José Claudio Escribano
PROVIDENCE, Rodhe Island.- "Si las preguntas no están bien hechas, las respuestas serán malas." Esa consigna tan simple, tan elemental que parecería ociosa y fuera de lugar en un recinto académico, y sin embargo sabia, estuvo en la base de un par de días de reuniones de intelectuales y políticos iberoamericanos en Brown University. ¿Cómo lograr un mundo mejor, empezando por nuestras gentes, en un tiempo de la humanidad en que la tecnología ha destrozado las viejas categorías de tiempo y espacio y hecho añicos muchas de las estructuras burocráticas del pasado?
Todo es más rápido, a pesar de que los mejores aviones sigan a la misma velocidad de 600 millas por hora de hace 40 años. Hace mucho que venimos advirtiendo de la extraordinaria significación política y social que las corrientes migratorias hispanohablantes han de ejercer sobre la todavía mayor potencia del mundo, los Estados Unidos. Pero ha sido necesario el shock de un último censo, diciéndonos que ya hay más de 50 millones de hispanohablantes -uno de cada seis habitantes de este país-, para que los norteamericanos acentúen el interés por hacerse algunas indagaciones de fondo.
No es sólo que los hispanohablantes sean más de 50 millones -sin contar los fantasmas indocumentados, que también trabajan, producen, sufren y gastan-, sino que la mitad del aumento poblacional de los últimos diez años, que ha llevado a los Estados Unidos a contar con 308 millones de habitantes, ha provenido de los hispanohablantes.
Quienes hablan español como lengua madre constituyen hoy la primera minoría de los Estados Unidos. Son el 16% de la población total, pero los hijos de esa minoría ya representan al 50% de los chicos que hoy se gradúan aquí de las escuelas primarias. Es hispanohablante el 30% de los menores de 16 años de todo el país.
En el ámbito de los "Diálogos transatlánticos" a que invitó esta venerable casa de estudios, fundada aun antes de la independencia norteamericana, y en comidas y en corrillos, se apremió con preguntas de toda índole. No faltó, por cierto, aquella de "¿Qué le pasa a la Argentina?", de acuciamiento inveterado en reuniones hemisféricas desde hace tiempo, pero sí sobresalieron otras menos mortificantes, como las de saber si los políticos han tomado nota de que hay otra forma de entender la actividad pública y de confeccionar la agenda de la cual saldrán los hechos más relevantes de esa actividad.
El ex mandatario chileno Ricardo Lagos, copresidente del Foro Iberoamérica, varios de cuyos miembros participamos del encuentro de Brown, se quejó de que haya gobiernos autoritarios que pretendan manipular a los medios de comunicación. Se quejó por principio y se quejó hasta por el anacronismo y la ceguera de que no se comprenda cómo las cosas van sucediendo, se quiera o no, en el mundo de hoy.
Cuando Mohamed Bouazizi, analfabeto y vendedor ambulante de 26 años, se inmoló el 17 de diciembre en Túnez por habérsele impedido el trabajo, la chispa del incidente provocó un incendio que se ha propagado desde el Magreb hasta la lejana península arábiga y abrió interrogantes sin respuesta todavía, mientras el fuego arde pero no ilumina sobre qué ha de seguir a todo esto.
Nadie puede descartar que en la marcha de los siglos alguna vez se concluya que estábamos asistiendo a la última y cruenta puntada del fin de una larga época de colonialismo. Pero el centro de la cuestión hoy mismo no es averiguar si es ésa una hipótesis correcta; de lo que se trata es de tomar en cuenta que ahora, como pocas veces o nunca, un movimiento que sacude al mundo ha carecido de liderazgo.
En las protestas del campo argentino, en 2008, los teléfonos celulares fueron instrumentos activos de movilizaciones y concentraciones que muchas veces se hacían al margen de lo que disponían o no las organizaciones de productores. También la red global de naturaleza electrónica ha sido un elemento de convocatoria esencial en las protestas y rebeliones gigantescas en el mundo árabe. Y no es un dato menor y curioso que eso suceda en una parte del planeta con altísimas tasas de analfabetismo.
Sobre una población mundial de más de 6500 millones de seres, hay 2000 millones de internautas. Facebook tiene, se dijo aquí sin que nadie se sorprendiera por la licencia, 600 millones de ciudadanos. Es el doble de los hombres y mujeres con derecho al pasaporte norteamericano.
El ex presidente Lagos proclamó que estamos asistiendo a la desaparición de un canon, de un sistema de convivencia, como si el canon de hoy fuera que, en realidad, no hay canon. Como todo está en gestación, tampoco hay modelos firmes.
Los diálogos retrotrajeron al siglo XV y a la invención por Gutenberg de la imprenta. A que debieron pasar más de dos siglos para se comprendiera que era posible editar diarios y que así se supiera qué hacía el príncipe día a día y con esto se abriera paso a la Ilustración, que nos haría saber que con ese conocimiento estábamos en condiciones de reclamar más derechos, más libertades y más garantías ciudadanas. Hoy, en cambio, se producen transformaciones que nos dejan sin aliento año a año, día a día, casi minuto a minuto, y no por algo tan material y consistente como una imprenta, sino por fenómenos casi inasibles y abstractos, como un logaritmo. Es a lo que en última instancia se reduce Google.
Los nuevos medios nos han llevado de vuelta, por más que fuere de modo virtual, a la plaza pública de los griegos, de la que habló Lagos. La plaza pública en la que se ventilan, con más aireación que antes, la corrupción y la falta de transparencia de los actos públicos, pero en la que difícilmente podremos sostenernos indefinidamente.
Hubo acuerdo en que la imprenta de Gutenberg, aunque más lenta en sus derivaciones históricas que estos nuevos instrumentos concebidos por gentes de menos de 30 años en garajes o dormitorios universitarios, llevó nada menos que a la reforma religiosa. Bastó para ello sólo con dar lugar a ediciones de la Biblia fuera del control de los copistas instruidos por benedictinos.
El genio de quien inventa está lejos de prever las consecuencias de lo inventado. Gutenberg poco podía imaginar de los efectos finales de la imprenta y de su recreación misma en sucesivas etapas. Tampoco los jóvenes que están revolucionando la Humanidad con una tecnología al servicio de la información y el conocimiento más instantáneo del que nunca se hubiera conocido han de asistir sin perplejidad a todo a lo que han abierto paso.
Se ha ido tan lejos, dice Juan Luis Cebrián, periodista y miembro de la Real Academia Española, que los hogares ya no cuentan; cuenta la movilidad. "El hogar está -dice- donde se encuentra tu corazón, y tu corazón está allí donde convergen los contenidos." Desde luego que es una metáfora de parte de alguien que acaba de comprarse una casa en Brooklyn y no renuncia a la vieja convención de privilegiar el techo, pero la observación estaba destinada a abrir los ojos en un mundo en que lo que vale oro, oro de verdad, es "wiki", o sea, lo que es rápido y convergente y está libre de viejos prejuicios. Después de todo, el primero que dijo "wiki" no fue un inglés ni un español; fue un antiguo e innominado hawaiano.
Como la historia ha demostrado que no podemos quedarnos toda la vida en la plaza pública, una pregunta por contestar, siguiendo el hilo de la exposición de Lagos, es de qué manera se hará la transición entre esta suerte de democracia directa moderna instalada por las nuevas tecnologías y una democracia representativa -con orden, ley, libertad e igualdad- que se haga cargo, además, de que es imposible volver atrás.
En el fondo, como dijo Natalio Botana, siempre uno vuelve a Tocqueville, porque siempre el nuevo régimen tiene algo del viejo. Y si la imagen de un maestro impartiendo enseñanza a los alumnos sigue imperecedera desde los más remotos recuerdos de la humanidad, la instrucción pública deberá seguir siendo vista como el más potente instrumento para incluir a todos en la marcha hacia delante.
Brown fue un lugar apropiado para decirlo. En esta tierra, Sarmiento dejó constancia de su impresión por lo que significaba para la humanidad una aptitud envidiable como la de los norteamericanos para registrar las marcas y patentes de lo que se inventaba. Y aquí mismo, en medio del coloquio que nos congregaba, apareció el presidente de Colombia y miembro él también del Foro Iberoamérica, Juan Manuel Santos, para retomar las palabras del presidente Barack Obama en su reciente gira continental, sobre la medida en que América latina concierne a los intereses estratégicos de los Estados Unidos.
Las proyecciones indican, dijo Santos, que en 2058 el 30% de la población de los Estados Unidos será de origen hispanohablante, pero no sólo eso: en 30 años más, y a estas tasas de crecimiento latinoamericano, la suma de Brasil, Colombia, Chile, la Argentina y Venezuela conformará la tercera economía mundial.
Es cosa, pues, propuso Santos, de entendernos con igualdad de derechos y respeto recíproco y de echar al trasto de las interpretaciones infundadas -e infortunadas- aquella de 1970 del presidente Richard Nixon a Donald Rumsfeld, entonces uno de sus jóvenes asistentes: "Donald, el único asunto que cuenta para nosotros es China, Rusia y Europa. Latinoamérica no cuenta. La gente no da un bledo por ella".
¿A que sí?
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