domingo, 6 de marzo de 2011

Medio Oriente: El campeonato de gerontes, la esperanza de la revolución


Por Robert Fisk *
El segundo despertar árabe en la historia moderna –el primero fue la revuelta árabe contra el imperio otomano– requiere algunas nuevas definiciones, quizás hasta palabras nuevas, por lo menos en el idioma inglés. Y una nueva calculadora que registre instantáneamente la edad de los viejos dictadores y la del creciente ejército de jóvenes. Si uno sobrevive la senilidad, se puede entrar en la gran categoría de los criminales políticos de la historia contemporánea.
Mi colega en el Magreb, Bechi Ben Yahmed, señaló que después de 42 años en el poder, Muammar Khadafi está ahí arriba con los peores. Kim Il-Sung registra 46 años, Saddam unos meros 35, Mubarak apuntó 32 años en los puntajes dictatoriales, Sekou Touré de Guinea 26 años, Franco de España y Salazar de Portugal, el mismo número. En esta escala, los raquíticos 10 años de Tony Blair reducen sustancialmente su status como criminal de guerra, un hombre al que se le podría permitir –en lugar de comparecer por la ilegal invasión de Irak– una lujosa villa en Sharm el-Sheikh (donde, después de todo, le gustaba quedarse a su esposa Cherie a expensas del gobierno de Mubarak).
Ben Yahmed sugiere que en el violento caso de Libia estamos tratando no tanto con una revolución, sino con el anarquismo revolucionario basado en el tribalismo, ya que Libia puede estar en el proceso de desintegrarse. No estoy seguro de estar de acuerdo, aunque los de Benghazi querrán que los tripolitanos sepan que ellos fueron sus libertadores. Khadafi, por cierto, se ha convertido en “reincidente” aunque, aun si la oposición cantó victoria demasiado pronto, Khadafi ahora está gobernando sólo una mitad del Estado, lo que puede ser sólo temporario.
Y tendremos, estoy seguro, que redefinir la naturaleza del acto que encendió el proverbial –y el real– fósforo: la inmolación por fuego de Mohamed Bouazizi, quien, aplastado por el Estado y su corrupción, y luego cacheteado por una mujer policía, eligió la muerte a la continuación del qahr, que podría traducirse como total impotencia. Prefirió, como observó el psicoanalista tunecino Fethi Benslama, la “aniquilación a una vida de nada”. Bouazizi, sin embargo, no se unirá a la lista de los mártires favoritos de Al Qaida. No se llevó consigo la vida de un enemigo; su Jihad fue una de desesperación, que por cierto no está alentada por el Corán. El probó que un suicida puede involuntariamente producir una revolución y convertirse en mártir de un pueblo oprimido en lugar de uno de Dios. Su muerte –aunque sé que me dirán que esa decisión le toca a la Más Alta Autoridad– no le aseguró el paraíso. Por lo tanto, su acto debe ser visto como políticamente más importante que el de un terrorista suicida. Fue, en realidad, un “antikamikaze”.
En un año en que la última “Rue Pétain” ha sido borrada de la Francia rural –Beirut reemplazó la suya en 1944, para la caída del régimen de Vichy– es justo decir que una enorme cantidad de los homenajes adulones a Khadafi tendrán que ser destrozados en su derrotado Estado una vez que caiga. Los museos Libro Verde –aun, quizá, los restos de su hogar pulverizados por las bombas estadounidense en 1989– eventualmente encontrarán su feroz final. El personal en el Hotel Marriott de Zamalek escapaba con retratos de Mubarak antes de la medianoche el día de su caída. Los huéspedes futuros notarán unos cuadrados más claros en el empapelado a la izquierda de la recepción.
Y hay unas cuantas calles Mubarak, estadios Mubarak y hospitales Mubarak que tienen que ser renombrados. El economista Mohamed el-Dahshan se refirió a la “desmubarakización” de Egipto; supongo que todas las calles Mubarak ahora se convertirán en “calle 25 de Enero” –día del comienzo de la última revolución egipcia– y me temo que si el 80 por ciento de los chiítas de Bahrein un día gobierna el país, habrá un montón de “dekalifaisación”. Y en Aden, una “desalehización”. En Libia la dekhadafisación ya comenzó.
Pero mientras la revolución egipcia es –a menos que suceda un contragolpe del viejo aparato de Mubarak– la historia más feliz que yo haya cubierto en Medio Oriente, todavía temo que esto termine en lágrimas, con nuevas “democracias” terminando como los regímenes previos. Arabia Saudita sigue como el caballo negro en mi tablero de ajedrez. Veremos qué pasa el viernes que viene.
Pero espero que los nuevos revolucionarios del mundo árabe no comiencen, en su fervor, a borrar la identidad de ciudades enteras. Benghazi no se debería convertir en “La Ciudad de los Once Mártires” –como Stalingrado se convirtió en el patético Volgogrado– ni Tobruk ser renombrada. Los tunecinos adoptaron a Cartagena como el nom de plume de Túnez. Por cierto, vale la pena recordar la historia más reciente de las tierras que nosotros los periodistas ahora recorremos en nuestras 4x4. Mis colegas viajando a Libia desde Oriente pasaron rápidamente por El-Alamein y Tobruk. La semana pasada fui de noche desde Túnez, las luces del auto iluminando postes indicadores del Paso Kasserine, donde los estadounidenses pensaban que podían derrotar a Rommel pero donde fueron derrotados ellos, cortesía del Afrika Korps.
Curiosamente, todos tuvieron problemas entre Tobruk y Túnez durante la Segunda Guerra Mundial. Tobruk cayó en manos de los británicos en enero de 1941, fue sitiada por el Afrika Korps durante 200 días, liberada por el General Cunningham en noviembre, capturada por Erwin Rommel en junio de 1942 –“un desastre”, susurró Churchill cuando escuchó la noticia en una visita a la Casa Blanca–, pero fue recapturada por los aliados cinco meses más tarde. Ahora es la primera ciudad liberada por la oposición anti Khadafi. El guionista francés Michel Audiard, que escribió el guión para la película El zorro del desierto y Taxi para Tobruk, dijo que en su opinión “lo único agradable en una guerra es el desfile de la victoria, ¡todo lo anterior es una porquería!”.
¿Quién puede no estar de acuerdo, siempre y cuando, por cierto, que la gente acertada reivindique la victoria? ¿Los reincidentes? ¿Los anti kamikaze? La mitad de los estados de Khadafi, las revoluciones, las rebeliones, las insurrecciones, los despertares árabes son generalmente un asunto sangriento. Sin embargo, debo decir que mi redefinición favorita apareció en una maravillosa caricatura en el diario tunecino La Presse esta semana, después de que Beji Caid Essebsi fue nombrado primer ministro. “En mi opinión”, dice la caricatura, “nuestro verdadero primer ministro se llama Facebook!”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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