miércoles, 19 de octubre de 2011

ADICCIONES: 7 DE CADA 10 PACIENTES VUELVEN A TRATARSE

Solía decir, es más fácil renunciar al amor de tu vida que apartarte del tabaco … Quizás fuera más fácil renunciar al Gran Amor de tu vida que prescindir de la primera inhalación matutina … Mi primer recuerdo es el de estar consumiendo aquel primer cigarrillo, medio ahogándome al tragar el humo”.
Lo escribió Norman Mailler en una de sus mejores novelas, Los hombres duros no bailan . Es un relato angustiante, en el que Mailler describía la dolorosa sensación de mantenerse “limpio”.
Alcohol, tabaco, comida, juegos, drogas, psicofármacos. Las adicciones están ahí, agazapadas, acechando, una y otra vez para capturar a su presa. Y las estadísticas no hacen más que ratificar que no van a dejar a su víctima fácilmente: Siete de cada diez personas que se encuentra en tratamiento en el país, ya había hecho uno con anterioridad. Es decir, el 70 por ciento de los pacientes son reincidentes . Son datos oficiales, de la Evaluación de Programas de Tratamientos realizada por el Observatorio Argentino de Drogas que depende de la Sedronar.
“El porcentaje de adictos que no se recupera es mínimo”, asegura Carlos Damin, jefe de Toxicología del Hospital Fernández. Damin cree que esas “recaídas” no son tales sino que forman parte del proceso de recuperación y que antes de hablar de adicciones, lo primero es distinguir entre un consumo problemático y uno no problemático. “Un chico que fuma un porro de vez en cuando no es un adicto, tampoco el que toma cuatro pastillas de éxtasis por año, e incluso a la guardia llegan chicos con una intoxicación aguda y no por eso son adictos”.
Entonces, para hablar de adicciones, lo primero es definir a quien se considera adicto. “Se tienen que dar tres condiciones: la dependencia física y psíquica de una sustancia, que esa sustancia tenga efectos sobre la persona, y que exista un entorno que lo favorece. Si alguna de esas tres cosas no se da, no podemos hablar de un adicto”.
Damin insiste en aclarar que sólo “ un porcentaje muy pequeño de las personas del universo de consumidores pueden considerarse como adictos ”. Y aporta otro dato para desmitificar la idea de adicto=drogadicto.
En el Hospital Fernández, el 54 por ciento de las urgencias por intoxicación es de personas alcoholizadas, el 6 por ciento de psicofármacos. Así, las principales causas de intoxicación son sustancias son legales.
Recién en tercer lugar se encuentran la cocaína y la pasta base con cinco por ciento cada una.
Los primeros escritos sobre adicciones, se pueden rastrear cuatrocientos años antes de Cristo, en el Filebo de Platón, donde describe los “falsos placeres” que provocan dolor. Se puede decir entonces que desde que el hombre es hombre ha invertido tanta energía en hallar nuevas drogas como en la forma de alejarlas.
Carlos Souza, director de la comunidad terapéutica Aylén, en Vicente López, coincide con Damin: “ un tratamiento es exitoso cuando mejora la calidad de vida de una persona o de su salud o logra reinsertarlo en la sociedad. Para mí gusto, los paradigmas de recuperación son excesivamente altos”.
El estudio del Observatorio traza un mapa sobre cuales son las alternativas que los pacientes tienen para enfrentar su adicción. En el estudio se relevaron 592 centros de todo el país, a los que se suman más de mil grupos de Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos. La mayoría, 62 por ciento, son públicos. Y aunque más del 70 por ciento son servicios ambulatorios, en el país existen al menos diez opciones diferentes para tratar adicciones, desde los grupos de autoayuda hasta las comunidades terapéuticas.
Los especialistas hablan de una “memoria química”, huellas que las adicciones dejan en el cerebro. De como se logren dominar esas marcas, dependerá cuán lejos se pueda mantener a la adicción.
¿Pero qué pasa cuando el fantasma vuelve acercarse? Las respuestas son demasiadas. “Cuando hablamos de adicciones estamos hablando desde qué cosmovisión uno mira este fenómeno, yo, por ejemplo no estoy de acuerdo con las internaciones prolongadas”, señala Souza.
En Alcohólicos Anónimos, donde trabajan sobre la principal adicción de los argentinos, son terminantes. Allí, una copa es una recaída. La psicóloga Alicia Donghi, de AABRA, sostiene lo opuesto: “Son contados los casos en los que se deja por completo la sustancia. Yo pretendo la cura en un sentido modesto, cuando el individuo logra cierta responsabilidad con respecto a la sustancia que consumía. Si consigue calidad de vida pero aún sigue consumiendo, es un individuo recuperado”.
De acuerdo al informe del Observatorio, alcohol y pasta base mantienen los mayores niveles de reincidencias.
Adicción significa “sin palabras”, es decir alguien que no puede opinar –precisa el psiquiatra Bernardo Rovira– Es la condición de los esclavos. La personas se vuelven esclavas de una conducta que nace para calmar impulsos internos”. Rovira está a cargo del Programa de Trastornos en la Conducta Alimentaria del Hospital de Clínicas. Allí, trata una de las adicciones más complicadas porque es algo de lo que no se puede prescindir: la comida. En un relevamiento hecho en el Hospital, sobre 500 pacientes con trastornos, 47 por ciento presentaba síntomas de adicción, ya sea por lo que se denomina “síndrome de descontrol alimentario” o por algún tipo de bulimia. “Uno se cura – dice Rovira – en cuanto se puede dejar eso que provocaba la adicción, pero mi biología ya quedó marcada”.
En 1969, en pleno furor de heroína, Marianne Faithfull – una sobreviviente a los excesos y adicciones – escribió una de las canciones más bellas del rock, Sister Morphine, en la que rogaba “Hermana morfina, convierte mis pesadillas en sueños”. Pero hasta hoy, esa cura mágica sigue sin inventarse.

“Sos la cocaína y vos, nada más; es una pelea de todos los días”

Las arañas caminaban por las paredes y las cucarachas aparecían por todos lados. Tenía que dormir en la cocina, vigilando desde la ventana porque alguien –papá, la policía, un asesino serial– podía aparecer de un momento a otro. En el living, el televisor permanecía encendido día y noche. En un cenicero, las colillas de cigarrillo se acumulaban y en la mesita ratona, una línea siempre peinada.
Jorge pide contar su historia y no dar su nombre. No sabe cuántos días pasó así. Cree que se fueron acumulando hasta sumar tres meses. Pero sí tiene la certeza de que fue una noche de madrugada cuando no pudo más.
Era diciembre de 2009. Jorge llevaba trece años consumiendo algún tipo de droga. Alcohol, LSD, cocaína y marihuana. A veces por separado, a veces juntas. Pero todo se desbarrancó cuando cobró una indemnización y decidió metérsela entera por la nariz. “Lo único que me frenaba para no matarme era mi hijo. creo que por eso mezclaba todo, porque quería morirme de sobredosis hacía terminaba de una vez. Sos vos y la cocaína, nada más”.
Jorge vivía en Mendoza. Para cuando llegó el colapso a su vida, ya se había separado –su mujer también era adicta– y tenía un hijo de cuatro. Pero en Mendoza ninguno de los tratamientos le parecía confiable, así que viajó a Buenos Aires para internarse en la Fundación Aylén. “Lloraba todos los días, estaba solo y tenía un estado terrible de angustia”, recuerda.
Después de cumplir todas las etapas del tratamiento, empezó la reinserción. Regresar a Mendoza fue el peor error. Empezó por una copa y cuando se quiso dar cuenta estaba comprando cocaína: “Sólo no se puede, necesitás a alguien a quién contarle tus miserias. Cuando volvés a consumir la culpa es gigante, pasás un año de tratamiento y lo perdés en un segundo”.
Pero en alguna parte, algo había cambiado, y el mismo día en que empezó a aspirar una línea tras otra, llamó a Aylén. Eran las dos de la tarde. A las seis, estaba de regreso a Buenos Aires. Ya no piensa en volver a Mendoza, pero sí en conseguir trabajo y terminar abogacía. “Es una pelea de todos los días”, dice. Una pelea desigual porque lo que sobreviene cuando el cuerpo comienza a limpiarse tampoco es grato: “Te sentís desprotegido, con un montón de miedos”.

Un lugar de defensa, de límite a la invasión

Siguiendo a Freud, pienso que los “quitapenas”, en este caso el alcohol o las drogas, son procurados para producir aturdimiento, satisfacción sustitutiva, insensibilidad o anestesia.
Voy a desarrollar ahora la vía de la “satisfacción sustitutiva” y sus consecuencias. Es sabido que para Freud la droga es un recurso entre otras, cultural por cierto, mediante el cual un sujeto cuyo fantasma vacila, encuentra un precario suplemento para sostener la imagen de un deseo, sin poder simbolizar una satisfacción.
Hay otras técnicas mejor mediatizadas por lo simbólico, como por ejemplo la ficción artística, que alcanzan la ventaja de un goce, por haber sabido renunciar a la satisfacción directa.
El adicto solo se defiende de lo real, en cambio el artista sabe hacer con su defensa un producto de intercambio simbólico.[1] Cuando Freud comienza a trabajar el tema de la cocaína, su efecto lo denomina cancelación y lo relaciona con el dolor. Este dolor implica una sobrexcitación de cargas, que puede ser sintomático, como en las histerias, dolor de existir por la insatisfacción de un deseo o en la melancolía, por la pérdida de un objeto o incluso la manera de lidiar contra la angustia transformada en una forma de dolor. Freud las llama muletas, apuntan a lo real, no a lo simbólico, procuran un placer inmediato, escapar de la realidad y se genera una economía libidinal independiente del mundo exterior.
Queda claro que para Freud la droga ocupa un lugar de defensa, de límite contra la invasión de algo, nombrado como dolor. En el malestar en la cultura, plantea que ante el dolor de existir quedan dos recursos: desconocer el límite que el dolor impone a la felicidad insistiendo en una ilusión vana, o cancelar el dolor mediante algún lenitivo, los “quitapenas”. Entonces, la relación entre intoxicación y goce es una fantasía del adicto, la droga no es más que una defensa.
Existe una incitación de la sociedad para el consumo abusivo de alcohol vía publicidad, fiestas para adultos o organizadas para jóvenes, así como aceptación social del excesivo consumo de alcohol por adolescentes y la tan mentada falta de límites.
En el caso de la bebida –sobre todo con los adolescentes–llama la atención una modalidad de beber que es hasta caer “muerto” (beber una botella de vodka, gin, tequila o whisky en muy poco tiempo). No importa aquí, la diversión o el placer perdido, sino que el beber hasta darse vuelta está en lugar del placer.
Es un salirse rápidamente de la escena en la que tan ruidosamente intentaron incluirse.
Se busca más que una desinhibición para pasarla mejor, para facilitar el “levante”o “la seducción”, la experiencia corporal de vértigo y aturdimiento. Todo se consume en un tiempo record, hasta a veces la vida.

No hay una terapia definida para tratar a los enfermos

Desde la granja en las que se enseña a fabricar pan hasta la clínica donde se alojan los famosos. Desde la guardia de un hospital público hasta la comunidad evangelista. La oferta es variada. Existen en Argentina diez tipos diferentes de centros donde se ofrecen tratamientos para curar adicciones a algún tipo de sustancias, ya sea alcohol, psicofármacos o drogas ilegales.
A ellas, habría que sumarles también las fórmulas infinitas para curar el tabaquismo o la adicción a la comida.
Pero sí se trata de alejarse de sustancias non sanctas, los tratamientos más elegidos son los servicios ambulatorios: el 71,9 por ciento de los centros relevados ofrece estos servicios que permiten al paciente darle pelea a su adicción desde el mismo lugar al que luego tendrá que regresar.
En segundo lugar, la modalidad más frecuente es el consultorio externo, con un porcentaje similar: 65,4 por ciento.
Tanto desde el Observatorio Argentino de Drogas – que depende de la Sedronar – como desde el servicio de Toxicología del Hospital Fernández confirmaron que existe un crecimiento de los tratamientos ambulatorios.
“Hay una tendencia hacia el ambulatorio sobre lo residencial – señala Graciela Ahumada, a cargo de las Investigaciones del Observatorio –, sin embargo hay que tener en cuenta que no son contrapuestos y que siempre depende de la persona y de la etapa del tratamiento en que se encuentre”.
El estudio realizado por el Observatorio muestra la oferta de tratamiento en los 592 centros relevados pero deja al descubierto la falta de una política que tome a las adicciones como un tema de salud pública: el 35 por ciento de esos centros “no posee una línea terapéutica definida” , señala el estudio.
No es un dato menor, ya que el 70 por ciento de los lugares “tienen un patrimonio de origen público” y la principal falla detectada fue la “falta de recursos humanos capacitados para las distintas actividades”, algo que se registró en el 74,5 por ciento de los casos.
Tanto Carlos Damin como Ahumada coinciden en que la sanción de la ley sobre Salud Mental, que entró en vigencia a fines del año pasado, comenzó a inclinar la balanza en favor de los servicios ambulatorios.
La ley puso un freno para las internaciones compulsivas – que de todos modos se pueden seguir haciendo pero con más control – y también obligó a todos los hospitales públicos a brindar asesoramiento y asistencia para el tratamiento de las adicciones.
“La internación tiene que ser el último recurso – asegura Damin –, cuando ya se agotaron todas las instancias. Muchas veces, la internación era sólo una solución para la familia”.
Damin está convencido que además existe una mayor tolerancia hacia el consumo de drogas ilegales – impulsado por el debate sobre despenalización – y que poco a poco se fue desterrando el mito de que un cigarrillo de marihuana genera de inmediato un problema de adicción.

El cigarrillo: una adicción que mata como pocas

Cuando se fuma un cigarrillo, la nicotina, como un rayo, se distribuye por todo el cuerpo. En 10 segundos llega al cerebro y se libera el camino de la adicción.
Según los especialistas, el tabaquismo, que es la principal causa de muerte prevenible en la Argentina, afecta a “casi todos los órganos del cuerpo humano y deteriora la calidad de vida de múltiples maneras”.
Sólo en la Argentina hay unos 8 millones de fumadores, y cada año mueren 40 mil personas a causa del cigarrillo. En la Ciudad de Buenos Aires fuma el 31,9% de la población adulta. A diferencia de otros lugares del país, donde los hombres fuman mucho más, en la Ciudad las mujeres fuman casi tanto como los varones.
¿Qué hace la ciencia para combatir la adicción? Pierre Changeux, del Instituto Pasteur, descubrió cómo desactivar y después restaurar a ciertas proteínas de las células nerviosas del cerebro que ayudan a que la nicotina genere adicción.
La nicotina se adhiere a receptores llamados acetilcolina nicotínicos que están en la superficie de las células nerviosas del cerebro. Esos, a su vez, están formados por varias subunidades. La ciencia viene trabajando con esas subunidades, que cumplen un rol fundamental para desencadenar la adicción al cigarrillo. Gracias a esos estudios es que se busca obtener una droga que atempere o anule la adicción. Desde menor capacidad aeróbica hasta arrugas, pérdida del sentido del gusto y del olfato, el fumador sufre diversas consecuencias desde el momento en que enciende el primer cigarrillo.
clarin.com

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