domingo, 27 de diciembre de 2009

El hígado no patea: mitos y verdades

Según el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, el término "pataleta" pertenece al habla coloquial y da cuenta de una "convulsión, especialmente cuando es fingida". La definición no hace referencia alguna al hígado, ese noble órgano que, con más de 1.000 funciones que cumplir, es el centro de las transformaciones químicas del organismo. El habla popular abunda, especialmente en esta época del año en que por esta parte del mundo se conjugan habitualmente los excesos en el comer y en el beber con las altas temperaturas veraniegas, en la mención a la "pataleta" o su más específico sucedáneo, la "patada" o "ataque al hígado". La versión popular, casi mitológica: como forma de defensa ante los excesos, el hígado "protesta" dando una "patada", que lleva a su dueño a una situación por demás molesta de náuseas, dolores de cabeza, vómitos y una situación de malestar generalizada.
Nada más lejos de la realidad: la tan famosa "patada al hígado" -que a pesar de que lo pueda parecer no es un típico invento argentino, sino que es algo de lo que hablan las medicinas populares en varias partes del mundo- no existe. Eso no quiere decir que los síntomas coexistan, ni que los excesos en la comida -especialmente cuando se trata de las grasas, el alcohol y el vinagre- sean inofensivos. Pero en general, cuando ocurren se deben a una dispepsia, es decir, un trastorno de la función estomacal que puede afectar a todo el aparato digestivo.
Como centro de la química corporal y regulador, entre otras funciones, de la cantidad de sangre que hay en el organismo, el hígado no posee demasiado margen para fallar por cuestiones tan fortuitas como comer o beber de más un día (otra cosa, desde luego, es hacerlo durante toda la vida). Pero afortunadamente, es raro que el hígado se vea afectado directamente, salvo en enfermedades más serias, como la cirrosis, las hepatitis o el hígado graso.
Sí existe una posible afectación a nivel de la vesícula biliar a causa de estos excesos, especialmente en las personas que ya habían presentado antecedentes de problemas de vesícula. De hecho, el aporte directo más notorio del hígado a la digestión es la bilis, una serie de jugos que intervienen en la síntesis de las grasas, y que se almacenan en la vesícula.
El consumo excesivo de grasas puede generar un transitorio estado de exigencia a este pequeño órgano, produciéndole una colsecistitis (inflamación) o colestasis (obstrucción de los canales biliares). Existen algunos fármacos de venta libre que se promueven como "hepatoprotectores", aunque en realidad cumplirían una función de colagogos o coleréticos, facilitando estas funciones de la vesícula: es muy poco frecuente que los médicos especialistas receten estos fármacos ante una afección concreta.
Ante un atracón calórico no suele haber una situación grave más allá del fuerte malestar que sobreviene, salvo en las personas con cálculos vesiculares, que deben cuidarse un poco más, o en quienes padecen diabetes, advierte el gastroenterólogo Carlos Waldbaum, jefe de Endoscopía Digestiva del Hospital de Clínicas "José de San Martín".
Sea como fuere, diciembre es un mes en el que aumentan las urgencias por los excesos de las fiestas, admite el gastroenterólogo Jorge Bosch. ¿Son más riesgosas las indigestiones en esta época del año? Ese en sí parece ser otro mito. Lo que sí es cierto, aclara Bosch, es que el calor y la acción del sol pueden facilitar los trastornos gastroenterológicos, de manera que éstos se vuelven más frecuentes.
La indigestión o dispepsia puede deberse, además de al exceso de alimentos y bebidas recosen grasas y/o alcohol, a varios otros factores. Comer demasiado rápido, hacerlo en momentos de estrés o de mucha exigencia emocional, consumir algunos medicamentos, o el cansancio excesivo.
Los síntomas más frecuentes son cefaleas, diarreas y vómitos: "Ninguno de estos síntomas se debe menospreciar, y se debe concurrir al médico", dice el especialista.
Pero es cierto que, antes bien a largo plazo, los excesos sostenidos de grasas y de alcohol dañan la función hepática, y las consecuencias suelen ser mucho mayores que las de una simple dispepsia.
La contaminación de los alimentos por bacterias, sea por falta de una higiene adecuada, por ruptura de la cadena de frío o por contaminación cruzada (mezclar alimentos crudos y cocidos en el momento de la preparación) es otra de las causas por las que postrastornos digestivos se vuelven muy frecuentes en esta época del año.
De modo que programar qué se va a comer en los encuentros de estas fiestas forma parte de la prevención en salud. Entre las recomendaciones posibles destaca la de contemplar una dieta más apropiada para las condiciones climáticas locales, utilizando carnes magras, incluyendo verduras, y basada en platos fríos.
Marcelo Rodríguez

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