domingo, 1 de agosto de 2010

FREEGANS: Cartoneros del Primer Mundo

LONDRES
Llegan a un supermercado pero no entran por la puerta de adelante, ellos encaran directamente al estacionamiento de atrás. Es de noche y corren, linterna en mano, hacia los tachos. Un container enorme, verde, descansa detrás de una reja. La mitad del grupo se trepa con algo de esfuerzo y, cuando abren la tapa, se encuentran con un panorama no tan diferente a lo que veo en mi compra semanal: varios paquetes de jamón, bolsas de zanahorias, pizzas congeladas, fideos secos, latas de tomates.
Todo está envasado, todo tiene la fatídica fecha de vencimiento pero ninguno con muestras de mal estado. El supermercado, situado en el sureste de Inglaterra, considera todo, simplemente, basura.
El jefe de la expedición, Mark Boyle, se lleva una bolsa a casa aunque deja mucho atrás.
"Para el que venga después", dice.
Boyle es un joven ambientalista irlandés y una de las caras visibles de una tribu urbana cuyos miembros creen en la posibilidad de una economía que dependa mucho más de la buena voluntad de cada individuo que del papel y las monedas.
Los freegans , como se llama a los protagonistas de este fenómeno que tiene su epicentro en Inglaterra pero también se expande en Estados Unidos y decenas de otros países, insisten en que muchos de los problemas que sufre la sociedad actual se relacionan con el desecho de residuos que no son tales.
Viven en casas tomadas o en casas rodantes, generalmente en grandes ciudades, trabajan en organizaciones de voluntarios, comen de lo que otros desechan aunque esté en perfecto estado, reciclan cada objeto que llega a sus manos y le dan un uso a cada cosa hasta que se desintegre.
Para ellos, vivir sin dinero o casi sin dinero es una elección. Muchos son profesionales o dejaron un trabajo rentado para dedicarse a esta nueva forma de vida y demostrar que es posible una existencia en mayor armonía con el medio ambiente.
Es difícil saber con precisión cuántos freegans hay en Inglaterra, aunque la cantidad de comentarios que aparecen en los foros dedicados al movimiento parece indicar que son, al menos, miles.
Según expertos consultados por LA NACION, la mezcla fatídica de crisis económica con terror ecológico está funcionando como un perfecto caldo de cultivo para el crecimiento acelerado de este tipo de grupos.
"Las casi un billón de personas que sufren hambre en el mundo podrían mejorar su situación considerablemente con menos de un cuarto de la comida que se tira en Estados Unidos, el Reino Unido y Europa."
Al menos eso dice Tristam Stuart, freegan y autor del libro Waste ("Basura"), una investigación profunda sobre el mercado de producción de comida y la crisis de la basura en el Primer Mundo.
En su libro, Stuart insiste en que la actual lógica de producción, mediante la cual los supermercados exigen a los productores manzanas perfectas, tomates modelo y lechuga sin marcas, y las reglas exageradas en cuanto a las fechas de vencimiento están creando una sociedad en la que la filosofía de lo descartable deja a miles con hambre y hiere al medio ambiente.
Tristam estaba tan convencido del escándalo de la "basura que no es basura" en Inglaterra que, a fines de 2009, logró dar de comer a 5000 personas en el centro de Londres con lo que consiguió en los tachos de basura de las grandes cadenas de supermercados.
Mark Boyle, por su parte, dice que ser freegan va mucho más allá de comer de la basura.
Cadena de consecuencias
Para comprobar que el dinero no es lo que mueve al mundo, el irlandés se propuso vivir un año sin el metal precioso y, más de 15 meses después, el experimento se transformó en una forma de vida.
Nada de electricidad, ni comprar cosas nuevas, ni autos, ni colectivos, ni cañerías, ni supermercados, ni negocios, ni hornos, ni baños.
"Mientras trabajaba en una empresa de comida orgánica me di cuenta de que lo que hacía ahí no era suficientemente ético, de que muchas de las injusticias que vemos hoy, como el trabajo forzado, la pobreza y la situación ambiental, tienen mucho que ver con lo lejos que estamos de las materias primas y con el sobreconsumo", dijo Mark en conversación telefónica con LA NACION desde su casa rodante estacionada en las afueras de Bath, al sureste de Inglaterra.
La ecuación que este economista hace es clara: cuando vamos a comprar algo, hay una cadena de consecuencias que nunca llegamos a ver pero sobre la que somos responsables (el impacto ambiental, el trabajo forzado, las pruebas con animales) y lo que une aquello con esto es simplemente el dinero.
Saquemos el dinero de la ecuación y ya estamos mejorando el mundo considerablemente.
O al menos esa es la teoría.
El primer paso para transformar su teoría en una forma de vida fue hacer una lista de todo lo que consumía, las cosas que debería dejar y las que tendría que aprender a hacer para sobrevivir sin dinero.
"Tuve que invertir tiempo para aprender cosas indispensables para la supervivencia como cuestiones de agricultura, armar un baño ecológico, arreglar una bicicleta o instalar un panel solar", dijo Mark a LA NACION.
Consiguió una casa rodante usada a través de amigos de amigos, fabricó un baño ecológico (sí, un agujero en el piso con una casita de chapa alrededor), instaló un panel solar para poder usar la computadora para hablar sobre su proyecto (el único lujo permitido), fabricó un horno externo para cocinar la comida que hoy consigue por ahí y una pequeña estufa para los meses más helados, que por estos lados son muchos.
La casa rodante es tan simple como puede ser: usada, sin electricidad ni conexión con ningún servicio. La cocina es una especie de parrilla externa, problemática cuando llueve. El baño es ecológico, afuera. La ducha, también al aire libre, es una bolsa que acumula agua de lluvia, la calienta con el sol y la deja lista para usar, en verano, claro. Para lavarse los dientes, usa huesos de pescado y semillas con poder abrasivo, todo con un cepillo de dientes que encontró tirado por ahí. De papel higiénico, diarios.
La calefacción dentro del hogar mínimo es natural, con madera.
El transporte es exclusivamente humano. Bicicleta con carrito adjunto para cargar lo que Mark va encontrando por ahí o caminata. Además de editar drásticamente lo que hace cada día, se ahorra el pago del gimnasio.
"Al principio, todo me llevaba mucho tiempo antes de establecer mis rutinas. Lavar la ropa, conseguir comida, cocinar, tener que ir en la bici a todos lados en vez del colectivo. Todo llevaba demasiado tiempo y esfuerzo pero ahora es mucho más fácil, estoy más organizado", aseguró Mark.
"Lo mejor del proyecto fue sentirme liberado, no depender del sistema que se relaciona inexorablemente con la corrupción y se basa en la inequidad. Lo más difícil fue tener que dejar el papeleo con el banco, las cuentas a pagar, el estrés... No, realmente esas no fueron cosas tan difíciles. Creo que lo más difícil fue dejar el jabón o no salir a tomar una cerveza con mis amigos. A veces todo esto puede ser solitario, pero estoy todo el tiempo muy ocupado".
"Mi familia me apoya muchísimo, hasta se han hecho vegetarianos y han reducido bastante todo lo que consumen. No estoy diciendo que todo el mundo debería dejar de usar dinero mañana, la idea es hacer pequeños cambios en el estilo de vida de cada uno."
En Manhattan, sin dinero
Colin Beavan y su esposa, Michelle, evaden la pregunta que todos les hacen casi obsesivamente. Para él, vivir sin los lujos de la modernidad implica mucho más que el detalle de no usar papel higiénico.
Este neoyorquino y también su esposa, su hija y su perro son freegans , y su desafío consiste en vivir de la forma más básica posible en una de las ciudades más modernas del mundo.
Nada de latas, ni botellas de plástico, ni cosas nuevas (incluyendo, sí, el papel higiénico), ni diarios, ni revistas, ni electricidad, ni tele, ni diario, ni aviones, ni taxis, ni subtes ni asesores.
"El desafío es vivir de forma verde en grandes ciudades, pero la realidad es que la mayoría de las personas en el mundo viven en grandes ciudades, así que hay que buscar la forma de hacerlo", dijo Colin desde Nueva York a LA NACION.
"Podemos comprar comida en los mercados locales, andar en bicicleta en vez de en auto y calefaccionar los edificios en su conjunto en vez de individualmente. La cuestión clave es modificar los hábitos de consumo. Necesitamos comprar menos, consumir menos cosas nuevas".
El departamento de la joven familia se adecuó a las necesidades. Cajas de reciclaje. Un "cajón de abono" en el living, velas y juegos desenchufados para la niña.
"Lo más difícil fue hacer cosas como lavar la ropa en la bañera o tardar más en llegar a algún lugar, pero los beneficios fueron enormes. Mejoré mucho la salud por comer más sano, perdí peso y me convertí en mejor padre por el tiempo que empezamos a pasar con nuestra hija", explicó Colin.
La familia Beavan documentó su vida durante un año y de la experiencia resultaron el libro No impact man ("El hombre sin impacto") y un multipremiado documental. Ambos proponen cómo vivir una existencia más sana, verde y feliz, en pasos que van desde lo más sencillo hasta lo más extremo.
"Empezamos un jueves a la noche, en medio de una ola de calor. Nos peleamos por quién llevaría a nuestra hija a la guardería, cuando ya todo tenía que hacerse caminando, y por quién iría a comprar la leche al único negocio que vendía botellas retornables. Pero unos días más tarde, Michelle se sorprendió de cuánto le gustaba la caminata a la oficina, un tiempo para ella sola. Sin la tele, empezamos a pasar más tiempo con Isabela y, con tanto ejercicio, todos empezamos a perder peso. Descubrimos una forma de vida mucho más calma en el medio del caos", escribió Colin en su blog.
Hoy los Beavan prendieron las luces, pero muchos de los antiguos hábitos continúan con ellos. Siguen andando en bicicleta, comprando productos en la feria y no en los supermercados, y controlan hasta el más mínimo detalle lo que consumen.

¿Un lujo del Primer Mundo?
Claro que no todos son amigos de los freegans .
Los medios de comunicación de las ciudades donde estos activistas pululan contienen también criticas de ciudadanos que creen que los freegans pueden vivir sin dinero porque dependen de acolchonados sistemas de seguridad social europeos financiados por las altas tasas de impuestos que ellos pagan.
Los antifreegans dicen que simplemente no todos podrían seguir ese estilo de vida, ya que si todos decidieran existir sin dinero, no habría nadie para hacer funcionar el mundo. Algunos otros los critican porque al comer de la basura ponen en riesgo su salud, lo cual, a la larga, llevará más presión a los sistemas de salud públicos.
Lo cierto es que, al menos hasta el momento, el movimiento freegan parece ser un fenómeno del Primer Mundo, presente en sociedades donde las personas pueden darse el lujo de vivir sin dinero porque los tachos de basura de los supermercados están repletos de comida en buen estado. En los países pobres, en cambio, donde los sistemas de bienestar social son magros o inexistentes, miles de freegans pululan cada noche por las calles porque no tienen otra opción.
© LA NACION

Referencias
El movimiento freegan no tiene líderes formales, pero algunas de sus caras más conocidas son las de Mark Boyle, autor del libro The Moneyless man ("El hombre sin dinero") y creador de una comunidad online de freegans, y Tristan Stuart, autor del libro ("Basura"). Waste
En la Red también están presentes: http://freegan.org.uk/ (Organización de freegans en Inglaterra); www.justfortheloveofit.org/blog (Blog del líder Freegan Mark Boyle); http://www.tristramstuart.co.uk/ (Libro del freegan Tristam Stuart); www.atasteoffreedom.org.uk (Proyecto del freegan Tristam Stuart para dar de comer a 500 personas con materiales de la basura); http://noimpactman.typepad.com/ (Web de Colin Beavan, freegan norteamericano).

lanacion.com

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