MARÍA SÁNCHEZ-MONGE
MADRID.- Siempre se ha dicho que las personas ciegas o sordas adquieren un mayor desarrollo de los sentidos que les quedan. Es algo que llama la atención. Sin embargo, hasta hace pocos años no se ha podido empezar a desentrañar los procesos que están detrás de esa compensación de las carencias sensoriales. Y lo que se ha descubierto es que no se trata simplemente de una mayor activación del tacto, la vista o el oído —según el caso—, sino de algo mucho más complejo: se produce una transformación de la organización funcional y estructural del sistema nervioso. Es uno de los principales exponentes de lo que se conoce como neuroplasticidad del cerebro.
Lofti Merabet y Álvaro Pascual-Leone, del Centro Médico Beth Israel Deaconess de la Universidad de Harvard (Boston, Estados Unidos) desgranan en la última edición de Nature Reviews Neuroscience los hallazgos más recientes en este campo y sus implicaciones de cara al tratamiento de las personas con problemas de visión o audición. Una de las conclusiones que extraen de esta revisión de estudios es que "la decisión de implantar una prótesis o iniciar una estrategia de rehabilitación tiene que tener en cuenta no sólo los efectos sobre la función sensorial residual, sino también sobre el potencial de interferir en los cambios que se están produciendo en respuesta a esa carencia".
En definitiva, el cerebro se crece ante la adversidad. Uno de los ejemplos más espectaculares de esta capacidad es el de Hellen Keller (1880–1968), popularizado en la película El milagro de Ana Sullivan.
Lenguaje táctil
A pesar de ser sorda y ciega desde los 19 meses de edad, esta estadounidense fue capaz de aprender un lenguaje táctil. Su mentora, Anne Sullivan, le hacía tocar los objetos y, a continuación, deletreaba en su mano las palabras que los designaban. Gracias a esas lecciones, estudió en la universidad y se convirtió en una ilustre autora, activista política y conferenciante.
Probablemente, Hellen Keller no era mucho más inteligente que otros sordociegos. La clave está en que supo sacar el máximo partido a su situación. Sus padres, su profesora y el ambiente en el que creció ejercieron una influencia muy positiva; la plasticidad de su cerebro se encargó del resto. Según relatan los autores de la revisión que se acaba de publicar, los cambios neurológicos que se producen ante la pérdida de uno o más sentidos afectan a las áreas cerebrales relacionadas con las facultades que les conviene potenciar, así como a las vinculadas a la habilidad de la que carecen.
De esta manera, los ciegos experimentan cambios en zonas del cerebro asociadas al oído y al tacto, pero también en las regiones que controlan la visión. Una de ellas, la corteza occipital, se vuelve crucial para el procesamiento táctil en la lectura Braille, la localización del sonido y la memoria verbal. Y esto no se ha observado en los individuos con vista normal.
Del mismo modo, estudios de imagen neurológica en sujetos sordos demuestran que en el lenguaje de signos participan áreas cerebrales normalmente asociadas a la audición. Sin embargo, las personas que oyen bien pero han aprendido dicha forma de comunicación y la usan habitualmente —específicamente, los hijos de sordos— no presentan ese patrón de activación.
Los investigadores que han llevado a cabo la revisión de trabajos subrayan que esta inmensa capacidad de adaptación puede tener consecuencias positivas y negativas. A veces, la plasticidad cerebral es una aliada de cara a la instauración de tratamientos de rehabilitación, pero en otros casos puede ser contraproducente empeñarse en restituir el sentido perdido. Por ejemplo, se ha observado que algunas personas sometidas con éxito a cirugía para recobrar la vista tienen grandes dificultades en la identificación visual y el reconocimiento de objetos.
MADRID.- Siempre se ha dicho que las personas ciegas o sordas adquieren un mayor desarrollo de los sentidos que les quedan. Es algo que llama la atención. Sin embargo, hasta hace pocos años no se ha podido empezar a desentrañar los procesos que están detrás de esa compensación de las carencias sensoriales. Y lo que se ha descubierto es que no se trata simplemente de una mayor activación del tacto, la vista o el oído —según el caso—, sino de algo mucho más complejo: se produce una transformación de la organización funcional y estructural del sistema nervioso. Es uno de los principales exponentes de lo que se conoce como neuroplasticidad del cerebro.
Lofti Merabet y Álvaro Pascual-Leone, del Centro Médico Beth Israel Deaconess de la Universidad de Harvard (Boston, Estados Unidos) desgranan en la última edición de Nature Reviews Neuroscience los hallazgos más recientes en este campo y sus implicaciones de cara al tratamiento de las personas con problemas de visión o audición. Una de las conclusiones que extraen de esta revisión de estudios es que "la decisión de implantar una prótesis o iniciar una estrategia de rehabilitación tiene que tener en cuenta no sólo los efectos sobre la función sensorial residual, sino también sobre el potencial de interferir en los cambios que se están produciendo en respuesta a esa carencia".
En definitiva, el cerebro se crece ante la adversidad. Uno de los ejemplos más espectaculares de esta capacidad es el de Hellen Keller (1880–1968), popularizado en la película El milagro de Ana Sullivan.
Lenguaje táctil
A pesar de ser sorda y ciega desde los 19 meses de edad, esta estadounidense fue capaz de aprender un lenguaje táctil. Su mentora, Anne Sullivan, le hacía tocar los objetos y, a continuación, deletreaba en su mano las palabras que los designaban. Gracias a esas lecciones, estudió en la universidad y se convirtió en una ilustre autora, activista política y conferenciante.
Probablemente, Hellen Keller no era mucho más inteligente que otros sordociegos. La clave está en que supo sacar el máximo partido a su situación. Sus padres, su profesora y el ambiente en el que creció ejercieron una influencia muy positiva; la plasticidad de su cerebro se encargó del resto. Según relatan los autores de la revisión que se acaba de publicar, los cambios neurológicos que se producen ante la pérdida de uno o más sentidos afectan a las áreas cerebrales relacionadas con las facultades que les conviene potenciar, así como a las vinculadas a la habilidad de la que carecen.
De esta manera, los ciegos experimentan cambios en zonas del cerebro asociadas al oído y al tacto, pero también en las regiones que controlan la visión. Una de ellas, la corteza occipital, se vuelve crucial para el procesamiento táctil en la lectura Braille, la localización del sonido y la memoria verbal. Y esto no se ha observado en los individuos con vista normal.
Del mismo modo, estudios de imagen neurológica en sujetos sordos demuestran que en el lenguaje de signos participan áreas cerebrales normalmente asociadas a la audición. Sin embargo, las personas que oyen bien pero han aprendido dicha forma de comunicación y la usan habitualmente —específicamente, los hijos de sordos— no presentan ese patrón de activación.
Los investigadores que han llevado a cabo la revisión de trabajos subrayan que esta inmensa capacidad de adaptación puede tener consecuencias positivas y negativas. A veces, la plasticidad cerebral es una aliada de cara a la instauración de tratamientos de rehabilitación, pero en otros casos puede ser contraproducente empeñarse en restituir el sentido perdido. Por ejemplo, se ha observado que algunas personas sometidas con éxito a cirugía para recobrar la vista tienen grandes dificultades en la identificación visual y el reconocimiento de objetos.
elmundo.es
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