martes, 3 de enero de 2012

El consumo de paco aumentó los casos de tuberculosis


Para esta misma época, hace tres años, Morena estaba internada en un hospital. La tuberculosis había hecho estragos en su cuerpo: pesaba menos de 45 kilos por el consumo de paco. Ahora, con un semblante que revela una recuperación asombrosa, lanza una afirmación que inquieta. La infección respiratoria que padeció "es muy común" en los habitantes de los barrios carenciados y las villas. Tanto, que se acaba de activar una señal de alarma para la salud pública.
Sólo el año pasado, la cantidad de consumidoras de paco internadas por tuberculosis se multiplicó por diez. En un instituto especializado de la UBA, en 2011 se internaron diez mujeres. El año anterior había sido una sola. Pero esto es apenas la punta del iceberg si se recorren las calles de esos complejos habitacionales.
"Hay más adictos al paco varones que mujeres, y la tuberculosis es más frecuente en los hombres que en las mujeres. Entonces, si teníamos una mujer y ahora tenemos diez, la realidad habla por sí sola de un aumento preocupante de un problema de salud pública del que debemos ocuparnos", sostiene la doctora Graciela Cragnolini de Casado, directora del Instituto de Tisioneumonología Dr. Raúl Vaccarezza, donde están internadas las pacientes.
Un primer antecedente fue la feminización del tabaquismo y, luego, del cáncer de pulmón. Esta enfermedad, típicamente masculina, creció un 400% en las mujeres, como lo anticipó la Organización Mundial de la Salud un año atrás. Otro es la feminización de la tuberculosis en los trabajadores bolivianos de los talleres textiles clandestinos del área metropolitana de Buenos Aires. La cepa causante de estos casos no es "importada", sino la que circula en el país, según análisis de biología molecular de equipos del Vaccarezza, el hospital Muñiz y el Instituto Malbrán.
"En estos problemas de salud, con toxicomanías asociadas, no hay que olvidar que la mujer tiene una relación más directa que el hombre con los hijos, lo que crea una situación social de riesgo que hay que atender", agrega Casado en su oficina del instituto del barrio de Barracas.
Como en los varones, el aspecto físico de las mujeres con tuberculosis muestra a un ser humano devastado entre la adicción a la pasta base y una infección respiratoria tan avanzada que les perfora los pulmones. "En estos jóvenes adopta la forma grave. Son pacientes que llegan desnutridos, caquécticos: las mujeres no pesan más de 35 kilos y los varones no llegan a los 50 kilos. La mayoría tiene lesiones dentarias y llegan escupiendo sangre", describe.
Al Pabellón Koch del Vaccarezza llegan los pacientes derivados desde la guardia del vecino hospital Muñiz. Esas camas están destinadas a los portadores enfermos del bacilo de Koch. Esta bacteria provoca la tuberculosis cuando el sistema inmunológico no puede defenderse, uno de los efectos del paco. La enfermedad se transmite de persona a persona al hablar, toser o estornudar.
"La mayoría -dice la médica- estamos infectados con el bacilo, aunque eso no quiere decir que estemos enfermos. Pero las condiciones del ambiente, como el hacinamiento, la falta de higiene, la mala alimentación, las enfermedades inmunosupresoras, como la diabetes y la infección por VIH, y también ciertas condiciones del bacilo, hacen que aparezca la enfermedad. En los adictos al paco, que en general viven en malas condiciones, aumenta el riesgo de enfermar."
El año pasado, en el país se notificó un 13% menos de casos de tuberculosis que en 2009. Pero en los consumidores de paco "hay un aumento", asegura Casado. Y la doctora Susana Mearelli, jefa del Centro de Salud Comunitaria (Cesac) N° 30 del barrio Zavaleta, aclara a La Nacion: "Si pensábamos que era algo del pasado, es mentira. La tuberculosis existe y actualmente está muy asociada con la promiscuidad, las adicciones y los barrios carenciados. Donde esté esa conjunción seguramente habrá una mayor concentración de casos".

El gran desafío

La internación es difícil. Mujeres y varones no soportan los límites, la abstinencia ni el orden ni los horarios. Entonces, apenas se recuperan un poco se escapan sin el alta médica. "Algunos lo han hecho con un tubo de drenaje colocado en el pulmón o con una sonda en la vejiga", recuerda Casado.
Un seguimiento de las pacientes realizado por su equipo multidisciplinario determinó que no toleran más de tres días de internación, aunque regresan a los 15 días aún más graves, con entre 6 y 9 internaciones en promedio por paciente, según los resultados que presentó Casado en el último Congreso Argentino de Medicina Respiratoria. Además, llegan sin haber dormido ni comido durante muchos días. "Son los que a veces la gente dice que parecen zombies por la calle", acota.
La mayoría de estas pacientes viven, como Morena, en el barrio Zavaleta y la villa 21-24 (Barracas), las villas 20 (Villa Lugano) y 31 (Retiro), y el bajo Flores, donde residen más de 100.000 personas. "El 60% de nuestros pacientes son de países vecinos, pero estas pacientes son todas argentinas, más jóvenes de lo habitual (la tuberculosis se ve a los 35 años y, ahora, a los 25) y todas tienen entre uno y cinco hijos", detalla la directora del Vaccarezza. La marihuana fue la puerta de entrada al consumo que, en ocho o diez años, desembocó en el paco, que tiene un efecto rápido y pasajero.
Por eso, seis de estas mujeres consumían más de 20 dosis por día y cuatro, más de 30, es decir que necesitaban conseguir más de 300 pesos diarios. La mayoría recurrió a la prostitución, ya sea a cambio de dinero o de droga, o a la venta de muebles y objetos de la casa donde viven. Es común que la familia les niegue la entrada y consumidoras muy jóvenes terminen en situación de calle. Ninguna de las internadas había estado en los volquetes de basura, lo que los consumidores consideran un último escalón.
"Fui al hospital hace tres años porque me asusté -recuerda Morena-. Estaba «remal», en la calle y sin ganas de recuperarme. Tirada, por los tachos de basura. Empecé con muchos dolores en el cuerpo y tenía fiebre, me desmayaba y escupía sangre. Esto me asustó mucho. No podía con mi cuerpo. Pero hay otras mujeres que no piden ayuda porque cuando estás drogada no duele nada, no se siente nada. La que tiene tuberculosis se muere. Si no la van a buscar, no va a ir al hospital. Abajo [por la zona cerca del Riachuelo] no te imaginás la cantidad de mujeres con tuberculosis que hay."
Y en algo coinciden todas cuando llegan al hospital en muy mal estado. "Quieren mejorar, pero no siempre se trata de voluntad. Lloran mucho, sufren por sus hijos, les cuesta hablar del tema y saben que si vuelven al ambiente de siempre van a recaer -dice Casado-. Esto nos habla de que esta señal de alarma [con el aumento de la internación de las mujeres] debería ser un punto de inflexión y de reflexión."

Un programa que va del hospital a la calle

a internación de un paciente con tuberculosis dura un par de meses y el tratamiento incluye una batería de pastillas por día durante seis meses, un año o más. La sensación de mejoría aparece pronto, lo que hace que los consumidores de paco crean que ya están curados, toda una desventaja porque abandonan el tratamiento.
Son, además, un grupo con el que hay que superar otros problemas de salud. "Tienen muchas caries dentales, piezas destruidas e infectadas [con flemones] ya a los 20 años. Y por el consumo tienen alteraciones pulmonares, como los broncoespasmos, que les provoca fiebre, un síntoma que puede confundir el diagnóstico en una guardia", explica la doctora Graciela Cragnolini de Casado, directora del Instituto de Tisioneumonología Dr. Raúl Vaccarezza, de la UBA.
Cuando llegan al hospital, primero necesitan dormir y comer todos los días. Luego, hay que retenerlos todo lo posible para que hagan el tratamiento. Y un grupo lo está logrando con buenos resultados.
En la experiencia participan médicos del Vaccarezza, el hospital Muñiz, el Servicio de Neumonología del hospital Penna y el Centro de Salud Comunitario (Cesac) N° 30 del barrio Zavaleta, con un grupo de voluntarios coordinado por Gustavo Barreiro y el padre Carlos Olivero, de la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, de Barracas. "Por los hábitos de consumo, abandonaban el tratamiento y no resistían la internación -cuenta Olivero-. Había que ayudarlos a hacer el tratamiento, acompañarlos mientras estaban internados y, cuando se iban del hospital, retirar la medicación y llevársela adonde estuvieran."

Tratamiento controlado

La estrategia incluye un protocolo de atención multidisciplinaria en el hospital, el tratamiento directamente observado en el Cesac y la preparación de voluntarios para entregar los remedios a los pacientes que vuelven a la calle. Uno de ellos es Jorge, alias "Papito", de 36 años. Desde hace dos vive en la villa 21-24, tras cumplir una condena. El 40% de "los chicos de la calle del barrio" fueron sus "compañeros de consumo". Ahora, los ayuda a recibir el tratamiento que retira en el hospital Penna, como lo hizo con Andrea, de unos 20 años. "Estaba muy mal y no quería ir al hospital (...) Tendría que venir un grupo de médicos al barrio para ver lo que está pasando no sólo en Zavaleta y la villa 21-24. Sería bueno que el Gobierno se fije en la realidad que produce el paco", reclama desde el Hogar Alberto Hurtado (www.sinpaco.org).
En este primer año, el programa prolongó las internaciones hasta un mes y los pacientes reciben el tratamiento de manera ambulatoria, ya sea porque lo llevan los voluntarios desde el Penna o porque van al Cesac todos los días para tomar los remedios delante de un enfermero. Así, ya se recuperaron dos pacientes. "A algunos les parecerá nada, pero es mucho. Es la punta de un ovillo para empezar a trabajar en salud de forma interrelacionada", define Casado.
Es que, "con las personas que consumen, es muy complicado hacer el tratamiento. El sistema de salud solo no puede", dice Barreiro, coordinador del Hogar de Cristo, con sedes en las villas 31, 21-24 y el Bajo Flores. Fue en el Hogar Alberto Hurtado, la sede de Barracas, donde Morena encontró a quienes le salvaron la vida cuando tenía 40 y consumía tanto paco que ya no recuerda ni cuánto.
Para Olivero, lo ideal sería contar en el Vaccarezza con una sala especial para estos pacientes. "Como están, los hospitales no están preparados -observa-. Quienes consumen paco no tienen la paciencia ni el control de impulsos como para esperar en una guardia. Se necesita que un voluntario los acompañe porque si nadie los atiende, se van. El hospital tiene que comprender esto y hacerlo más fácil. La salita da la medicación, pero no va a buscar a los pibes ni hace el diagnóstico. Esto funcionará con voluntarios y una mayor conciencia del problema."
lanacion.com

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