El olor a café recién hecho llega desde la cocina; y mientras el pan se tuesta despacio, el aroma de las flores recién cortadas lo inunda todo. Ahora, imagine la misma escena sin olores; así es la vida de las personas con anosmia. Una vida que no huele a nada.
Se calcula que un 2% de la población padece pérdida de olfato; unas 250.000 personas en España, hasta 14 millones en EEUU. Aunque, como reconocen los propios especialistas, el olfato ha sido siempre el gran olvidado de los sentidos y hasta hace pocos años apenas se le daba importancia a este trastorno; lo que hace que la investigación del problema esté aún "en pañales". "Hasta ahora se consideraba un problema difícil de medir, de detectar y, más aún, de tratar", justifica el doctor Adolfo Toledano, otorrino de la Fundación Hospital Alcorcón y el centro Ruber (ambos en Madrid). "No te quejes por tonterías que esto no es nada, has tenido muchísima suerte", le dijeron los médicos a Chelo, una sevillana de 31 años, después de perder el olfato a consecuencia de un traumatismo en la cabeza.
"El olfato ha sido siempre el sentido más olvidado", coincide por su parte Laura López-Mascaraque, presidenta de la Red Olfativa Española; "nadie nos enseña a oler cuando somos pequeños". Y si no que se lo digan a Marta Tafalla, que padece anosmia de nacimiento.
"De niño no entiendes muchas de las cosas que oyes a los mayores, así que detectarlo fue un proceso muy lento. Yo veía, por ejemplo, que todos a mi alrededor disfrutaban mucho de la comida, pero para mí no era para tanto. Tampoco entendía cuando arrugaban la nariz y hablaban de que algo apestaba", recuerda esta profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Cuando tímidamente se atrevió a decir en alto lo que le pasaba se enfrentó a otra sensación común entre los anósmicos: la incredulidad. Que los pediatras a los que le llevó su madre no le diesen importancia a su problema tampoco le fue de gran ayuda. "El sistema sanitario no tiene ningún protocolo para detectar la anosmia", incide Tafalla.
El poder de la mente
Los casos congénitos como el suyo son, sin embargo, minoritarios. En la mayoría de los pacientes el olfato se pierde a lo largo de la edad adulta, bien bruscamente (a consecuencia de un traumatismo, por ejemplo); o poco a poco, lo que puede ser un signo de otras patologías más graves, como el Alzheimer, por ejemplo. "Hasta ahora no se le daba importancia porque parecía algo propio de la vejez; pero ahora sabemos que hay que buscar la causa, porque puede estar provocado por un tumor, por ejemplo", añade el otorrino madrileño.
Toledano precisa aún más la clasificación de las anosmias: el 75% suele estar causada por una inflamación de las vías nasales, de manera que los olores no alcanzan el receptor olfativo que se encuentra al fondo de la nariz. En el otro 25% de los casos, el problema radica precisamente ahí: las vías están despejadas, pero el receptor o el sistema nervioso central no funcionan. "Estos casos siguen siendo un reto para nosotros".
Y para resolver ese reto, los otorrinos se apoyan cada vez más en la Neurología y en las técnicas de imagen para saber qué está pasando en el cerebro cuando nos enfrentamos a un olor. "En nuestro centro hemos desarrollado un 'olfatómetro' para ver qué zonas cerebrales se activan cuando una persona anósmica 'huele' algo", añade Toledano. Porque, como explica López-Mascaraque, los olores son capaces de activar todas las regiones emocionales del cerebro, y no es extraño que un aroma despierte regiones visuales o relacionadas con la memoria, incluso aunque la nariz no funcione normalmente.
Así, con la mente y la imaginación, 'huele' Teresa Garcerán, que perdió el olfato hace seis años a raíz de una intervención quirúrgica tras sufrir una hemorragia cerebral. "Como hay que hacer de la necesidad virtud, pido siempre a quien me acompaña que sea mi nariz, que me describa a qué huele una planta, un perfume, un plato... Al recordar los olores es mucho más fácil imaginarme qué estoy comiendo, cuál es el ambiente... Echarle imaginación a la vida es básico para mí, aunque no huela, puedo imaginar que lo estoy haciendo por las pistas que me facilitan los demás", explica esta jardinera a ELMUNDO.es.
Y aunque los médicos le han dicho que su nervio olfativo está afectado y es probable que jamás recupere el olfato, ella no tira la toalla. "Durante unos cuantos años (ahora he rebajado las expectativas) mi año iba de la floración de las mimosas (entre enero y febrero) a la de los tilos (de mediados de mayo a primeros de junio) esperando que para la siguiente floración ya habría recuperado el olfato. En todas las visitas de control con mi neurocirujano siempre digo: 'todavía no he recuperado el olfato' y el médico me comenta que es fantástico que tenga este buen ánimo aún sabiendo que no lo voy a recuperar; pero no voy a ser yo quien se rinda...".
Rehabilitación olfatoria
El doctor Toledano es cauto a la hora de generar grandes expectativas, aunque reconoce que en su centro (incluido el hospital privado en el que atiende a pacientes remitidos desde la Seguridad Social) están logrando grandes avances gracias la rehabilitación olfatoria: "Hacemos algo parecido a los catadores de vino, a base de repetir olores. Puesto que los sentidos no funcionan de forma aislada, nosotros les enseñamos a los pacientes a oler a base de otras cosas: texturas, colores, recuerdos... de manera que les creamos una ilusión olfativa".
Prueba de que funciona es el caso de Carmen Rodríguez, 66 años. "Después de un catarro empecé a tener un olor y un sabor raro, como metálico", relata a ELMUNDO.es. Todo le olía igual, "como si estuviese intoxicada"; sus guisos, su chocolate favorito, sus nietos pequeños...
Poco a poco, a lo largo de 20 sesiones repartidas en casi dos años, Carmen fue enfrentándose de nuevo a los olores, "intentando recordar cómo me olían antes las especies, el café las flores... trayendo a la mente esos olores". Gracias a esa rehabilitación olfatoria, desapareció primero el mal olor y volvieron poco a poco los viejos aromas; "a fuerza de ponerme delante de frasquitos con los ojos cerrados y repitiendo mucho en casa". Y aunque admite que no ha recuperado plenamente su buen olfato de antes, vuelve a disfrutar de nuevo del olor que emanan sus nietos.
Un detector de humos en casa, nada de gas o de salir de la cocina si hay algo en el fuego, mirar con lupa las fechas de caducidad de los alimentos... Éstas son sólo algunas de las precauciones que toma Marta Tafalla en su vida diaria para compensar su falta de olfato. Ella es una de las 250.000 personas que en España sufren anosmia.
El bollo de mandarinas de su madre, el olor de un bebé, el camión de la basura o el aroma a tierra mojada después de una tormenta son absolutamente inodoros para ella desde que nació. Aunque, como confiesa a ELMUNDO.es, la falta de olfato no es algo que le angustie. A diferencia de quienes pierden este sentido a raíz de una infección o un accidente siendo ya adultos, para ella forma parte de su día a día. "Es parte de mi naturaleza", cuenta la autora de 'Nunca sabrás a qué huele Bagdad', un libro en el que relata las vivencias de una periodista con anosmia; una especie de 'alter ego' que le ha permitido sacar fuera todas sus sensaciones. "Me he ahorrado el psicólogo", bromea.
En el caso de esta profesora de Estética de la Universidad Autónoma de Barcelona, la falta de olores se ha convertido sobre todo en una curiosidad intelectual y trata de imaginarlos en forma de colores, "para tener al menos una idea mental". Y confiesa que una de las cosas que más le gustaría poder olfatear es a las personas que le rodean; "he oído hablar tanto del olor de la gente que siento mucha curiosidad, porque para mí las personas no huelen".
Sabores insípidos
Su anosmia congénita supone también una relación peculiar con la comida y con los sabores. "Claro que siento hambre, pero no un placer especial por la comida", explica, "cuando dejas de oler, no es que la comida pierda todo su sabor, sigues notando algunas cosas (como la textura o si es dulce o salado), pero pierdes lo más importante, que es el aroma".
Por eso, cuando elige un plato lo hace pensando sobre todo en términos prácticos, "elijo cosas saludables. Soy vegetariana". Si tuviese que elegir un sabor se queda con el dulce ("por ejemplo, puedo notar el dulce de los helados, pero no distingo si es de vainilla o de canela"); y aunque cocina para ella, sus platos suelen tener poco sabor para el resto. "¡Para qué voy a usar especias si no lo aprecio!".
La relación entre los olores y la comida es algo común también entre quienes pierden el olfato de repente. Así lo describe Chelo, que perdió el olfato hace unos cinco años después de caer inconsciente y golpearse la cabeza: "Los primeros meses perdí el gusto y era horrible porque la comida no me sabía a nada y tenía una sensación de fatiga constante. Era rarísimo, tenía siempre un 'olor-sabor' muy desagradable".
Teresa Garcerán, anósmica desde hace seis años, suple la falta de olores con imaginación. "Soy una gran amante de los tés e infusiones y me deleito con ellos gracias a las informaciones precisas de los amigos (pidiéndoles que me describan los aromas y sabores que tienen); aún siendo consciente que realmente lo que tomo es simplemente una taza de agua caliente".
No es casual que todas ellas sean mujeres, puesto que la anosmia suele ser más habitual en ellas (excepto si está relacionada con pólipos o con la inhalación de compuestos químicos). Además, añade el doctor Toledano, "ellas suelen tener un olfato más fino, por lo que le dan más importancia al problema y suelen buscar ayuda con más frecuencia cuando lo pierden".
Calidad de vida
"Según un estudio que publicamos en la revista 'American Journal of Otolaryngology' sobre calidad de vida, la afectación de los sabores y la relación con la comida es el aspecto que más afecta a los pacientes con anosmia viral [el grupo más numeroso]", explica el doctor Adolfo Toledano, otorrino de la Fundación Hospital Alcorcón y el centro Ruber (ambos en Madrid).
En el mismo estudio se puso de manifiesto que, después del placer por comer, los anósmicos sufren frustración, tristeza o irritación. "Primero, porque sienten que nadie les entiende y, en segundo lugar, porque aún es frecuente que los médicos les digan que no tiene solución", añade el doctor Toledano.
"A lo malo nunca se acostumbra uno", coincide Yolanda, anósmica desde hace 20 años, después de un resfriado. "Empecé con mocos, a sonarme todo el tiempo y dejé de oler. Pero ningún médico me daba solución. Me decían que era rinitis, alergia a no sabían qué... Yo he llegado a estar muy mal, porque te influye un montón en el día a día, en tu relación con los demás". Unas sensaciones negativas que no comparte Tafalla: "supongo que para alguien que sí ha conocido los olores, su pérdida es más traumática. A mí no me angustia; aunque cuanto más leo sobre el tema, más pienso que debe afectar psicológicamente de alguna manera. Pero no sé exactamente qué me estoy perdiendo".
Otra cosa que comparten los anósmicos consultados por ELMUNDO.es es la precaución en la cocina. "Aún así, ni sé cuántas tostadas se me han quemado", bromea Chelo que, como buena sevillana, echa de menos, "sin duda", el olor a azahar. Todas ellas coinciden además en que echan de menos el olor a sus perfumes preferidos; y un día más se han olvidado de ponerse colonia antes de salir de casa. "Aunque a lo mejor puede que me haya puesto dos veces y salga de casa dejando un rastro a mi paso", concluye Teresa con humor.
elmundo.es
1 comentario:
En verdad es frustrante cuando ni el pediatra de tu hija le toma la seriedad al caso. Yo casi le supliqué a la doctora que me la refiriera al hospital de niños para que me la viera un especialista porque ella decía que era una rinitis crónica siendo la más sana de mis hijos con episodios gripales contados en su vida. Creo que aunque parece ser un trastorno con dificultades mínimas, es necesario educar al paciente para evitar futuros accidentes. Dios no iba a poner algo en nosotros que fuera de poca importancia, así que el olfato es importante.
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