miércoles, 9 de marzo de 2011

La angustiosa espera de una llamada

¿Hay que dejar pasar un tiempo prudencial para establecer una comunicación telefónica luego de una primera cita? ¿Por qué son tan complicadas las reglas en el juego de seducción?. Por Agustín Aguirre


Por Agustín Aguirre
RevistaOhlala.com

Si algún loco intentara desglosar al cien por cien las complicaciones que acarrean las relaciones sentimentales, debería pensar en comprarse un papiro de no menos de cinco mil kilómetros de largo. Pero mi intención no es esa, sino que lo que quiero es hablarles acerca de las ridiculeces que las personas hacemos a la hora de comunicarnos con quienes nos interesan.

Sinceramente, no recuerdo persona que no haya sufrido o no haya sido víctima de la incertidumbre e indecisión luego de una primera salida, o a la hora de comunicarse con una ex novia, o para llamar a la persona que le gusta y que, de pronto, desapareció.

Y yo, en todos, los casos observo una especie de locura masificada en la que la gente comienza a encarnar un personaje que aprende de repente y, cual mago, aparece y desaparece mágicamente, y en el que sus características principales son la capacidad de dosificar su interés como si se tratase de un cuentagotas de amor.

Cuando observo esta situación, siento que alguien me agarra el corazón y lo coloca en la parrilla del asado del domingo. Porque no puedo entender como una persona que tiene interés en otra, decide dejar pasar un tiempo prudencial para contactarse. Algo totalmente ridículo, ya que uno no puede hacer o deshacer el interés que la otra persona siente por nosotros.

Todos somos tan omnipotentes que no comprendemos el hecho de no tener la capacidad de encantar a alguien, sino más bien, tenemos la debilidad de encantarnos con alguien. Por ende, no hay esfuerzo, acto o demostración que pueda causar un impacto impensado en la otra persona. Es decir que si a una persona no le interesamos, por más que nos tiremos de parapente y caigamos en el jardín de su casa, nada cambiará. Sin embargo, las personas creen que si desaparecen o no dan rastros de vida, la gente que nos interesa comenzará a vernos de otra manera y a pensar que somos interesantes.

Si nos ponemos a pensar, esto no es más que un acto de masoquismo, ya que la otra persona no nos pretende por quien somos realmente, sino que se trata de un juego de ego en el cual no tolera el hecho de que no nos estemos tirando encima, suplicándole que nos dé bola. Algo totalmente enfermo y de lo cual nada bueno puede salir, ya que desde el primer momento está instaurada una competencia enferma en la que el que finalmente demuestre interés en el otro será el perdedor.

Así que todo termina siendo muy superficial y frívolo, debido a que uno debe encarnar un papel como si fuese actor, en vez de ser como realmente es. Es cierto, el misterio puede generar cierta atracción en el otro. Pero tarde o temprano debemos ser nosotros mismos, si es que pretendemos mantener una relación, y es allí adonde nuestra estrategia falla y se cae la estantería.

Por estas razones, considero que la cabeza y las tácticas deben ser dejadas de lado y empleadas para trabajar o para jugar al póker, y lo que uno realmente siente debe ser accionado.

No importa cuando la conociste, no importa hace cuánto que no te habla, no interesa si no te llamó, lo único que importa es que hagas lo que realmente sentís. Lograr llegar al estado de paz de saber que esa persona no era para vos, o en el mejor de los casos era para vos y estaba esperando ansiosa ese llamado que vos pensabas racionar.

Que le muestres a esa persona que te interesa, y que en tu autenticidad estás dispuesto a perderlo todo, a llamarla cuando se te antoje, a verlo cuando quieras, y a no tolerar cosas que van en contra de tus sentimientos.

Porque retardar el sufrimiento ya es un fracaso en diferido, y medir las relaciones y sensaciones por tiempo y no por intensidad, es la ignorancia en su máxima expresión.

A lo largo del tiempo ha quedado demostrado solo una cosa: que no existen fórmulas matemáticas para ganar o perder en el amor. Y que lo único que nos queda, es la sana intención de sabernos glorificados por el simple hecho de sentir, haciendo caso omiso de los detractores que quieran decirte cuándo llamar, cuándo aparecer, cuándo decir te quiero, o cuándo hacer lo que sentís ganas de hacer.

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