lunes, 11 de julio de 2011

El desafío del movimiento



Kill Bill es una gran película porque es la epopeya de una mujer dispuesta a todo. Pero por sobre todas las cosas, es una película de cambio, de acción, de transformación.
En la primera parte de la saga, hay una escena que siempre me conmovió. Uma Thurman está tirada en el asiento trasero de una camioneta. Estuvo cuatro años en coma. Su cuerpo está tieso, duro. Sus piernas, inmovilizadas. Llora de dolor. Entonces, se produce ese instante mágico, la raíz de toda la historia. Uma Thurman mira sus pies. Largos. Flacos. Las uñas apenas pintadas de un rosa nacarado. Y como un hachazo, se cuela la única verdad posible: para poder caminar y concretar lo que se cuece en sus entrañas, tiene que empezar por mover sus pies. Ella es incluso más detallista, más fina: tiene que empezar por mover los dedos de sus pies. Y como si el tiempo no tuviera medida, Uma Thurman se relaja, acomoda su cabeza, cruza las manos sobre el pecho, enfoca sus ojos en uno de sus dedos gordos y le ordena moverse. Sabe que con paciencia y esfuerzo vendrá todo lo demás. Pero tiene que hacer ese primer movimiento. Mover su dedo gordo.
Lo que sigue es una obra maestra sobre uno de los grandes temas de la humanidad y la tenacidad de una mujer por ajusticiar su dolor.
Pero esa escena de la película me parece reveladora, luminosa. Porque muestra cómo la salvación está en la acción, en esa fuerza física y espiritual que nos impulsa a andar. De a poco. Por más pequeño e insignificante que nos parezca el movimiento. Actuar, generar, hacer, crear. Ir. Algo se estuvo gestando, y hay un impulso que nos lleva a dar el paso.
Durante muchísimo tiempo, a las mujeres nos miraron como si estuviésemos dormidas, aletargadas. Es que eso simulábamos. Pero la verdad de la historia era otra: nos estábamos moviendo de a poco, con mucha lentitud, con paciencia. La desesperación, se sabe, no es buena consejera. Por eso, generaciones enteras de mujeres se dedicaron a activar apenas el dedo gordo del pie. Hacía falta que pusieran toda su fuerza ahí. Era el principio. Poco a poco, el cuerpo entero se empezó a mover, y un buen día empezamos a caminar. Finalmente, salimos a la calle y, sin pedir permiso, nos fuimos colando por todas aquellas puertas que vimos entreabiertas.
Hoy es nuestro momento. Y esta revista, este maravilloso universo que es OHLALÁ!, al que ahora me sumo, es un espejo perfecto de ese gran cambio que se está dando. Mujeres que se atreven, que dicen, que crean, mujeres que comparten, que entienden, que dan. Mi desafío, junto con todas las que hacemos OHLALÁ! y ustedes, es enorme. Tenemos que seguir haciendo, generando, construyendo. Contando historias. Compartiendo ideas. Proyectos. Moviendo el cuerpo.
Lo que nos falta todavía es infinito. Y eso es lo bueno.
Hacia allá vamos.
Teresa Elizalde
revistaohlala.com

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