Muchos conflictos de los niños cuando sus padres se pelean, y más aun si se separan, se debe a la responsabilidad y culpa que sienten. Un especialista analizó los razonamientos de los más pequeños del hogar cuando el amor entre sus padres se termina
Ante la crisis de una pareja, los niños suelen sentir culpa por sentirse en algún punto responsables de las peleas de los adultos. No tienen en claro qué, pero sienten que algo de lo que sucede tiene que ver con ellos. Según ellos, tienen participación y responsabilidad en el conflicto.
La primera reacción de los adultos ante el descubrimiento de estas teorías y sentimientos por parte de los hijos es de incredulidad o sorpresa. “¿Cómo pueden pensar semejante barbaridad? Desde ya que no tienen nada que ver con todo esto”. Con lo cual no se plantea debate ni discusión, por lo obvia que parece ser la respuesta: los niños no tienen nada que ver. Respuesta que puede ser válida, pero que como toda respuesta contundente, no hace más que cerrar un posible análisis.
Supongamos por un momento que estas teorías y sentimientos son efectivamente erróneos y absurdos, la pregunta que sí podríamos dejar abierta sería ¿Entonces, por qué habrían de adjudicarse semejante responsabilidad? ¿Será efectivamente tan erróneo y poco justificado este sentimiento de culpabilidad? ¿Tan equivocado está el chico en su teoría?
Una primera hipótesis para intentar comprender esta teoría podría pasar por cuestiones edípicas. En la conflictiva edípica, por ejemplo, en el caso del niño varón, se le presentan (más allá de la natural ambivalencia afectiva) sentimientos tiernos y amorosos hacia la madre, y hostiles hacia el padre, como “rival y competencia” para llegar a su objeto de amor que es la madre. Sentimientos que llevan implícitos el deseo de “separación” entre ellos. La concreción de esta separación entre los padres, genera en el niño una sensación de responsabilidad. El razonamiento, simplificado, podría ser del estilo: “Yo quería separarlos, y se separaron. Entonces es culpa mía”.
Algo así como un razonamiento de poder mágico del niño. Esta es una posible interpretación sobre los sentimientos de culpa y angustia en el niño. Pero también existe una segunda visión, que no excluye a la otra, sino más bien la complementa.
El deseo de tener un hijo, como quizás muchos otros deseos en la vida de las personas, tiene un horizonte de esperanza, de ilusión, de felicidad. Pero como todos los deseos cumplidos, estos nunca son completos. Siempre nos dejan un resto. Un resto que nos pide otra cosa, un algo más que nos complete.
Todo niño debe convivir con el hecho de no colmar en su totalidad a sus padres. La madre no hace otra cosa que hacerle creer al hijo que es todo para ella, para luego desilusionarlo, mostrando sus otras necesidades (otro hijo, estar con su pareja, salir, estudiar, trabajar, etc., en definitiva, hacer su vida por fuera mas allá de él).
En el caso de las crisis, o misma separación de una pareja, lo que sucede es una muestra más de este fracaso en el propósito del niño.
Es decir, “si hay problemas es que mi presencia no lo solucionó todo”. Entonces podemos hablar de fracaso en la “misión del niño” en esto de venir a completar al otro (en este caso los padres).
Está claro que este propósito u objetivo no está instalado por cuenta propia del niño, sino que en algún lugar le fue transmitido: vos vas a colmarnos y hacernos felices. ¿Cuántas parejas en crisis deciden tener un hijo para intentar “salvar” el matrimonio? Dejando en manos del chico la responsabilidad del éxito de la pareja.
Sin ir al caso extremo de las parejas que están a punto de separarse antes de tener un hijo, en toda pareja existe una ilusión de completitud con la llegada de un hijo. Tal vez antes de sorprendernos con lo extravagante de las teorías de los chicos, debamos sorprendernos ante lo extravagante de las expectativas que los padres depositan en ellos.
Es quizás esto lo que encubre esta incredulidad, y en consecuencia desestimación de la teoría de los niños por parte de los padres: la responsabilidad del adulto de haber dejado colocado al hijo en ese delicado lugar.
Por: licenciado Patricio Furman, psicoanalista de la Fundación Buenos Aires
www.fundacionbsas.org.ar
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