domingo, 11 de julio de 2010

Ante el espejo del fútbol

Perder un Mundial de Fútbol -puede decirse ahora que todo pasó- no es el fin del mundo. Basta mirar el calendario de la FIFA para advertir que la vida continúa y que las oportunidades se renuevan cada cuatro años. En 2014 viene el Mundial de Brasil. En 2018, el siguiente, quizás recale en Europa. Habrá otro en 2022. Eso sí, para que los vendedores de banderas argentinas repitan la temporada doble gracias a que la conmemoración de un nuevo siglo de la Patria coincide con un Mundial deberán esperar hasta el año 2210, el Cuatricentenario.
Este otoño, el fervor nacionalista tradicional inspirado en la Revolución de Mayo contrastó con ese otro fervor nacionalista de espíritu guerrero del planeta futbolizado. El primero fue en el pecho, el segundo averió las gargantas. Pero la circunstancia de que en las calles y las plazas se haya gritado "¡Argentina, Argentina!" por dos motivos distintos casi sin solución de continuidad renovó incluso en el poder aquella antigua teoría política (y en 1976 y 1982 militar) según la cual un ánimo colectivo retemplado, más aún si es sostenido, paga en la Casa Rosada con aclamaciones. El lacerante 4 a 0 con Alemania, postre súbito de una cadena de triunfos excitantes, impidió completar ahora la verificación.
No fue este un mundial de rutina, si es que los hay. Al cabo decepcionante para millones de seguidores, muchos de ellos convencidos de un triunfo inexorable, ¿puede decirse, también, que el ciclo reflejó -sin proponérselo-rasgos característicos de la sociedad argentina? La impronta maradoniana, sumada a la brillantez de algunos integrantes de la Selección, configuró más una representación de individualidades apiladas -como tanto se dijo por estos días- que un mecanismo colectivo bien aceitado, disciplinado y eficaz. ¿Refleja esto una forma de hacer las cosas de rostro familiar?
Roxana Kreimer, licenciada en filosofía y doctora en Ciencias Sociales de la UBA, sostiene que en algunos aspectos el fútbol coincide con mecanismos del conjunto de la sociedad. Su explicación es esta: "¿Es más efectivo un grupo orgánico e integrado de personas que se conocen porque trabajan juntas a diario, tienen confianza mutua y saben que son el engranaje de una maquinaria, o resulta superior un equipo de talentos sobresalientes de los que esperamos jugadas magistrales? No son justos los países en los que unos pocos individuos gozan de riquezas materiales, talento, oportunidades de desarrollo personal y privilegios en el suministro de servicios sociales básicos mientras la mayoría carece de sentido comunitario y no se identifica con el bien común. El precio de este esquema es la violencia social, lo que llamamos inseguridad, la pobreza absoluta, que no cubre bienes básicos, y la relativa, vinculada con la desigualdad. En Argentina los niveles de desigualdad duplican a los de Alemania, hay más inseguridad, menos confianza interpersonal y menor identificación con el bien común. En Alemania cumplir con la palabra dada es un mandato social respetado por la mayoría".
Kreimer da entonces el ejemplo de una publicidad que ofrece pasajes nocturnos en avión por un euro, en los cuales dice "¿No nos cree? Somos alemanes". Y afirma que la fiabilidad de la palabra está identificada con la idea misma de nación. "Argentina se jacta de sus grandes individualidades y valora menos las ideas y los proyectos que los liderazgos carismáticos. Tanto en el ámbito del fútbol como en el de la sociedad, a menudo asociamos el éxito con el elogio de la realización individual en desmedro de los proyectos colectivos".
Podría pensarse que, en el terreno de la institucionalidad, el fenómeno de las individualidades por sobre lo colectivo se corrobora en la personalización de la política y las consonantes estructuras partidarias debilitadas. El presidencialismo cesarista, por el que los destinos de la Nación quedan en manos de alguien providencial y no de una sucesión de gobiernos sometidos a la tarea abnegada y meticulosa de la administración pública, sería la traducción en el sistema de poder de ese estilo que ahora se teatralizó en Sudáfrica con Maradona y con Messi. ¿Que no existe tal correspondencia? Por lo menos está claro que la idea del fútbol como representación no es un invento argentino. Lo prueba, primero, ese axioma universal de los futboleros que dice que en la cancha se juega como se vive; con generosidad, nobleza, egoísmo o mezquindad, según el caso. Y si no, está la frase de Albert Camus: "Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol".
Delirios de grandeza
"Personajes como Maradona nos muestran pistas sobre el comportamiento social de los argentinos: una fuerte tendencia a los mitos populares para refugiarse cómodamente en ellos y, a la vez, la sanción social y la marginación en que caen los que cuestionan a los mitos -reflexiona Roberto Di Giano, sociólogo, fundador del Area interdisciplinaria de estudios del deporte en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA-. Tenemos una tendencia mitómana, nos gustan las versiones irrefutables que construyen una ingenua autoglorificación de nosotros mismos. Yo escuché a personajes importantes del deporte decir que esta era la mejor selección argentina de todos los tiempos en calidad de jugadores. Lo que opera es un delirio de grandeza muy fuerte y expectativas desmedidas que imposibilitan cualquier reflexión, hasta que el delirio de grandeza choca con la realidad."
Di Giano, que acaba de publicar Fútbol, poder y discriminación social (Leviatán), apunta además que el discurso de los medios suma confusión y no ayuda a pensar lo que está pasando. Como ejemplo, encuentra una perla: "Qué importa si estaba medio metro adelantado, ¡fue un golazo!", festejó un locutor tras el primer gol contra México.
"Y hubo otras faltas que a la Argentina se le perdonaron, pero nadie quiso ver que nos ayudaron; en esos casos, el que trata de ser objetivo sufre marginación.
¿Por qué? Entre las razones que propone Di Giano está ese delirio de grandeza capaz de negar las evidencias y ese apego a figura redentoras como Maradona. "Se lo admira por sus méritos objetivos, sí, pero también por sus transgresiones, por la magia que promete y esperamos pensando que así vamos a resolver todo, sin apoyarnos en cosas certeras. Quizás Messi es demasiado correcto e ingenuo para ser un mito argentino. Nosotros queremos la magia, no privilegiamos valores como la cooperación y el trabajo."
¿Hay en el apoyo a este modelo de selección, en esto de confiar en individualidades, en líderes carismáticos más que en procesos de trabajo, una pista del modo en que pensamos también la construcción de lo político?
A Di Giano no le gustan las extrapolaciones que trasladen conclusiones del fútbol a lo político. "Entonces -retruca- ¿cómo éramos como sociedad hace cuatro años cuando perdimos con la selección de Bielsa, qué pasó, ahí era un planteo demasiado opresivo y la disciplina táctica opacó el juego por imponerse sobre la individualidad?"
Sin embargo, admite que, "en un país que siempre amagó pero todavía no logró definir su destino", esa promesa de gloria que nadie como Maradona puede resucitar es ideal para olvidar aunque sea momentáneamente tantas frustraciones acumuladas. Por eso, también, el uso político que se le puede dar a una figura como la de él. "Por su forma de ser, Maradona sirve para el uso político, es muy histriónico, se sabe ubicar ante las cámaras, maneja todo eso. No es lo mismo Maradona para el poder político que Pekerman o Bielsa. De hecho, Cristina en seguida salió a apoyarlo y Menem lo nombró embajador deportivo y jugó con él al fútbol."
Pese a la nutrida bibliografía sobre los significados extradeportivos del fútbol, Pablo Alabarces, sociólogo y autor de numerosos estudios sobre ese deporte y su relación con la sociedad, pone en discusión la pertinencia de estas lecturas sobre la selección y la sociedad argentina y sostiene que la cuestión de las superestrellas está muy instalada en el fútbol internacional, no es un dato argentino. "Hace tres años se dio la misma discusión a propósito del Mundial de Rugby; se dijo que los Pumas ganaban porque juegan en equipo y que debemos ser como ellos. ¿Cómo es esto? ¿Uno nos refleja y el otro no? El deporte es el deporte y las sociedades son las sociedades. Los rasgos comunes se relacionan con narrativas culturales. Por ejemplo, el pibe en el potrero, pero eso se refiere a ciertas figuras, no a todo el fútbol".
Por otra parte, para Alabarces, si lo político está en juego no tiene un vínculo directo: "No hay un solo caso en la historia de traslación del éxito deportivo al éxito político. El fútbol sí garantiza visibilidad. Lo que el Mundial genera es una suspensión del clima político cotidiano, pero no su clausura. Por supuesto que si la Argentina ganaba, se generaba una sensación de placer, pero otra cosa es que eso sea motor de hechos políticos".
Más allá de réditos reales o imaginarios, fue la propia Cristina Kirchner quien al final de la epopeya planteó en forma pública, el lunes, el tema de si la Selección derrotada era o no "merecedora" de visitar la Casa Rosada. Lo hizo al informar que, en línea con el cálido recibimiento que tuvo el equipo en Ezeiza, ella había invitado a la Selección, mientras hacía suyo el clamor "aguante Maradona". También Menem en los 90 había salido al balcón de la Rosada en otra ocasión de copa esquiva. Todo ese ejercicio de gratitud, el de cuño popular y el oficial, ya fuera visceral o muy estudiado, podría ser visto como una redención en el terreno simbólico del deliberado ninguneo que sufrieron las tropas, en 1982, al volver derrotadas de Malvinas, afrenta irrepetible.
El tic argentino de excusar los fracasos atribuyéndolos a la malicia foránea o a la mala fortuna quizás debe figurar a la cabeza de los mecanismos compartidos por los asuntos futbolísticos y los del destino nacional. En el Mundial que ahora termina no se oficializó ese tipo de excusa, pero de algún modo se sugirió que el gol inicial de Alemania desbarató el plan magistral que tenía Maradona, o sea que la mala suerte -y no, por ejemplo, la falta de un plan B- pudo haber causado el naufragio.
"El estilo de juego de Maradona -dice Luis García Fanlo, doctor en Ciencias Sociales de la UBA y titular de la cátedra Sociología de la argentinidad- expresaba cierto modo de ser, ese rasgo de individualismo extremo que es de matriz cultural. Para los hinchas, esta vez, todo era Messi. Pero Messi es un pibe de 23 años, no puede resolver los problemas solo. También esperamos todo de un salvador de la patria y se cuenta la historia argentina a través de personas: Belgrano, San Martín..., nos cuesta pensar colectivamente".
Lo singular acaso sea esta vez el apellido del responsable formal de la estrategia, del enfoque, de la puesta en escena que no anduvo: Maradona. Es el nombre más reputado de la Argentina. Mito, remera, objeto de amores populares incondicionales. El salvador que pese a no haber salvado al país podría tener resto para ser perdonado.
© LA NACION

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