Por Alejandro Rapetti
Especial para lanacion.com
Virilidad, fuerza, vigor y jactancia conforman un antiguo estereotipo de masculinidad que comienza a declinar inevitablemente.
En el libro Tipos Que Huyen (los hombres prometen pero no cumplen. Las mujeres esperan y desesperan ), el médico psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin analiza esta tendencia remontándose aún antes de los años ´60, cuando el mundo privado se guardaba bajo siete llaves, y sólo algunos osados o excéntricos se animaban a ventilarlo. Por entonces, el recato, la fidelidad a los valores judeo-cristianos y la censura de lo impropio eran las bases de la sociedad.
"Con sólo observar alrededor y ver la obra de sus adultos mayores, las nuevas generaciones se darán cuenta que las vidas de los ´grandes´ no son tan honorables, ni plácidas y que las severas consignas de comportamiento del pasado los han convertido en seres resentidos, hipócritas, materialistas, despectivos, soberbios y mediocres. Sólo unos pocos han logrado salvarse de tanto daño, quizá los que en esas etapas pasadas fueron tildados de vagos, diferentes, extraños o raros", dispara el especialista, en diálogo con lanacion.com .
Para los especialistas en el campo del psicoanálisis y la antropología, se tiende a subrayar que la diferencia masculino-femenino ha desempeñado un papel social notable, no tanto como diferencia biológica sino como principio de orden alrededor del cual se organizaron las primeras culturas primitivas. Los hombres cazaban y las mujeres cuidaban el fuego. Si el bosque era el espacio masculino, el campamento era el espacio femenino. El hombre era proveedor y la mujer estaba abocada a la procreación.
"Mucha agua corrió desde aquella concepción de nuestros abuelos, en la cual el hombre era temido y respetado, pero a costa de mantener siempre una imagen de ´duro´, no pudiendo mostrar sus emociones ni acercarse a sus afectos sin ver menoscabada su imagen de autoridad", advierte Lilian Suaya, psicoanalista y coordinadora del Café Psicológico , espacio de reflexión sobre temas relacionados con los vínculos afectivos.
Según Suaya, son varios los motivos que permitieron esta nueva modalidad. Los cambios sociales, con la salida de la mujer al terreno laboral, y la píldora anticonceptiva, que brindó la posibilidad de una sexualidad más libre y placentera, posibilitaron que los roles antes esquemáticos y rígidos puedan flexibilizarse, dando lugar a un nuevo modelo masculino, más sensible y dispuesto a compartir con la pareja tanto la crianza de los hijos como el mantenimiento económico del hogar, sin que esto implique pérdida de masculinidad.
En ese sentido, el hombre ya no es el "macho" proveedor y gozador de las mujeres. Al darle un lugar a la sensibilidad, se otorga la posibilidad de reducir las exigencias que lo ataban a la potencia sexual, el éxito económico y la dureza en cuanto a los afectos. Con este cambio aparece también un nuevo modelo femenino, mucho más compañero y partícipe que dará lugar a nuevos modos de encuentro.
"Vale aclarar que la seducción y el juego erótico no quedan exclusivamente referidos a la penetración. El sentir de la mujer estimula al hombre, y esto es vivido por ambos como un enriquecimiento mutuo. Correlativamente la mujer sale de su rol pasivo para compartir actividades y placeres. Los jóvenes de hoy cambian pañales, lavan platos y cuelgan la ropa, y esto no les impide disfrutar de una sexualidad plena y del acercamiento afectivo", sigue Suaya.
Y añade: "La nueva masculinidad está basada en el reconocimiento del sí mismo y del otro como ser humano, libre, sin estereotipos que lo encasillen y coarten su posibilidad de sentir y crecer en la expresión de sus afectos".
Para la psicóloga Jazmín Gulí , la humanidad en general, las mujeres y los niños en particular, han ganado con el cambio que aún está ocurriendo en los hombres y la masculinidad. Antes, el hombre en la familia era un sostén material, un soporte moral, pero no participaba de la vida afectiva, si bien ésa era su forma de querer, justamente sosteniendo y facilitando que los niños y las mujeres vivieran sus roles en el hogar.
"El padre era casi siempre un desconocido, no se era totalmente espontáneo delante de él. Esto, considerando un modelo más reciente y no primitivo. Hoy el hombre está más cerca de todos sus seres queridos. La mujer también empezó a existir por sí misma ampliando su rol de madre y esposa, el hombre incorporó cualidades femeninas y la mujer cualidades masculinas", señala Gulí. Estas forman parte de la constitución básica de cada ser humano, aportando las capacidades de emprender, poner en marcha, encender, penetrar, despertar, hacer, pensar analíticamente, las masculinas; y contener, dejarse llevar, conservar, abarcar, sentir, pensar globalmente, percibir, las femeninas.
"En ese sentido, cualquier proyecto que se quiera concretar, todo acto creativo, para realizarse, necesita del interjuego de los dos modos de acción. En lo que hace a hombre y mujer, es un dúo indisoluble, así que no hay cambios del uno sin que lo haya en el otro, un dúo dinámico y poderoso cuyo encuentro genera nuevas vidas", sigue la psicóloga.
Gulí coordina talleres de masculino y femenino, aunque orientados a todo tipo de resultados -no sólo para las relaciones de pareja-, ya que, según asegura, el equilibrio de ambos modos en todos los campos de la vida, va a ser determinante en el éxito de todo lo que se emprenda.
"Noto que el cambio aun no se terminó de instalar: la nueva masculinidad necesita en conjunto su amabilidad con la fuerza de antes, aquella que antiguamente lo empujaba a defensas de territorios o ataques de conquista, el coraje y la capacidad de abstenerse de lo emocional para dirigir con eficacia", advierte.
En combinación -son inseparables-, la mujer también necesita conservar aptitudes perdidas como las del respeto por el misterio, la entrega y la paciencia. Es decir, frente a la preocupación por la pérdida de las viejas costumbres, Gulí plantea la idea de sumar y conjugar lo nuevo con lo antiguo.
"Tanto a la mujer como al hombre les hace falta que la nueva masculinidad recupere autoridad y autodominio. Así como una buena sociedad de negocios entre dos partes iguales se llevará mejor si uno de los socios tiene el 51% de las acciones y el otro el 49%, en la pareja también precisamos que la equidad pase por todos los planos pero que se reonozca en uno ese punto más en lo que hace a la autoridad. Tenemos la suerte de vivir en esta época y contar con varias áreas de experiencia, así que en otras dimensiones también a la nueva mujer le compete un punto más en su plano de especialidad", advierte.
Tal el caso de un paciente hombre de alrededor de 45 años, trabajador exitoso, casado en segundas nupcias, con una hija de dos años. Su mujer no trabajaba, al menos en ese período, y él, impulsado por las constantes quejas de su pareja, llegó a plantearse que estaba siendo un mal padre porque, al llegar del trabajo, no se hacía tiempo para jugar con la nena, bañarla o darle de comer.
"Esto resulta el colmo: si una pareja logra un equilibrio masculino-femenino en las primeras etapas de crianza: ¿no será mucho pedir que el papá también juegue roles maternos cuando está ocupando un lugar "fuera de casa" que a la vez facilita que la madre sea mamá?", plantea Gulí.
Cincuenta años atrás era impensable que un hombre se cuestionara su accionar en el ámbito afectivo, esto es una ganancia de la nueva masculinidad; sin embargo el planteo expresa la confusión que todavía impera en la distribución de roles. "Considero que las nuevas modalidades de masculinidad son favorables para todos, siempre y cuando esto no conlleve a la perdida de aquello que en esencia lo caracteriza, ya que si esto no se operara, alguien deberá hacerlo. Es una pena que esas tareas quedaran en manos de las mujeres. La diferencia existe y es digna de que la honremos como tal y busquemos la paridad en otros sentidos", concluye Gulí.
Con vistas al futuro
Aunque los hombres tardaron más que las mujeres en producir cambios en sus patrones de género, para Ghedin los avances logrados hasta el momento son irreversibles. Claro que el desarrollo como seres vivos no compete sólo al cuerpo o al mundo físico, sino que abarca las capacidades de aprendizaje, de ampliación del pensamiento, del mundo emocional y la defensa de valores preciados como el respeto por la vida y la libertad.
"La lucha de las mujeres por su autonomía desencadenó cambios en los roles masculinos. Los hombres se han visto compelidos a mirarse a ellos mismos, con el permiso y la libertad para cuestionar, transgredir, romper y cambiar concepciones que estaban arraigadas a la masculinidad. Creo que los cambios futuros no deberían ceñirse a cuestiones sólo de género", señala.
Según el autor, es imperioso asumir el compromiso de que ser humanos no es condición pasiva, y requiere del desarrollo de la actividad cognoscitiva que le da sentido a la existencia: el pensamiento libre. Sólo a partir de este reconocimiento, desde primera infancia, será posible aspirar a una vida mejor.
Características de la nueva masculinidad (según el médico psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin):
- Dinamismo viril: los hombres hoy pueden sentir y trasmitir sus aspectos más frágiles, sensibles, sin sentirse compelidos a actuar con el vigor, fuerza, atributos de poder y competencia social
- Empatía y reciprocidad en las relaciones: los cambios benéficos en la subjetividad permiten que los hombres, al no estar centrados en la defensa de la virilidad y el poder, se abran al mundo del otro, mejorando las relaciones interpersonales, tornándolas más verdaderas, con niveles de sinceridad (y humanidad) que borran los límites del género
- El cuerpo integrado: la nueva masculinidad borra los límites entre la mente, el cuerpo y el mundo emocional. Es decir, los mecanismos de defensa dan paso a una libertad en el sentir y la acción; el resultado es un hombre con una noción de sí mismo más firme y real.
- La primacía de lo erótico: la integración del cuerpo y el mundo emocional a la construcción de la virilidad rompe con la normativa de "vigor" y "potencia" sexual, y el encuentro erótico (incluida la conquista, el uso de la seducción, la toma de iniciativa, los juegos previos, la búsqueda del placer) desplazan al apuro por penetrar, acto que durante siglos, dominó la conducta sexual de los hombres.
Por último, esta nueva masculinidad descripta por el psiquiatra permitiría una apertura cognoscitiva, ya que la "antigua" masculinidad cerraba la percepción del mundo propio y por ende del ajeno. Lo extraño era reprimido, negado y rechazado con miedo u odio. En ese sentido, los cambios sociales en materia de género han contribuido a abrir la malla de la percepción, aceptando o tolerando nuevas formas en la expresión genérica.
Especial para lanacion.com
Virilidad, fuerza, vigor y jactancia conforman un antiguo estereotipo de masculinidad que comienza a declinar inevitablemente.
En el libro Tipos Que Huyen (los hombres prometen pero no cumplen. Las mujeres esperan y desesperan ), el médico psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin analiza esta tendencia remontándose aún antes de los años ´60, cuando el mundo privado se guardaba bajo siete llaves, y sólo algunos osados o excéntricos se animaban a ventilarlo. Por entonces, el recato, la fidelidad a los valores judeo-cristianos y la censura de lo impropio eran las bases de la sociedad.
"Con sólo observar alrededor y ver la obra de sus adultos mayores, las nuevas generaciones se darán cuenta que las vidas de los ´grandes´ no son tan honorables, ni plácidas y que las severas consignas de comportamiento del pasado los han convertido en seres resentidos, hipócritas, materialistas, despectivos, soberbios y mediocres. Sólo unos pocos han logrado salvarse de tanto daño, quizá los que en esas etapas pasadas fueron tildados de vagos, diferentes, extraños o raros", dispara el especialista, en diálogo con lanacion.com .
Para los especialistas en el campo del psicoanálisis y la antropología, se tiende a subrayar que la diferencia masculino-femenino ha desempeñado un papel social notable, no tanto como diferencia biológica sino como principio de orden alrededor del cual se organizaron las primeras culturas primitivas. Los hombres cazaban y las mujeres cuidaban el fuego. Si el bosque era el espacio masculino, el campamento era el espacio femenino. El hombre era proveedor y la mujer estaba abocada a la procreación.
"Mucha agua corrió desde aquella concepción de nuestros abuelos, en la cual el hombre era temido y respetado, pero a costa de mantener siempre una imagen de ´duro´, no pudiendo mostrar sus emociones ni acercarse a sus afectos sin ver menoscabada su imagen de autoridad", advierte Lilian Suaya, psicoanalista y coordinadora del Café Psicológico , espacio de reflexión sobre temas relacionados con los vínculos afectivos.
Según Suaya, son varios los motivos que permitieron esta nueva modalidad. Los cambios sociales, con la salida de la mujer al terreno laboral, y la píldora anticonceptiva, que brindó la posibilidad de una sexualidad más libre y placentera, posibilitaron que los roles antes esquemáticos y rígidos puedan flexibilizarse, dando lugar a un nuevo modelo masculino, más sensible y dispuesto a compartir con la pareja tanto la crianza de los hijos como el mantenimiento económico del hogar, sin que esto implique pérdida de masculinidad.
En ese sentido, el hombre ya no es el "macho" proveedor y gozador de las mujeres. Al darle un lugar a la sensibilidad, se otorga la posibilidad de reducir las exigencias que lo ataban a la potencia sexual, el éxito económico y la dureza en cuanto a los afectos. Con este cambio aparece también un nuevo modelo femenino, mucho más compañero y partícipe que dará lugar a nuevos modos de encuentro.
"Vale aclarar que la seducción y el juego erótico no quedan exclusivamente referidos a la penetración. El sentir de la mujer estimula al hombre, y esto es vivido por ambos como un enriquecimiento mutuo. Correlativamente la mujer sale de su rol pasivo para compartir actividades y placeres. Los jóvenes de hoy cambian pañales, lavan platos y cuelgan la ropa, y esto no les impide disfrutar de una sexualidad plena y del acercamiento afectivo", sigue Suaya.
Y añade: "La nueva masculinidad está basada en el reconocimiento del sí mismo y del otro como ser humano, libre, sin estereotipos que lo encasillen y coarten su posibilidad de sentir y crecer en la expresión de sus afectos".
Para la psicóloga Jazmín Gulí , la humanidad en general, las mujeres y los niños en particular, han ganado con el cambio que aún está ocurriendo en los hombres y la masculinidad. Antes, el hombre en la familia era un sostén material, un soporte moral, pero no participaba de la vida afectiva, si bien ésa era su forma de querer, justamente sosteniendo y facilitando que los niños y las mujeres vivieran sus roles en el hogar.
"El padre era casi siempre un desconocido, no se era totalmente espontáneo delante de él. Esto, considerando un modelo más reciente y no primitivo. Hoy el hombre está más cerca de todos sus seres queridos. La mujer también empezó a existir por sí misma ampliando su rol de madre y esposa, el hombre incorporó cualidades femeninas y la mujer cualidades masculinas", señala Gulí. Estas forman parte de la constitución básica de cada ser humano, aportando las capacidades de emprender, poner en marcha, encender, penetrar, despertar, hacer, pensar analíticamente, las masculinas; y contener, dejarse llevar, conservar, abarcar, sentir, pensar globalmente, percibir, las femeninas.
"En ese sentido, cualquier proyecto que se quiera concretar, todo acto creativo, para realizarse, necesita del interjuego de los dos modos de acción. En lo que hace a hombre y mujer, es un dúo indisoluble, así que no hay cambios del uno sin que lo haya en el otro, un dúo dinámico y poderoso cuyo encuentro genera nuevas vidas", sigue la psicóloga.
Gulí coordina talleres de masculino y femenino, aunque orientados a todo tipo de resultados -no sólo para las relaciones de pareja-, ya que, según asegura, el equilibrio de ambos modos en todos los campos de la vida, va a ser determinante en el éxito de todo lo que se emprenda.
"Noto que el cambio aun no se terminó de instalar: la nueva masculinidad necesita en conjunto su amabilidad con la fuerza de antes, aquella que antiguamente lo empujaba a defensas de territorios o ataques de conquista, el coraje y la capacidad de abstenerse de lo emocional para dirigir con eficacia", advierte.
En combinación -son inseparables-, la mujer también necesita conservar aptitudes perdidas como las del respeto por el misterio, la entrega y la paciencia. Es decir, frente a la preocupación por la pérdida de las viejas costumbres, Gulí plantea la idea de sumar y conjugar lo nuevo con lo antiguo.
"Tanto a la mujer como al hombre les hace falta que la nueva masculinidad recupere autoridad y autodominio. Así como una buena sociedad de negocios entre dos partes iguales se llevará mejor si uno de los socios tiene el 51% de las acciones y el otro el 49%, en la pareja también precisamos que la equidad pase por todos los planos pero que se reonozca en uno ese punto más en lo que hace a la autoridad. Tenemos la suerte de vivir en esta época y contar con varias áreas de experiencia, así que en otras dimensiones también a la nueva mujer le compete un punto más en su plano de especialidad", advierte.
Tal el caso de un paciente hombre de alrededor de 45 años, trabajador exitoso, casado en segundas nupcias, con una hija de dos años. Su mujer no trabajaba, al menos en ese período, y él, impulsado por las constantes quejas de su pareja, llegó a plantearse que estaba siendo un mal padre porque, al llegar del trabajo, no se hacía tiempo para jugar con la nena, bañarla o darle de comer.
"Esto resulta el colmo: si una pareja logra un equilibrio masculino-femenino en las primeras etapas de crianza: ¿no será mucho pedir que el papá también juegue roles maternos cuando está ocupando un lugar "fuera de casa" que a la vez facilita que la madre sea mamá?", plantea Gulí.
Cincuenta años atrás era impensable que un hombre se cuestionara su accionar en el ámbito afectivo, esto es una ganancia de la nueva masculinidad; sin embargo el planteo expresa la confusión que todavía impera en la distribución de roles. "Considero que las nuevas modalidades de masculinidad son favorables para todos, siempre y cuando esto no conlleve a la perdida de aquello que en esencia lo caracteriza, ya que si esto no se operara, alguien deberá hacerlo. Es una pena que esas tareas quedaran en manos de las mujeres. La diferencia existe y es digna de que la honremos como tal y busquemos la paridad en otros sentidos", concluye Gulí.
Con vistas al futuro
Aunque los hombres tardaron más que las mujeres en producir cambios en sus patrones de género, para Ghedin los avances logrados hasta el momento son irreversibles. Claro que el desarrollo como seres vivos no compete sólo al cuerpo o al mundo físico, sino que abarca las capacidades de aprendizaje, de ampliación del pensamiento, del mundo emocional y la defensa de valores preciados como el respeto por la vida y la libertad.
"La lucha de las mujeres por su autonomía desencadenó cambios en los roles masculinos. Los hombres se han visto compelidos a mirarse a ellos mismos, con el permiso y la libertad para cuestionar, transgredir, romper y cambiar concepciones que estaban arraigadas a la masculinidad. Creo que los cambios futuros no deberían ceñirse a cuestiones sólo de género", señala.
Según el autor, es imperioso asumir el compromiso de que ser humanos no es condición pasiva, y requiere del desarrollo de la actividad cognoscitiva que le da sentido a la existencia: el pensamiento libre. Sólo a partir de este reconocimiento, desde primera infancia, será posible aspirar a una vida mejor.
Características de la nueva masculinidad (según el médico psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin):
- Dinamismo viril: los hombres hoy pueden sentir y trasmitir sus aspectos más frágiles, sensibles, sin sentirse compelidos a actuar con el vigor, fuerza, atributos de poder y competencia social
- Empatía y reciprocidad en las relaciones: los cambios benéficos en la subjetividad permiten que los hombres, al no estar centrados en la defensa de la virilidad y el poder, se abran al mundo del otro, mejorando las relaciones interpersonales, tornándolas más verdaderas, con niveles de sinceridad (y humanidad) que borran los límites del género
- El cuerpo integrado: la nueva masculinidad borra los límites entre la mente, el cuerpo y el mundo emocional. Es decir, los mecanismos de defensa dan paso a una libertad en el sentir y la acción; el resultado es un hombre con una noción de sí mismo más firme y real.
- La primacía de lo erótico: la integración del cuerpo y el mundo emocional a la construcción de la virilidad rompe con la normativa de "vigor" y "potencia" sexual, y el encuentro erótico (incluida la conquista, el uso de la seducción, la toma de iniciativa, los juegos previos, la búsqueda del placer) desplazan al apuro por penetrar, acto que durante siglos, dominó la conducta sexual de los hombres.
Por último, esta nueva masculinidad descripta por el psiquiatra permitiría una apertura cognoscitiva, ya que la "antigua" masculinidad cerraba la percepción del mundo propio y por ende del ajeno. Lo extraño era reprimido, negado y rechazado con miedo u odio. En ese sentido, los cambios sociales en materia de género han contribuido a abrir la malla de la percepción, aceptando o tolerando nuevas formas en la expresión genérica.
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