sábado, 17 de julio de 2010

¿Por qué a los hombres les gusta el fútbol y las mujeres prefieren las telenovelas?

Bien, antes de contestar la pregunta de por qué a los hombres les gusta más el fútbol y las mujeres prefieren las telenovelas, los programas del corazón, hay que hacer una puntualización.
Esta explicación habla de promedios. Es decir, todo el mundo conocerá a mujeres que adoran el fútbol y que detestan las películas románticas. Pero, en promedio, conocerá a más hombres fanáticos del fútbol que de las telenovelas. De igual modo, si bien cada vez hay más mujeres que son aficionadas al fútbol, ni mucho menos encontramos el grado de afición, casi compulsión, que hallamos en muchos hombres.
Hechas estas aclaraciones, vayamos al meollo. Os voy a hablar de dos clases de cerebros. El cerebro masculino y el cerebro femenino. O lo que es lo mismo: la mente sistematizadora y la mente empatizadora.
Todo empieza en el útero materno. Si medimos el nivel de testosterona presente en el útero materno en el primer trimestre de gestación de un bebé, observaremos una correlación muy fuerte: en los niños hay presente más testosterona fetal que en las niñas, pero entre los niños que tenían más testosterona fetal, una vez nacidos, miraban menos a los ojos a los demás.
Este estudio fue realizado por Simon Baron-Cohen en Cambridge, junto a su discípula Svetlana Lutchmaya, tras filmar 29 niñas y 41 niños de 12 meses de edad para analizar con qué frecuencia el bebé miraba a su madre a la cara. Las niñas, pues, eran las que más miraba las caras de sus madres.
Junto con otra discípula, Jennifer Conellan, estudiaron entonces a bebés de edad más temprana: de sólo 1 día de vida. Situaron frente a 102 bebés de 24 horas de vida dos cosas que mirar: su propia cara o un móvil físico-mecánico de aproximadamente el mismo tamaño y la misma forma que una cara.
Incluso recién nacidos, las niñas prefirieron las caras. Los niños, el móvil.
Así pues, da la impresión de que la relativa preferencia por las caras, que poco a poco se va tornando en una preferencia por las relaciones sociales, está de algún modo presente desde el principio. Puede que la distinción entre el mundo social y el físico sea una clave decisiva de cómo funcionan los cerebros humanos.
Los psicólogos evolutivos han empezado a sospechar que las personas aplicamos instintivamente dos procesos mentales para interpretar el mundo, lo que Daniel Dennett ha denominado psicología popular y física popular.
Los hombres se interesan más por la física popular. Las mujeres, por la psicología popular.
Suponemos que un futbolista se mueve porque “quiere” moverse pero que una pelota de fútbol se mueve sólo porque le dan una patada. Hasta los bebés expresan sorpresa cuando los objetos parecen desobedecer las leyes de la física: cuando los objetos se mueven unos a causa de otros, cuando da la impresión de que unos objetos grandes caben en unos más pequeños, o cuando los objetos se mueven sin que los toquen.
Los hombres prefieren el fútbol, los ordenadores, la tecnología, la mecánica, los coches, cazar, suelen ser más escépticos. Las mujeres prefieren contarse chismes, leer la prensa del corazón, mirar telenovelas, hablar de sentimientos, ejercer de psicólogas, creen más en la magia.
Estas ideas pueden parecer tópicos, pero estadísticamente se producen, y no parece que sea la cultura la responsable de que se produzcan, ni la educación, ni el machismo imperante, ni ninguna otra causa externa. Se producen porque nacemos biológicamente predispuestos a ello. En se sentido, la cultura no determina totalmente cómo somos sino que es un reflejo de lo que somos.
Simon Baron-Cohen se fijó en los niños autistas para demostrar esto. Los niños autistas tienen muchas dificultades en ponerse en lugar de los demás, en imaginar qué piensan los demás, en teorizar sobre otras mentes que no sean la propia. Los niños autistas poseen un grado de empatía muy bajo.
Puesto que de todos modos a los niños se les da peor empatizar que a las niñas, tal vez el autismo no sea más que una versión extrema del cerebro masculino. De ahí el interés de Baron-Cohen por la correlación inversa entre la testosterona prenatal y el hecho de mirar a los ojos: puede que la masculinización del cerebro mediante la testosterona vaya “demasiado lejos” en los autistas.
Curiosamente, a los niños con síndrome de Asperger se les da mejor la física popular que a los niños normales, lo cual confirma esta teoría. Son niños fascinados por las cosas mecánicas, siempre tratan de averiguar las reglas que hacen funcionar las cosas. El problema es que también aplican estas reglas mecánicas en las personas, por eso son incapaces de empatizar con los demás.
Encontrar un gran matemático que sufra síndrome de Asperger no será difícil.
La física popular es sólo parte de una destreza que Baron-Cohen denomina “sistematizar”.
Es la capacidad de analizar las relaciones entre la información de entrada y la información de salida en un mundo natural, técnico, abstracto y hasta humano: de comprender causa y efecto, regularidad y reglas.
Por el contrario, la psicología popular es propia de una mente “empatizadora”.
Los hombres tienden a tener cerebros más sistematizadores. Las mujeres, cerebros más empatizadores. Lo irónico es que existe una enfermedad que describe a los demasiado sistematizadores y no a los demasiado empatizadores.
Los individuos con síndrome de Asperger, normalmente hombres, son buenos sistematizadores pero nefastos empatizadores. Pero ¿cómo llamamos a los que poseen cerebros demasiado empatizadores y poco sistematizadores, es decir, con cerebro excesivamente femeninos?
Si reflexionamos un momento se confirmará que todos conocemos a personas de este tipo, pero rara vez su particular combinación de destrezas se califica de patológica. Es probable que en el mundo actual sea más fácil llevar una vida normal con pocas destrezas sistematizadoras que con pocas destrezas empatizadoras. Puede que en la Edad de Piedra hubiera sido menos fácil.
Con todo, localizar a esta clase de personas no catalogadas como patológicas (aunque quizá en el día a día pueden resultar exasperantes en determinadas discusiones racionales) sería bastante sencillo. Tal y como se detectan a los que padecen síndrome de Asperger o los que tienen mentes demasiado masculinizadas.
El dominio de la empatía parece depender de unos circuitos que rodean el sulcus paracingulate, una cisura cerebral próxima a la línea media y cercana a la parte anterior de la cabeza. Pues bien, con un escáner cerebral se puede advertir cómo esa zona se activa especialmente cuando el paciente lee una historia. Porque leer una historia exige “mentalización”: imaginar los estados mentales de los demás.
Pero si el paciente lee un explicación sobre causas y efectos físicos o una serie de frases inconexas, entonces esta zona del cerebro no se activa.
En personas con síndrome de Asperger, sin embargo, esta zona no se vuelve brillante cuando leen historias acerca de los estados mentales, pero en cambio brilla un área vecina. Ésta es un área que interviene en el razonamiento general, que apoya la corazonada de los psicólogos de que, más que empatizar, la gente con síndrome de Asperger razona acerca de los problemas sociales.
Esto también podría ser una posible explicación de que las mujeres lean más novelas que los hombres (es incorrecto decir que las mujeres leen más que los hombres sin más), algo que sabe cualquier editorial que persiga buenos beneficios: cada vez se editan más novelas orientadas al público femenino o con rasgos que atraigan al público femenino. Rasgos que nada tienen que ver con la sistematización sino con la empatía.

genciencia.com

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