martes, 13 de octubre de 2009

Normalidad y locura


La locura, los comportamientos aberrantes o extraños, la posibilidad de apartarse de la normalidad y no atenerse a las convenciones sociales han sido siempre, a lo largo de la historia, motivo de rechazo, tanto como de fascinación. El loco, durante siglos, estuvo al mismo nivel que el apestado: cuánto más lejos se estuviera de él, mejor. Y no porque fuera a contagiar su locura, sino porque rompía con la normalidad y su actitud resultaba muy inquietante.
La enfermedad mental también ha tenido siempre un atractivo perturbador, por esa misma ruptura con lo cotidiano que vuelve inquietante la figura del demente, ya sea como simple atracción para la burla o el divertimento o como ente hermético que despierta una curiosidad malsana y permite contemplar sus actos sin inhibiciones.
La historia de la locura comienza y se confunde con los primeros filósofos griegos. A pesar del carácter lógico de la filosofía y de la medicina griega, en la Antigüedad se consideraba que los enfermos debían curarse por medio de la religión; se creía que los espíritus y los demonios trabajaban tanto para el mal como para el bien de las personas. Esculapio, dios griego de la medicina, tenía sus templos y sus sacerdotes. Esta concepción religiosa, en cuanto al origen y curación de las enfermedades –de todo tipo, incluyendo las mentales–, perduró durante siglos. Cuando un hombre enfermaba, los antiguos decían que estaba poseído por un espíritu maligno, y la idea parecía especialmente certera cuando el afectado hacía y decía cosas incoherentes. Como nadie actuaría así por propia voluntad, la gente lo atribuía al “demonio que llevaba dentro”. Por eso, las sociedades primitivas trataban al enfermo mental con sumo temor: el loco era alguien que había sido “tocado” por el dedo de un ser sobrenatural. La epilepsia, enfermedad típica del cerebro, se atribuía a un supuesto demonio que había invadido el cuerpo de la persona afectada; por eso los griegos llamaban a esta patología “el mal sagrado”. El tratamiento consistía, entonces, en intentar ahuyentar o exorcizar a los demonios.
Sentido común. Hipócrates adoptó un enfoque que resultó original para los griegos, pues creía que lo que había que hacer era tratar al paciente, y no preocuparse por los supuestos demonios que pudiera haber dentro de él. En realidad, Hipócrates no fue el primero en pensar así, ya que en antiguas civilizaciones de Babilonia y Egipto hubo médicos que defendían esta postura. Él mismo había estudiado en Egipto. Sin embargo, es la obra de Hipócrates la que ha sobrevivido y su nombre el que quedó asociado a este salto histórico. La escuela hipocrática, que permaneció vigente durante siglos, utilizaba el sentido común para tratar a los pacientes. Carecían de medicinas, instrumental y teorías adecuadas, pero poseían la capacidad de observación y empezaron a adoptar perspectivas y a practicar técnicas revolucionarias, en relación con lo que se hacía hasta entonces: eran partidarios de que el enfermo gozara de aire fresco, de un entorno agradable y tranquilo, y de una dieta equilibrada a base de alimentos sencillos. Se atenían a reglas simples para los tratamientos, evitando cualquier extremo y prescindiendo de ritos mágicos.
Los escritos de toda la escuela hipocrática están reunidos, sin distinción de autores, en el Corpus Hippocraticum, y es imposible saber a ciencia cierta quién escribió cada parte y cuándo. La más conocida es un juramento que tenían que prestar los médicos de la escuela para ingresar en la profesión y que hoy se sigue utilizando. Se sabe que no fue escrito por Hipócrates ya que entró en uso hacia el año 200 d. C., seis siglos después de su muerte. En la era hipocrática, las categorías de las enfermedades mentales eran de tres clases: la frenitis (trastornos mentales agudos más fiebre), la manía (agitación sin fiebre) y la melancolía (trastornos crónicos sin agitación ni fiebre).
Galeno (129-199 d.C.) fue el más destacado médico de la antigüedad después de Hipócrates. Sus estudios sobre la anatomía de los animales y sus observaciones sobre el funcionamiento del cuerpo humano dominaron la teoría y la práctica de la medicina durante 1.400 años. Alrededor del año 161, Galeno se estableció en Roma, donde alcanzó gran renombre por su habilidad como médico por sus disecciones de animales y sus conferencias en público.
Se cree que en el año 169 el emperador Marco Aurelio lo nombró médico de su hijo, Lucio Aurelio Cómodo. Galeno disecó multitud de animales, en especial cabras, cerdos y monos, para demostrar cómo los distintos músculos eran controlados a diferentes niveles de la médula espinal. Develó las funciones del riñón y la vejiga e identificó siete pares de nervios craneales.
También demostró que el cerebro controla la voz y que las arterias transportan sangre, poniendo fin a la idea vigente, durante cuatrocientos años, de que lo que transportaban era aire. Describió también las válvulas del corazón, e indicó las diferencias estructurales entre las arterias y las venas, pero no llegó a concebir la circulación de la sangre. Sus observaciones sobre la anatomía fueron sus aportes más duraderos. Sus escritos médicos, traducidos por pensadores árabes durante el siglo IX, gozaron de una gran consideración entre los médicos humanistas de la Europa del Renacimiento. Además, desarrolló la llamada teoría de los temperamentos de los hombres (sanguíneo, flemático, colérico, melancólico) y afirmó que las enfermedades del alma eran lesiones de la sensibilidad y de la inteligencia debido a un trastorno del cerebro o cualquier otro órgano. Para él, la histeria se producía como consecuencia de la contaminación de la sangre a causa de la retención del líquido seminal femenino, lo que producía la irritación de los nervios y, en consecuencia, las crisis histéricas.
Celius Aurelien (siglo V) fue el último gran médico latino que se apoyó en la observación y el positivismo y realizó una síntesis de los conocimientos adquiridos por sus predecesores.
Gracias a él, en el derecho romano se instituye la incapacidad del enfermo mental. El “mente captus” es siempre un incapaz, el “furiosus” puede tener intervalos de lucidez. Los alienados considerados inofensivos podían convivir con sus familias, mientras que los peligrosos eran encerrados como prisioneros comunes.
Oscurantismo. Tras la muerte de Galeno, concluye una etapa de esperanza en la concepción y tratamiento de las enfermedades mentales, y aparece un largo período de oscurantismo, que se extiende, salvo algunas honrosas excepciones, prácticamente hasta el siglo XVIII o, incluso, inicios del XIX. El legado de griegos y romanos sería continuado, sin embargo, por otras culturas. En Alejandría se desarrolló la medicina con gran eficacia y se atendieron con especial dedicación los problemas psiquiátricos. A los enfermos mentales se los cuidaba en sanatorios donde el ejercicio, las fiestas, la relajación, la hidroterapia, los paseos y la música formaban parte fundamental del tratamiento. Y en Bagdad, se construyó en el año 792 el primer hospital psiquiátrico de la historia; mientras que en el mundo cristiano-occidental, el primer manicomio fue el Hospital de Santa María o dels Ignoscents, Folls e Orats, fundado en Valencia el 10 de junio de 1410. Eran, pues, relativamente afortunados los que caían enfermos fuera de Europa, ya que en el Viejo Continente, los afectados por enfermedades mentales corrieron peor suerte. Durante toda la Edad Media, gran parte del Renacimiento y, en algunos lugares, incluso hasta el siglo XVIII, la locura fue terriblemente incomprendida.
La Edad Media cubre un largo período de 10 siglos: desde el 476, con la caída del imperio romano de Occidente, hasta la toma de Constantinopla por los Turcos en 1454. En la Edad Media –también llamada Edad de la Locura– el poder se repartía entre los señores feudales y la Iglesia, ambas con una organización feudal. En esa estructura, quien no encajaba con el régimen era considerado un subversivo, ya que iba en contra de lo establecido, un hereje o un brujo. Los locos eran seres endemoniados, los médicos así lo dictaminaban y esas personas quedaban, de manera inmediata, a cargo de la Inquisición. Por esta institución fueron quemados en la hoguera millares de personas consideradas “brujos o brujas”, por desarrollar una vida de algún modo distinta de lo que se consideraba adecuado. Eran sobre todo mujeres, que mostraban síntomas histéricos o manifestaciones atípicas de vida sexual. Por ejemplo, el hecho de que se juntaran un hombre y una mujer sin casarse, determinaba que pudieran ser denunciados a la Inquisición. El loco era simultáneamente malhechor (como cualquier criminal) y víctima (enfermo); se borraban así las diferencias existentes entre criminal y no criminal, entre inocente y culpable.
Durante la Edad Media fueron tres los poderes que juzgaban al loco: el jurídico, el religioso y el médico, y no siempre coincidían en sus apreciaciones. Para la medicina, la teología y el derecho, que constituían el dominio en los tiempos medievales, a veces la confusión era tal, que como simplificación, se asimilaba locura con posesión diabólica. El Renacimiento (en contraste con el oscurantismo de la Edad Media) es un momento de dura crítica hacia las ideas establecidas; es una época de reflexión, y una vuelta al estudio de la cultura griega y latina.
Desiderio Erasmo de Rotterdam, quien en su juventud tomó los hábitos eclesiásticos –de los que prefirió alejarse al poco tiempo para vivir como preceptor de familias nobles– fue el autor de Elogio de la locura, obra en la que describía, principalmente, dos tipos de locura: una, aquella que lleva al ser humano, a cometer crímenes, actos violentos y atentar contra sí mismo y contra los que lo rodean, siempre con resultados tristes y fatídicos; y otra, la buena locura, aquella que libera al hombre y lo lanza realmente a la vida, “salvándolo de los miedos y sentimientos que lo hacen arrastrar sus días por el mundo como si fuese un muerto”. De esta última disfrutaban “los ancianos y los niños que vivían con desenfado, riendo con facilidad, sin preocuparse por los días venideros, unos por viejos y otros por inocentes”. Este tipo de locura era también la responsable del amor, el matrimonio y, por ende, de la supervivencia de la humanidad misma.
Durante el Renacimiento, la locura es vista como la encarnación del mal. Es en esta época que aparece la denominada “nave de los locos”, que ocasiona la existencia errante de los insanos mentales. La nave se utilizaba para expulsar del territorio común a los seres molestos que pudieran poner en riesgo la seguridad de los otros ciudadanos.
Este viaje hacía las veces de “barrendero” humano, aunque se consideraba entonces que de esa forma, al mismo tiempo que se protegía la seguridad de la mayoría, se le otorgaba al loco la posibilidad de su purificación. En el marco de este oscuro panorama, no dejaron de aparecer ciertas excepciones. Así, San Agustín acepta que la razón puede modificar los trastornos del ánimo mejor que la fuerza, y Santo Tomás de Aquino reconoce que el alma no puede enfermar y, por lo tanto, la locura debe ser un mal relacionado con el cuerpo, susceptible de tratamiento. Durante el Renacimiento español, José Luis Vives (1492-1540) negará rotundamente el origen sobrenatural de la locura, y dos de sus contemporáneos, Frenel y Paracelso, establecerán estrechas relaciones entre el cuerpo y la mente. Sus voces, sin embargo, no tuvieron la fuerza suficiente como para evitar que al loco se lo siguiese tratando como a un endemoniado y a la loca como a una bruja. Con la aparición de los hospitales se pone en evidencia una contradicción entre una situación pionera, en términos hospitalarios, y el retraso de la ciencia. Lo que se buscaba con el hospital era, en realidad y nuevamente, retirar de la circulación a los individuos que pudieran perturbar el orden. Resulta significativo que los promotores del hospital fueran una suerte de mercaderes cuya función era mejorar la imagen de su ciudad. Al hospital iban los locos y otros que no lo eran, aunque a todos se les aplicaba la práctica de la época: sangrías y, si era necesario, encadenamiento. No había una asistencia médica al enfermo. El médico como tal, no tenía autoridad, derechos ni poder en la institución, y tampoco podía contar con que el tratamiento que se le diera estuviera asentado en alguna teoría científica.
Tendrían que pasar algunos siglos más de encierros y torturas antes de que el conocimiento de la enfermedad recibiese un impulso favorable, de la mano del francés Philipe Pinel (1745-1826).
En plena Revolución Francesa, este insigne médico que fue nombrado por la Comuna director del Hospital de La Bicètre y luego de La Salpêtrière, realizó dos gestos simbólicos: liberar de las cadenas a todos los enfermos mentales y sustituir el término “loco” por el de “alienado”. Su mayor aporte fue, sin embargo, el de conferir rango científico al tratamiento de la mente enferma.
Fue Pinel quien elaboró una completa clasificación de los trastornos mentales –que entraban en la categoría de melancolía, manía, demencia o idiocia–, y sentó las bases de un tratamiento moral de la mente que debía seguir los mismos protocolos que los tratamientos físicos para el cuerpo. Además, propuso la creación de cuerpos médicos especializados e instituciones exclusivas para el cuidado y curación de los enfermos mentales, que son el precedente de los hospitales psiquiátricos actuales. Por todo ello, se le considera uno de los padres de la psiquiatría moderna.
Otro médico importante fue François Leuret (1797-1851), quien reformó también el régimen carcelario de los asilos franceses al liberar a los dementes de los grillos y cepos, y abrir, literalmente, las ventanas de los hospicios a la luz del sol. Leuret se convirtió en un cruzado de la línea psiquiátrica “moral”, que consideraba a la locura un error del entendimiento: la locura era, desde su visión, “pasiones e ideas” y por ende era pasible de ser curada a través de una reeducación emocional. Su cura moral consistía en “representar ante los alienados el desorden de sus actos y la causa de su delirio”, y su método proponía técnicas de disuasión que en numerosos casos condicionaba eficazmente la conducta del enfermo.
A partir de Pinel, el estudio científico de la locura no alcanza su culminación hasta fines del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando figuras como las de Emil Kraepelin (1856-1926), que construyó una cartografía sistemática de la psicopatología que aún se utiliza, Sigmund Freud (1856-1939), creador de la teoría psicoanalítica, iluminador del inconsciente y adelantado de una nueva forma de psicoterapia dinámica, y Karl Jaspers (1883-1969), fundador de la psicopatología moderna, dan forma al actual acercamiento a la enfermedad mental desde el punto de vista de las ciencias positivas y de la razón.
En estas últimas décadas, avanzan las neurociencias con un paso casi arrollador, especialmente desde la década de 1950, con el descubrimiento de los psicofármacos, hecho que impulsó la investigación científica de los misterios del cerebro y las enfermedades mentales.
Locura y normalidad. En el lenguaje cotidiano, la palabra “loco” es una de las más escuchadas. La usan los jóvenes para reconocerse como pares, la emplean las personas para descalificarse unas a otras, se usa cuando hay que describir algo creativo, algo fuera de lo común. Lo curioso, es que se utiliza un término que define a personas enfermas. Lo normal y lo anormal no son categorías definitorias de una enfermedad mental, sino que, a la inversa, se conformarán según la noción de locura que se tenga en ese momento.
Cuando existe alguna enfermedad médica de cualquier índole, por lo general, no existen dificultades para su detección y diagnóstico. Pero no sucede lo mismo con los trastornos psicológicos o psiquiátricos. Con frecuencia surgen las preguntas: ¿Cómo se los identifica? ¿Qué los produce? ¿Cómo pueden curarse? Distintas ramas de las ciencias se han preocupado por la enfermedad mental, especialmente la psiquiatría y la psicología, pero también la filosofía, en su aspecto existencial y ético.
En su origen, la psiquiatría –tal como lo dice la etimología de la palabra: psyché, alma y iatreía, curación– significa curación del alma. Como ciencia, se ha ocupado específicamente del estudio de las enfermedades o patologías mentales y su forma de curación o tratamiento. Mientras que la psicología, en cambio, se ha preocupado del estudio del psiquismo, sus facultades y operaciones, como ciencia de la vida mental. Así, la diferencia originaria entre estas dos disciplinas es que la psiquiatría estudia los procesos mentales en la enfermedad, y la psicología estudia los procesos mentales en la normalidad. No obstante, en la actualidad, ambas disciplinas se combinan, ya que la psiquiatría también estudia los procesos mentales como tales, además de observar sus patologías, y la psicología también incursiona en las patologías mentales, estudia la relación entre lo normal/anormal y los posibles tratamiento, además de atender a los procesos mentales como tales.
Ambas se dedican a los diversos estados de la salud mental, a su tratamiento y a la prevención; la diferencia radica, como se señaló, en que la psicología se dedica más a los estados de salud mental dentro de la normalidad –que van desde el normal al neurótico–, mientras que, en cambio, la psiquiatría se dedica a la salud mental en su anormalidad, llegando a los trastornos más severos, como las psicosis.
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