pasar hoy es que frente a este caos de la hiperrealidad –la presión de las exigencias cotidianas– aparece con frecuencia un sueño de adolescentización, donde la búsqueda de inmediatez y de urgencia se opone a la perdurabilidad de los lazos. Y donde a veces se impone la búsqueda de un puro sexo más allá del lazo amoroso. En muchos casos, la gran diferencia está en el nuevo lugar que ocupan las mujeres.
UN LARGO CAMINO, MUCHACHA
La mayor parte de los divorcios que no son de común acuerdo, dijimos, son iniciados por mujeres. Y esto parece estar en relación directa con el gran cambio de su situación en las últimas décadas. La psicóloga Irene Meler describe este desencuentro tan actual: "Cuando las mujeres trabajan fuera de casa empiezana medir la carga del trabajo no remunerado, que es mucho. Y se dan cuenta de que mientras sus esposos siguen funcionando con el modelo interno de la esposa doméstica, ya no son los únicos que paran la olla en el hogar. Y rápidamente la situación se vuelve muy despareja para ellas...
Antes eran las mujeres quienes posponían su realización personal – en el terreno de la sexualidad o de la profesión– ya sea porque dependían del marido o porque los niños eran considerados de su entera responsabilidad. Por aquellos tiempos la incapacidad de valerse por sí mismo era mistificada bajo el nombre del amor.
Hoy, cuando han luchado por un buen nivel educativo, un buen trabajo y pueden disfrutar de una vida independiente, no están dispuestas a sacrificarlo para ser 'la reina del hogar', y menos si ven que sus maridos no logran estar a la altura de las nuevas circunstancias". Este cambio en la actitud de las mujeres se refleja en los tribunales. Cuando no se trata de un divorcio de común acuerdo –que siguen siendo el 90% de los casos–, el divorcio contencioso es encarado, en su mayoría, por las mujeres.
María Virginia Bertoldi de Fourcade, vocal de una Cámara de Familia cordobesa y responsable de una exhaustiva investigación sobre el tema, dice que "cuando se trata de divorcios contenciosos, en un 59% de los casos la iniciativa es de las mujeres, salvo cuando se trata de mayores de 65 años. Llama la atención que la mayor cantidad de demandas de divorcio contencioso se da en mujeres que tienen entre 25 y 35 años. Las causales subjetivas más invocadas son las 'injurias graves' (puede ser por infidelidad), con un 43%. Y 'abandono voluntario y malicioso', con 36% de las causas".
¿A qué puede deberse?
Fundamentalmente creo que en gran cantidad de quebrantos conyugales influye la falta de conciencia de que el matrimonio supone abandonar actitudes egocéntricas y egoístas para crecer con y por la pareja y formar una familia. Pero debemos enfatizar que quienes se divorcian no pierden la familia sino que ésta adopta nuevas modalidades, y a estas modificaciones deberán adaptarse sus protagonistas. El resultado final no tiene por qué ser agorero. De hecho, en general ambos vuelven a hacer pareja.
SENDEROS QUE SE BIFURCAN
Nancy Scocco, psicóloga de 39 años, con una hija de nueve, lleva seis años divorciada de su marido.
¿Qué les pasó?
Cuando empezamos a estar de novios, en el secundario, a los 17, teníamos un proyecto común: la cajita feliz, la familia, la casa, el auto, las vacaciones en la costa... Un proyecto que coincidía con el de nuestras familias de origen, muy tradicionales y cerradas... Nosotros nos tomamos todo el tiempo: fuimos novios, tuvimos dos años de convivencia antes de casarnos, y esperamos dos años para tener a Magalí. Todo prolijito, pero la crisis fundamental vino después del parto, cuando yo me enfermé de gravedad y tuve que preocuparme de mi bebé y de mi salud al mismo tiempo. La experiencia nos transformó: estábamos muy mal, discutíamos por todo y decidimos hacer terapia de pareja, donde saltaron muchas cuentas pendientes. Estuvimos un año y pico pero no pudimos remontar la situación.
¿Dónde estuvo el desencuentro?
Crecimos en forma diferente. Yo era una profesional sólida, él había dejado varias carreras a mitad de camino y había logrado un título terciario. Ni en mi familia de origen ni en la suya había mujeres profesionales: el lugar de la mujer era un lugar más doméstico, la casa y los hijos, y eso implicó para los dos un ajuste grande... que no pudimos resolver. Nos separamos de común acuerdo y si el momento fue especialmente doloroso para ambos fue porque tanto la familia de él como la mía –lejos de darnos contención– nos forzaban a que siguiéramos unidos. Tenían una postura poco tolerante y a la vez nos decían que éramos intolerantes porque no habíamos logrado llevar el matrimonio por el resto de nuestras vidas.
QUISIERA SER GRANDE
Horacio Kraly tiene 37. Diez años atrás, los amigos lo invitaban a sus casamientos; cinco años atrás, a los bautismos de sus hijos. Hoy lo invitan a salir de noche porque volvieron a estar solos y pueden bardear . De las parejas de su edad, la mitad se hizo trizas en menos de una década. "Mientras, la mía, por la que nadie daba dos mangos, resiste: averiada, como esas ollas con muchas batallas, pero entera."
Horacio es geólogo y tiene dos hijos."¿Si estamos juntos por ellos?
Sí y no. De no tenerlos, seguro que alguna de las mil crisis que pasamos hubiera sido terminal, pero me parece que lo que no nos deja romper la cuerda no es sólo la idea de no fracasar o el miedo a la bancarrota familiar. Adquirimos cierta madurez después de la comezón del séptimo año –que existe y cómo pica–... Ahora, aunque sigo siendo un impaciente, aprendí (y mi mujer también, aunque no se lo diría) a ser un poco más adulto. Nos peleamos, sí, pero seguimos soñando con escapar de la rutina juntos. El día que no tengamos pasión ni para pelear, estaremos en el horno."
A REMAR MI AMOR
"Lo primero fue eso: Yo desaparecí como individualidad: por la teta, mi hija y yo éramos una sola persona. Y a mi marido le costó mucho enganchar con ella", cuenta Soledad, y en una sola frase plantea el nudo de un conflicto. Periodista, a los 34 es mamá de Malena, que está por cumplir los 3. Cuando quedó embarazada hacía cinco años que salía con Santiago –contador, dos años mayor– y hacía dos que buscaban casa juntos. Cero apuro. Pero con el evatest positivo la búsqueda se aceleró y aparecieron miedos; ellos nunca habían convivido.
¿En qué cambiaron las cosas?
En perder los espacios propios. En decir: "Me quiero sentar a tomar un café un rato" y no poder. Recién el domingo pasado pude darme el gusto de tomar un baño de inmersión, después de trancar la puerta del baño con llave... Me costó mucho que mi marido se quedara con mi hija para que yo pudiera dormir un rato la siesta. La llevaba a pasear pero volvía enseguida, me criticaba lo que yo le preparaba para comer... Y yo corría a mi trabajo y andaba sincronizando todo con la empleada aunque él trabaja la mayoría del tiempo en casa. Un día nos cansamos de discutir y nos preguntamos si queríamos seguir en pareja. Nos tomamos unos días para pensarlo y resolvimos que sí; entonces buscamos una terapeuta de pareja. Yo quería un padre presente, pero no que me hinchara las pelotas criticando todo lo que yo hacía con la nena sin colaborar en nada... Vivíamos compitiendo para ver quién era el mejor con Malena; la terapeuta nos dijo que no nos bancábamos el pasaje de ser dos a ser tres. Y bueno, poco a poco las cosas se van acomodando y la seguimos peleando. Voy viendo cambios después de todo lo que fuimos hablando y la nena, que está más grande, empezó a estar súper enganchada con su papá". Como Soledad y Santiago, hay muchas parejas que la están remando. Tal vez todo consista en tener claro que en materia de amor, pasar del dos al tres es casi tan difícil como pasar del uno al dos.
clarin.com

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