sábado, 11 de abril de 2009

Cuando el placer y el lujo, tras la última locura, llevan a la tristeza


Por Juana Libedinsky
Para La Nacion - Buenos Aires, 2009
"Es como decir la generación San Isidro-Recoleta-Palermo Chico", explica en un castellano totalmente aporteñado Thibault de Montaigu.
Sentado en el living de su flamante departamento en San Telmo, ubicado justo encima del centro de veteranos de la Guerra de Malvinas, mientras cuenta sus experiencias en la cancha de Boca y lidia con un plomero que viene a hacer reparaciones en las viejas cañerías, el joven escritor francés parece moverse como un pez en el agua.
Sin embargo, casi no podría estar más lejos de sus orígenes en el triángulo dorado de las familias acomodadas de París, conformado por los barrios de Neuilly, Auteuil y Passy. De allí han salido los jóvenes que son un nuevo fenómeno social y literario galo: la generación nappy , tipificada para muchos por los hijos de Sarkozy (el presidente francés era, de hecho, el alcalde mismo de Neuilly). Los nappies son una tribu urbana que ha causado furor en los medios. Se los considera el último baluarte del consumismo extremo en el medio de una crisis económica mundial a la cual se sienten inmunes. Ya han sido objeto de documentales para la televisión e, incluso, de libros que cuentan su realidad desde adentro.
Nappy naturalmente es un acrónimo formado sobre la base de los topónimos Neuilly-Auteil-Passy, pero también hace referencia a la expresión en inglés not happy (no felices), ya que estamos hablando de los auténticos chicos ricos y tristeza, autodestructivos y cuyo consumo desenfrenado termina, inevitablemente, en el de las drogas duras. De las pistas de esquí de Megève a las playas de Saint Tropez, los nappies son fácilmente reconocibles por una estética marcada. "Soy francesa y parisina, pero no pertenezco más que a una sola comunidad: la muy cosmopolita y controvertida tribu Gucci-Prada. El monograma es mi emblema", resume la protagonista de Hell , novela de Lolita Pille, libro de culto de los nappies , devenido best seller y ya llevado al cine.
A pesar de su exasperante frivolidad, los nappies van a los colegios más exclusivos y que brindan la educación más refinada, algunos de ellos son profundamente conscientes y reflexivos respecto a sus costumbres decadentes.
"Cada tanto en la historia francesa -cuenta de Montaigu- aparece un grupo que busca rebelarse contra lo que ve como la brutalidad del mundo y lleva al extremo las características más superficiales de su cultura. Fue el caso de la jeunesse dorée original. Eran jóvenes de buenas familias que después del terror de la Revolución empezaron a salir vestidos de manera muy cuidada, elegante, con un lujo muy ostensible para protestar contra las ejecuciones, y esto es, de alguna manera, una continuación de esa tradición."
De Montaigu, nacido en 1979, siempre estuvo en una posición privilegiada para contar sobre la jeneusse doré del siglo XXI. Por un lado, aunque vestido con discretísimo pantalón beige y camisa azul sin marca, indiscutiblemente es parte de ella. Por el otro, es hijo de Françoise Gallimard, y bisnieto de Gastón, fundador de la célebre editorial que publicó a Gide y a Proust. Escritor precoz, su primera novela, ( Feu , que luego tuvo una continuación en la más reciente Un jeune homme triste ) salió a la venta cuando él tenía 24 años y causó tal sensación que hoy comparte editor con Houellebecq.
"Hace unos cincuenta años apareció el movimiento llamado nouveau roman con autores como Alain Robbe-Grillet, que cuestionaban la novela tradicional decimonónica. Decían que ya no tenía sentido escribir novelas al modo de Balzac, con personajes, una trama, un desarrollo y un desenlace. Hoy, en cambio, se está imponiendo la contracara de esto, hay una desmitificación intelectual del nouveau roman en figuras como Houllebecq. que retratan de cerca los avatares de la clase media. A mi lo que me interesa es hacer algo similar pero abordando otra realidad social, mostrando qué hay detrás del dinero y las sonrisas; es la otra cara de la moneda", subraya.
Mientras que el otro autor emblemático de la generación nappy , Lolita Pille, en sus autobiográficos Hell , Bubble Gum y Crepuscule Ville relata de una manera violenta y directa sus experiencias, un poco al estilo de Bret Easton Ellis en American Psycho (pero en este caso se trata de una autora con un álter ego literario femenino, europeo y, sobre todo, que se mueve en un ambiente sin ningún personaje que deba trabajar para mantener el tren de vida), de Montaigu describe el mismo mundo desde una perspectiva más sutil, melancólica y literaria. Sus novelas ya fueron calificadas de "fitzgeraldescas" por la prensa especializada.
En una pausa para una coca cola helada en la cocina, que intenta paliar los aplastantes 40 grados del verano porteño (nada de aire acondicionado en el viejo piso de San Telmo), esta redactora le comenta que Louis Auchincloss, el gran retratista de la clase alta americana, le había comentado cuán difícil es dedicarse hoy a escribir sobre la alta burguesía si lo que uno busca es hacer literatura seria.
"En Francia sucede lo mismo, pero no es un fenómeno nuevo", comenta De Montaigu. "A Gide, sin ir más lejos, nadie lo quería publicar inicialmente por pertenecer a una familia burguesa. En Gallimard no le quisieron editar En busca del tiempo perdido a Proust, hasta que sacó Por el camino de Swann en otra editorial, porque era considerado un diletante mundano, estupidizado por su riqueza, y los personajes de la novela les parecían demasiado tradicionales. Y claro está, el clásico ejemplo europeo es el de El Gatopardo , del príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa, libro rechazado hasta por el gran promotor cultural Elio Vittorini por ser una historia de la aristocracia siciliana. Como se sabe, Lampedusa murió sin ver su novela publicada. En Europa hay una omertà , un pacto de silencio, como el que existe en la mafia, respecto a las clases más altas. Garantía de ser un escritor serio es contar la vida dura de la gente marginal, pero a mí me estimula otra cosa".
En Les anges brûlent (Fayard), por ejemplo, De Montaigu lleva al extremo el carácter endogámico del clan y narra el amor de un adolescente por su prima, y una traición que lleva a este campeón de tenis de colegio privado de Auteuil (con madre de brushing perfecto y padre de coche deportivo) a los límites de la demencia y el suicidio. En Un jeune homme triste (Fayard), un fin de semana de caballos y casino en Deauville marca la pérdida de la inocencia para una pareja de jóvenes que todavía vivían la ilusión del primer amor.
Es irresistible preguntarle a De Montaigu cuán autobiográficos son sus libros. "Soy yo en cuanto conozco a los jóvenes que retrato y los frecuento. Esto es complicado porque no me resultan un asunto ajeno al que pueda abordar con una objetividad casi científica. Pero supongo que darle sentido a lo que somos es el problema de la literatura en general. Mis libros, debo aclarar, no son la realidad, sino la verdad sobre un grupo social. Como en esos discos que son los "best of", compilaciones de lo mejor de una banda o una época, yo voy seleccionando. No me baso en nadie en particular, por eso me resulta gracioso cuando se me acerca gente en la que nunca pensé y me dice "¡Me reconocí en tu novela por los pantalones Ralph Lauren que llevaba el personaje!", dice con su enorme sonrisa a lo Mick Jagger.
¿Cómo explica De Montaigu que haya surgido el fenómeno nappy ? "Son jóvenes a los que no les queda nada por conquistar -resume-. No conocieron, como la generación de sus padres, la Guerra de Argelia o las privaciones de posguerra. Nacieron y crecieron ultraprotegidos en un cascarón con facilidades de todo tipo y rodeados de todo lo que es bello. Lo único que los motiva es la búsqueda del bienestar absoluto: reciben la mejor educación, gozan de las mejores vacaciones, las mejores fiestas, tienen todo para ser felices. Sin embargo, hay un punto en el cual la búsqueda por esta maximización del placer se vuelve desenfrenada, una especie de acumulación capitalista salvaje del hedonismo cuya meta es el bienestar al que nunca se llega porque siempre hay un más allá. A todo esto se suma el gran problema de la sociedad contemporánea, que es la ausencia de puntos de referencia. En esta búsqueda de sensaciones nuevas, después de la última locura, del último auto que va a 300 kilómetros por hora, lo que viene siempre son las drogas, que es parte de lo que define a los nappies ".
De Montaigu está recién casado con una argentina y ha visitado el país en varias ocasiones antes de instalarse. ¿Cómo compararía a los jóvenes que viven en las zonas acomodadas de Buenos Aires con los del triángulo nappy ? "No conozco tanto ese tipo de fenómeno en Buenos Aires -se disculpa-, pero creo que es distinto. A pesar de las características europeas de esta ciudad, hay rasgos más latinoamericanos. No veo, por ejemplo, que el malestar del mundo occidental aquí sea tan grande como el que padecen las clases altas francesas, ni veo una despersonificación del sexo como tenemos allí. El hombre porteño sigue siendo bien macho y la mujer coquetea."
Mucho antes de desembarcar en la Argentina de Montaigu asegura haber devorado a Borges, Cortázar y Victoria Ocampo, ésta en particular le había atraído porque fue la amante de Drieu La Rochelle. "El siempre me interesó muchísimo, después de todo es quien dio la mejor definición de la pampa argentina, la de vértigo horizontal ", subraya. Edgardo Cozarinsky y Alan Pauls son otros de mis favoritos, y no es imposible que me haya mudado a San Telmo por haber leído El cantor de tangos , de Tomás Eloy Martínez".
Encerrado en su estudio en el viejo edificio, está terminando su tercera novela, pero hay poco de su nuevo entorno que se haya filtrado en el relato ("Es sobre Francia en los años 50 y 60, Sagan, Bardot, las chicas de Madame Claude, la prostituta de lujo de la época y, por supuesto, la heroína, droga que entró fuertemente en escena en esa época", aclara). No descarta, sin embargo, que llegue a volcar su experiencia porteña en un libro de ficción. "Buenos Aires es el paraíso para un escritor", concluye. "Con sólo subirse a un taxi y escuchar las historias de los conductores, hay material para novelas infinitas."
© LA NACION

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