Las mujeres consideran que hablar es el mejor camino para la  resolución de conflictos; en cambio, los varones son más proprensos a creer que  discutir sobre los problemas es una verdadera pérdida de tiempo.
Eso es lo que revela una investigación realizada con fondos del Instituto  Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, que halló un dato curioso adicional:  los varones confesaron que su resistencia a hablar sobre conflictos personales  podía ser considerada una forma de no hacerse cargo de sus problemas.
Todo un problema en sí mismo, ya que la marca registrada internacional sobre  la masculinidad exige que los hombres puedan resolver las cosas, que puedan  solos y sin que medie la improductiva verborragia femenina.
"Las mujeres consideran que hablar con amigos y con otras personas es una  forma de ayudarlas a resolver los problemas, de sentirse protegidas y de no  dejar que los conflictos permanezcan encerrados", comenta a La Nacion la autora  principal del estudio realizado por la profesora de psicología Amanda Roses, de  la Universidad de Missouri, Estados Unidos.
Pero la ley que establece que los varones deben poder resolver sus problemas  solos, sin que entre en juego la palabra femenina, ¿está escrita en la  naturaleza, o es una construcción de la cultura?
"Como todas las diferencias de género, responden a una combinación de ambos  factores", dice la doctora Roses, y agrega: "La ciencia no ha progresado a tal  punto de decir con seguridad cuánto responde a una predisposición biológica y  cuánto a las diferentes experiencias que varones y mujeres encuentran en su  proceso de desarrollo".
Cerebros diferentes
Militante por la causa por la diferencia de géneros, la doctora Elena Levin,  médica psiquiatra y directora del posgrado en ginecopsiquiatría de la  Universidad Favaloro, explica que los cerebros masculino y femenino son  anatómica y funcionalmente distintos.
"El cerebro femenino es mucho más eficiente cognitivamente e integra con más  eficacia ambos hemisferios, pues utiliza ambos en el procesamiento del lenguaje;  en el cerebro de las mujeres todo está conectado con todo, como si fuera una  superautopista de Internet", ejemplifica. Levin también destaca las  investigaciones de la neuropsiquiatra de la Universidad de California Louann  Brizendine, autora del polémico libro El cerebro femenino , en el que  resaltó algunas trascendentes diferencias de género producidas durante la vida  intrauterina.
Mientras los varones a partir de las ocho semanas de gestación empiezan a  bombear grandes cantidades de testosterona que descuidan los centros de  comunicación, las células cerebrales de las futuras mujeres desarrollan más  conexiones en los centros de comunicación y en las áreas que procesan la  emoción, muestran los estudios de Brizendine.
Esta investigadora también afirmó que las mujeres utilizan unas 20.000  palabras diarias, en tanto los hombres se limitan a unas 7000. Sus números  circularon en medios periodísticos y académicos de todo el mundo y el psicólogo  de la Universidad de Texas James Pennebaker, especialista en escritura  terapéutica, se tomó el trabajo de llevar el tema a su propio laboratorio de  análisis del lenguaje y llegó a cifras muy distintas.
Tras comparar el lenguaje cotidiano utilizado por 396 estudiantes  universitarios, concluyó que las mujeres habían utilizado 16.215 palabras en  tanto que los hombres, 15.669. Aunque reconoció que la población estudiada tenía  características particularmente homogéneas en función de su procedencia  académica, concluyó que no es posible establecer diferencias abismales entre el  léxico masculino y el femenino.
Los números pueden o no coincidir, pero los contenidos de las comunicaciones  son muy diferentes según coincidentes miradas académicas y legas. Adjudicarle  todas las particularidades de los estilos de comunicación de hombres y mujeres a  la anatomía es un reduccionismo que no se sostiene ni desde las teorías más  biologicistas.
El nuevo varón parlante
"Las mujeres son proclives a hablar entre ellas de temas profundos; en  cambio, los hombres tenemos mucho pudor para desnudar nuestros miedos, nuestros  conflictos sexuales y cualquier tema personal. De chicos, pensábamos que los  juegos de las nenas se limitaban a vestir y desvestir muñecas, pero resulta que  mientras nosotros corríamos detrás de una pelota, ellas dramatizaban toda la  dinámica familiar y hoy saben mucho más de vínculos que nosotros", confiesa  Mario Zerkowski, un químico de 65 años que integra un grupo de reflexión sobre  masculinidad.
Su acidez irónica resquebraja el estereotipo cultural que cristaliza a las  mujeres hablando sin parar y a los hombres actuando en silencio.
"Salvo excepciones que confirman la regla, los varones cuando nos reunimos  con otros no sabemos hablar de nuestros sentimientos, de nuestras emociones.  Capturados por el mito del héroe, del duro, el triunfador, podemos discutir de  política, de fútbol, filosofía, negocios, economía, literatura, cine y mujeres,  pero difícilmente abrimos un espacio de encuentro entre el pensar, el sentir y  el actuar. Los hombres estamos más atravesados por un espíritu pragmático y  buscamos las soluciones en la acción, mientras las mujeres quieren hablar y  buscan las respuestas a través del diálogo", dice el psicólogo Guillermo  Vilaseca, coordinador de talleres de reflexión sobre masculinidad (  www.varones.com.ar ).
Vilaseca asegura que cuando los hombres se sienten jaqueados por las  circunstancias, en lugar de verbalizar sus conflictos y confusiones tienden a  atrincherarse, avergonzados. "Ser varón está ligado a saber, poder y tener, ser  importantes, sentirse orgulloso y confiado de sí mismo, todas cualidades con un  denominador común: la potencia." Cuando el varón no puede responder a este  modelo cultural exigente, se repliega en silencio.
La propuesta de Vilaseca es ésta: "Sondear el abismo entre el modelo  internalizado y las propias posibilidades de concretarlo. Y lo hace con  herramientas psicodramáticas que combinan la palabra y la acción".
"Los viejos modelos culturales no han muerto y los nuevos no han terminado de  nacer", dice Vilaseca. Y apuesta a la construcción de un nuevo modelo de  masculinidad, capaz de desanudar las emociones y apropiarse de ellas  nombrándolas.
lanacion.com

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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