sábado, 19 de junio de 2010

Deportistas con discapacidad

Son las 11 de un miércoles soleado de junio. Entre la inmensa marea de edificios, autos y asfalto del barrio de Núñez, se abre camino el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), un pulmón verde de 115.000 metros cuadrados que puede vanagloriarse de ser un ejemplo vivo de diversidad. Personas de todos los niveles socioeconómicos, con o sin discapacidad, hombres y mujeres, dejan su sudor en las pistas sin reparar en las diferencias, simplemente porque hay algo superior que los une: el amor por el deporte.
En la pista de atletismo, mientras Alejandra García sorprende con sus saltos en garrocha, se cruzan en los andariveles jóvenes que se entrenan en resistencia o marcha, junto con deportistas en sillas de ruedas o ciegos que practican esa misma disciplina.
Esta imagen de sana integración social choca con la realidad de una sociedad que en su gran mayoría le da la espalda a lo diferente, a la que no se le ocurre que las personas con discapacidad pueden representar a la Argentina en competencias de alto rendimiento y llegar a ser las mejores en lo que hacen. Por eso nadie los conoce y por eso muchas veces ni ellos se animan a incursionar en la actividad física.
A pesar de la falta de reconocimiento y superando todos los obstáculos, estos deportistas pasan gran parte de la vida en la cancha, se sienten orgullosos de vestir los colores celeste y blanco, y consiguen batir récords mundiales y ganar medallas olímpicas.
En medio de un Mundial de fútbol que tiene completamente fanatizado al país, les acercamos historias de entrega de otros compatriotas que también disfrutarían de tener el aliento de una buena hinchada.

Uno podría pensar que el hecho de haber nacido ciega iba a condenar a Mariela Almada a una vida llena de limitaciones. Lejos de eso, Almada acaricia en forma despreocupada el disco que le valió una medalla olímpica de bronce en Pekín y que hoy la acompaña en uno de los diarios entrenamientos de lanzamiento en el Cenard. De esa forma, alimenta un romance que empezó hace más de cinco años y que planea coronar ganando el oro en el Mundial de 2011 en Nueva Zelanda.
Almada sabe -y lo hace saber- que el hecho de tener sólo el 10% de visión, producto de una enfermedad genética, que también afecta a su madre y a cinco de sus siete hermanos, no le impidió superar todos los desafíos que se le fueron presentando.
"Mi casa no tiene nada adaptado, es una casa normal. Cuando todos queremos ver un programa es un problema porque no entramos juntos cerca del televisor. Tener una familia en la que todos están en la misma te ayuda", explica Almada, a la vez que recuerda una infancia en la que se las ingeniaban para hacer lo mismo que cualquier otro chico. "Le poníamos una bolsa a la pelota para poder oírla y jugábamos en la plaza. Hoy por hoy la única diferencia es que tardo un rato más en encontrar las cosas o en cocinar."
De chica, la hiperactividad le corría por las venas y se animaba a todo: carrera de embolsados, fútbol, mancha. "A la mañana iba a un colegio común y a la tarde asistía a una escuela especial donde aprendía braille y aprovechaba para hacer deportes", cuenta Almada.
En la gran mayoría de los casos, las personas con discapacidad se acercan a la actividad física como una forma de rehabilitación y con el tiempo dan el salto hacia algún deporte. Y Almada no fue una excepción. A los 6 años empezó a concurrir a una colonia de vacaciones para que aprendiera a moverse y manejar su cuerpo. Almada consiguió mucho más que eso: terminó corriendo 800 metros, haciendo salto en largo y lanzamiento de pelota. "Ahí conocí a la profesora Miriam Guim, que vio en mí potencial y empezó a llevarme a los torneos", sostiene Almada.
Hoy, con calzas deportivas negras, gorrita, zapatillas de atletismo naranjas, una remera con el logo de la Federación Argentina de Deportistas Ciegos (Fadec) Argentina y el pelo atado con una colita, empieza la rutina de calentamiento en el Cenard.
Hay que hacer un esfuerzo para darse cuenta de que Almada tiene dificultades visuales. Se mueve con una naturalidad sorprendente. Se pone en cuclillas, se concentra, da varios giros y la bala o el disco salen volando hasta encontrarse con el suelo. Lo sorprendente es que es ella la que va a buscar la bala sin ningún tipo de asistencia. "Cuando es de día distingo los colores y algunas formas. El resto es más maña que otra cosa. Por ejemplo, cuando tiro la bala ya estoy oyendo donde pica para saber adónde ir a buscarla", explica con picardía.
Su rutina de entrenamiento es bastante sacrificada. Como vive en Laferrère, La Matanza, Mari -como le dicen sus compañeros- se levanta a las 6 para llegar en colectivo a las 9 y entrenarse hasta las 12. Los lunes, miércoles y viernes también hace pesas de 16 a 18 y después vuelve a su casa.
El año pasado participó de los Juegos Panamericanos de Estados Unidos y ganó en las dos pruebas de bala y disco en las que compitió. También obtuvo el 4° puesto en el Mundial de Atletismo 2007, que la clasificó directamente para Pekín, donde consiguió el bronce en lanzamiento de disco. "Ver ese estadio lleno con 85.000 personas fue un espectáculo increíble. Nunca había visto a tanta gente", cuenta esta joven, que cobra una beca de 4000 pesos por mes de la Secretaría de Deportes.
Está convencida de que el deporte le dio todo y por eso quiere seguir ligada a él, incluso cuando deje de competir. "Siempre que subí a un avión fue por el deporte, que me dio la oportunidad de conocer gente y lugares. Cuando me retire me gustaría trabajar como asistente de kinesiología para una selección, así podría seguir viajando", afirma Almada.
Pero actualmente su cabeza está puesta en ganar una medalla de oro en el Mundial 2011 en Nueva Zelanda. Almada está muy confiada, pero también explica que entrenarse al aire libre le da ventajas sobre el resto de las competidoras, porque todas practican en lugares cerrados. "Como en los mundiales las pistas son al aire libre, tengo grandes posibilidades de ganar cuando llueve o hay rocío, porque estoy acostumbrada a manejarme con superficies mojadas. No resbalo ni se me caen el disco o la bala", dice Almada, con cierto dejo de viveza criolla. Por algo es argentina, y se le nota.

Si bien se mueve con muletas o en silla de ruedas con una velocidad envidiable él solo se siente completamente libre cuando está en el agua. Ahí puede hacer realidad todo lo que no consigue en tierra, como ganar tres medallas olímpicas y batir tres récords mundiales en estilo espalda. No le gustan los elogios, pero bien podríamos llamarlo El mago del agua. No sólo porque hace milagros en cada brazada, sino porque una de sus pasiones ocultas es la magia.
Guillermo Marro nació hace 26 años, en Pergamino, con una dislocación de cadera y siempre vivió su discapacidad de manera natural. Está convencido de que el hecho de haberse criado en una localidad pequeña y no en una gran ciudad lo ayudó a no sentirse discriminado. "Yo jugaba con mis hermanos como un igual, si ellos se subían a un árbol yo iba detrás", explica Marro de manera desenvuelta, y deja en claro que no tiene ningún tipo de complejo. Lo que más sorprende de Marro -además de su espalda hiperdesarrollada- es la seguridad en sí mismo, su sencillez y transparencia.
Como muchos destinos, el de él también estuvo marcado por su familia. De chico el médico le recomendó hacer actividad física y como sus cuatro hermanos eran nadadores, él también se inscribió, a los 4 años, en una escuelita de natación.
A los 10 años empezó a competir con atletas convencionales con muy buenos resultados y a los 14 incursionó en las ligas de personas con discapacidad con la Copa América. "Gané todas las carreras en las que participé porque me entrenaba con convencionales y eso me daba ventaja", explica Marro, en el bar del Cenard.
En 1998 empezó su carrera internacional y con sólo 17 años tomó la dura decisión de abandonar su Pergamino natal para instalarse en la residencia del Cenard y entrenarse a tiempo completo. Actualmente compite para River y tiene una beca de 4000 pesos de la Secretaría de Deportes.
Mientras cursaba segundo año de polimodal tuvo la posibilidad de ir a los Juegos Olímpicos de Sydney y abandonó sus estudios para zambullirse en los preparativos necesarios. El esfuerzo valió la pena, ya que en las eliminatorias de Sydney batió el récord del mundo en espalda y ganó la medalla de bronce, hazaña que luego repitió en los Juegos Olímpicos de Pekín.
"El deporte me dio todo y la oportunidad de encarar un estilo de vida placentero, hacer amigos, poder viajar, y además me abrió la cabeza. No me imagino qué otra cosa podría hacer. Además, es increíble estar afuera representando a tu país, ver que izan la Bandera y el reconocimiento de la gente", dice Marro, que terminará este año el secundario en el Instituto San Ignacio a distancia y piensa anotarse en el Instructorado de Educación Física para dar clase en el futuro.
Su próximo objetivo son los Juegos Olímpicos de Londres 2012, en los que planea conseguir lo que le falta para consagrarse: una medalla de oro.
Si bien su vida deportiva no le deja tiempo para otras actividades, Marro supo encontrarlo, así como las energías, para dar nacimiento a la Fundación Guillermo Marro, que tiene como objetivo la promoción y el desarrollo del deporte de elite. "A pesar de los logros que yo había obtenido, junto con mi entrenadora golpeé muchas puertas para que nos dieran apoyo y todas permanecieron cerradas. Ahí fue cuando decidimos crear una fundación para allanarles el camino a otros atletas de elite", explica.
No está tan lejos de los 30 años, y eso lo lleva inevitablemente a pensar en su retiro. "Prefiero hacerlo con honor y no caer en picada. Pero sé que después de pasarme la vida haciendo esto, me va a costar dejarlo", expresa este joven que quiere dedicarse a la música o a la magia cuando se retire. "Me gusta mucho verla y hacerla, crear ilusión. Hacer disfrutar a la gente. Verle la cara cuando hacés un truco es impagable", dice este mago, que no se cansa de deslumbrar a cualquier audiencia cada vez que entra al agua.

El suyo es uno de esos testimonios de superación que dan escalofríos, que demuestran que todo es posible cuando sobra dedicación y esfuerzo. Analía Rico nació con un retraso madurativo del que todavía se desconocen las causas. Más allá de la falta de diagnóstico, los síntomas se empezaron a manifestar en la primera infancia con problemas en la motricidad gruesa y la fina.
"Se caía, babeaba y tenía serios problemas de postura. Estábamos preocupados porque si no mejoraba la motricidad nunca iba a poder llegar a incorporar la lectoescritura. Entonces pensamos en que empezara a practicar deportes", cuenta Laura, mamá de Analía, en su casa de Flores.
Ante la falta de lugares de estimulación temprana, a los 7 años Analía empezó con patín artístico. Contra todos los pronósticos, enfundada con rodilleras y protecciones en todo el cuerpo dio sus primeros pasos tambaleantes. Para sorpresa de muchos, 3 años después, estaba haciendo figuras sobre un pie.
Nunca pensó que cruzarse por casualidad con María de los Angeles Kalbermatter de la Asociación Argentina de Actividades Ecuestres para Discapacitados (Aaaepad) -que estaba trabajando con la equinoterapia- iba a cambiarle su vida para siempre. "Así fue como a los 11 empezó a utilizar el caballo como medio de rehabilitación, ya que es uno de los deportes más completos para desarrollar la musculatura. Hasta ese momento no se nos había ocurrido que podía llegar a practicar la equitación como deporte", cuenta Laura.
Pero un día llegó la invitación de Olimpíadas Especiales Internacionales -organización que estimula el deporte de personas con discapacidad intelectual- para agregar algún deporte más a las competencias internacionales, y se eligió la equitación. Así, en 1995 Analía viajó con un grupo de jinetes para competir en Estados Unidos, gracias a haber ganado un torneo nacional en la especialidad de adiestramiento. "Ahí gané una medalla de oro", dice Analía, de 32 años, que luego muestra orgullosa su cuarto lleno de trofeos. Es la segunda de tres hermanos, vive con sus padres y cuando no está subida a su yegua Cambá (significa Negra en guaraní), que tiene hace 8 años, sale, va al cine y dos veces por semana va a trabajar a la oficina de su papá.
Después de este viaje en el que consiguió los máximos laureles, Analía y su profesor, Carlos Zelaya, presos del entusiasmo se animaron a más y ella empezó clases de salto.
"Al principio tenía bastante miedo porque era una actividad de mucho riesgo. Iba a estar saltando y yendo a más velocidad. Lo que me tranquilizaba era saber que habíamos elegido una yegua mansa para que cabalgara, un animal noble y tranquilo, casi capaz de comprender las dificultades de Analía", explica su madre, Laura.
El camino de Analía también tuvo sus obstáculos. Allá por 2000, ella y su entorno se animaron a lo imposible: inscribir a la primera persona con discapacidad mental en la Federación Ecuestre Argentina. "Fue una lucha muy fuerte porque había que cambiar muchas cabezas. Por suerte lo conseguimos y lo que hizo la federación fue una circular para que todos los clubes supieran que Analía iba a empezar a competir en salto. Ahí también se les pedía que en las competencias ella saliera en los últimos turnos para que pudiera memorizar el recorrido. Esto la favoreció muchísimo porque la ayudó a concentrarse y focalizar", explica Laura.
Analía entrena tres veces por semana en el Club Argentino de Merlo, participa en la liga nacional de salto y cada cuatro años en las Olimpíadas Especiales, cuando puede, ya que debido a problemas de financiamiento hay veces que son muy pocos chicos los que consiguen viajar. En 2003 participó de las Olimpíadas en Irlanda donde obtuvo un 1° y 2° puesto en su categoría de adiestramiento.
Desde los 11 años que está sentada arriba del caballo y hoy con 32 no se cansa de decir que "la equitación es el deporte que más amo, amo los caballos y quiero hacer esto durante toda mi vida".

El fútbol corre por sus venas desde que tiene uso de razón. De chico, cuando un par de amigos se juntaban en el potrero de su San Pedro natal, él siempre estaba listo para jugar. Porque para Silvio Velo la pelota no sólo es su mayor pasión, sino también su destino inevitable. "Yo nací ciego y con este don. Si hubiese nacido con vista también hubiera sido jugador de fútbol. Si no hay muchas cosas que no se explican, como que sepa hacer un caño o un sombrero sin nunca haberlo visto. Por eso soy de los que creen que el fútbol se lleva adentro, se siente", explica Velo, capitán de Los Murciélagos, equipo nacional de fútbol de no videntes.
Siempre sonriente, simpático, haciendo un chiste atrás de otro, Velo recuerda su infancia de interminables picados, de tardes subido a los árboles o jugando a las escondidas. "De chico estaba todo el día con la pelotita. Era un barrio muy humilde donde el único juguete que se podía compartir era la pelota. Yo no pensaba en si veía o no, sólo quería jugar por toda la pasión que tenía", explica Velo, luego de terminar una práctica junto a sus compañeros en el Cenard.
Su primer contacto con el fútbol para ciegos llegó a los 9 años, cuando lo internaron en el Instituto Román Rosell de San Isidro para chicos con problemas visuales. Ahí descubrió que jugaban al fútbol con una pelota con sonido. "Para mí fue todo una gran sorpresa porque la diferencia era enorme. Lo bueno es que el instituto era un lugar enorme, con jardín, y pude seguir haciendo lo mismo que en mi pueblo. La pasé muy bien porque jugaba todo el día a la pelota", explica Velo, que vive con su mujer, Claudia, y sus 5 hijos en San Pedro.
Justamente en el instituto fue donde el profesor Enrique Nardone lo descubrió y lo convocó en 1991 para formar parte de la primera selección de fútbol para no videntes que iba a participar de un campeonato latinoamericano. "No nos fue muy bien, pero sirvió para empezar. Recién ahí comencé a pensar que podía llegar a ser alguien en el fútbol", cuenta hoy Velo, que con 39 años no piensa en el retiro.
La personalidad de Velo se deja traslucir a través de sus palabras, pero principalmente mediante su juego. Por eso siempre le gustó jugar con la camiseta N° 5. "Elegí ese puesto porque me gusta luchar, recuperar la pelota en el área propia, correr toda la cancha y hacer el gol. Mi puesto es el que consigue el equilibrio en el equipo y el 10 es el que se lleva todos los elogios", suelta Velo a modo de confesión.
Velo no se imagina haciendo otra cosa que no sea jugar al fútbol. De hecho hace 20 años que forma parte de Los Murciélagos y el deporte es su vida. "Le debo todo al deporte, ya que toda mi vida lo practiqué y me dio trascendencia. Si estuve mal me dio la autoestima suficiente para salir adelante, reconocimiento y muchas cosas que sólo el deporte te da. Creo que el deporte es una herramienta importantísima para cualquier persona", sostiene Velo, que en la cancha experimenta todas las emociones posibles. Una de las más grandes fue la euforia de haber conseguido ganar dos copas mundiales y ser nombrado el mejor jugador del mundo.
Le gusta escuchar fútbol, es hincha de Boca, pero en la liga nacional juega para River. Cobra una beca de 4000 pesos de la Secretaría de Deportes, pero además es empleado de la Anses de San Pedro y da charlas empresariales. "Uno se las va rebuscando", explica.
No sólo lo llena de orgullo el poder representar a la Argentina a través del fútbol, sino que se siente satisfecho por haber ayudado a que las personas superen la barrera de la discapacidad en el deporte y los apoyen como una selección más. "Cuando empezamos no teníamos ni botines ni reconocimiento, y hoy me paran para saludarme por la calle y pedirme autógrafos. Los Murciélagos no es un equipo de ciegos pobrecitos que se divierten, sino que somos una selección más con la cual la gente se siente identificada. Estamos en un buen camino para seguir creciendo", dice, mientras un hincha se acerca a preguntarle cuándo juegan el próximo mundial, validando lo que acaba de decir.
En agosto próximo se va a desarrollar el Mundial en Inglaterra y Velo quiere volver con la copa. "Queremos el tricampeonato", suelta Velo a modo de sentencia, mientras enfila para la entrada del Cenard rumbo a San Pedro.

Cuando a los 17 años Constanza Coronel entró por primera vez al Cenard para probarse durante una semana por un posible puesto en la selección de handball nunca pensó que a los 30 iba a volver a ese mismo lugar, pero esta vez para entrenar con el seleccionado nacional de básquet en silla de ruedas.
Nunca iba a imaginar que a los 23 años un accidente de tránsito la iba a dejar con una paraplejia y lesión medular, y que a pesar de eso iba a poder seguir practicando deporte de alta competición.
"El deporte estuvo presente durante toda mi vida. A los 6 años empecé danza hasta los 10, que me concentré en la gimnasia deportiva y cuando cumplí 14 me fanaticé con el handball", cuenta Coronel.
Siete años después del accidente, una compañera de trabajo que también estaba en sillas de ruedas la invitó a jugar con ella al básquet. "La verdad tengo que reconocer que al principio, por prejuicio, estaba medio reticente. Hasta que un día fui a probar y cuando me subí a la silla de competición me encantó. Fue volver a reencontrarme con un montón de sensaciones que tenía cuando hacía el deporte sin lesión, nada más que estaba sentada en una silla de ruedas", explica Coronel.
Ese volver a vivir fue el camino de partida que hoy la llevó a jugar para el club Cilsa Buenos Aires a nivel nacional y en la selección argentina. Si bien su limitación motora no la desmotivó para terminar su carrera de abogada ni a desarrollarse laboralmente, en el plano personal, Coronel reconoce que el deporte la ayudó a terminar de aceptar su discapacidad.
"Estos espacios están muy poco difundidos porque yo, que se supone soy una persona que está informada me enteré de que existía el básquet en silla de ruedas años más tarde y por una amiga. Las personas con discapacidad tienen que saber que existen deportes de alto rendimiento para ellos", se queja Coronel, que actualmente vive con su pareja y trabaja de abogada en el Servicio Nacional de Rehabilitación, además de atender casos particulares.
Su primer desafío internacional fueron los Juegos Parapanamericanos de Río de Janeiro en 2007, en los que si bien no tuvieron grandes resultados deportivos, a nivel personal le produjo un crecimiento increíble. "Porque para mí fue el corte definitivo de dejar de ver a la persona con discapacidad que hace deporte para empezar a ver atletas", explica emocionada.
El próximo desafío es en agosto, en Perú, en los Juegos Copa Andina, donde van a disputar un torneo de desarrollo, con miras a poder competir en 2011 en los Parapanamericanos, en Guadalajara. "Los objetivos que nos ponemos son metas cortas porque recién volvimos a la escena internacional en Río; en 2008 no pudimos competir y en 2009 en el Torneo Latinoamericano de Guatemala hicimos un esfuerzo terrible y salimos 4°. Eso fue muy importante porque se vio todo el crecimiento del equipo y nos ayudó a que en este próximo viaje la Secretaría de Deportes nos pague los pasajes", dice Coronel.
Entre su trabajo, los entrenamientos tres veces por semana, las idas a Tribunales y el resto de su vida, Coronel es una joven de agenda completa, pero con sonrisa radiante. No lo quiere decir en voz alta, pero en el fondo de su corazón sigue albergando un sueño casi imposible: clasificar para los Paralímpicos de 2012.

"Sigo viviendo de la misma manera, pero un metro más abajo", dice divertido Juan Foa, para explicar lo poco que le cambió la vida desde que un accidente en unas vacaciones lo dejaran en silla de ruedas hace 12 años. "Se me complica correr 100 metros llanos, pero por suerte mi mayor hobby que era viajar lo puedo seguir haciendo. Terminé de estudiar, trabajo y me muevo para todos lados con el auto", continúa Foa, hoy integrante de la selección argentina de Quad Rugby, que por primera vez en la historia va a estar participando de un mundial el año que viene.
Cuando tenía 20 años, en un verano con amigos en Brasil, tuvo la desgracia de resbalarse del borde de una pileta de natación justo en el momento en el que estaba saltando para tirarse. "Me caí al agua y mi cabeza golpeó con uno de los escalones. Producto de un shock medular quedé boca abajo sin poder mover el cuerpo hasta que me sacaron del agua", recuerda Foa, hoy de 32 años y una energía de vida envidiable.
Hoy, con una lesión medular a nivel C5 que le produce una cuadriplejía, Foa siente que no hay nada que no pueda hacer. Se recibió de licenciado en Comercio Internacional en la Universidad de Quilmes, trabaja en el Banco Francés y vive solo en Palermo.
Al Quad Rugby lo conoció durante un viaje por Europa en 2003 y tuvo la loca idea de traerlo a la Argentina. Se juntó con unos amigos y en 2005 empezaron a jugar. "Acá no había deporte de equipos para parapléjicos. Sólo tenías natación o ping pong, deportes por demás aburridos. Entonces hicimos contacto con la Fundación Rugby Amistad, que organizó una clínica sobre manejo de silla de ruedas que aprovechamos para convocar a chicos que quisieran jugar, invitamos a un cuerpo técnico de Estados Unidos para que nos explicara las reglas y empezamos a entrenar", cuenta Roa, que a partir de esta experiencia pudo volver al deporte en equipo y de alto rendimiento.
"Al principio éramos tres gatos locos. Pero cinco años después estamos yendo a un mundial", dice Roa durante un entrenamiento en el Centro Nacional de Rehabilitación. Al Quad Rugby se juega en una cancha de básquet, 4 contra 4 y para hacer el try hay que pasar la línea de fondo. "Tenés 40 segundos para hacer el try con una pelota de voley y el tacle es con la silla, no con el cuerpo. Como con la silla vale todo, es una especie de autito chocador que sirve como canalizador de estrés", explica Roa.
Su primer torneo importante fue el Paramericano en octubre último, donde disputaban con Brasil una plaza para el Mundial en septiembre de 2010 en Vancouver. Estados Unidos ya estaba clasificado por ser campeón olímpico y Canadá, por ser sede del Mundial. "El partido contra Brasil se jugó a tribuna completa, parecía una hinchada de fútbol, con bombos y todo. Eso no te pone presión, sino que te da mucho aliento. Terminamos ganando 46 a 43 y después hubo festejo en La Diosa. Y, es rugby, el 3er. tiempo es clave", dice Roa entre carcajadas.
Con respecto a las expectativas frente al Mundial se muestra cauto, pero decidido: "Somos conscientes de las diferencias con las grandes potencias, pero con los equipos de mitad de tabla europeos esperamos hacer fuerza y ganar partidos".
Roa se siente una persona completa y el deporte viene a ser esa pieza que termina de darle el balance que necesita en su vida, ese plus de adrenalina que también además de disfrutar le sirve para canalizar sus emociones. "Para mí esto es una pasión, es parte de mi vida. Es un complemento a todas las otras cosas que hago que también me gustan", concluye.
El como el resto de los deportistas mencionados son un ejemplo de superación y de entrega al deporte y a la camiseta argentina.
Por Micaela Urdinez
De la Fundación LA NACION

Contactos

Quad Rugby: www.quadrugby.org.ar
Olimpíadas Especiales: www.olimpiadaespecial.org.ar
Fundación Guillermo Marro: www.fundaciongmarro.org.ar
Copar: www.coparg.org.ar

Apoyo del Gobierno
En un país como la Argentina, que todavía no logra tener un desarrollo deportivo de alto rendimiento, Claudio Morresi, secretario de Deportes de la Nación, se enorgullece de haber igualdado el derecho a la práctica deportiva con relación a las personas con discapacidad. Para eso, desde la Secretaría se adaptaron los planes, programas y proyectos a las necesidades de la persona con discapacidad.
"Antes los deportistas con discapacidad no cobraban la misma beca que los convencionales; ni eran saludados por el presidente cuando iban a los Juegos Olímpicos. A partir de 2004 se equilibraron estas situaciones", dice Morresi.
El hecho de que año tras año haya aumentado el número de deportistas con discapacidad que reciben una beca de la Secretaría -actualmente llega a 123- es para Morresi un indicador de que estos están mejorando su nivel. Las becas van desde 500 pesos por mes para los jóvenes con proyección hasta 5000 para los ganadores de una medalla olímpica de oro. "Lo importante es que todos los deportistas puedan llegar a las competencias, habiendo trabajado todo su potencial", sostiene Morresi, que espera que en 2012 el presupuesto mejore notablemente, cuando se implemente la ley del impuesto a la telefonía celular, que contempla una retención del 1% al consumo para fomentar el deporte olímpico nacional.

El deporte paralímpico gana apoyo
Por José María Valladares
El deporte paralímpico ha logrado un gran desarrollo en nuestro país, en el nivel deportivo. En estos últimos tiempos, también se incrementó el grado de reconocimiento general, tanto en los medios de comunicación como en la comunidad.
Actualmente hay 11 entidades nacionales afiliadas al Comité Paralímpico Argentino (Copar), que comprenden 17 deportes: atletismo, natación, pesas, bochas, fútbol 7, fútbol 5, golbol, esgrima, básquetbol, tenis de mesa, tenis, remo, rugby, esquí alpino, ciclismo, equitación y yudo.
Otro dato para destacar es que las últimas misiones paralímpicas han sido exitosas. En los Juegos Paralímpicos de Pekín 2008 se obtuvieron cinco medallas (una de plata y cuatro de bronce) y 14 diplomas.
En los Juegos Juveniles Para-Panamericanos de Bogotá 2009, la cosecha alcanzó 111 medallas.
A principios de este mes se organizó el Primer Congreso Nacional de Deporte Paralímpico, al que concurrieron 300 profesionales del área del deporte, de 19 provincias argentinas y de la República Oriental del Uruguay. En él se realizaron exposiciones de todos los deportes, a cargo de los respectivos entrenadores nacionales.
Asimismo, se habilitó la página Web oficial: www.coparg.org.ar , y se publicó la revista Nivel Paralímpico.
Próximamente, se tramitará la incoporación de nueva disciplinas, como tiro, voley, taekwondo y triatlón.
Esta realidad en los deportes, tan diversa y variada, va ganando su lugar, tanto en los logros deportivos como en el reconocimiento general.
Llegar a proyectar masivamente esta imagen positiva de excelencia deportiva es el desafío actual de la dirigencia paralímpica.
Que así sea.
El autor es presidente del Comité Paralímpico Argentino

Sus primeros pasos en el tenis
Todas las estrellas deportivas que llegaron al Olimpo de la consagración recuerdan con satisfacción sus primeras épocas de eternos entrenamientos, de la devoción por el solo placer de hacer deporte, la adrenalina de los primeros torneos, la ilusión casi utópica de llegar algún día a la cima.
Justamente en esa etapa se encuentra Francisco Carjuzza, de 16 años, que entrena un sábado por la tarde en el Cenard, junto a otros ocho chicos sordos. Si bien en septiembre va a representar por primera vez a la Argentina en los Juegos Panamericanos para jugadores sordos (van a participar tenistas de Colombia, Costa Rica, Uruguay, Chile, Brasil y Venezuela) él piensa en grande: quiere llegar a ser el mejor jugador del mundo. "Se siente espectacular poder representar a la Argentina. Yo me quiero dedicar al tenis y mi sueño es ser el N° 1", dice Carjuzza con una sonrisa pícara.
Para conseguirlo se anotó en la Federación Argentina de Tenis para empezar a participar de los torneos para convencionales. Porque "no necesitás del oído para poder jugar", explica este chico de pelo oscuro, sonrisa clara y pocas palabras.
Sordo de nacimiento, sus primeros drives los empezó a dar a los 7 años en el CASI gracias a las indicaciones de su padre. Un día su mamá encontró por Internet la Escuela de Tenis para Sordos e Hipoacúsicos que maneja Marcelo Birnbaun, un profesor también sordo que busca integrar a las personas con problemas auditivos con el mundo tenístico convencional, y no dudó en anotarlo.
Es fanático de Roger Federer y también de Del Potro. Sostiene que los sordos no tienen ninguna limitación a la hora de jugar al tenis, pero marca algunas pequeñas diferencias: "Me concentro en mirar todos los detalles y movimientos del cuerpo del rival para poder anticipar su juego. Me tengo que sacar el audífono para jugar y los puntos del marcador los canta cada uno para adentro y listo". Además, el no poder escuchar el golpe que produce la pelota de tenis en el encordado del contrincante les da una pequeña desventaja.
"Yo quiero empezar a jugar ya los torneos", concluye Carjuzza, sin lograr contener su ansiedad adolescente y deseos de gloria: arma letal de cualquier proyecto de héroe deportivo.

"El esfuerzo es el mismo"
Por Silvio Gutermajer
El 4 de julio próximo cumplo 40 años. Nací con una paraparesia congénita en ambas piernas que comprometió el desarrollo muscular de las mismas, pero que no me impidió hacer mi vida normal y buscar constantemente mi destino.
Camino con la ayuda de dos muletas aunque a veces voy en silla de ruedas, de vago que soy nomás. Soy contador público y estoy orgulloso de haber criado a dos hijos hermosos.
Mi papa fue atleta y fue él quien me inculcó el deporte desde los 6 años, como hice yo también con mi hijo. La vida y la cultura del deporte no la cambio por nada. El deporte me ha dado muchos amigos y un estilo de vida. Fueron mis amigos y sobre todo mi familia los que siempre me apoyaron y empujaron a seguir adelante, tanto en el deporte como en la vida misma.
A los 6 años empecé con natación, después hice muchos deportes hasta que a los 15 comencé con el básquet en sillas de ruedas y fue lo que me atrapó. Hoy es el deporte que más me gusta, para jugarlo y para verlo. Siento que vivo el básquet.
Empecé jugando en Cridel en 1985, durante una linda época de grandes rivalidades entre Cridel, Cudal y Cilsa de Santa Fe. El torneo que ganamos en 1989 fue el que sentí como mi primer torneo local. Después jugué en Cudal, Creda y Adima, antes de venir a España.
Actualmente vivo en Badalona, en la provincia de Barcelona, España, con mi mujer y mi hijo Rodri de 14 años. Juego básquet en silla de ruedas para el Joventut de Badalona desde hace seis.
Internacionalmente jugué con Cridel en Canadá y con la selección argentina en Venezuela, Brasil y Mar del Plata.
Mi sueño siempre fue llegar a jugar un Juego Olímpico. No pudo ser, pero no me puedo quejar de la carrera deportiva que hice y que todavía estoy haciendo porque me queda cuerda.
En la alta competencia no hay deportistas discapacitados y convencionales, somos todos deportistas. El esfuerzo es el mismo aunque lamentablemente el reconocimiento no lo sea.
Para mantener el nivel necesario para jugar aquí en la máxima categoría de la liga española entreno cada día dos horas, más 40 minutos de gimnasio. Jugamos cada fin de semana viajando por toda España durante 8 meses al año, también hacemos pretemporada y en verano. Cuando todo está parado, salgo con mi silla y mi música a correr. Eso es lo bueno que tiene Barcelona: podés ir con la silla por toda la ciudad porque todo está adaptado y hay muchas sendas para las bicicletas.
El deporte le cambia la vida a cualquier persona. Todos los niños -en especial los que tienen alguna discapacidad- deben acercarse al deporte, quizá primero como parte de una rehabilitación, después a modo recreativo y luego, encarado como competencia. El deporte es sinónimo de vida sana y también de muchos amigos. No puede haber nada negativo en hacer deporte.
Es duro estar lejos del país. Los colores los llevo con orgullo y me gusta que reconozcan que soy argentino, por mi acento que no perderé nunca o por la bandera que llevo tatuada en mi brazo.
El autor es integrante de la selección argentina de básquet en silla de ruedas

lanacion.com

1 comentario:

HJ Luna dijo...

He citado esta excelente nota en mi blog
"BANCOS & DISCAPACIDAD
hablemos de Responsabilidad Social & Gestión Responsable"
http://inclusionbancaria.blogspot.com/
FELICITACIONES!!!
hj