Desde el trabajo pionero del sociólogo Reuben Hill, hace ya más de 50 años, aparece una diferencia sustancial en la respuesta que los distintos sexos dan a la pregunta respecto de las preferencias para la elección de una pareja. Sistemáticamente, los hombres reportan un mayor interés por los aspectos físicos de su partenaire, al tiempo que las mujeres parecen sentirse más atraídas por la posición económica de su compañero.
Una explicación plausible de este fenómeno surge del modelo que el economista David Bjerk desarrolló en la Universidad de Claremont y que demuestra que si la utilidad marginal del ingreso es decreciente (importa menos cuando más tenés), entonces es óptimo que el integrante de la pareja de mayor ingreso busque un compañero que aporte belleza al tiempo que los individuos más pobres busquen "socios" mejor acomodados y se fijen menos en las apariencias. Luego, que las mujeres prioricen la economía por sobre la biología sería un resultado circunstancial, producto de que todavía los hombres ganan, en promedio, más que las mujeres.
Richard Nisbett y Timothy Wilson han sostenido, desde otra perspectiva, que existe una diferencia entre lo que la gente dice que le gusta y lo que en definitiva termina eligiendo. Probablemente, resultaría mucho más ilustrativo, entonces, poder analizar el modo en que hombres y mujeres efectivamente eligen a sus parejas en contextos reales.
Con ese objetivo en mente, Paul Eastwick y Eli Finkel, en un reciente artículo publicado en el Journal of Personality and Social Psychology ( descargar el estudio en inglés ), organizaron un evento de speed dating, en el que 163 estudiantes universitarios tuvieron entre nueve y trece citas aleatorias de cuatro minutos de duración y fueron seguidos durante el mes siguiente a la reunión para evaluar cómo seguían las relaciones que se habían formado. Resultado: aunque previo a las citas manifestaban el típico patrón de preferencias ya descripto, las relaciones que se formaron no coincidieron con lo que los participantes habían dicho que deseaban; esto es: no existía correlación entre el sexo y la preferencia por la situación económica o aspecto físico del compañero.
En otro estudio famoso, el profesor Dan Ariely , experto en economía del comportamiento, analizó junto con Günter Hitsch y Alí Hortacsu una base de datos de 23 mil usuarios de un famoso sitio de citas de internet ( descargar el estudio en inglés ).
Los resultados son muy interesantes. Para empezar, los hombres del 10% más fachero de la población envían mensajes sólo a un 5% de mujeres feas o del montón y recién incrementan fuertemente su tiroteo cuando la candidata comienza a colarse entre el 30% de las más lindas. (Las valoraciones de belleza fueron el resultado del puntaje asignado por jueces neutrales a la foto de los candidatos.)
El hombre promedio, en cambio, también arranca de abajo, pero su interés crece parejito, razón por la cual una "chica 6" y una "chica 5" tienen iguales chances con el bombón de la oficina, pero la primera de ellas se roba con más facilidad al típico pibe de barrio. Los que son más feos se portan bastante parecido, pero arrugan con las que están en el top del 20% de las más lindas.
Las mujeres, aunque más reacias a enviar mails, tienen un perfil bastante parecido entre ellas. Para cualquier clase de tipo que seas, tenés el doble de probabilidades de que te escriba una de las feas, pero si sos parecido a Gonzalo Heredia empezá a correr porque te tiran a mansalva todas por igual. El resultado de esta conducta más selectiva de ellas puede medirse en cantidad de mensajes; reciben, por regla general, seis veces más mails que ellos.
A la hora de las respuestas, a un hombre promedio le dan bolilla en el 40% de los mensajes que manda, mientras que una mujer del montón obtiene un 70% de réplicas. Obviamente, existen diferencias de calidad sustantivas. Incluso las más feas de las mujeres tienen una posibilidad de que les respondan uno de cada dos mails que mandan, lo cual es justo, porque ellas mismas se comportan como hombres respondiendo al menos un 40 % de las solicitudes, sin discriminar. En cambio, las que están en el top del 30 % de las más lindas responden entre un 15 y un 25 % de los mensajes solamente, y llegan a "esforzarse" hasta un 30 % cuando se trata de candidatos premium.
La diferencia de edad también penaliza fuertemente, sobre todo a hombres más chicos y mujeres más grandes (seis años de diferencia equivalen a caer un 25 % en el ranking de belleza). Poner foto en el perfil es obviamente beneficioso, pero mientras que a ellos les incrementa un 50 % las respuestas, a ellas se las dobla.
¿Y qué importa más, la plata o la apariencia?
El aspecto físico es estadísticamente, y por lejos, el más importante de los predictores de respuesta para ambos sexos. La altura y el índice de masa corporal también influyen, pero en sentido opuesto según el sexo: en el horno los petisos y las lungas.
La posición económica importa en el hombre, pero sólo cuando su ingreso crece por encima de los 50 mil dólares anuales (que es, más o menos, el ingreso promedio en Estados Unidos). Cada 10 mil dólares adicionales, crece un siete % la chance de recibir respuesta a los mails. En cambio, en la mujer, sus ingresos importan relativamente menos, sobre todo penalizando a las de más bajos recursos.
Más interesante aún: pareciera existir una tendencia a buscar una pareja lo más parecida posible a uno. Las mujeres que más importancia le asignan al dinero son las de altos ingresos y, sorpresivamente, también las del 50 % más feo de la población. Esto se corrobora con las preferencias por estatus educativo; las mujeres prefieren fuertemente a hombres de su mismo nivel, los hombres también si se trata de aquellos que no tienen estudios superiores. En este último caso, les da lo mismo.
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