domingo, 5 de abril de 2009

Cuando los celos son una enfermedad


Cada miércoles unas veinte personas se reúnen en una improvisada sala en el Hospital Tornú. Llegan para enfrentar su peores demonios: los celos patológicos. Participan del taller que dirige el psicólogo social Luis Buero, abierto tanto para argentinos como extranjeros, gratuito y único en el país. La propuesta del espacio “Cuando los celos te carcomen” tuvo una repercusión que sorprendió al organizador.
Mientras se acomodan en círculo, dos cincuentonas avezadas en la temática sintetizan el propósito del encuentro. Una de ellas, de rostro apesadumbrado, murmura “mi esposo está mejor, pero es difícil, me revisa todo, se vuelve loco y eso me duele”. “Sí –la consuela la otra, una celosa–, cuando el fantasma te agarra, te agarra”. Y a eso van: a evitar que los atrape o, más precisamente, a aprender a espantar la angustia de pensar en perder al ser querido.
Aunque ni el menos celoso de los mortales está exento de ser rozado alguna vez por ese fantasma, según dice Buero a Crítica de la Argentina, “la gravedad del sentimiento se define por la intensidad, las reacciones y si las causas están o no justificadas”. Cada tanto aparece alguna joven haciendo la gran Lorena Bobbit: la última fue hace unos meses, en Ecuador, que tomó un cuchillo de cortar bananas y le rebanó el pene y los testículos a su pareja, un campesino que estaba alcoholizado y que aún se recupera con lesiones irreversibles. Todo por un ataque de celos, sin dudas patológico.
EL OTRO YO.
Cuando de celar se trata, siempre existe un tercero, el rival que aparece para quitarle al celoso la posibilidad de poseer a su presa. No necesariamente es una persona, también puede tratarse del trabajo o hasta de un programa de televisión. Joaquín, por ejemplo, no mira sus series favoritas acompañado de su novia porque prefiere no sufrir ante lo que considera una falta de atención hacia él. Igual sabe que exagera y confiesa que ya no quiere dejar más a sus parejas sólo para estar más tranquilo.
Desde una perspectiva psicoanalítica, los celos funcionan como una reedición de sentimientos infantiles que, según explica la psicóloga Alicia Beraja, “suelen tener su origen en condiciones inconscientes derivadas del modo en que fue resuelto el complejo de Edipo”. Fuera de los catalogados “normales”, que hasta pueden poner pimienta en una relación y en los que se juega un cierto grado de ofensa narcisista del celoso, hay situaciones en las que se vive un temor a la pérdida de la pareja pero también del tercero, una especie de deseo homosexual inconsciente reprimido.
Lo cierto es que el rival también puede ser imaginario, y en eso Claudia tiene experiencia. Ella tenía una vida normal hasta que hace tres años su esposo empezó a custodiarla de modo obsesivo: cualquier gesto era interpretado como una señal de infidelidad, al punto que llegó a encerrarla bajo llave junto a sus hijos por miedo a que se fueran y lo dejaran solo. Los médicos le diagnosticaron celopatía alucinógena y su delirio fue controlándose de a poco. “Por suerte ahora estamos mejor”, cuenta desde su casa esta mujer que a sus 40 años tuvo que aprender a los golpes que lo que le pasó a su marido “tiene que ver con su historia de padres separados, muchísimo sufrimiento y una profunda sensación de exclusión”.
En cuestión de género hay algunas diferencias: mientras los hombres tienden a temer más a la infidelidad y a perseguir a sus víctimas, las mujeres tienden a agobiarse ante la posibilidad de abandono y a psicomatizar más que a actuar. Pero lo verdaderamente distinto está en los cambios culturales que generan nuevos modos de relaciones con sus consecuencias: si bien los celulares y los e-mails pueden acrecentar la ansiedad del celoso, también “lo que hace 20 años podría ser una situación dolorosa, ya deja de serlo. Digamos que amigas y amigos pueden salir sin que sus novios enloquezcan”, resalta Beraja.
EL DESAPEGO.
La regla indica que ni la muchacha ecuatoriana ni el esposo de Claudia buscan ayuda en un taller como el de Buero, aunque él cuenta que en los tres años que lleva haciéndolo hubo algunas excepciones a las que les sugirió consultar a especialistas. “Éste es un taller más de reflexión, donde se trabaja la dependencia emocional con la pareja, el desapego, para aceptar que el objeto de deseo puede perderse e, igual, seguir viviendo”, asevera.
Con humor, juegos y dramatizaciones analizan las maneras de comunicarse entre las parejas, desglosan los miedos, los sentimientos de culpa y la tendencia a victimizarse, entre otras actitudes. Al tiempo, los resultados son bienvenidos.
“Cada una de las personas era un desconocido para mí, pero me sentí tocado por sus relatos. Recuerdo compadecerme al escuchar varias historias, pero la realidad era que en el fondo me compadecía por mí”, reflexiona Cristian, un ex tallerista que agradece haber aprendido máximas como: “Si mi novia está conmigo, será también porque lo siente. Y si lo siente, ¿por qué habría de estar con otro? Sé que suena hasta tonto, pero es parte de un mecanismo necesario que me llevó a sentirme cada vez mejor y a dejarla en paz con ese mundo de fantasmas que me invadía”.
criticadigital.com

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