El diagnóstico es terminante: buena parte de los alumnos de la Argentina tiene dificultades para resolver problemas matemáticos y también les cuesta leer un texto de corrido.
Un grupo de docentes y pedagogos consultados por Crítica de la Argentina coincide en que el gran desafío que tiene la educación –donde los altos índices de alfabetización indican que ésa, al menos, es una cuenta saldada– es que los chicos aprendan a razonar.
“El problema es que los estudiantes no saben razonar, y eso sucede tanto en lengua como en matemática. Si precisan hacer una división, por ejemplo, no sólo no pueden hacerla mentalmente, tampoco si toman lápiz y papel es posible que la resuelvan porque no aprendieron el mecanismo”, dice Julia Seveso, que dio clases de matemática durante 50 años.
El problema no sólo son las tablas de multiplicar, que se aprenden entre segundo y tercer grado y que repetimos como loritos de memoria, también está en las lecturas: los expertos sostienen que a los chicos les cuesta leer de corrido.
“Las pruebas que se toman, tanto nacionales como locales, señalan que el principal problema de los chicos es que pueden resolver las cuentas, pero no solucionar problemas porque no entienden la lógica de esas cuentas.
La verdad es que no pueden pensar y esto es gravísimo: en lengua pasa lo mismo, los chicos decodifican pero no comprenden lo que leen”, dice la directora de Educación de la Universidad de San Andrés, Silvina Gvirtz.
Rubén Berguier da matemática en 1º y 2º año de la Escuela Nº 4 “Homero Manzi” de Pompeya, y admite que los chicos no dividen como antes. Su preocupación radica en que tienen dificultades para entender un problema.
“Los chicos ahora no piensan las divisiones como nosotros, pero tampoco logran aplicarlas a la vida diaria. El desafío de los profesores es que en lugar de resolver ecuaciones y operaciones gigantescas, tenemos que demostrarles que les sirve para la vida misma. La ansiedad de los padres pasa porque sabían dividir a la perfección y ahora sus hijos no lo hacen”.
En tiempos donde los viejos métodos de enseñanza se cruzan con las nuevas tecnologías, los docentes acuerdan en que sus alumnos muestran otras habilidades: aprenden a manejar el mouse a la par que el biberón: “No me parece grave que los chicos no sepan multiplicar –dice Isabel Rodríguez, 20 años de clases en una escuela de Belgrano–, de hecho permito que usen calculadora, hay que usar la tecnología si está disponible. Me interesa que entiendan que la matemática es más rica, mágica y misteriosa que resolver cuentas mecánicas. No creo que ahora los chicos no razonen, pero sí que desarrollan otro tipo de inteligencia y va aplicada a sus intereses. Sin embargo, en la primaria tienen que aprender las tablas de todas formas”.
Horacio Itzcovich, que capacita docentes, acuerda: “Lo principal es lograr que los chicos reflexionen sobre lo que hagan y logren explicar ‘de qué se trata’. Es posible ofrecer a los alumnos diferentes situaciones para producir sus propios cálculos, elaborar modos de resolución, inventar recursos. Eso favorecería que tengan más de control sobre lo que hacen. Para los docentes, hay diferentes espacios de capacitación, pero cambiar de perspectiva requiere más que tiempo y voluntad: implica una decisión política”.
Eso es porque el problema se torna más grave cuando esos alumnos llegan a la universidad. Juan Carlos Pedraza, que da clases en el CBC de la UBA, reconoce que los maestros ahora son más permisivos: “Hay falta de métodos. Los chicos de 1º grado pueden escribir con faltas de ortografía pero si todavía lo hacen en 7º no se podrán comunicar nunca con los demás. A nadie le parece mal que un jugador de fútbol entrene toda la semana para un partido, pero sí parece aburrido que un chico se dedique a sumar o multiplicar de forma constante para aprender”.
criticadigital.com
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