domingo, 22 de agosto de 2010

El origen del amor

Somos angustia, decía el filósofo francés Jean-Paul Sartre. Por lo tanto, sostenía, no podemos desembarazarnos de ella. Otros animales temen. Los humanos, además, nos angustiamos. Aunque mucho se ha pensado y escrito sobre ella, tanto en la filosofía como en la psicología, la literatura y la medicina, la definición de la angustia parece inapresable. La palabra nace en el término latino angustus (estrecho), y esa suele ser la sensación que la acompaña: la del angostamiento del corazón. La angustia no es provocada por el pasado, sino por el futuro. La tristeza, la nostalgia, provienen de hechos del pasado. Ellas, aunque nublan el alma, no la constriñen. Lo que las provoca ya ocurrió. La angustia, en cambio, semeja una pregunta sin respuesta acerca del porvenir. Una expectativa insegura acerca de algo que tememos que se repita o la vana esperanza de que, aunque deseemos, no ocurra. ¿Qué será de mí?, es una pregunta fundadora de la angustia. El animal teme en el presente a un peligro cierto. Pasa el peligro, pasa el temor. Los humanos tememos a lo incierto. Eso nos angustia.
Nacer, dicen el gran humanista alemán Erich Fromm (1900-1980) y también los pensadores existencialistas, es ser arrojado al mundo. Salvo la muerte, no hay otra certeza, y eso nos hace conscientes de la vida. No decidimos cuándo nacer ni cuándo morir, pero sí qué hacer con nuestra vida. Y ante ella cada uno es único, está solo en su singularidad. Esto es la separatidad. Ella genera angustia e impulsa, también, al amor. El amor es encuentro con otro, ruptura de la cápsula existencial en la que nacemos.
Pero el amor no es mágico. El propio Fromm señala en El arte de amar que si sólo fuera un sentimiento no habría bases para que se consolidara en el tiempo. El amor es el arte de conocer al otro en su esencia y descubrir en esa esencia que estamos hechos de la misma materia prima, nuestra condición humana. Tal arte requiere paciencia, presencia, compromiso y práctica (hechos, actitudes, conductas, acciones). Como la angustia, el amor es un fenómeno específicamente humano, según señalaba Viktor Frankl. Hace humana nuestra existencia, se caracteriza por su carácter de encuentro, y en el encuentro una persona y otra coexisten. "Es la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más profundo de su ser. Nadie puede conocer de veras a otro si no lo ama", escribe Frankl en El hombre en busca de sentido. Y nadie ama sin conocer, agrego.
Cuando ama, cuando reconoce al otro como tal y se asoma a él para descubrirlo, descubriéndose a su vez, cada persona convierte en acto sus potencias y hace que lo mismo ocurra con la persona amada. Es una sinergia única. Trasciende la separatidad. Se entiende, desde esta perspectiva, que no hay amor sin el otro, sin un otro real y tangible, que no hay amor en abstracto, que el amor es una vivencia en común, una convergencia de proyectos existenciales que se traducen en una marcha hombro a hombro, como describe el pensador italiano Francesco Alberoni en su clásico Enamoramiento y amor .
Cuando el amor no tiene rostro y presencia, la angustia es una amenaza latente. Cuando el amor no tiene rostro y presencia nos devuelve a la separatidad, a la angustia original. En la evidencia del amor nace la palabra nosotros. Es que, hablando de amor, no se puede decir nosotros si antes no hay un Yo que se examina a sí mismo y que, al hacerlo, reconoce la existencia de un Tú. Un Yo y un Tú que parten al encuentro del otro desde sus separatidades iniciales y se encuentran, por fin, en ese Nosotros pleno de significado que es la consagración del amor. Y acaso porque conocemos la angustia de la separatidad es posible el amor.
Sergio Sinai

lanacion.com

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