miércoles, 25 de enero de 2012

Enero, cuando se imponen esos amores impunes

clarin.com
Enero es ese mes del año en el que a los que no nos fuimos al mar no nos pasa nada y nos pasa de todo. Cosas veredes de mis eneros: pueden asaltarme unas ganas subrepticias de ir a pasear por la 9 de julio en auto o conocer al hombre soñado en el edificio desierto. Cuando estoy sacando la basura en bombacha.
Enero es fuerte para las emociones. Es como Navidad para los solos: se acentúan las ausencias, crecen como los Sea Monkeys las idealizaciones de los ex y dan ganas de tener a alguien porque en la tele las playas muestran cuadros de familias Ingalls y a uno solo lo mira el perro.
Esta cosa infame de tener a un otro por no sentir el agujero interior, aunque más no sea para sacarlo a los manotazos cuando se pegotea en las noches de calor. Enero es ese mes jodido en que un ser vivo se conecta al chat y uno agradece al Universo no estar solo en la creación. Todo este prolegómeno como coartada de porqué en el mes 1 del calendario uno se siente con derecho a dar más rienda suelta que nunca a los amores impunes. Que es prácticamente lo mismo que decir amores virtuales.
Tengo hándicap en esto de levantar por Internet. Y no temo al dedito acusador “La Web es para los losers”. Para mí, perdedor es el que no intenta algo. Obviamente fue un enero cuando por primera vez, allá lejos y hace tiempo, colgué mi perfil en una página de “encuentros” online.
Estaba recién separada de mi señor esposo y una amiga avant- garde que venía de Estados Unidos me enseñó el “know-how”.
Durante un verano entero me dediqué a hacer casting de señores. Los pasaba por el cedazo y a los que quedaban enteros los citaba en bares –de día–, ponía el timer en 20 minutos y veía cómo se cocinaba el encuentro. Si la cosa no prosperaba, siempre tenía bajo la manga una coartada elegante para huir como una rata. Importante: sepan si van a iniciarse en el universo vincular virtual que, así en la vida como en la web, hay que evitar ser pródigo en ofensas al prójimo. Como saldo de mi experiencia internaútica puedo decir que hubo algún esporádico “toco y me voy” y algún eventual “toco y me quedo”. Tanto aprendí que hasta escribí un libro sobre el tema. Al tiempo, me harté de las paginitas Cupido. Siempre eran los mismos los que volvían al yugo, a ver si renovaban stock. Coincidió mi fastidio con el advenimiento de mi etapa televisiva así que cerré la cuenta, volé mi foto, di de baja el nick y me guardé en cuarteles de invierno.
Por fortuna otra amiga me avivó de Facebook. Dios tenga al coloradito Zuckerberg en la gloria. Con esa carita de yo no fui, habilitó el levante impune tras la fachada de la sociabilización virtual. Facebook me abrió nuevas ventanas profesionales, sentimentales y humanas. Conocí caballeros que quedaron en mi disco rígido y otros que fueron –sin escalas– a la papelera de reciclaje. El “caralibro” me avivó de conductas humanas varias, inclusive del hartazgo de muchos “maridos ejemplares”. Es que la madrugada es la hora pico de los buitres conyugales. Cuando la doña duerme el sueño de las justas, ellos irrumpen en el chat en bandada a ver si hay pique. No me salten a la yugular: claro que debe haber damas infieles, sólo que a mí no me contactan.
Cuando pensé que me las sabía todas en materia de enredos virtuales, un enero no tan lejano aprendí nuevos vicios. Como que se puede ligar por Twitter, en apenas 140 caracteres. Basta un comentario elogioso, un ícono de sonrisita y ahí va el celular por mensaje directo. Un novio del pasado al que le bloqueé el acceso a todas mis redes descubrió una manera aún más creativa de acercamiento: LinkedIn. ¿Cómo negarle la posibilidad de contacto a alguien que se acerca a uno con “fines profesionales”? Chapeau.
Enero es ese mes del año en el que a los que no nos fuimos al mar no nos pasa nada y nos pasa de todo. Basta prender la computadora, encender la camarita y sumergirse en la banda ancha de los amores impunes.

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