domingo, 15 de agosto de 2010

“La ansiedad es buena”

Jerome Kagan, uno de los grandes psicólogos del mundo, está otra vez de moda. A lo largo de sus 50 años de investigaciones sobre el desarrollo infantil, Kagan se dedicó al estudio de la ansiedad y, cuanto más frecuentemente aparece esta enfermedad en la sociedad moderna, más atención gana el trabajo del psicólogo, actualmente emérito de la Universidad de Harvard. A sus 80 años (que parecen 65), sigue ocupando su lugar en la casa de altos estudios estadounidense, y mantiene su lengua tan afilada y polémica como siempre. En esta entrevista critica a los pediatras y dice que Sigmund Freud diseminó el equívoco de que la ansiedad es mala.

Periodista: ¿Estamos viviendo “la era de la ansiedad”?
Jerome Kagan: La incidencia actual no es mayor que la de antes. En el siglo XVI, la ansiedad provenía del riesgo de morir antes de cumplir los 35 años a manos de alguna enfermedad infecciosa o de un asaltante de caminos cuando se iba de una ciudad a otra. Las personas también vivían ansiosas cuando se les decía que habían ofendido a Dios y que iban a ir a parar al Purgatorio. Actualmente estamos ansiosos en relación con cosas diferentes, como el estatus social, el éxito profesional o la relación con amigos y parejas. Lo que determina la frecuencia y la intensidad de la ansiedad son los genes, y los genes no han cambiado desde el siglo XVI para acá. Pero lo que determina qué es lo que nos pone o no ansiosos es la cultura, y la cultura sí cambió.

Periodista: ¿La ansiedad es mala?
Kagan: Desde que Freud dijo que todas las neurosis provienen de la ansiedad, pasamos a tener la idea cultural de que la ansiedad es una cosa tóxica. Pero no es así. Todos somos ansiosos, porque sentirse ansioso es parte de la condición humana, como sentirse cansado, culpable o frustrado. O equivocarse. No existe ninguna civilización en la cual nadie se sienta ansioso. Y lo que no se tiene en cuenta es que la ansiedad tiene ventajas: las personas ansiosas son muy responsables y conscientes. Cuando yo seleccionaba a mis ayudantes de investigación, siempre que podía optaba por los jóvenes más ansiosos, tímidos e introvertidos, porque ellos trabajan con ahínco y se equivocan menos. Hay personas ansiosas simplemente brillantes.

Periodista: ¿Albert Einstein era una persona ansiosa?
Kagan: Por su biografía, diría que no, pero T. S. Elliot era seguramente ansioso y ganó el Premio Nobel de Literatura en 1948. El matemático Paul Dirac era extremadamente ansioso y también obtuvo el Nobel de Física en 1933. Una persona puede ser intensamente ansiosa pero, si consigue trabajar, relacionarse hasta el punto de formar una pareja y casarse, cumplir con su papel de padre o madre, no habrá dificultades excesivas. Por el contrario, ser ansioso sólo será problema para quien crea que es un problema. Conozco individuos altamente ansiosos que no interpretan su condición como un problema. Entienden que la vida es así, y están satisfechos.

Periodista: ¿De dónde viene la superansiedad?
Kagan: Hay dos argumentos. Los biólogos evolucionistas dicen que la existencia de personas hipervigilantes (las más ansiosas) entre los miembros de nuestra especie fue decisiva en la lucha contra los predadores. Desde ese punto de vista, la ansiedad pudo haber sido una ventaja adaptativa. El argumento contrario proviene de la tesis del paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould, que postuló que no todas las mutaciones son útiles y positivas, sino que algunas simplemente son subproductos de la evolución. El mentón es un ejemplo de adaptación no productiva: no nos trajo ninguna ventaja adaptativa, sino que existe como una consecuencia arquitectónica en el diseño de la boca, pero sin ser una solución evolutiva útil. Es algo así como que la naturaleza no sabría cómo construir una boca como la nuestra sin crear como subproducto al mentón. La tesis de Gould puede ser aplicada a la superansiedad, que desde este punto de vista sería un subproducto, una sobra de algún otro rasgo genético positivo. No sé cuál de los dos argumentos es el más correcto, pero ambos tienen sentido.

Periodista: ¿La biología es destino para el ser humano?
Kagan: Depende. Hay enfermedades, poquísimas, que casi ciertamente se van a desarrollar en quien tiene determinados genes. Es el caso del mal de Huntington, un trastorno degenerativo del sistema nervioso central. Felizmente, menos del 1% de la población tiene los genes del Huntington. En el otro extremo, hay muchas enfermedades que sólo se desarrollarán, inclusive en aquellos que tengan los genes equivocados, si se presentan factores externos que se combinen de tal modo que hagan que se declare la enfermedad. Son muchas las personas que portan esos genes, pero es probable que ninguna de ellas llegue a padecer el trastorno. Por lo tanto la respuesta es no, la biología no es destino.

Periodista: ¿Padres ansiosos tienen hijos ansiosos?
Kagan: Si la ansiedad de los padres ocurre por una característica de su naturaleza, la probabilidad de que los hijos sean ansiosos es un poco más alta. Eso, porque hablamos de herencia. Pero si la ansiedad de los padres tiene origen en el ambiente, en el medio en el que viven, la posibilidad de pasar la ansiedad a sus hijos será menor.

Periodista: ¿Cuál es la influencia de los padres sobre el temperamento de sus hijos?
Kagan: En el caso del temperamento que tiene origen en la genética, los padres pueden ayudar a cambiar el comportamiento, o sea, la forma en que ese temperamento se manifiesta. Ellos pueden hacer que su hijo pueda reducir o silenciar la intensidad con que aparece el temperamento, pero la vulnerabilidad siempre está. Mi investigación con bebés muestra dos casos muy claros. La comenzamos en el año 1986 con 500 bebés, de los cuales el 20% se revelaron inhibidos y ansiosos, y son acompañados por mi equipo hasta el día de hoy. Una de las bebas investigadas, a la que llamamos Mary, viene de una familia que le da mucho apoyo e incentivo. Hoy, a los 24 años, Mary está en la facultad y le va muy bien. Otra de las bebas del estudio por su parte, Baby 19, viene de una familia de padres divorciados y está teniendo muchos problemas. Las dos, Mary y Baby 19, tienen el mismo temperamento, pero las familias son las que hicieron la diferencia.

Periodista: ¿El nivel educativo y la clase social de los padres tienen mucha influencia sobre el futuro de los hijos?
Kagan: Influyen más que la genética. El mejor indicador de enfermedad mental, de cualquier enfermedad mental, es la clase social, y no los genes. Tomemos una hipótesis: un grupo de mil bebés a los que vamos a investigar para determinar cuáles de ellos estarán sufriendo de depresión a los 30 años. Usted sólo puede examinar los genes de los bebés. Yo sólo puedo estudiar la educación y el nivel de ingresos que tienen los padres del bebé. Mi resultado será más exacto que el que obtendrá usted. Los que ocupan la punta de la pirámide social, en términos de educación, trabajo e ingresos, tienen menos enfermedades mentales, viven siete años más y sus hijos son más saludables. En resumen, son personas más felices.

Periodista: ¿El amor es una condición necesaria para la salud mental del niño en el futuro?
Kagan: Los chicos toman conciencia de sí mismos alrededor de los dos años de edad. Cuando eso pasa, para crecer saludable desde el punto de vista mental, la criatura precisa creer que al menos uno de los dos padres lo valora. Puede ser la madre o el padre, no necesariamente la madre. Observe que yo usé el verbo valorar, no el verbo amar. El niño precisa sentirse valorado. En la cultura escandinava, los padres no besan ni abrazan a sus hijos, no dicen “te amo”. Pero están siempre reforzando en los hijos la idea de que son valorados.

Periodista: ¿Besar y abrazar a un niño no hace la diferencia?
Kagan: Depende de la interpretación y del contexto cultural del pequeño. Un niño que crezca en América Latina tal vez no crea en el amor de sus padres si ellos no lo abrazan ni lo besan. Pero no es lo mismo en Escandinavia. Hace años, tuve un alumno, hijo de mexicanos, que había sido criado en California. No conocía Nueva Inglaterra hasta que se matriculó en Harvard. Cuando completó su primer año aquí, le pregunté qué era lo que más le había llamado la atención. Se rió y dijo: “Es extraño que los padres de mis colegas vengan a visitarlos y no les den ni un abrazo ni un beso”. Es cultural. Él, hijo de mexicanos, de origen latino, no entendía la diferencia que había entre su cultura física y la de las familias locales de Nueva Inglaterra, que no besan ni abrazan a sus hijos. Sin embargo, esos hijos saben que sus padres los valoran.

Periodista: El pediatra Berry Brazelton, uno de los más importantes del último siglo, dice que la presencia y el amor de los padres son fundamentales para criar chicos saludables y seguros. ¿Está errado?
Kagan: Bazelton no está errado, pero los pediatras exageran el papel del afecto en el primer año de vida. Claro que los padres tienen importancia. Ahora, es preciso entender que el bebé que tiene lazos con sus padres está más inclinado a hacer lo que los padres quieren que él haga, que el bebé que no tiene los mismos lazos. Es un contrato. La criatura recibe cariño y afecto y, a cambio, da lo que le piden. Pero supongamos que un padre cariñoso y amoroso quiera que su hija, en pleno siglo XXI, crezca como una niña del siglo XIX, sin pensamientos de naturaleza sexual, callada y conforme. ¿Será eso bueno para la hija cuando tenga 20 años? No. Por lo tanto, si los padres usan los lazos afectivos al servicio de buenos valores, eso será óptimo para el futuro del hijo. En el caso de que tengan valores inedacuados, sería preferible que los lazos no existiesen. De eso es de lo que Brazelton y los pediatras que siguen su teoría, no hablan.

Periodista: ¿No será porque parten del principio de que los padres hacen lo mejor para sus hijos?
Kagan: Pero esa es una premisa errada. Los padres, a veces, promueven valores equivocados. En la novela “Cometas en el cielo”, que transcurre en Afganistán, Baba, el padre, amaba a su hijo Amir, pero quería que fuese un soldado, y no un escritor. El resultado fue que, con todo su amor, Baba crió un hijo ansioso que se sentía rechazado por el padre. Es que el amor funciona cuando los padres promueven valores que sirven para el chico en el futuro.

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