domingo, 28 de junio de 2009

Días de alcobas agitadas y duelo global


Por Pablo Sirvén

Quizá sea sólo producto de la casualidad, que nada entiende de dosis (y mucho menos de sobredosis), pero lo cierto es que la acumulación malsana, en los últimos días, de noticias cuyos ejes pasan inexorablemente por la exposición obsesiva de vicios, debilidades y miserias de las vidas privadas de notables personajes públicos corroe de manera creciente el espacio del pensamiento público, volviéndolo cada vez más insustancial, chimentero y morboso. Son materiales combustibles de tan alto como fugaz impacto, que al cabo de un tiempo desaparecen para ser reemplazados por otros de similares poco nutritivos contenidos. Entretienen, alimentan las habladurías y como los fuegos artificiales iluminan un rato el cielo, enseguida se hacen humo y no dejan rastros.

El avance impetuoso de estas coloridas crónicas (especialmente en los medios audiovisuales y en Internet, aunque la gráfica, por lo que puede verse, tampoco se priva y aprende rápido) va en desmedro de los cada vez más achicados espacios mediáticos para la reflexión y el despliegue de temas de mayor trascendencia y de consecuencias mucho más duraderas sobre la población.

En lugar de amedrentar para que la prensa cese con su función inquisitiva, los poderosos del mundo podrían empezar a congratularse por el excelente negocio que significa para ellos que los medios estén cada vez más entusiasmados con aquellos aspectos que hacen a la sexualidad, los amoríos, las curiosidades y las desgracias de celebridades, que en seguir metódicamente las cuestiones de Estado, aun cuando, cada vez más seguido, ellos también sean sorprendidos con las manos en esas masas más afrodisíacas. Siempre les será más fácil zafar de cuestiones de tipo personal, relacionadas con el difuso ámbito de las emociones y las pasiones extremas, más allá del consabido escándalo inicial, que si los periodistas vuelven a concentrarse seria y consecuentemente en el manejo de la cosa pública y en el seguimiento minucioso de cómo se elaboran las políticas de Estado que afectan, para bien o para mal, la vida de millones de personas.

* * *

Las fiestas privadas del premier italiano Silvio Berlusconi ya conforman una apasionante novela en entregas de la que no podemos prescindir; la canita al aire del gobernador de Carolina del Sur, Mark Sanford, tan luego con una argentina, es como una tentadora caja llena de bombones que no podemos parar de deglutir hasta verle el fondo (en un sentido similar resultaron un buen aperitivo los dimes y diretes surgidos del show erótico privado que habría demandado semanas atrás, en su visita a Buenos Aires, Bill Clinton) y, finalmente, la necrológica estelar de la semana que pasó (Michael Jackson) puso a todo el mundo a girar especialmente alrededor de sus contornos más oscuros, y no de sus excepcionales aportes en el campo de la música, el montaje de shows y videoclips y la coreografía.

Las fotos de las agraciadas amigas íntimas de Berlusconi y los trascendidos con detalles de esas reuniones privadas ya se tornaron imparables por más "apagón televisivo" que el primer ministro italiano quiera imponer a la RAI y a la influyente red de emisoras propias. Lo de Sanford tiene el plus, para nosotros los argentinos, de que la inspiradora de sus amoríos clandestinos y extramatrimoniales, es una muy mona compatriota. Y queremos saberlo todo sobre ella. Hemos convertido a la sociedad local y global en un gran vecindario, donde se incentiva a espiar por el ojo de la cerradura de la puerta de al lado.

Más allá del innegable punto a favor que tiene desenmascarar a personajes influyentes, especialmente a aquellos que ostentan discursos retóricos y moralistas en público, mientras en su privacidad hacen todo lo contrario y no pocas veces solventando esos gustos prohibidos con dineros estatales, lo que comanda el afán de la revelación no es tanto ese móvil como chapotear en el fisgoneo y en los detalles escabrosos el mayor tiempo posible.

Las aristas más controvertidas de la exótica personalidad de Michael Jackson -abusado de chico, andrógino, el perfil perenne de Peter Pan, el aspecto de extraterrestre, las deudas pendientes, las acusaciones de pedofilia que dieron lugar a un arreglo extrajudicial multimillonario y a un juicio que tuvo pendiente al planeta- gastaron más espacio en la TV que sus enormes contribuciones al mundo del espectáculo.

Antes había un manejo más prudente (o, si se quiere, hipócrita) en el tratamiento de este tipo de temas. Tal vez primaba un desmedido silencio cómplice que todo lo tapaba y que, a la postre, también resultaba dañino. Todo se sabía, casi tan bien como ahora, pero por lo bajo. "De eso no se habla", solía decirse para alimentar los mantos de silencio colectivos o familiares que encubrían inconfesables historias de alcoba. Ese tipo de informaciones amarillas no salían: apenas, en lenguaje enigmático, revistas faranduleras, de circulación casi exclusiva en clases menos pudientes, se atrevían a ir un poco más allá.

Ahora que la cultura del chimento se ha enseñorado de todo y ha pasado prácticamente a dominar el centro de la escena, los noticieros, los programas periodísticos y hasta los periódicos se contagian unos a otros esa promiscua liviandad para cubrir determinadas informaciones.

"La experiencia de la libertad -dice Cornelius Castoriadis, en El avance de la insignificancia (Eudeba, Buenos Aires, 1997)- se vuelve insostenible en la medida en que no logra hacer nada con esa libertad. ¿Por qué queremos la libertad? Primero, la queremos, ciertamente, por ella misma; pero también, para poder hacer cosas. Si no se puede, si no se quiere hacer nada, esa libertad se convierte en la pura figura del vacío."

lanacion.com

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