sábado, 25 de abril de 2009

Resiliencia: Los traumas no se curan a solas


MADRID (Diario El País).- Una infancia destrozada no es una condena de por vida. Sobre todo si el individuo desarrolla resiliencia, entendida como la capacidad para hacer frente a experiencias difíciles y traumáticas, y seguir viviendo sin el lastre de esos traumas. Esta capacidad no es algo innato ni que uno pueda conseguir por sí mismo, sino que emerge de las relaciones sociales. Pero también requiere la implicación de la persona por comprender su herida y actuar, explica Boris Cyrulnik, neuropsiquiatra, psicoanalista y uno de los grandes expertos en resiliencia.
Una buena resiliencia comienza en la infancia. Un individuo tiene más facilidad de convertirse en resiliente si ha recibido buenos tratos, en especial durante el periodo que va hasta los tres años, de forma que el niño ha establecido un vínculo seguro ´y se sienta arropado en un entorno afectivo´, afirma Boris Cyrulnik. Sabe bien de lo que habla: con seis años de edad vio desaparecer a su familia bajo el horror nazi. Pero supo cómo salir adelante. Hoy en día es un reputado investigador y director de formación de la Universidad de Sud Toulon-Var (Francia).
Cyrulnik sostiene que un entorno afectivo es imprescindible para el correcto desarrollo neuronal del bebé. Él trabajó en Rumania con niños huérfanos tras la caída de Ceacescu y muchos sufrieron aislamiento sensorial durante los 10 primeros meses de vida. Eran niños aparentemente sanos, pero las neuroimágenes mostraban una atrofia de los lóbulos prefrontales y la amígdala, debida a una falta de estimulación, según Cyrulnik. Con cinco años, el 10% de estos niños sufrían graves alteraciones psicológicas y el 90% tenía un comportamiento muy autocentrado, como autista, "al no ocuparse nadie de ellos", dice. Envueltos en afecto, con familias de acogida, "la interacción con otros permitió que al cabo de un año se recuperaran y volvieran a funcionar los lóbulos prefrontales".
El maltrato también puede afectar negativamente a la talla y el peso de un pequeño, como comprobó Cyrulnik. "Son niños inseguros y que sólo se duermen cuando caen agotados", dice. En los encefalogramas de niños maltratados, se observa la desaparición de la fase más lenta del sueño que precede al sueño paradójico, que es cuando se segregan las hormonas del crecimiento. Pero el milagro de la resiliencia biológica también es posible, y a las 48 horas de disfrutar de un sueño normal, los pequeños vuelven a segregar las hormonas de forma normal. La talla y el peso empezaban asimismo una lenta recuperación cuando desaparecía el maltrato.
Tutores de resiliencia
Cuando un niño se desarrolla normalmente en una familia, con padres, hermanos o abuelos, en caso de una situación difícil no tiene por qué acabar sufriendo un trauma. Pero cuando fallan estos tutores de desarrollo, ya sea por muerte o malos tratos, el niño necesita apoyo de un tutor de resiliencia, ´que puede ser un monitor de deportes o un guitarrista, cualquier persona con la que el niño decida vincularse, aunque sea temporalmente´, añade el neuropsiquiatra.
La resiliencia afectiva, en cambio, muestra que a una persona le puede costar más recuperarse de un trauma de guerra que del causado por catástrofes naturales. "Entre seres humanos somos menos indulgentes", señala Cyrulnik.
Con su equipo también ha comprobado que las personas que no están en el mismo centro de uno de estos desastres acaban sufriendo más heridas traumáticas porque son abandonadas por los servicios de asistencia. "Esta población ha sufrido menos en la realidad, pero más en la representación de la realidad´, dice Cyrulnik. El proceso de resiliencia, "aunque no lo arregla todo, es un proceso constructivo que se puede observar, controlar y experimentar incluso con ancianos", añade. "Se trata de una nueva manera de formular la cuestión que entraña formas de atender a los niños o adultos heridos. Aunque no todo el mundo será feliz, todos tendrán la oportunidad de intentar la aventura humana", concluye.
Joan Carles Ambrojo
© EL PAIS, SL

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