viernes, 16 de abril de 2010

Vivir en paz es posible

Hay quien vive el estrés como algo crónico (y agónico). Hay quien ha hecho de su vida una actividad estresante y no sabe cómo zafarse de esa carga. Hay incluso gente que necesita el estrés, moverse con él a diario para sentirse vivo, aunque ese estilo de vida acabe pasándole facturas físicas y psíquicas. Para algunos estresados crónicos, los domingos suelen ser días vacíos en los que el malestar avanza conforme se desliza la tarde. Echan de menos ese veneno de adrenalina y tensión de los días normales. O no saben descansar o no encuentran placer en relajarse.
"El estrés es una respuesta de alerta, de lucha, de invitación al esfuerzo. En justas dosis, algo positivo", explica Antonio Cano Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS). El riesgo es vivir sobrecargado, no tener descanso. No saber parar. Es lo que le sucede a uno de cada tres españoles: "El 28% vive estresado. Con frecuencia, a causa del ritmo de vida o por sobrecargas económicas o sociales". Situaciones enquistadas, relaciones laborales injustas o abusivas, cansancio crónico. Con ese paisaje no es extraño que el consumo de antidepresivos y tranquilizantes se dispare.
"El año pasado, el 16% de la población tomó algún tipo de psicofármacos, con un balance final de 96,5 millones de envases vendidos", agrega Cano. Las estadísticas aclaran además que sólo dos tercios de estos medicamentos fueron recetados. El 30% de los pacientes los consume sin prescripción médica. Estos fármacos, generalmente benzodiacepinas, tranquilizan, pero no curan. No atacan la raíz del problema, y muchos de los que los toman se limitan a sobrevivir o a sobrellevar la presión diaria sin más. Un alto porcentaje no sufren depresiones mayores, lo que los haría necesarios, sino un malestar difuso que apagan con algún tranquilizante temporal u ocasional. Sin embargo, este arsenal farmacéutico podría descender. El estrés no es una condena fatal e irreversible. Sus cadenas se pueden romper o atenuar.
Hay gente, de todos modos, que se siente asfixiada en su propio trabajo. Además de las profesiones que conllevan riesgo físico, hay otras, menos amenazantes o incluso atractivas, en las que los profesionales se queman en unos pocos años. Las épocas de crisis o de cambios socioculturales no son ajenos a este derrumbe. Por ejemplo, casi la mitad de los profesores de Secundaria siente la percepción de no tener control sobre los alumnos. "Algunos viven problemas de violencia en las aulas y hasta reciben amenazas", recuerda Cano. ¿Qué hacer ante una situación así? ¿Afrontar el problema y resistir, ignorarlo, cambiar de centro? Depende de cada caso, pero la consulta al psicólogo o el aprendizaje de técnicas de control de estrés son recursos cada vez más utilizados entre el profesorado.
En otros casos, la ambigüedad del rol a desempeñar origina angustia y desencadena situaciones de estrés. "Es imprescindible dar al empleado una información correcta sobre las funciones a realizar. Pero también hay que valorar si está capacitado para ese puesto, y ahí juegan un papel capital los planes de formación. Un tercer factor a tener en cuenta es el control de los tiempos de entrega. Lo ideal es que el trabajador pudiera ajustar sus horarios, pero al menos que no se vea vigilado o controlado al minuto", explica el profesor Cano. En el otro extremo, las tareas monótonas generan también estrés. La rotación es necesaria, continúa Cano. "Si tenemos en cuenta que más del 50% del absentismo laboral y de ciertas bajas está relacionado con el estrés, la aplicación de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales no sólo evitaría muchos casos de trabajadores quemados, sino un importante ahorro en bajas por estrés", continúa Cano.
No todo el mundo vive por igual los desafíos del estrés. Hay una mayor propensión en personas de temperamento obsesivo y carácter perfeccionista. Buscan el trabajo bien hecho, insisten una y otra vez, echan horas y reaccionan peor ante los errores. Ellos mismos asisten a veces resignados a esta espiral de tensión que tiene como escenario su propio cuerpo: cansancio, desmotivación, insomnio, de memoria, dolores musculares en hombro y espalda, y alteraciones digestivas y cardiovasculares...
"Es frecuente hablar de estrés emocional para referirse a personas que están en constante lucha con su entorno", afirma el doctor Jordi Rius, cardiólogo del centro médico Teknon, en Barcelona. Este estrés tiene mucho de impotencia ante "las tensiones relacionadas con el trabajo, los demás y uno mismo que conducen a una mezcla de estrés-depresión-ansiedad", añade. Como cardiólogo, al doctor Rius lo que le interesa es analizar las consecuencias del estrés sobre las arterias coronarias. "En el caso del estrés crónico, es complejo, difícil de cuantificar y catalogar si por sí solo puede conducir a un infarto de miocardio". En ese sentido resulta polémico determinar si, en el caso de que el infarto acaeciera en el trayecto del domicilio al lugar de trabajo o en la misma oficina, podía considerarse accidente laboral, recuerda el doctor Rius. "Quizá antes de salir de casa participó en una fuerte discusión o en un intercambio de insultos en medio del tráfico que fueron los inductores del infarto", prosigue el cardiólogo.
En los últimos tiempos, además, los cardiólogos tienen en cuenta también el impacto del estrés agudo o el provocado en situaciones especiales, como "el que ha traído la crisis económica", presente en todos los sectores sociales. Este estrés agudo o súbito "sube la presión arterial y acelera el progreso de la enfermedad de las arterias coronarias", lo que puede producir un infarto. "Estamos viendo ahora justamente que incluso a hipertensos bien controlados se les dispara la presión por el estrés. O que pacientes coronarios estables han empeorado más rápido de lo esperado", continúa Rius.
Por un lado, el estrés es un aliado directo de la arterioesclerosis (endurecimiento y pérdida de elasticidad de las arterias debido a los depósitos de grasas que se acumulan en ellas), con el consiguiente riesgo de infarto cardiaco o cerebral. Por otro, las personas estresadas suelen llevar una vida sedentaria, comen con prisas, padecen problemas de sueño... Todo ello es un círculo vicioso.
Un círculo, además, que se amplía a todas las clases sociales. "Ya no es una enfermedad de directivos o de profesionales como bomberos o médicos", señala el doctor Rius. "Cerca de la mitad de las muertes por ataque cardiaco o cerebrovascular se producen entre los 18 y los 69 años", advierte.
El estrés puede desembocar en un trastorno de ansiedad. Y a la vez la ansiedad fomenta el estrés. Las fobias y el pánico son algunas de sus manifestaciones. La fobia lleva a la evitación, mientras que el pánico se produce porque se teme que se vaya a desatar una crisis de ansiedad. "Tienes la sensación de que te estás muriendo o de peligro inminente y fatal", confiesa una mujer que más de una vez ha dudado si había sido víctima de una crisis de ansiedad o si estaba a las puertas del infarto. "Te ahogas, y te planteas si dejas que pase o te vas al hospital". Se teme por la vida, y en ocasiones ese ataque de ansiedad lleva a algunas personas a urgencias pensando que les acecha un infarto. No es así. Su vida no peligra de momento. Lo que no significa que ese frenesí vital no les haga cada vez más frágiles.
De todos modos, los expertos aseguran que no se deben subestimar los episodios fuertes de estrés que, aun siendo efímeros, provocan cuadros de angustia y tensión intensas, con el consiguiente riesgo cardiovascular. La prevención tiene que empezar a edades muy jóvenes: "Además de controlar la hipertensión arterial, el colesterol elevado, la diabetes y la obesidad, hay que evitar fumar, disminuir el café o pasarse al descafeinado, hacer ejercicio, acostumbrarse a comer medias porciones y beber alcohol con discreción", sugiere el doctor Rius.
El estrés altera asimismo los ritmos del sueño. El insomnio aparece, al igual que el cansancio, en la vigilia. Recurrir a fármacos para dormir es una solución que en ocasiones puede convertirse "en una parte del problema, puesto que muchas personas acaban tomando fármacos diariamente y con insomnio crónico", señala el profesor Cano. "No hay que olvidar que si tomamos un fármaco psicoactivo que nos relaja, el cuerpo tiende a buscar de nuevo el equilibrio poniendo en marcha otra acción compensatoria, que consiste en activarse", añade Cano. El doctor Rius, sin embargo, defiende el uso de ansiolíticos-tranquilizantes si pueden ayudar. "Es más sano tomarlos que pasar una noche en blanco o todo el día tenso y nervioso", matiza.
El estrés pone en pie de guerra emociones como la tristeza, la rabia o el miedo. Acentúa la irritabilidad y las discusiones. Y hay estudios que avalan que la ira es uno de los predictores de infarto: su probabilidad aumenta si se produjo una discusión acalorada dos horas antes.
Las mujeres son más vulnerables ante el estrés. Lo padecen en un 32%, frente al 25% de los hombres. Los trastornos de ansiedad también les afectan tres veces más que a los varones. "Si no se tratan estos problemas, pueden desembocar en trastornos depresivos", recuerda Cano.
"Con psicoterapia y un tratamiento adecuado se pueden remontar la ansiedad y el estrés en unos meses", señala el presidente de SEAS. "Es fruto de un pensamiento erróneo. Atajarla implica cambiar la manera de interpretar la realidad y de entender la información. A menudo se producen errores interpretativos o se dedica demasiada atención a los problemas, lo que potencia la ansiedad. Para abordar esta alteración se requiere una labor de aprendizaje y diferentes técnicas", sostiene.
Pero el estrés no sólo es una alteración personal. Al estrés personal hay que añadir la atmósfera estresante que se respira en el trabajo y en la vida familiar y social. Una tensión colectiva que retroalimenta el malestar de los individuos ya estresados o proclives a ello. ¿Es una utopía aspirar a una vida tranquila? No, siempre y cuando se rebajen expectativas y se reduzcan objetivos, al menos en el terreno cuantitativo. "Cuantos más estresores (creadores de estrés) tengas en tu vida, peor", sostiene Antonio Cano.
Responder, no reaccionar
"No me dedico a estudiar el estrés, sino a combatirlo", afirma Andrés Martín-Asuero. Experto en estrategias para reducir el estrés, sostiene que la clave es vivir con atención plena o atención consciente. O dicho de otro modo: atender plenamente al presente y suspender juicios anteriores que interfieran con lo que estamos viviendo en ese momento. Andrés Martín, biólogo de formación, se replanteó su vida tras sufrir él mismo la espiral del estrés. Después de varios años como directivo, abandonó el mundo empresarial y se marchó a Estados Unidos para formarse con Jon Kabat-Zinn en el Mindfulness-Based Stress Reduction (MBSR). Sostiene que cuando estamos bajo estrés es difícil vivir el presente y, en definitiva, ser eficaces. "Hay una gran diferencia entre responder a los estímulos que nos llegan y reaccionar. Cuando se responde de forma reactiva, somos rehenes de las emociones, se cae en la impulsividad y no se toman las decisiones adecuadas. Cuando se presta atención, es más fácil comprender el problema y darle una solución. Más que controlar el estrés, se trata de aprender a autorregularse". Esta conexión con lo que se está haciendo y con lo que tenemos que afrontar en cada momento nos lleva a mecanismos de autorregulación. Es cuestión, dice, de entrenar la atención con técnicas para saber distanciarse de los problemas, comprender las propias emociones y dar la mejor respuesta a lo que nos interpela. "Por ejemplo, si un directivo acostumbrado a dar órdenes aplica esta receta a su hijo que trae de pronto malas notas, no va a funcionar. Por el contrario, si, en vez de enfadarse, muestra sorpresa ante algo que antes no ocurría y mira a ver qué está pasando, solventará mejor la situación".
Martín trabaja con personas que, más que estrés, tienen malestar. "Vivir el presente no es prescindir del pasado, sino tratar de que no nos condicione. Hay que ser asertivo, plantear posibilidades... ¿Funciona o no funciona? Si funciona, ¿cómo se hace?". Piensa que no hay que resignarse a malestares crónicos. Tampoco está de acuerdo con que la gente asuma de por vida trabajos que le pesan como una losa. "Si a alguien le ocurre eso, que cambie de trabajo", replica. En tiempos de crisis tal vez no sea fácil, pero, en todo caso, siempre se pueden paliar los efectos más perversos.
Otro aspecto susceptible de entrenamiento es la comunicación consciente: "¿Cómo lo digo? O bien, ¿cómo me siento? ¿Dedico tiempo a lo que me importa? ¿Qué vida quiero vivir?". El estrés no sólo oscurece la vida, sino que conduce a un enmascaramiento de los problemas a través de hábitos compulsivos. "El estrés cambia la alimentación. Ese mismo estrés pide una alimentación que vuelve a estresar...", concluye Andrés Martín, autor de Con rumbo propio (Plataforma), un compendio de sus técnicas.

elpais.com

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