martes, 6 de marzo de 2012

Bienvenidos a la Semioticracia

semioticaYa no nos importa lo que usted diga. Sólo nos ocupa cómo lo dice, por qué y para qué.
“¿Es usted un bañista arrastrado por la corriente que grita “auxilio”? Bueno, a ver… Para empezar, no nos gusta que nos grite, ¿sabe? Aclarado el punto, conocemos su historia y sabemos que alguna vez ha mentido así que, ¿por qué no pensar que esta es otra de sus mentiras? Además, ¿por qué grita “auxilio” y no “socorro”? Raro, ¿verdad? Reflexionaremos y debatiremos (entre nosotros) sobre este punto mientras usted se ahoga.”
Así reza el preámbulo de la Carta Magna que funda nuestra Semioticracia. Lo repetimos rítmicamente mientras en despachos y redacciones, reemplazamos las imágenes de los viejos próceres por las de otros flamantes. San Martín deja su lugar a Saussure, Belgrano a Benveniste, Sarmiento a Pierce. Y ya hay jóvenes con calcomanías de Eco y cartucheras de Barthes. ¿Los vieron?
Se sabe de gente que no saldría de su casa si el medio X le dice que su casa se está incendiando. No condenemos esa desconfianza, por demás merecida. Aunque puede llamar la atención que la misma haya obturado el más básico instinto de supervivencia que recomendaría fijarse, primero, si tal cosa no es cierta. Y en todo caso, después, pasar a rociar con nafta el medio X.
Pero así somos los habitantes de la Semioticracia: pertinaces buceadores de charcos. Por buscar denodadamente lo que hay detrás ya ni le echamos un vistazo a lo de adelante. Así sean las luces de un auto que se aproxima a toda velocidad.
Un día pasamos de la más zonza fe en la transparencia de los discursos mediáticos a esta retorcida manera de escuchar, ver, leer, que arranca como crítica y no tarda en deslizarse hacia la pesquisa policial. Buscamos la connotación de la connotación de la connotación. Aún frente a los carteles de prohibido estacionar, las puteadas, las declaraciones de amor.
Nuestros periodistas pasaron de ser todos insospechables a ser todos sospechosos en un abrir y cerrar de ojos, de prontuarios. Una estupidez aquello y esto. Nada es tan sencillo. Y es una suerte.
Las gramáticas de producción de un discurso son una instancia insoslayable a la hora de analizarlo. Pero creer que allí se agota todo el asunto resulta inadmisible, estrecho, arcaico y, por qué no decirlo, digno de alguna suspicacia.
Se celebra el abandono de aquellas supersticiones que colocaron al periodismo en un altar absurdo. Y gratifica saber que no volverán. Pero tal vez haya llegado el momento de preguntarse si en este movimiento necesario e incontenible, no nos estamos pasando de rosca. Si queremos ser lectores críticos, despiertos y profundos o deseamos sencillamente vivir en una Semioticracia, ese extraño territorio en el que los nativos matan a los mensajes y leen los mensajeros.
paracuandolotenes.blogspot.com

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