En 1914 la esperanza de vida de un argentino era de 48,5 años. Parece
mentira, pero es una estadística del Fondo de Población de las Naciones
Unidas. Es decir, un siglo atrás no había fiestas de 50, ni segundos
matrimonios, ni cruceros para jubilados. Lisa y llanamente, no había
cincuentones. En fin, que pasamos de la abuela encorvada con el pañuelo
en la cabeza a Sharon Stone diciendo Los 50 de hoy son los 30 de ayer,
mientras sonríe y presenta a su novio treintañero. Pensemos en
locales, como Rial, de paseo con su niña Loly, o Pettinato, criando a
dos bebés. No serán ejemplos masivos, pero está claro que quienes hoy
andan por los 50 están más cerca del gimnasio, las calzas y la remera de
rock que de asociarse al club de la tercera edad.
Sobra decir que
los medicamentos, las vacunas, los trasplantes y las angioplastías
cambiaron el panorama. Pero si vamos más allá, los especialistas
–médicos, psicólogos o sexólogos–, coinciden en darle un peso supremo a
la actitud con la que se vive. Y los 50 tienen de positivo que ya pasó
el temporal de la crianza de los pequeños, el estudio apurado, el estrés
laboral intenso. Mucho está dado, y el reposo y la experiencia, ayudan.
“El
envejecimiento es un fenómeno universal, inexorable, irreversible, pero
su ritmo es modificable. Depende del lugar y la época. No es lo mismo
envejecer en Santa Fe y Callao que en el Impenetrable. Cuando en la
antigüedad la gente moría a los 30 años eran biológicamente muy viejos”,
sostiene Juan Hitzig, especialista en biogerontología. Y cita una frase
oriental: “Envejecemos y morimos porque imitamos a los que envejecen y
mueren”. Lo que dice Hitzig es que un chico de 18 necesita ver bien a un
señor de 80 para vislumbrar su futuro. Y que los cambios sociales,
psicológicos y actitudinales contribuyen a retardar el deterioro y
envejecer mejor. Explica que en estudios de longevos saludables, más que
patrones de condiciones biológicas, comparten emociones y conductas que
les permiten controlar y manejar mejor las emociones negativas.
Graciela
Zarebski, especialista en gerontología de la Universidad Maimónides,
habla del corrimiento del tiempo social: la adolescencia hasta los 30,
la mediana edad hasta los 65... “Hoy no importa la edad sino cómo se la
siente y significa. No hay etapas con tareas predeterminadas, cada uno
las atraviesa a su modo y tiempo”.
Si se trata de vivir bien, un
tema que no puede quedar afuera es el sexo. “La sexualidad en los 50,
tanto para los varones como para las mujeres, mantiene una vigencia y
una interesante expansión no esperada tiempo atrás -asegura la psicóloga
y sexóloga Adriana Arias-. La sexualidad en los 50 es hoy más valorada y
protagónica que en los 30 de ayer. Al interés y protagonismo que se le
da, se suma la experiencia y la seguridad de los años. Tanto si estamos
en un vínculo o solos, decidimos no soltar este territorio vital sino
que lo desplegamos y disfrutamos. El interés por mantener y propiciar
una buena sexualidad se ve especialmente en esta edad. Quienes sienten
escasez en el sexo, se inquietan por el paso de los años, o que
disminuye su interés sexual, consultan sobre el tema para resolverlo. Y
están los que habiendo tenido una buena sexualidad se animan a
desplegarla aún más, estirando límites, transgrediendo mandatos, dándole
lugar a las fantasías, ampliando los permisos”.
Es interesante
también ver cómo este segmento es la presa mayor del consumo, ya que
tienen mayor solidez económica y tiempo. Mariela Mociulsky y Ximena Díaz
Alarcón -directoras de Trendsity- lo explican bien: “Hoy a los
consumidores de 50 no se los considera adultos mayores tradicionales. Se
conservan las claves de la comunicación destinada al segmento más
joven, y se les incorporan propuestas y códigos más premium y
sofisticados, dado que por lo general se trata de un perfil de
consumidor que, al conocer sus gustos y tener más out of pocket
(plata a mano), puede darse gustos”. O sea: nada de cincuentones. A
tirar la casa por la ventana que ahora, a los 50, empieza la segunda
juventud.
Y los sesenta tienen lo suyo
Nada de sexagenarios. Hoy, quienes viven los 60 dicen que están en
plena “sexalescencia”. Ellos juran que no está en sus planes envejecer.
Se sienten plenos, trabajan como si nada o saben disfrutar del ocio.
Allí están, para demostrarlo, los cursos del Rojas que desbordan de
estudiantes “mayores”; las mujeres que bromean con esto de que cambiaron
“el punto cruz por el punto com”, los contingentes de turistas que los
tienen como protagonistas.
Y los ejemplos más evidentes: las
glorias del rock que siguen llenando estadios y saltando en los
escenarios con una agilidad envidiable y una seducción inalterable. Hace
poco lo vimos a Roger Waters, el año pasado a Paul MacCartney y Ringo
Star. A su modo, Serrat & Sabina siguen enloqueciendo a las mujeres.
Ni que decir de Mick Jagger o Keith Richards. El imaginario dice que
rock y juventud van de la mano. Ahí están ellos para demostrarlo, una
vez más.
clarin.com
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