"Con la que está cayendo". La muletilla se ha instalado en las
conversaciones cotidianas, en un día a día atravesado de malas noticias,
pendientes del Ibex o de una prima de riesgo "que ya parece de nuestra
familia", ironiza el sociólogo Daniel Kaplún. Así, desde hace meses.
Muchos. Y sin saber hasta cuándo. La crisis económica extiende un halo
de pesimismo social, un manto de tristeza y falta de expectativas que
cala en los ciudadanos. No se ve la salida. "No hay futuro y, por tanto,
tampoco hay presente", plantea el catedrático de Sociología Enrique Gil
Calvo, de la Universidad Complutense. "Hemos pasado de la preocupación a
la angustia", diagnostica su colega José Juan Toharia, de la Autónoma
madrileña. La que está cayendo refleja un sentimiento colectivo
y, también, emociones individuales. Las negativas, el trío de ansiedad,
ira y depresión, se pueden disparar, advierte el psicólogo Antonio
Cano. Los médicos de familia ya lo notan. ¿Hay salida a la falta de
salidas?
"Estamos en una situación de miedo generalizado y pocas veces ha
habido tantas razones para sentirlo: cae la economía, la cifra de
parados ha subido de 1,8 millones a 5,6 en apenas cuatro años. Además,
cuando pensábamos que ya salíamos de una crisis que tenía forma de uve
resulta que se ha recrudecido, que la uve era en realidad una uve doble.
Y ha llegado la austeridad", diagnostica Gil Calvo. Ello ha llevado a
la sensación de "pesadilla" desde que, en 2010, comenzaron los recortes.
Un mal sueño vestido de impotencia y que abona un "desánimo general"
sin fin. "Ni hay remedio, ni hay remediadores. No se ve la salida. El
PSOE ha fracasado. El PP, también, y ya no hay bomberos". Sin
apagafuegos, ni soluciones o liderazgos interiores, según Gil Calvo. Y
mientras, "cada vez una nueva vuelta de tuerca más en el fondo del
pozo". Y "con el síndrome de los viernes: a ver dónde pasan la cuchilla
[en el Consejo de Ministros]", añade el psiquiatra Julio Bobes.
"A lo más que podemos aspirar es a no empeorar. Hemos perdido las
expectativas y estamos sin horizonte, sin esperanza", explica Daniel
Kaplún, sociólogo experto en opinión pública. La víctima es la clase
media, "depauperada". "Son los que han perdido el empleo o la fuente de
ingresos, como los pequeños empresarios o los autónomos, incluidos los
que no logran cobrar lo que se les debe. Muchos están al límite de la
exclusión social, o han caído en ella", describe. Suponen "más de un
tercio de la población", calcula.
Gente acostumbrada a una vida más o menos rumbosa enfrentada a una
secuencia de "pérdida de ingresos, reducción de los gastos con
visibilidad social y que otorgan estatus —como el coche— y, también, de
los dispendios fuera de casa", a menudo un elemento de socialización.
Sobra el tiempo, algo que sufren más los hombres, por ser menos dados a
ocuparlo en tareas domésticas o en socializar, prosigue. Pero unos y
otras "sienten una mezcla de culpa y vergüenza que les lleva al
ensimismamiento, a aislarse, en parte para no gastar", prosigue Kaplún.
Una situación que se atenúa en la medida en que sus compañeros o vecinos
caen en la misma pauperización que ellos. "Entonces se asume que es un
fenómeno colectivo y ya no hay que ocultar las dificultades". Mal de
muchos...
Luego, están los "asustados", casi otro tercio de la población,
estima Kaplún. Son "gente que conserva íntegro, o casi, su salario o su
tasa de beneficio". "Se preguntan 'cuándo me va a tocar'. Están
paralizados, mirando las barbas del vecino, y dejan de consumir por las
dudas".
Unos gastan menos a la fuerza y otros, por temor al futuro. Se
derrumba la confianza. La del consumidor, según el índice que elabora el
Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) se situó bajo mínimos en
abril: 50,3 —sobre un máximo de 200, que indican el optimismo total—, 13
puntos menos que en marzo. La valoración del momento actual es peor
aún: 31,9, 18 puntos menos. Solo uno de cada cinco entrevistados cree
que la situación de la economía y el empleo mejorarán en los próximos
seis meses.
Tristeza, desánimo, ensimismamiento. Y, con la autoestima por los
suelos. "Hemos pasado de ser los nuevos ricos de Europa, hasta 2008 y
con dinero de los alemanes, a ser los nuevos pobres, cuya salvación
depende, de nuevo, de Alemania, y quizá de Francia", apunta Gil Calvo.
"Lo que me asusta es que se nos dice que somos culpables, que lo tenemos
merecido y que tenemos que hacer penitencia por haber vivido por encima
de nuestras posibilidades. Estamos interiorizando lo que creen de
nosotros". De ahí que renazca el sentimiento de inferioridad respecto a
la Europa del norte, apunta.
"Estamos en estado de shock, pero no es un accidente, es una
estrategia de clase que busca objetivos determinantes. Hay un 1%, los
especuladores, que se están forrando", apunta Kaplún. "Decimos 'la que
está cayendo', pero es un eufemismo que implica que nadie tiene la
culpa. Como si fuera un accidente, una lluvia incontrolable que provoca
inundaciones. Pero no. No es la que está cayendo, es la que nos han
tirado encima. Los mercados son, en realidad, personas". Verlo así
supone cierto alivio, porque la toma de conciencia ayuda, plantea.
Cayendo por su cuenta o arrojado, pero está ahí. Un clima social de
parálisis, resignación y pesimismo. A la espera de que algún día
escampe. O no. Solo el 18,7% de los españoles cree que la situación
económica será mejor dentro de un año, según el último barómetro del
CIS. Casi nueve de cada diez consideran que ahora es mala o muy mala y
seis de cada diez la consideran peor que hace un año. El gran problema
es la epidemia de paro —lo es para seis de cada diez encuestados—. Es el
que más afecta en términos personales —al 38,4% de los entrevistados—.
La crisis económica como enfermedad social y, también, individual.
"Genera un sentimiento de que ya no está en manos de cada uno lo que
pase con su vida", asegura José Luis Linaza, catedrático de Psicología
de la Universidad Autónoma de Madrid. "Uno de los problemas más serios
que tenemos es que muchos seres humanos no ven un futuro en el plazo de
años. Y no son uno ni dos", prosigue. Un futuro que está ligado a un
empleo, que es la llave maestra de las expectativas vitales. "Eso se
traduce, o bien en el intento de hacer algo o en la sensación de
imposibilidad para hacerlo, en una indefensión aprendida que lleva a
decir 'no puedo intervenir en el futuro de mi vida'. Esto último lleva a
la apatía y a la depresión. Y cuando la depresión, aunque siempre
individual, se convierte en una especie de fenómeno colectivo, es un
problema mayor", describe Linaza.
"Crece exponencialmente la sensación de desesperanza y de horizonte
cerrado, aunque a veces responda más a un temor que a una situación
real. Y si no hay esperanza ni horizonte, ¿para qué esforzarse?",
prosigue el psicólogo. "Me impresiona la gente que deja de mandar
currículos porque tiene la certeza de que no servirá de nada", añade. Es
el desaliento personal, alimentado por el colectivo. "El pesimismo
general contribuye a la depresión individual", explica Linaza. Y eso, en
una recesión "peor que la de 1929", que deja una estela de "ciudadanos
mucho más replegados sobre sí mismos y con la familia como balón de
oxígeno". Una sociedad "más ensimismada", y bombardeada con malas
noticias día tras día, recorte tras recorte, lo que "genera un clima de
pesimismo colectivo", un ambiente quizás alentado "porque el mal de
muchos beneficia a unos pocos, los especuladores".
El pesimismo colectivo se alimenta con malas noticias, que producen
"saturación", afirma Linaza. El cansancio lleva a veces a querer
ignorarlas, pero "todos hemos tenido que aprender economía", tercia
Kaplún. "Las malas noticias aumentan las emociones negativas", asegura
Antonio Cano, catedrático de Psicología de la Complutense y presidente
de la Sociedad Española de Ansiedad y Estrés. "La información
amenazante, como la posibilidad de despidos, genera ansiedad. Las
noticias sobre pérdidas, como las estadísticas que reflejan el aumento
del paro, provocan tristeza", explica.
La pesada factura de la crisis. "Ocasiona cambios en el estilo de
vida y en las emociones", prosigue Cano "y los políticos no ayudan a que
los ciudadanos manejen mejor las emociones". En la situación actual
pueden aumentar las emociones negativas, "aunque todavía no hay datos
que lo corroboren". Se refiere sobre todo a tres, que ya menudeaban
antes de la crisis "y que son estables": ansiedad, ira y depresión. "La
primera surge cuando tememos que suceda algo malo. Por ejemplo, el miedo
a perder el empleo. Cuando eso ocurre, aparece la ira, por vernos en
esa situación. Y llega la tristeza por la pérdida, que suele ser un paso
para la depresión", describe.
Este experto asegura que aún no hay estudios que midan los posibles
efectos del deterioro económico en la salud mental de los españoles.
Pero no los descarta, habida cuenta de que una persona sin empleo tiene
"2,2 veces más probabilidades de tener trastornos depresivos o de
ansiedad", señala este catedrático. Con todo, es cauto sobre una posible
depresión colectiva. "No se corresponde con las cifras: el 6% de la
población tiene síntomas de trastorno de ansiedad y el 4%, de
depresión", afirma.
Sin datos, pero con certezas. "La situación de restricción a la que
estamos abocados por todos los frentes, incluido el económico y las
presiones laborales, tiene un impacto indudable en aspectos
psicológicos", tercia Julio Bobes, de la Fundación Española de
Psiquiatría y Salud Mental. "Provoca trastornos adaptativos, porque hay
que modificar el esquema existencial. Es como cuando uno pasa de comer
lo que quiere a estar a dieta". "Muchos ciudadanos se ven en riesgo
vital y eso les genera más ansiedad y angustia y más dificultades para
dormir, para hacer las cosas", describe. Sin embargo, los trastornos de
adaptación, "aunque pesan en la salud mental, no se traducen en un
aumento de este tipo de enfermedades", sentencia.
El malestar tampoco desemboca en más consultas a los psiquiatras,
según Bobes, pero sí llega a las de primaria. "Llevamos nuestra
incomodidad al médico de familia", asegura. Los profesionales lo
corroboran: "Con la crisis ha aumentado la proporción de consultas por
problemas que derivan de un malestar psíquico", asegura Josep Basora,
presidente de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria.
Mucha subida de la tensión, mucho insomnio, mucha fatiga, ansiedad,
angustia de anticipación. Síntomas o consecuencias de un malestar
psíquico que se extiende no solo a los protagonistas de una situación
difícil, sino también a sus familias, a menudo sobrecargadas de tareas.
"Antes de la crisis, el 28% de las consultas al médico de familia se
debía a problemas de malestar psíquico. Ahora el porcentaje es mayor,
aunque ha caído el número de visitas de pacientes", añade Basora. Una
paradoja.
Los españoles van menos al médico —"quizá por la sobrecarga de tareas
en casa y el miedo a perder tiempo de trabajo", esboza Basora—, pero lo
necesitarían más: "Estamos constatando que el malestar social influye
en la salud de las personas", añade.
Empobrecidos, culpables, sin futuro... Y temerosos. "El miedo es el
único valor que se transmite más rápido que las enfermedades, y es
altamente contagioso", advierte el psiquiatra Bobes. Así las cosas, ¿qué
salida existe cuando no se ve ninguna?
"Vivimos con temor. A que nos despidan, a que los gastos aumenten más
que los ingresos... pero luego cada individuo reacciona de distinta
manera. En la misma situación, unos son optimistas y otros, depresivos.
Influye mucho cómo interpreta cada uno la realidad", plantea Cano. La
reacción está marcada por la personalidad, la genética y elementos
sociales, como el apoyo familiar, que en España es "muy fuerte" y
amortigua los efectos de la crisis sobre las personas. Cano propone
dosis de optimismo —"ayuda a blindarse"— y memoria: "Hemos superado
otras crisis. Podemos aprovechar para corregir errores".
"Hay que tener metas personales claras, apoyos aunque solo sean
morales, y no tirar la toalla", propone Linaza. "Tenemos que pensar que
nadie va a resolver nuestros propios problemas. O pensamos que somos
parte de la solución o no habrá solución", añade. "No encontramos una
salida, que tiene que ser colectiva", afirma Kaplún. Pero ve algún rayo
para la esperanza, como los que nacen de una suerte de "cabreo"
compartido y se traducen en iniciativas como la plataforma contra los
desahucios por impagos de hipoteca o los trueques de tiempo, entre otras
cosas, "porque cada vez hay menos dinero". A lo 15-M, quizá. Pero Gil
Calvo echa un jarro de agua fría: "La indignación era posible hace un
año, cuando parecía que algunas cosas podían cambiar. Ahora eso parece
haber pasado. Frente a la indignación de entonces, la resignación de
ahora", zanja.
Cuestión de talante. Aislamiento frente a colectivización del malestar. Y mientras, sigue cayendo.
elpais.com
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