sábado, 21 de enero de 2012

La cirugía de “lolas” cumple 50 años y se hacen 53 por día

Hoy, una chica gritona con vocación de famosa sale en un móvil avisando que vuelve al quirófano porque se le “encapsuló una lola”. Hoy, en una reunión sin demasiada confianza, una mujer le pregunta a otra: “Y vos, ¿cuántos centímetros cúbicos te pusiste? ¿Te las puedo tocar?”. Hoy, una mujer embarazada se pasa al plan más alto de su prepaga. Así, cuando el espejo le devuelva dos bolsitas vacías, se las podrá “hacer” gratis. Los implantes de mamas dejaron de ser la intervención íntima que buscaban las mujeres en los 70. Una historia que está cumpliendo 50 años, que atravesó escándalos mundiales, pánico colectivo, suspensiones y demandas multimillonarias y que aun así, sigue siendo una obsesión: es la segunda cirugía que más se hace en el mundo. Sólo en Argentina se realizan al menos 53 por día, según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica.
En 1962, el cirujano estadounidense Thomas Cronin colocó los primeros implantes mamarios de silicona del mundo. Desde fines del 1800 hasta ese entonces, las técnicas para aumentar el busto habían sido bastante más crueles. “Les implantaban espuma de goma envuelta en polietileno, les aplicaban inyecciones de parafina, prótesis talladas en marfil o de distintos materiales plásticos”, repasa Oscar Zimman, jefe de la división Cirugía Plástica del Hospital de Clínicas. Después de la Segunda Guerra, a las japonesas les inyectaban silicona directamente en las mamas para que cumplieran con el ideal de mujer occidental. Muchas terminaron muertas.
La inspiración de Cronin nació de un banco de sangre. Los frascos de vidrio quedaban atrás y las nuevas bolsitas para almacenarla eran blandas: como mamas. Cronin creó un prototipo pero en vez de colocárselo a una mujer se lo implantó a una perra llamada Esmeralda. Recién después conoció a Timmie Lindsey, una operaria de Texas que hoy tiene 80 años.
La mujer se había divorciado y sólo quería borrarse una enredadera con rosas que llevaba tatuada en el busto. Pero el médico la persuadió para que sus mamas –que habían amamantado a seis hijos– volvieran a cero. Así, la operó junto a otras 11 mujeres. “Mis prótesis se cayeron y endurecieron. Mi cuñada se enfermó de artritis y del hígado y culpó a los implantes. Otras tuvieron problemas porque la silicona se esparció por el organismo. Algunas murieron”, contó hace poco al diario The Guardian.
La década del 70 arrancaba y la cirugía se consolidaba. “Las primeras tenían paredes muy blandas y un gel aceitoso, líquido. Eso elevaba el riesgo de roturas y encapsulamiento. Con los años se desarrollaron implantes con cubiertas más gruesas y un gel de alta cohesividad para que, en caso de roturas, no migre al organismo”, explica Jorge Pedro, especialista universitario en cirugía plástica.
Pero el primer escándalo mundial estaba por llegar. En 1991, la FDA, el organismo regulador estadounidense, suspendió todas las prótesis de gel de silicona y exigió que se demostrara que eran seguras. “Es que muchos habían empezado a poner en duda la relación de los implantes con el cáncer de mama, las enfermedades reumáticas y las autoinmunes. Hubo una oleada de juicios”, cuenta Pedro. La suspensión no fue pasajera; duró 14 años. Y en ese lapso sólo se permitieron prótesis de solución fisiológica con una válvula y dos problemas: o se inflaban o se vaciaban. Aquella empresa pionera, Dow Corning, terminó pagando más de 3.200 millones de dólares por las demandas. Y quebró.
Pero ni este escándalo ni el reciente de las PIP –prótesis que fueron fabricadas con un gel defectuoso– logró derrocarlas. En el último año, se realizaron 1 millón y medio de intervenciones en el mundo y las colocó en el segundo lugar. En la Argentina, los especialistas coinciden en que es la operación estética más pedida. Pero sólo otro mandato más poderoso podía eclipsar el de las mamas turgentes y grandes: la delgadez. Es “la lipo” la que ocupa el primer lugar en el ranking mundial: más de 2 millones al año en el mundo.
El precio cambió –las primeras, costaban 500 dólares; hoy, el promedio del trabajo completo es de 4.000– y el perfil mutó: “En los 70, era una decisión sin intenciones de exhibicionismo. Se colocaban 165 cc.”, recuerda Zimman, que comenzó a operar en ese entonces. Pero ese “cuánto” fue creciendo y el volumen se duplicó. Sigue Pedro: “Hoy, las técnicas son menos agresivas y se incorporaron modelos anatómicos que permiten resultados más naturales”. Hoy, hay hospitales públicos que las hacen y cirujanos impunes que les dicen que sí a chicas de 15. Y Marcelo Robles, miembro de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica, se hace una pregunta: “Las pacientes me dicen: ‘Doctor, yo quiero tener algo normal’. Y yo me pregunto ¿qué es lo que consideran normal? Parece que la televisión les mostró que sin tetas no hay paraíso”.
Es que tener tetas grandes hoy parece un valor. Tenerlas caídas, aun por amamantar, un déficit. El mandato manda y marea. Tanto que hasta Valeria Mazza parece un símbolo de la resistencia.

Hay lista de espera en varios hospitales públicos porteños

Cuenta un prestigioso cirujano plástico que, si le dieran a elegir, no difundiría demasiado que en los hospitales públicos se hacen cirugías estéticas. La confesión viene a cuento de una escena que ve a menudo: mujeres que están veraneando en Punta del Este (y que tienen el poder adquisitivo como para pagar una cirugía en un sanatorio de primer nivel) pero que se toman un avión sólo para hacerse sus retoques en un hospital público. Aunque las cirugías no son gratis, cuestan hasta tres veces menos que en los consultorios privados .
Entre 16.000 y 20.000 pesos cuesta la cirugía completa de implantes en un consultorio. Unos 6.500 pesos vale en un hospital público (una parte corresponde al valor de las prótesis y otra se recibe en concepto de “donación”, porque el hospital público no puede cobrar por una intervención).
En el Hospital de Clínicas, se hacen aproximadamente 40 cirugías estéticas por mes. De ellas, un 25% son de mamas. Allí, la lista de espera es de varios meses. “Lo que sucede es que damos prioridad a las cirugías reparadoras y reconstructivas sobre las estéticas. En un hospital público, el orden está definido por la patología, no por la estética”, explica a Clarín Oscar Zimman, jefe de la división Cirugía Plástica del Hospital de Clínicas.
Definitivamente, a la cirugía de mamas pensada más bien con fines reconstructivos en casos de cáncer, hoy le gana la que simplemente busca la belleza. “La relación entre las mujeres que se ponen implantes por estética y las que buscan reconstruir sus mamas luego de una mastectomía por cáncer es de 20 a 1. O más”, estima el cirujano Jorge Pedro.
En el Hospital Ramos Mejía se hacen entre 2 y 3 cirugías de aumento mamario por semana. “Además, creció mucho la cantidad de mujeres que vienen a hacerse el recambio de prótesis ”, explica Alberto Abulafia, miembro titular de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica y especialista de este hospital. Allí las cirugías las realizan médicos en formación supervisados por cirujanos formados. Y también hay lista de espera: al menos cuatro meses . Aunque en muchos hospitales ha llegado a haber una demora de dos años.
Las opciones son varias. También –algunos tienen un perfil más orientado a la reconstrucción o reparación– se realizan cirugías estéticas en el Hospital Fernández, en el Argerich, en el Instituto del Quemado y en el Pirovano.

El escándalo por las PIP

En diciembre, un escándalo estalló en Francia y se extendió al mundo. Unas 30.00 mujeres reclamaron porque sus implantes se rompían y las autoridades terminaron descubriendo que estaban hechas de gel industrial.
En Argentina más de 13.000 mujeres las tienen. Tres que sufrieron roturas demandaron al Estado, a los cirujanos y a la importadora. “En febrero vamos a analizar más de veinte casos nuevos con daño real”, anunció la abogada Mariana Gallego. Se refiere a que no se puede demandar “por temor a”: tienen que esperar a que se les rompan.
Virginia Luna, una abogada que creó el grupo “Afectadas por PIP”, decidió atravesar las fronteras con su reclamo.
“Vamos a presentar una nota ante la Unión Europea pidiendo que se cree un fondo de indemnización para todas las que tenemos PIP”.

Otro sacrificio femenino para ellos

Las técnicas quirúrgicas empleadas con fines estéticos ofrecen un recurso valioso para reparar deformidades que afectan la existencia de algunas personas. Su bienestar psíquico y social, sin duda, vale la pena la puesta en juego de su cuerpo. Pero cuando se emplean como recursos para satisfacer requisitos estéticos contingentes y variables, estamos ante una situación alienante. Una situación en la que el cuerpo femenino es sacrificado. 
¿Ante quién o ante qué se ofrece este sacrificio? 
Más allá de lo cuestionable que resulta una cultura mercantil que estimula toda clase de consumos, en el caso de las mujeres, no se trata de que ellas gocen, sino de que se ofrezcan como objetos para el placer masculino. 
Efectivamente, las mamas protésicas no aportan a la satisfacción sexual de las mujeres, ya que, por el contrario, pierden sensibilidad. Pero resultan un estímulo erótico contundente para los varones, quienes ven su deseo reavivado y fortalecido ante los pechos prominentes. A pesar de la aparente paridad que las mujeres hemos logrado en Occidente, los siglos de subordinación femenina han dejado huellas difíciles de borrar. Es por eso que muchas mujeres, incluso las jóvenes, prefieren proporcionar placer a sus eventuales compañeros, a obtenerlo para sí mismas. Ser elegidas, tener éxito con los hombres, seducirlos, todavía goza de un prestigio exorbitante. Aún cuando para lograr ese aparente triunfo deben someterse a intervenciones dolorosas, atormentadoras y potencialmente peligrosas. 
La oferta del sistema médico no es ajena a esta tendencia, ya que crea la demanda. Las revistas femeninas promueven las imágenes renovadas de mujeres maduras que parecen más jóvenes que sus hijas, y las presentan como modelos a seguir. 
Cuando más mujeres encuentren un lugar en el mundo a través de su trabajo, es de esperar que disminuya el número de quienes buscan amos a quienes agradar, para evitar el desafío de crecer.IRENE MELER- Psicóloga, Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA)
clarin.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen artículo! personalmente, tema lolas no me inquieta,será porque en general no me gustan las agresiones al físico ni otras de ningún tipo.
Intentemos que en la vida las cosas
nos salgan mejor pero sin lastimarnos.