lunes, 20 de abril de 2009

ESTA NOCHE, EL PRIMER EPISODIO DE LA VIGÉSIMA TEMPORADA


Con Sex, Lies and Idiot Scrapes, un capítulo visto por 9,3 millones de norteamericanos, Los Simpson hicieron pie en su temporada número veinte. Ese 28 de septiembre del año pasado, la serie animada más exitosa de la historia llegó a las dos décadas de vida con un muy buen episodio, como es tradición, y volvieron a mostrar los atributos que la pusieron en la cima, de donde no se ha movido desde 1989.Esta noche, a las 20.30 y por Fox, será el momento del inicio oficial en la Argentina y toda Latinoamérica, arrancando por la versión en castellano de Sex, Lies..., cuyo título es una referencia al film Sexo, mentiras y video, pero que podría traducirse como Sexo, mentiras y peleas idiotas. Este episodio inaugural tiene todo lo que se espera de Los Simpson: una gran apertura, chistes políticos, bromas implacables, la habilidad para la sátira al día, el irrefrenable protagonismo de Homero, los intertextos y las referencias a todo tipo de elementos de la cultura popular.
Como es usual, corren dos historias paralelas. En el comienzo, un desfile de San Patricio es la excusa para que irlandeses del Norte y del Sur se golpeen en mitad de Springfield, no sin antes darles la oportunidad a los guionistas de mostrar sus garras: por el desfile pasa un carroza muy despoblada de “Sacerdotes Cátolicos Heterosexuales”. La trifulca resulta general, Homero va preso y conoce a un par de cazarrecompensas que lo convencen de que se dedique a su negocio, que es muy provechoso. Sale de la cárcel gracias a un fiador (el actor Robert Forster, repitiendo su papel en Jackie Brown, de Tarantino), salva a su vecino Flanders de la muerte en manos del duro Snake (que esta vez tiene una novia con voz de Julia Louis-Dreyfus, la Elaine de Seinfeld), y le pide que se asocien en su nueva y peligrosa ocupación.
Por otro lado, Marge le muestra a un joven irlandés su habilidad para la repostería, y éste la contrata para su pastelería, aunque jamás le aclara que su negocio vende productos eróticos. Así, en paralelo, Homero persigue malhechores y Marge se horroriza de saber que ha hecho tortas con forma de genitales. La lógica Simpson indica que Marge y Homero estarán enojados cuando se crucen las subtramas, señal de que nada ha cambiado y que Los Simpson renuevan el contrato que tienen con sus fans: todo sigue igual, la maquinaria sigue funcionando perfectamente. Esta continuidad con novedades e ingenio dentro de una estructura y rasgos en común con las temporadas anteriores es una buena noticia para los millones que miran la serie en la Argentina, donde el primer recuerdo de Los Simpson se remonta a 1990, cuando la familia apareció en un corto en la edición en VHS de la película La Guerra de los Roses, a tres años de haber comenzado como una sección dentro del programa The Tracey Ullman Show. Aquellos que alquilaron aquel film de Dany DeVito, con Michael Douglas y Kathleen Turner, se encontraron por primera vez allí –envueltos en un diseño de los personajes y una animación que nada tienen que ver con los actuales– con la poca paciencia de Homero, la desfachatez de Bart, la serenidad de Marge (y su bebe Maggie en los brazos) y la sensatez de Lisa.
Un año después, en 1991, llegó la televisación local, de la mano de la recordada señal Cablín, y desde 1992 y 1993 se ve por Telefe y Fox, respectivamente.La historia detrás de cada uno de los emblemáticos personajes es conocida: están basados en el padre, la madre y la hermana de Matt Groening (que se retrató a sí mismo en Bart), un humorista gráfico de 33 años que los delineó a las apuradas en un cuaderno mientras esperaba reunirse con James L. Brooks, ejecutivo de Gracie Films.
El encuentro tenía otro objetivo: Brooks quería producir cortos con Life in Hell, la legendaria tira gráfica de Groening, y éste prefirió mostrarle otro proyecto que inventó a las apuradas mientras esperaba ingresar a la reunión: una serie protagonizada por una familia de clase media, en una ciudad promedio no muy próspera, donde cada rincón de la vida cotidiana encerrara una historia.
Esa pequeña idea, delineada con esos dibujos torpes que después aparecieron así, desprolijos, y por eso más crudos, en televisión, fueron un suceso distintivo dentro del programa de Ullman. Luego se convirtieron en serie y el concepto se amplió e impulsó a Groening a lograr algo que merece vivir aún más que estos primeros veinte años: la capacidad de retratar como nadie a un micromundo (la familia Simpson), y lograr un retrato del mundo entero con sólo ampliar la mirada más allá de la ciudad de Springfield y sus habitantes.
Los Simpson debutaron en Fox como una serie de media hora en diciembre de 1989. Por supuesto que nadie imaginaba que el programa rompería el récord de temporadas al aire de Gusmoke (aquí La ley del revólver) y seguiría con vida –y saludable– hasta, por lo menos, el año 2011, gracias a la reciente renovación por dos años con la misma cadena que, en el principio de todo, tenía tan poca fe en el proyecto que hasta aceptó firmar con Brooks un contrato asegurando que no interferiría en los contenidos del programa. Para dolor de cabeza de los capitostes de Fox, esa cláusula del convenio sigue vigente. Y aunque esté probadísimo que la serie es la más exitosa en la historia de la cadena, pueden contarse por cientos los ataques furibundos que desde los guiones ha recibido la propia Fox.
En aquellas primeras épocas, Los Simpson salió al aire en Estados Unidos los días martes, compitiendo con el éxito de la comedia The Cosby Show, pero se mantuvo firme y luego se clavó en su hoy tradicional estreno de los días domingo. Como ejemplo y anécdota de su popularidad millonaria, hacia 1992, la propia Tracey Ullman pidió beneficios económicos, cuando lo único que había hecho era presentarlos en su show. Los Simpson se transformaban en los favoritos del público porque todo en la serie era atractivo: los personajes, su entorno, las situaciones, los diálogos, el afán de mantener esa tensión con el que la está viendo, las citas a la cultura de masas, las ganas de reírse de lo que no se puede, la capacidad de enojar a los poderosos, la obligación de ser gente informada para entenderlos en cada sutileza. Apenas empezó a asomarse como un producto cultural significativo, recibió pullas del propio presidente George Bush, padre, que dijo en un discurso: “Los Estados Unidos necesitan más familias como los Walton y menos familias como los Simpson”. Y las quejas que se multiplicaron allí donde los productores decidieran trasladar la acción: Japón, Australia o Brasil, todos lugares vistos por Los Simpson con una lupa deformada ex profeso (“no pararemos hasta ofender al último país de la tierra”, desafió Brooks), al igual que las culturas y los hábitos extranjeros. A veces sólo les bastó con lucir su propia impronta para quedar afuera de los países islámicos, ser cuestionables en Venezuela o hacer que un capítulo no pueda ser visto en la Argentina (el de la temporada 19, donde se hacía referencia a Juan Perón).
Con 24 premios Emmy ganados, una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, un éxito de merchandising sin precedentes (la película de 2007 recaudó 526 millones de dólares en todo el mundo), frases incorporadas al decir popular, e infinidad de ensayos dedicados a explicar el fenómeno, la serie hoy cumple 20 años y está igualita.
OPINIÓN
La piedra filosofal dibujada
Leonardo M. D’EspósitoHay algo en Los Simpson que permite que conserve su fuerza y su éxito a través de dos décadas sin pausa: su costado documental. En la época donde el periodismo se convirtió más en un espectáculo que en el servicio de la verdad, Los Simpson informan de un modo mucho más preciso que los noticieros. Y no dejan de lado los contextos o la historia: de hecho, quien quiera sacarle bien el jugo a cada episodio es mejor que se acerque a una enciclopedia. Pero el juego cultural, riquísimo y constante, es más bien un efecto colateral. El efecto central de la serie es el de tomar la realidad y, en lugar de vestirla de caricatura, desvestirla para que muestre su propia naturaleza absurda y monstruosa. Por eso es una serie de colores planos y formas simples: porque más allá de tantos discursos y eufemismos, de la langue de bois que nos aprisiona, las cosas son más simples y más llanas. Como el pensamiento vivo, moderno, inerte, de Homero Simpson.
Los Simpson no cambiaron el mundo: lo que hicieron fue incorporarse a él y transformarse en el mundo. Hay pocos artefactos culturales que se incorporen al universo como una necesidad: ¿cómo sería el mundo sin Los Simpson? Imposible saberlo. La serie concentró en sí misma, como un agujero amarillo (que no negro, aunque con la misma fuerza de gravedad) la idea de que los Estados Unidos moldearon la mentalidad global (una verdad que no queremos asumir pero que, si queremos alterar, deberíamos comenzar por aceptar) y, año a año, episodio a episodio, a través de esa máquina mundial que es la televisión, mostraron –y siguen mostrando- los pliegues y las taras de la sociedad que (ya) somos.
criticadigital.com

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