viernes, 14 de octubre de 2011

NIÑOS DESAPARECIDOS: La angustia más pavorosa

Acabábamos de llegar al hotel, de vacaciones en Tenerife, mi mujer, mi hijo de dos años y yo. En el bullicio de la recepción, repleta de turistas, maletas, niños, tramites... perdimos de vista al niño unos segundos, acaso no más de diez. De repente había desaparecido. ¿Dónde está el niño?, nos preguntamos mutuamente. 
Miramos acá, allá, preguntamos alrededor, nadie le había visto, salimos a la calle, tráfico, autobuses, gente, volvimos a entrar, ¿dónde está el niño?, nadie le había visto, un minuto y no aparecía, volvimos a buscar, nos alarmamos, su madre angustiada, yo pálido, pasaron acaso unos minutos, no más de cinco, y el niño no aparecía.
Qué angustia, qué miedo, ¡se lo ha llevado alguien! – dijo su madre -, ¿niño, niño, dónde estás...? En esto que oímos un balbuceo, un susurro: "¡mamá...!" Se había colado por una escalera de servicios y no sabía salir. Qué alivio, y qué angustia. El resto de las vacaciones no le perdimos de vista ni un segundo. 
Aun hoy, muchos años después, recuerdo con angustia aquella escena. Por eso puedo comprender a esos padres cordobeses que no encuentran a sus dos hijos. Puedo presentir lo que ellos sienten. Mis mecanismos de empatía me permiten ponerme en su lugar, sentir con ellos. Puedo multiplicar por cien, por mil, aquellos minutos y vivenciar el terrorífico pavor de su angustia: ¿Hay acaso alguna dolor más grande que el de perder un hijo?: Sí, el de perderlo sin saber ni cómo ni por qué
Súbitamente, inesperadamente, incomprensiblemente, sin nada a lo que sujetar la desazón, el tormento de las horas y el insomnio. Acaso ni siquiera acierten a preguntarse por qué, quién, cómo, para qué, alguien puede hacer una cosa así. Eso nos lo preguntamos los demás: ¿Quién y por qué alguien puede hacer una cosa así? 
En este momento aun no se sabe qué ha ocurrido, pero el asunto no pinta nada bien. Ojala no se confirme, pero todos anticipamos lo peor: ¿Acaso un secuestro?, ¿quizá la muerte?... en el mejor de los casos sustraídos para ser destinados a fines impensables. Cuando suceden cosas tan incomprensiblemente inhumanas, solemos atribuirlas a la maldad o la locura de alguien. Y esta segunda suele ser la primera: ¡Hay que estar muy loco para hacer algo así a unos niños! O quizá hay que ser muy perverso. O las dos cosas a la vez. 
No es fácil explicar por simple maldad, ni por simple enfermedad, un acto tan enrevesadamente maligno. Eso es lo que solemos pensar los espectadores del 'telepánico' nuestro de cada día. Pero los que nos dedicamos a estos asuntos de la mente, los "expertos", sabemos que lo más habitual es atribuirlo a la locura de alguien, o en el mejor de los casos a la venganza pasional que ciega el entendimiento, y eso no es justo con las personas que padecen enfermedades mentales. Trabajo todos los días con personas enfermas, y, se lo aseguro, la inmensa mayoría son buena gente, personas que sufren mucho, padecen mucho, y no tiene ganas ni de hacer mal a nadie.
Otra cosa que solemos hacer los espectadores de estos sucesos es asignar culpabilidades. Cualquier indicio, cualquier dato extraño, nos lleva a elaborar inmediatamente una teoría que convertimos automáticamente en evidencia culposa. Y lo peor es que muchas veces acertamos, pero otras erramos de forma tan injusta como irreparable. Luego hay que pacientes y mesurados en estos asuntos. E, insisto, aunque lo más habitual es atribuirlo a la locura humana, debe quedar claro que esa no es una enfermedad mental, sino el resultado de la perversidad retorcida de una mente maligna. ¿Qué otra explicación cabe para que alguien haga una cosa así a unos niños?
Lo dicho, puestos a ingeniar atrocidades, la maldad humana siempre es más fecunda que la locura.
elmundo.es

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