martes, 1 de junio de 2010

El hijo renegado de Osama bin Laden

Pequeño cartel de neón en una calle lateral de un exclusivo barrio de la ciudad. Es oscuro y aislado, y parece estar envuelto en un aire de exclusividad. Omar entra rozando a los dos corpulentos agentes de seguridad sirios que están en la puerta y elige un lugar en el fondo. Hay más o menos una decena de árabes acaudalados tomando whisky y mirando a las strippers rusas haciendo su show. Para los criterios occidentales, las actuaciones son insulsas, una sucesión de mujeres ligeras de ropa con típico vestuario de show nudista: el de pastorcita, colegiala, bailarina de caño. Pero mientras bebe su Seven-Up, Omar observa cada uno de sus movimientos con un asombro infantil. "Las mujeres rusas son las más lindas del mundo. Es como si sus cuerpos estuvieran esculpidos en plástico, como las muñecas", dice Omar.
Cuando era adolescente y vivía en las montañas de Tora Bora, Omar llegó a ser el elegido de su padre, el hijo favorito destinado a liderar Al Qaeda y la Jihad, la guerra santa mundial. Luego, en 2001, pocos meses antes de que Bin Laden se convirtiera en el hombre más buscado del mundo, Omar abandonó el condominio de su padre en Afganistán. Así, dejó atrás una muerte casi segura y la cambió por esto: el mundo, Les Caves de Boys, la vida.
Hoy, mientras una bailarina se sienta junto a un borracho en el reservado de al lado, Omar reflexiona sobre su propia conexión con las strippers. "He hablado con esas mujeres antes." "Les digo mi nombre. A veces no creen que sea un Bin Laden. A veces se enojan. Ellas tienen que bailar así porque su país es pobre. Fue mi padre el que empobreció a Rusia, en la guerra en Afganistán. Arruinó su economía. Y ahora está haciendo lo mismo con Estados Unidos."
Omar sonríe. Es una mirada cómplice e irónica, la era del terrorismo convertida en un comentario chistoso: "¿Podés creer lo jodido que está todo?". Pasadas las dos de la mañana, emerge una escultural bailarina para el gran final. Vestida con un corpiño de piedras rojas y una corona de plumas de avestruz, menea sus caderas mientras Omar la observa anonadado. "Gracias a Dios, mi padre no gobierna el mundo", dice sonriendo en forma burlona.
No existe opinión más reveladora sobre un hombre que la de un hijo cuyo padre le hizo mal. Para Omar, Osama bin Laden no es ni un luchador por la libertad ni un terrorista, sólo es un hombre perdido, un padre con defectos y fanático que negó su amor, golpeó y traicionó a sus propios hijos, y destruyó a su familia en el afán de llegar a ser un profeta del Juicio Final. "Mi padre tiene una personalidad fuerte, nadie puede evitar que concrete su sueño. O logra lo que quiere, o muere", dice Omar.
Hoy, con 28 años, Omar es uno de los once hijos de Osama bin Laden. Pero desde chico, Omar se destacó entre sus hermanos por ser independiente. Aunque no cree que ninguno de ellos esté aún junto a su padre, él es el único hijo de Bin Laden que públicamente repudia su violencia. En Growing Up bin Laden [creciendo como un Bin Laden], el libro que escribió junto a su madre y la escritora norteamericana Jean Sasson, Omar no sólo captura la crueldad y demencia dentro del mundo de su padre, sino que además brinda un panorama íntimo de lo que significa ser hijo de un sociópata. "De muchos modos, la historia de Omar representa cómo el mundo árabe moderno está reflexionando acerca de su imagen de Occidente", opina el ganador del Pulitzer y autor de Los Bin Laden, Steve Coll. "Ellos aceptan la crítica que hace Al Qaeda, pero no su idea de una guerra sin fin. Del mismo modo que Omar, no seguirán a Osama al campo de batalla."
Omar guarda un increíble parecido con su padre. Tiene la nariz ancha y larga, la frente pronunciada y los ojos oscuros y cavilosos. Sentado en el bistró del hotel Four Seasons en Damasco la mañana siguiente a nuestra visita a Les Caves, Omar atrae tímidas miradas de mozos y meseras. De menor estatura y más corpulento que su padre, lleva su cabello negro, largo como estrella de rock, con colita, y una barba candado. Se viste de negro, campera de cuero, remera Versace, jeans de diseñador y, tal vez el peor insulto a la estética Jihad, unas zapatillas plateadas. Con lentes oscuros, la vestimenta tipo Matrix le da a Omar la apariencia de una celebridad que trata de ocultarse de un modo exuberante.
"En Arabia Saudita, la gente me reconoce mucho. Dicen que debería estar orgulloso de mi padre. Millones de personas están de acuerdo con él. Es respetado e idolatrado por muchos. Yo podría sufrir represalias, porque en el mundo musulmán no se puede hablar en contra de tu padre. Muchos piensan que no debería hablar, pero mi padre nunca me lastimaría", dice Omar.
Sentada a su lado, tomando una piña colada sin alcohol, está la esposa de Omar, Zaina, una abuela británica que casi lo duplica en edad. De baja estatura, piel clara e impactantes ojos azules, lleva puesta una túnica hasta los tobillos que parece un traje de El señor de los anillos. Zaina actúa como el puente de Omar hacia el mundo occidental, le sirve como publicista, vestuarista e intérprete, que acecha cada una de sus palabras y se apura a desviar todo lo que considere peligroso. Desde que se conocieron, hace cuatro años, la insólita pareja ha sido el blanco de los tabloides en Inglaterra. "Somos más importantes que el príncipe Carlos y Diana", dice Omar sacudiendo la cabeza. Omar logró popularidad cuando estuvo en televisión y declaró que su padre debería "encontrar otro modo", en una aparición para publicitar una carrera de caballos que él había proyectado desde El Cairo hasta Marruecos para promover la paz mundial. Esperaba convertirse en un embajador de las Naciones Unidas, como Angelina Jolie.
No ayudó mucho que para muchos, en la prensa británica, Zaina haya dado la impresión de ser una arpía sedienta de atención, una maquinadora con ansias de ser alguien que estaba utilizando a Omar y a su infame padre como una vía para hacerse rica y famosa. "A cualquiera que me dé 10 millones de libras le contaré la historia completa de mi vida", le dijo al Daily Mail de Londres. "Mi historia los vale, porque soy la esposa del hijo de Osama bin Laden." Nadie aceptó la oferta, pero los detalles de su pintoresca vida pasada pronto aparecieron en los diarios: sus cinco matrimonios anteriores -incluido uno con uno de los Hells Angels-, su adopción del título lady, el tatuaje de telaraña en su espalda.
Como su padre, Omar es un hombre a la búsqueda de un país. Es ciudadano de Arabia Saudita, donde ha residido desde que se separó de su padre. Inglaterra le negó la visa; y Egipto y España denegaron su asilo político. Luego de meses de idas y venidas en negociaciones, finalmente acordó reunirse conmigo en Siria, donde iba a visitar a su madre, Najwa, la primera esposa de Osama bin Laden. Pasaríamos cuatro días juntos, primero en Damasco y luego en un viaje a través del valle Bekaa hacia Beirut, una ciudad que Omar quería conocer.
La noche anterior, en el club de strippers, Omar había estado relajado. Pero cuando enciendo mi grabador en el hotel, se sumerge en un incómodo silencio. Cuando le pregunto por su padre, se pone a la defensiva y evasivo. "Lo amo porque es mi padre, no quiero que lo atrapen y lo juzguen. Me partiría el corazón. Desearía que muriera antes de que alguien lo atrape. Mi padre será siempre mi padre, hoy y hasta el día de mi muerte. Vengo de su cuerpo. Soy parte de él."
"¿Cómo te sentís cuando lo ves en televisión?", le pregunto.
"Me preocupo. Por mí, por mi padre, por el mundo", dice Omar.
Luego de un largo silencio, Omar mira su smartphone y me muestra el logo de una compañía que Zaina y él están iniciando, llamada B41. El primer proyecto de la compañía será una línea de ropa de alta gama. "Como Armani, pero con un estilo diferente", explica Zaina. "Será una mezcla entre Oriente y Occidente, telas de seda y alta calidad, una mezcla semiconservadora." La idea de que el nombre Bin Laden sea relanzado como la cima del lujo puede parecer risible, pero Zaina tiene grandes planes para B41. Ella dice que va a diseñar equipos para equitación, bridas y chales, y a escribir otro libro centrado en su experiencia y la de Omar luego del 11 de septiembre. Esta entrevista, queda claro, es parte de toda una estrategia de negocios: Omar y Zaina esperan que un inversor lea acerca de su empresa y decida invertir grandes cantidades de dinero en B41.
Desde su regreso a Arabia Saudita, luego de los ataques de 2001, Omar ha luchado para mantenerse económicamente, cosa que lo hiere. Pensaba que viviría sin esfuerzos una vida de jets privados y casas lujosas como la que disfrutan sus ricos parientes sauditas, pero, sin embargo, se vio obligado a trabajar para su familia como agente inmobiliario, a comisión. "Las familias sauditas tienen miedo de acercarse a mí. Esta fue la razón por la que no pude casarme con una de mis primas o con una chica saudita de mi clase. Me rechazaron siete veces personas del mismo nivel que mi familia", cuenta Omar. Se las arregló para juntar unos cientos de miles de dólares empezando un negocio de chatarra de metal, pero para un Bin Laden, esa suma es una miseria. Cayó en una profunda depresión.
Entonces, durante un tour de equitación cerca de las Pirámides en 2006, conoció a Zaina. "Vi sus ojos azules y su pelo negro y sentí en mi corazón que me quería casar con ella. Estábamos bajando desde las Pirámides y le dije quién era yo. Ella no escapó del problema. ¿Por qué querría estar conmigo e involucrarse en una situación complicada si su corazón no fuese limpio y correcto?", dice Omar.
"Antes de Omar, yo tuve una vida muy tranquila", dice Zaina. "Prefería montar a caballo. Me gustaba la soledad. Luego, aparecieron cosas horribles en los diarios. Todos creían esas cosas acerca de mí y Omar. Piensan que es como su padre." "Se me juzga por mi padre todo el tiempo. No está bien. Estoy luchando para que el mundo piense de un modo diferente acerca de mí. Es un trabajo extremadamente duro."
Como historia de crecimiento, la niñez de Omar seguramente rankea como una de las más extrañas de las que se tengan datos. Cuando Omar era chico en Arabia Saudita, su padre estaba en Afganistán peleando contra los soviéticos. "En esos días, mi padre era un gran héroe también para Occidente", observa Omar. Pero los años de guerra y las penurias que sufrió en Afganistán hicieron que el pensamiento de Osama se tornase gris y espartano. "La vida debe ser una carga", les aconsejaba Osama a sus hijos. "La vida debe ser dura. Serán más fuertes si los tratan con rudeza. Serán adultos capaces, dispuestos a soportar muchas privaciones."
Mientras sus primos disfrutaban del lujo y el confort que pueden tener las familias más ricas de Arabia, Omar y sus hermanos eran forzados a vivir como si estuvieran en el siglo VII: sin películas, sin televisión, sin música indecente. El odio de su padre hacia los "males de la vida moderna" hizo que le prohibiera las gaseosas, los juguetes e incluso el inhalador para su asma. Su padre le decía que podía respirar a través de un panal.
"Se nos enseñaba que no debíamos entusiasmarnos ante ninguna situación", recuerda Omar. "No nos permitía contar chistes ni expresar alegría. Nos permitía sonreír siempre y cuando no nos riéramos. Si se nos escapaba una risa, debíamos tener cuidado de no mostrar los dientes. Mi padre nos castigaba en base al número de dientes a la vista."
Hoy, Omar está orgulloso de su habilidad para mostrar los dientes cuando ríe. Su sentido del humor tiende a ser negro. Con algo de suerte, Omar planea escribir comedia algún día. "¿Por qué no?", pregunta.
"Adoro a Jim Carrey. Es un hombre brillante. Para mí la comedia se trata de adultos con mentalidad de niños y niños con mentalidad de adultos."
Aunque Omar viene de una sociedad que no tiene registro de la psicología moderna, es capaz de darse cuenta de que su desarrollo se vio profundamente afectado por la falta de cuidado en su niñez. "Me conozco lo suficiente como para saber que la vida que mi padre decretó para sus hijos también me afectó de un modo negativo", dice Omar en sus memorias. Pero la dura crianza no destruyó su necesidad del cariño de su padre: "De todos mis hijos", dice su madre en el libro, "el que más extrañaba el afecto de su padre era Omar".
En 1992, cuando Omar tenía 10 años, Osama mudó a su familia a un complejo habitacional de la Jihad en Sudán. Aislado y empobrecido, Omar se desesperaba por conectarse con el mundo exterior. Como le prohibían mirar películas, improvisaba.
Cuando tomaba el autobús hacia la escuela en Khartoum, Omar hacía que uno de sus amigos le recitara escenas completas de Rambo línea por línea, mientras él imaginaba cómo sería la acción en pantalla.
"Contale la historia de Sylvester Stallone", dice Zaina.
"Conocí a Rambo en Roma", dice Omar con una sonrisa. El había viajado a la ciudad con Zaina en 2008 para aparecer en un programa de la televisión italiana. "Hasta que lo conocí, era uno de mis héroes. Pensé que sería un hombre amigable." Estaban parando "en uno de los mejores hoteles de Roma". "El dueño me preguntó si lo quería conocer. Yo le dije que claro, sólo para saludarlo. Pero ni me miraba. Ni se molestó en contestar. Luego, en un diario británico, dijo que yo era el hijo de Hitler."
"Dijo que le dio asco estar en la misma habitación que Bin Laden", dice Zaina. "Era de no creer."
Los eventos en la niñez de Omar no estaban marcados por los cumpleaños o las vacaciones familiares, sino por bombardeos a embajadas, ataques con misiles y noches durmiendo en el desierto preparándose para el Armagedón. Omar se hizo amigo de los hijos adolescentes de los hombres que, por ese entonces, estaban tramando el primer bombardeo al World Trade Center, y los bombardeos de las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania. Aun así, él recuerda la época con cariño, relativamente. El y sus hermanos asistían a la mejor escuela del país, hasta que un día una bala atravesó una ventana y el complejo fue sitiado por asesinos que intentaban matar a su padre. El ataque no hizo más que profundizar el compromiso de Osama con la Jihad, así como su paranoia y enojo. Cuando el mono que Omar tenía como mascota fue intencionalmente atropellado por un acólito de Osama, Omar descubrió que su padre había convencido al hombre de que el animal era un judío que Dios había convertido en mono. "¡A ojos de ese hombre estúpido, él había matado a un judío!", dice Omar con estupor.
En lo que Omar describe como "el mundo enfermo" de su padre, no había modo de saber dónde estaba el peligro. Un día, uno de los amigos más cercanos de Omar fue violado por un grupo de hombres. "Los violadores lo fotografiaron durante y después de la violación", recuerda Omar en su biografía. Cuando las fotos cayeron en manos de Ayman Muhammad al-Zawahri, el ayudante más importante de su padre, fue una sentencia de muerte. Zawahri, que para Omar era poco más que un psicópata, llegó a la conclusión de que el chico era homosexual. A pesar de los ruegos del padre del chico, al amigo de Omar lo encerraron en un cuarto con Zawahri, quien le disparó en la cabeza.
Omar dice que el tipo de Islam que practica en la actualidad es "moderado", pero las experiencias de su niñez claramente lo ayudaron a moldear sus creencias religiosas. Caminando con Zaina en el atestado mercado de Damasco, Omar llega a la rígida fachada de la mezquita Umayyad, uno de los lugares más sagrados para el Islam. Señala un minarete ornamentado. Este, dice, fue el lugar donde el Profeta declaró que Cristo volvería a la Tierra. "Cuando Cristo baje, Dios les dirá a los cristianos que no existe más la cristiandad, y los cristianos se harán musulmanes", dice Omar.
Zaina lo interrumpe. "No quiere decir eso en sentido literal", agrega, tratando de moderar la visión de Omar sobre cómo se desarrollará la historia. "Es una cuestión de interpretación del Corán." Pero Omar no dejará que ablanden sus creencias. "Yo creo en esto un ciento por ciento", insiste. "Para ser musulmán tenés que creer, es lo que dijo el Profeta."
Cuando era adolescente, Omar comenzó a rebelarse contra el severo modo de vida impuesto por su padre. Era un chico terco con una veta independiente que Osama orgullosamente decía que le daba las cualidades de juez, un elogio importante en el Islam. Omar obtuvo el sobrenombre Alfarook, "espada" en árabe.
En mayo de 1996, bajo la creciente presión de Estados Unidos, el gobierno de Sudán le ordenó a Bin Laden que dejara Khartoum. Omar fue el único hijo que Osama se llevó consigo cuando regresó a Afganistán. "Nadie podía controlarme", recuerda Omar. "Es la razón por la que mi padre siempre me llevaba con él. Yo era su hijo elegido. Era el favorito de mi padre. El me lo decía. Decía que tenía muchas esperanzas de que yo hiciera algo por el mundo. Yo no quería eso. Quería ser un chico normal. Ojalá nunca hubiera pasado. Dios les da responsabilidades a los líderes del mundo. No a mí."
En mayo de 1996, luego de tomar un jet privado hacia Jalalabad, padre e hijo llegaron a una nación inmersa en la guerra civil y que aún tambaleaba por los diez años de campaña contra los soviéticos. Inmediatamente, fueron recibidos por líderes tribales, que le regalaron a Bin Laden una montaña llamada Tora Bora. El corazón de Omar, que por entonces tenía 15 años, se hundió cuando lo llevaron a un reducto remoto con unas pocas chozas abandonadas. El esperaba una casa, electricidad, algunas comodidades.
Sus primos en Jiddah tenían jet ski y hacían viajes de fin de semana a Londres y Beirut, tomaban whisky, tenían mujeres y libertad. "No podía creer que nuestras vidas hubieran llegado a eso", recuerda Omar en sus memorias. "Allí estaba yo, el hijo de un rico Bin Laden, viviendo en una tierra sin ley, haciendo fuerza para respirar en una pequeña camioneta Toyota, rodeado de guerreros afganos con armas poderosas, yendo a ayudar a mi padre a reclamar una choza en la montaña como hogar para nuestra familia."
Osama estaba estático en Tora Bora. El "sheik", como lo llamaban sus hombres, comenzó a actuar como si fuera el mismísimo Profeta. "Mi padre siempre era tema de conversaciones atemorizantes. Sus hombres estaban tan amedrentados por su presencia que creían que cualquier pequeñez era una señal de Dios." Pero mientras que sus seguidores trataban a Bin Laden como la reencarnación moderna de Mahoma, Omar veía cómo su padre iba desapareciendo dentro de un mundo de fantasías extremistas. Como si fuera el hijo de un imitador de la Guerra Civil que ha llevado su hobby hasta el absurdo, Omar estaba triste, era un adolescente muy enojado obligado a soportar la locura de su padre en una excursión sin fin para revivir las sangrientas batallas del pasado.
En Tora Bora se convirtió en el sirviente de su padre: le lavaba los pies antes de los rezos diarios. Su padre a menudo escuchaba la BBC en una radio de transistores y luego gritaba en un dictáfono acerca de los peligros de Estados Unidos. "Luego de una semana de escuchar sus diatribas, me tapé los oídos para no escuchar más sus discursos desagradables, pero ahora me arrepiento. Muchas veces desearía tener esas cintas a mano para entender qué llevó a mi padre a odiar a tantos inocentes", recuerda Omar.
Cuando estaba solo con su hijo, Osama compartía historias de su propia niñez. Le contaba cómo había sido abandonado por su padre y cómo sufría cuando éste lo golpeaba, de la misma forma que él golpeaba a Omar y sus hermanos. "Estaba desconcertado. Si luego de tantos años él podía recordar el sufrimiento que le provocaba cuando su padre lo golpeaba o lo ignoraba, no podía creer cómo tan fácilmente, e incluso con entusiasmo, golpeaba o ignoraba a sus propios hijos. Nunca tuve el coraje de hacerle esa pregunta a mi padre, aunque ahora me arrepiento de no haber tenido el valor."
Viviendo en un escondite en la montaña con un padre empeñado en dominar el mundo, la vida de Omar era como una retorcida versión real del hijo del Dr. Evil de Austin Powers. Omar se ríe de la comparación. Hay un gran parecido, admite. Pero para Omar, lo que Austin Powers realmente sacó igual era la relación entre su padre y sus seguidores. "Estos hombres son todos Mini Me. Quieren ser como mi padre, lucir como él, actuar como él, ser él."
Cuando vivía en el campamento en Tora Bora, Omar aprendió a admirar a los veteranos de la guerra contra los soviéticos. "Me encantaban los viejos, los que pelearon contra los rusos. La gente mayor era más calmada y amigable. Habían terminado de pelear. No podían regresar a sus hogares porque sus antiguos países no los aceptaban. Estaban atascados." Pero ese mismo respeto no se extendía a Khalid Sheikh Mohammed y a los reclutas de Al Qaeda que estaban atestando las montañas de Afganistán, deseosos por emprender la guerra contra Estados Unidos. Para Omar, los nuevos eran bufones. Piensa que el gran plan de su padre no era más que un campamento suicida para musulmanes díscolos.
"La mayoría de los nuevos que se acercaron a mi padre eran tan sólo soldados tontos. Algunos estaban escapando de problemas en sus vidas. Yo no hice el entrenamiento como los otros. No le veía el sentido." En el relato de Omar, se activaban las granadas por error, se manejaban mal los explosivos y los seguidores de la Jihad a menudo se mataban entre ellos en incidentes de fuego cruzado.
Uno de los elementos más altamente promocionados entre los confiscados del búnker de Bin Laden -luego de la invasión de Estados Unidos en 2001- fue una memoria con videos que mostraban cómo metían a cachorros en corrales y los asesinaban lenta y dolorosamente testeando armas químicas. Para el mundo, esos videos fueron la prueba de las diabólicas ambiciones de Bin Laden. Para Omar, sólo fue un ejemplo más de un padre cruel. Los cachorros habían nacido del perro favorito de Omar, y él esperaba criar a la camada completa. Pero los hombres de Osama se la pasaban llevándose a los perritos para sus experimentos. Cuando le pregunto acerca del incidente, no llega a culpar a su padre. El estricto código islámico que enseña a no hablar mal de los padres es muy difícil de desobedecer. "No sabemos quién dio la orden", dice Omar.
En Afganistán, Omar aprendió a disparar una Kalashnikov y a manejar un tanque ruso. Pero en general, la vida en las montañas se le hacía insoportablemente tediosa. Se pasaba días atrapado en la mezquita del campamento escuchando discurso tras discurso. Como si fuera una versión aburrida y adolescente de Martín Lutero, Omar decidió hacer una protesta colgando una nota al frente de la mezquita, cuidándose de ocultar su identidad cambiando la letra. "Los fieles no deberían ser llevados a una situación de total aburrimiento, ya que esto los desalentará y evitará que concurran a muchos eventos importantes en la mezquita", escribió Omar. Pero la nota no logró desatar una revolución.
Por la noche, mientras escuchaba los aviones pasar sobre él, Omar comenzó a soñar con escapar. Todos excepto tres de sus diez hermanos se habían unido a su padre en Afganistán, pero su compañía no ayudaba mucho a aliviar el tedio que sentía. "Estábamos tan aburridos. No teníamos nada que hacer. Mis hermanos y yo salíamos a cazar en nuestros caballos. Ibamos de aldea en aldea. Todos planeábamos escapar y conocer el mundo juntos."
Pero llegaría el día en que iba a tener que enfrentar la violenta visión de su padre. Para ser líder de Al Qaeda, Omar debía probarse como soldado. En 1999, cuando Omar tenía 17 años, Osama arregló para que Omar fuera al frente durante cuarenta días y cuarenta noches. "Me estaba poniendo a prueba." "Hay un hadith -dicho del Profeta- que afirmaque si vivís con gente durante cuarenta días, te convertís en uno de ellos. Toda mi vida tuve esta batalla interior. Quería ver la guerra real. Era mi oportunidad."
Bajo la protección de los soldados de su padre, Omar fue llevado a las montañas al norte de Kabul, donde Ahmad Shah Massoud libraba una guerra civil contra los talibanes. Massoud era un general brillante, conocido como el León de Panjshir, que había jugado un papel importante en la derrota de los soviéticos en los 80. En un momento, jugando con un radioteléfono, Omar se encontró hablando con los hombres de Massoud. Los soldados eran amistosos pero mordaces. "Sos árabe, deberías irte de acá", le decían. "Esta es una guerra entre tribus, nada que ver con la religión." Cuando Omar les preguntaba qué pensaban acerca de Osama bin Laden, los afganos decían que lo respetaban, pero que sentían que estaba siendo utilizado por los talibanes.
Lo que Omar vio en el frente de batalla lo puso en contra de la guerra que su padre apoyaba. "¿Musulmanes contra musulmanes? Era una locura", recuerda. "La lucha contra los rusos había terminado. Me sentí mal por las víctimas. Los soldados atacaban a granjeros civiles e inocentes. Mujeres y niños morían sin razón. Fue el momento en que decidí dejar todo. Podíamos resolver nuestros problemas sin pelear." Luego de 35 días, Omar dejó el frente y regresó a la base de su padre. "No lo soportaba."
La brecha entre Omar y su padre se amplió poco después, cuando Osama trató de reclutarlo como hombre bomba. No directamente: Osama era muy hábil como para hacerlo así. El poder de mando de Bin Laden sobre sus soldados en gran parte provenía de su estilo de nunca impartir órdenes. Preguntaba, hacía sugerencias. "Nunca empuja a nadie a que haga algo. Nunca, jamás. Te pide que lo hagas. Pero si no querés, no tenés que hacerlo."
Un día, por la época en que Bin Laden estaba planeando los ataques del 11/9, Osama colgó una nota en el frente de la mezquita para reclutar hombres que quisieran ser hombres bomba. Había un clima de excitación a medida que se anotaban hombres, probablemente algunos de los cuales perpetraron los ataques de septiembre de 2001. Ese mismo día, Bin Laden juntó a sus hijos y les pidió que consideraran anotarse como los otros voluntarios. "Si alguno de ustedes, mis hijos, quisiera ir, deberían anotarse", les dijo su padre. Una forma retórica de incitar a sus hijos a la muerte.
Le recuerdo a Omar que, según cuenta la historia en sus memorias, éste fue el momento en que enfrentó a su padre. "¿Cómo podés pedirnos esto?", se recuerda a sí mismo preguntando. En sus memorias, se lo presenta como un hecho heroico: Omar protegiendo a sus hermanos y expresándose duramente en contra del culto de Osama a la muerte.
Omar parece confundido: "¿Dice eso en el libro?". Sí, le contesto, está justo en la página 263. Zaina me pide mi copia para buscar el párrafo. Sin embargo, cuando lo lee en voz alta, Omar niega con su cabeza. "No fue así. No dijo que yo tenía que ir. Dijo que si alguien quería ir debía anotarse en el papel de la mezquita. Yo no iba a anotarme. Pero uno de mis hermanos menores sí quería. Le grité que no lo hiciera. Mi hermano mayor y yo éramos los líderes, entonces nadie se atrevió a desafiarnos."
"¿Nunca le dijiste algo a tu padre?"
"Muchas veces le dije cosas como ésa a mi padre. Pero no en ese momento. Se alejó caminando. Sonreía, como si fuera algo entre él y su Dios." En el mundo de Omar, parece que es posible que a uno lo citen mal en su propia autobiografía.
El camino desde Damasco hasta Beirut atraviesa las cordillera del Antilíbano. El auto que yo había alquilado era un BMW 7 Series sedán, con vidrios polarizados para seguridad de Omar. Nada impresionado, Omar huele el interior de imitación de cuero. Los sauditas, dice, manejan sólo los más finos Mercedes. Le pide al conductor que ponga música country o Madonna, la música que escuchó por primera vez cuando era adolescente en las montañas de Afganistán y buscaba sonidos del mundo exterior con la radio a transistores.
Le pregunto a Omar qué opina de Barack Obama. Dice que le parece un hombre muy refinado, culto y capaz. Pero está seguro de que está por cometer un error grave al enviar más tropas a Afganistán. "Obama debería pedirme consejo acerca de Afganistán. Yo podría ayudarle. Afganistán nunca podrá ganarse. No por mi padre. Es el pueblo afgano."
Ya oscureció para cuando agarramos la ruta en zigzag hacia Beirut. Esta es la legendaria ciudad sobre la que Omar había oído toda su vida, la Perla del Mediterráneo, la París del Levante, la Ciudad del Pecado para los hombres árabes que buscan escapar de la sofocante hipocresía de sus propias naciones. En la imaginación de Omar, Beirut es el símbolo de la clase y la sofisticación. Su tío es dueño del Hard Rock Café en Corniche.
Como buen musulmán, Omar es abstemio, pero eso no significa que no esté interesado en lo que la ciudad tiene para ofrecerle. Esa noche, luego de la cena, tomamos un taxi hacia el Music Hall, un cabaret en un cine remodelado del centro de la ciudad. En la atiborrada sala principal, un cantante está vestido como jeque saudita con una túnica árabe. En el aire hay reminiscencias de lo que ha hecho legendaria a Beirut:
Gente hermosa, diversidad cultural, el abandono propio de una eterna zona de guerra. Es la primera vez que Omar asiste a un verdadero club nocturno, y no el deprimente intercambio sexual de un strip bar sirio. Está parado con la espalda contra la pared, mirando con asombro al gentío de su misma edad bebiendo, bailando y flirteando. Esta noche, en medio del ruido, el sudor y la alegría, el Music Hall bien podría ser el mejor boliche del planeta. "¿Te gusta?", le pregunto a Omar.
"Sí", me responde serio. "Pero quiero rock & roll. El rock es lo mejor." Como si estuviese planeado, una banda tributo a Twisted Sister aparece en escena. La gente enloquece cuando la banda tira los primeros acordes de "We're Not Gonna Take It". "¡Esto es lo más!", dice Omar mostrando todos sus dientes. Sin embargo, a la mañana siguiente, Omar viene con un humor distinto. Cuando nos encontramos para un desayuno tardío, dice que no disfrutó para nada del Music Hall. "Ese era un iraquí vestido de sheik, como si fuera un príncipe o un Bin Laden. Fue una falta de respeto. Un saudita no baila frente a gente joven y tonta del Líbano. Es totalmente al revés. Yo cerraría este lugar si fuera el gobernante del Líbano."
"No me gusta la gente moderna", continúa, y sus palabras se tornan enfáticas. "Me gusta la gente original. Si nos remontamos mil años atrás, vas a encontrar a la misma gente. Yo soy de ésos. Pero hay algunas personas que lucen muy extrañas. Ni blancos, ni negros, ni chinos, ni árabes. Una mezcla. Se me confunde todo en la cabeza. No me gusta la vida moderna. Es un error. Me gustan los rostros que lucen puros. Hablé de esto con mi padre. El piensa como yo. No le gusta la mezcla."
Omar me mira. "Como vos. No sos original. Sos una mezcla." La ofensa de sus palabras parece eludirlo, como si no se le ocurriese que sus ideas sobre la superioridad racial puedan tener un efecto sobre la persona a la que se dirige.
Aunque a los occidentales puede parecerles que repudia a su padre, él tiene mucho cuidado en demostrarles a los árabes que aún es un típico hijo respetuoso. Se refiere a su padre como "amable", con lo cual quiere decir que Osama, a diferencia de otros seguidores de la Jihad, sigue un código moral y religioso, por más perverso que sea.
Esa ambivalencia ha llevado a algunos expertos antiterrorisras a preguntarse si Omar estará actuando como un doble agente, enviado por su padre para desplegar una retórica pacifista como un arma engañosa y sofisticada. Michael Scheuer, el antiguo jefe de la oficina de Bin Laden en la CIA, incluso ha escrito un artículo sobre Omar titulado "¿El hijo hippie de Osama o agente de desinformación de Al Qaeda?". Cuando contacto a Scheuer, me comenta que recién ha terminado de leer la biografía de Omar, que él considera como una valiosa pieza de inteligencia. El libro confirma mucho de lo que la CIA ha creído durante mucho tiempo acerca de Bin Laden. Pero Scheuer cree que Omar también tiene un objetivo secreto, a favor de su padre.
"Cuando se publique en árabe, hará que Osama aparezca como un héroe para el mundo musulmán", observa Scheuer. "Se dice que Osama no luchó en realidad y nunca dejó su lujoso estilo de vida. Pero Omar cuenta la historia de cómo su padre es un hombre rudo y cómo dejó todo por Dios. El libro muestra a un Bin Laden elocuente, devoto, piadoso, con cualidades de liderazgo en el contexto musulmán. Es un Robin Hood que come mal en la montaña junto a sus hombres. Ese es un enemigo mucho más poderoso que un loco", opina Scheuer.
Omar se separo definitivamente de su padre en abril, cuando uno de los combatientes más viejos se lo llevó y le advirtió que se estaba gestando "un gran plan". Tenés que estar muy, muy lejos, le dijo el soldado: "Creo que muchos de nosotros moriremos".
El mayor de los Bin Laden lo dejó partir a regañadientes. "No estoy de acuerdo con que me dejes", le dijo a su hijo. "Pero no puedo evitarlo." "Mi padre es un hombre rico. Me dio 10.000 dólares. Me dijo que agarre un auto y me vaya. Los ojos de Omar se llenan de lágrimas. "Si él quería quedarse conmigo, debía aceptar mis elecciones; y si yo quería quedarme con él, debía aceptar las suyas. Yo tenía el corazón roto cuando me iba. No mostramos nuestras emociones. Le besé la mano y me despedí. Esa fue la última vez que lo vi. Omar recuerda la última imagen de su padre: mientras se alejaba, Osama tenía la misma sonrisa misteriosa que cuando les sugirió a sus hijos que se postularan como hombres bomba.
Solo por primera vez en su vida, Omar fue en auto hasta la frontera con Pakistán. Unos meses después, su padre destruyó el World Trade Center, matando a miles de personas. "Nunca pensé que el ataque involucraría a edificios con civiles. Pensé que sería un barco, como el USS Cole. El sueño de mi padre era traer a los estadounidenses a Afganistán. Les haría lo mismo que les hizo a los rusos. Me sorprendió que los norteamericanos mordieran el anzuelo. Yo respetaba mucho la mentalidad del presidente Clinton. El fue inteligente. Cuando mi padre los atacó, el presidente envió un par de misiles al campamento de entrenamiento de mi padre. No lo pudo matar, pero después de la guerra en Afganistán, siguen sin atraparlo. Gastaron cientos de miles de millones."
"Yo todavía estaba en Afganistán cuando el presidente Bush fue elegido. Mi padre estaba muy feliz. Era el tipo de presidente que necesitaba." Según Omar, los norteamericanos tienen suerte de que su padre no haya sido atrapado o asesinado. "Va a ser peor cuando mi padre muera. El mundo se va poner muy, muy feo. Va a ser un desastre. La gente siempre le pide a mi padre que ataque más. Le dicen: «Sheik, debemos hacer más». Unas locuras de mierda. Mi padre tiene un objetivo religioso. Está controlado por las leyes de la Jihad. Sólo mata si piensa que es necesario."
"¿Habrá más ataques?," le pregunto.
"No creo", dice Omar. "Mi padre no lo necesita. Desde el momento en que Estados Unidos fue a Afganistán, su plan funcionó. Ya ganó."
En nuestro ultimo día en Beirut, Omar luce agitado. Parece arrepentido de dar la entrevista, del libro, de la idea de exponerse al escrutinio de gente como yo. Pero también se ve obligado a hacerlo, para lograr su propia fama y fortuna. Me pregunta cuál creo yo que será su futuro. ¿Podrá ser un exitoso hombre de negocios? ¿Podrá ser una persona importante? ¿Podrá contribuir a la paz mundial? ¿Las Naciones Unidas querrán su ayuda? ¿Obama o Hillary Clinton querrán conocerlo?
Puede que Omar haya rechazado la violencia de su padre, pero comparte con él la sensación de estar destinado a la grandeza. En vez de citar el Corán para darle un sentido a sus circunstancias, Omar se basa en un canon un tanto diferente. "Soy como el personaje de William Wallace en Corazón valiente. A veces la gente dice que me parezco a Mel Gibson. Es extraño. William Wallace quería vivir una vida normal, pero lo empujaron a convertirse en guerrero. Lo mismo que a mí. Me empujaron a lo político. No tuve una buena vida, ni un buen negocio. Es imposible para mí vivir una vida normal. En el Islam no está permitido lo que me pasa a mí, que los pecados del padre pasen al hijo. Soy como Tom Cruise en El último samurái. Se cambió de bando para luchar contra su propia gente. Ese soy yo."
Omar pide un shisha y un café turco. Mientras fuma una pipa tipo hookah, se pregunta qué le deparará el futuro. Se cree que su hermano mayor Sa'ad ha sido asesinado por un misil teledirigido en Pakistán el año pasado, y que los iraníes retienen contra su voluntad a seis de sus hermanos en Teherán. Regresar a Yida y a la vida de comerciante de chatarra no le interesa. "Tengo que juntar cien millones de dólares", dice. "¿Cómo junto esa cantidad de dinero?", me pregunta Omar y yo le contesto que no sé.
Omar va hacia la pregunta más profunda, la que define su existencia: cómo lidiar con el legado de su padre. Osama dejó el dinero y el poder de lado para irse a las montañas en Afganistán y pelear por lo que creía. Del mismo modo, Omar ha rechazado la guerra santa para regresar al mundo "real" y vivir de acuerdo con sus creencias.
A ojos de Omar, su padre destruyó al imperio soviético. Hoy, casi una década después del 11/9, el sueño de su padre de unos Estados Unidos en la ruina económica y una guerra que agota el alma en Afganistán ha terminado. Según Omar, su padre destruyó dos imperios. ¿Cómo puede el hijo de un hombre así competir con eso?
"Si me hubiera quedado con mi padre, tendría la ambición de ser un Alejandro Magno en versión moderna. Yo tengo mayores ambiciones que mi padre. Para mí esta vida que tengo es muy pequeña. Esperaba que mi vida fuese mucho más grande. Siento que el mundo es pequeño. Podría dirigirlo un solo hombre. Si estuviera con mi padre, yo podría ser ese hombre. Si estuviera en esa posición, querría gobernar el mundo. Quiero estar en la cima."
Omar pita su shisha.
"El hijo siempre trata de ser mejor que su padre. Trato con todas mis fuerzas de ser mejor, en un buen sentido. Creo que muchas personas deberían estar agradecidas de que elegí la vía pacífica. Si yo eligiera la guerra, sería increíble en ella. Muchas personas deberían rezarle a sus dioses para agradecerles que yo no haya elegido ese camino."
Por Guy Lawson


rollingstone.com.ar

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