jueves, 12 de enero de 2012

En verano, el deseo adolescente fluye más y con menos límites

Verano. La temperatura sube y alcanza los cuerpos de los adolescentes que se dejan llevar por la música, el sol, los amaneceres. Se dejan llevar por el deseo. “Hay varios factores que inciden en el aumento de la actividad sexual de los adolescentes”, sostiene Sergio Griselli, psiquiatra, sexólogo clínico y coordinador del Equipo de Sexología y Educación Sexual del Hospital Rivadavia. “Uno es el factor climático: la temperatura, la humedad, la luz, los ciclos lunares, son elementos que modifican los ritmos hormonales y producen una mayor actividad sexual”, explica.
Los otros factores son bien diferentes. Continúa enumerando el especialista: “Los padres se relajan, controlan menos a sus hijos. A la vez, no hay obligación de estudiar ni de cumplir horarios. En consecuencia, los chicos se sienten liberados”. Y tienen mucho tiempo libre. “El verano favorece las actividades grupales: las reuniones, los salidas”, agrega la psicoanalista de familia Esther Czernikowski, miembro de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo. “Es común que el grupo los arrastre y que los chicos terminen haciendo cosas que no harían en soledad. En la adolescencia, los modelos giran en torno a los pares, y el temor de quedar ridiculizados frente a los otros tiene un efecto muy fuerte que lleva a la imitación, porque no pueden pensar por sí solos”.
En realidad, en el verano se intensifican conductas que son propias de los adolescentes en general. Dice Griselli: “La diferencia es que en esta etapa está mucho más favorecida la búsqueda de la desinhibición, de la satisfacción inmediata. La omnipotencia los lleva a actuar impulsivamente, y mucho más si pertenecen a un grupo. Lo peligroso es que, buscando la desinhibición, recurran a las drogas o/y al alcohol”.
Sería natural que este panorama inquiete, pero a no desesperar. Czernikowski sugiere un espacio posible para acompañar a los jóvenes que adolecen en verano: “En la adolescencia los padres transitan por un desfiladero muy angosto: el de no ser ni jueces ni cómplices. Ponerse en jueces genera rebeldía e incita a un desafío que los arrastra al exceso, de lo que sea. Ponerse en cómplices con los hijos, como si fueran pares, los deja huérfanos. Hay una diferencia entre control y convivencia. ‘¿A qué hora volvés?, ¿a dónde vas?’, Son preguntas de cuidado. El hogar no es una pensión donde cada uno entra y sale sin comentarios”. “Recordemos que, más allá de que los hayamos educado bien, la necesidad de transgredir forma parte del crecimiento –aporta Griselli–. Es esperable. Los adolescentes necesitan probar, permanentemente, dónde están los brazos de contención de los padres. Si no los encuentran, aparecen los problemas. Sabemos que el ‘Sí’ es más fácil. En cambio, hay que poder hacerse cargo del ‘No’ y sostenerlo con un modelo y con acompañamiento”.
Finalmente, Griselli aconseja: “Aprovechemos que tenemos tiempo para conversar con nuestros hijos para transmitirles un mensaje coherente, sin ambigüedades, y asesorarlos sobre prácticas sexuales, uso de preservativos y otras medidas anticonceptivas. Podemos enseñarles que hay mucho por hacer, y todo es muy disfrutable, siempre que se eviten los excesos. No dejarlos solos, acompañarlos, pero con claridad”.
clarin.com

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