A lo Berlanga, pero en plan danés, la Cumbre del Clima está transformando Copenhague en un lugar propenso al esperpento. Lo último: las prostitutas se venden gratis. Siempre que se trate de una señorita afiliada al SIO, el sindicato de las trabajadoras del ramo, los delegados y periodistas interesados en su conocimiento carnal sólo deben mostrar la acreditación oficial y una de las postales que el Ayuntamiento reparte por sedes y hoteles pidiendo que no se compre sexo.
El SIO ha montado en cólera porque la campaña -bajo el eslogan «Sea sostenible, ¡no compre sexo!»- omite que la prostitución en Dinamarca es legal y ha contraatacado con su oferta de revolcones gratis. «La cumbre ha sido tomada como rehén para una campaña local que demoniza a los clientes y no distingue entre el tráfico de mujeres y quienes nos dedicamos libremente a esto», denuncia Susanne Møller, portavoz del sindicato. «En el Ayuntamiento no desean dialogar. Se recluyen en sus despachos y estudian cómo salvarnos. Es como si no valiésemos nada. Ni siquiera se dignan a hablar con nosotras. En realidad nos discriminan. Preferimos tener derechos a que nos salven».
Efectivamente, a diferencia del resto de Escandinavia, donde contratar los servicios de una prostituta es delito, aquí el oficio puede desempeñarse sin trabas, aunque sí se persigue a los proxenetas, curiosamente conocidos como alfonser, o sea, alfonsos. Las profesionales que declaran sus ingresos lo hacen como cualquier otro trabajador autónomo. En la última década, sin embargo, se viene librando un encendido debate sobre la necesidad o no de seguir el ejemplo de suecos, noruegos, islandeses y finlandeses. La oposición de izquierda se muestra a favor. El Gobierno liberal-conservador se resiste. Entre los partidarios de la prohibición destaca el Ayuntamiento de Copenhague, bajo dominio socialdemócrata desde hace más de un siglo.
Código ético
Por iniciativa de la alcaldesa saliente, la veterana y muy impopular Ritt Bjerregaard, la corporación municipal ha adoptado un código ético contra el sexo de pago que ahora pretende ampliar a los delegados y periodistas que entre discurso y discurso hayan pensado visitar algún burdel.
Si se ha de creer a Bjerregaard, eventos como la presente cumbre hacen que el comercio sexual se dispare. Entre las prostitutas hay divergencia de opiniones. Møller asegura que es un mito. Otras, como la denominada Miss Dina, discrepan: «Cada vez que hay una cosa de éstas, trabajamos como locas. Los políticos también necesitan relajarse después de un largo día de reuniones».
La alcaldesa explica que su equipo desea erradicar la prostitución «porque no debe permitirse comprar cuerpos». Møller puntualiza que ella y sus colegas no venden sus cuerpos, «sino simplemente un servicio sexual». La portavoz del SIO, una antigua enfermera que escribe sus experiencias en un blog, causó un notable revuelo hace un par de años cuando un semanario publicó fotos de su web en las que aparecía desnuda en dependencias del palacio real de Amalienborg. Møller fue interrogada por la Policía, pero no se llegaron a presentar cargos en su contra. Nunca quedó claro si se trató de un montaje.
La polémica sobre la prohibición se debe esencialmente al problema planteado por la trata de mujeres, fenómeno casi inexistente en Dinamarca hace un par de lustros, pero en claro aumento desde la ampliación de la UE al Este de Europa. De las aproximadamente 2.000 prostitutas que trabajan en la capital, la mitad son extranjeras: africanas, rumanas, tailandesas...
Bajo la vigilancia de sus alfonsos, han comido el terreno a las contadas drogadictas autóctonas que seguían trabajando la calle en torno a la clásica zona comprendida entre Istedgade y Kødbyen, la ciudad de la carne, así llamada no por su sórdida transformación en cuanto cae la oscuridad, sino porque allí se concentraba la industria cárnica de la ciudad. Y aquí se recomienda vivamente a los participantes en la cumbre que no insistan ni con su acreditación, ni con la postal de marras.
La alcaldesa Bjerregaard, que será sustituida en breve por su correligionario Frank Jensen, ha vuelto a constatar que últimamente sus tiros le salen todos por la culata. Un gol en propia puerta es como la mayoría de comentaristas locales describe su campaña. Hasta la dirección de su partido, ansiosa por que se jubile, le ha dado la espalda. «De haberme consultado sobre esta iniciativa, hubiera recomendado que no se llevase a cabo», declaró ayer Henrik Sass Larsen, portavoz del grupo parlamentario. «Habría sido preferible conformarse con salvar el clima».
El SIO ha montado en cólera porque la campaña -bajo el eslogan «Sea sostenible, ¡no compre sexo!»- omite que la prostitución en Dinamarca es legal y ha contraatacado con su oferta de revolcones gratis. «La cumbre ha sido tomada como rehén para una campaña local que demoniza a los clientes y no distingue entre el tráfico de mujeres y quienes nos dedicamos libremente a esto», denuncia Susanne Møller, portavoz del sindicato. «En el Ayuntamiento no desean dialogar. Se recluyen en sus despachos y estudian cómo salvarnos. Es como si no valiésemos nada. Ni siquiera se dignan a hablar con nosotras. En realidad nos discriminan. Preferimos tener derechos a que nos salven».
Efectivamente, a diferencia del resto de Escandinavia, donde contratar los servicios de una prostituta es delito, aquí el oficio puede desempeñarse sin trabas, aunque sí se persigue a los proxenetas, curiosamente conocidos como alfonser, o sea, alfonsos. Las profesionales que declaran sus ingresos lo hacen como cualquier otro trabajador autónomo. En la última década, sin embargo, se viene librando un encendido debate sobre la necesidad o no de seguir el ejemplo de suecos, noruegos, islandeses y finlandeses. La oposición de izquierda se muestra a favor. El Gobierno liberal-conservador se resiste. Entre los partidarios de la prohibición destaca el Ayuntamiento de Copenhague, bajo dominio socialdemócrata desde hace más de un siglo.
Código ético
Por iniciativa de la alcaldesa saliente, la veterana y muy impopular Ritt Bjerregaard, la corporación municipal ha adoptado un código ético contra el sexo de pago que ahora pretende ampliar a los delegados y periodistas que entre discurso y discurso hayan pensado visitar algún burdel.
Si se ha de creer a Bjerregaard, eventos como la presente cumbre hacen que el comercio sexual se dispare. Entre las prostitutas hay divergencia de opiniones. Møller asegura que es un mito. Otras, como la denominada Miss Dina, discrepan: «Cada vez que hay una cosa de éstas, trabajamos como locas. Los políticos también necesitan relajarse después de un largo día de reuniones».
La alcaldesa explica que su equipo desea erradicar la prostitución «porque no debe permitirse comprar cuerpos». Møller puntualiza que ella y sus colegas no venden sus cuerpos, «sino simplemente un servicio sexual». La portavoz del SIO, una antigua enfermera que escribe sus experiencias en un blog, causó un notable revuelo hace un par de años cuando un semanario publicó fotos de su web en las que aparecía desnuda en dependencias del palacio real de Amalienborg. Møller fue interrogada por la Policía, pero no se llegaron a presentar cargos en su contra. Nunca quedó claro si se trató de un montaje.
La polémica sobre la prohibición se debe esencialmente al problema planteado por la trata de mujeres, fenómeno casi inexistente en Dinamarca hace un par de lustros, pero en claro aumento desde la ampliación de la UE al Este de Europa. De las aproximadamente 2.000 prostitutas que trabajan en la capital, la mitad son extranjeras: africanas, rumanas, tailandesas...
Bajo la vigilancia de sus alfonsos, han comido el terreno a las contadas drogadictas autóctonas que seguían trabajando la calle en torno a la clásica zona comprendida entre Istedgade y Kødbyen, la ciudad de la carne, así llamada no por su sórdida transformación en cuanto cae la oscuridad, sino porque allí se concentraba la industria cárnica de la ciudad. Y aquí se recomienda vivamente a los participantes en la cumbre que no insistan ni con su acreditación, ni con la postal de marras.
La alcaldesa Bjerregaard, que será sustituida en breve por su correligionario Frank Jensen, ha vuelto a constatar que últimamente sus tiros le salen todos por la culata. Un gol en propia puerta es como la mayoría de comentaristas locales describe su campaña. Hasta la dirección de su partido, ansiosa por que se jubile, le ha dado la espalda. «De haberme consultado sobre esta iniciativa, hubiera recomendado que no se llevase a cabo», declaró ayer Henrik Sass Larsen, portavoz del grupo parlamentario. «Habría sido preferible conformarse con salvar el clima».
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