viernes, 9 de diciembre de 2011

Las primeras señales de adicciones se advierten en el aula


El alcohol, la marihuana y la tecnología son las tres adicciones más frecuentes entre los estudiantes secundarios. Y el consumo comienza cada vez a edad más temprana: entre los 12 y los 13 años.
Esa es la coincidencia entre docentes, directores, funcionarios, alumnos y preceptores, los que advierten también que es en el aula donde se detectan las primeras señales de una posible adicción. Cambios de hábitos, de vestimenta o de compañías, irritabilidad, somnolencia, descuido en el aseo personal, son algunos de los aspectos a los que un docente debe, o debería, prestarle atención cuando se encuentra en clase delante de los chicos. Los profesores admiten, además, que este problema creciente los llevó a adecuar el discurso y las acciones preventivas a un lenguaje más llano y "fácil".
Román Giacobini, director del Colegio Nuevo Las Lomas, de San Isidro, está acostumbrado al cambio de los chicos, pero no se resigna. "Cada vez tenemos que prestarles más atención -dice-. La primera cosa que uno tiene que mirar es la retracción social, ver que cada día el chico está más hosco y hacerle un mínimo seguimiento de al menos dos semanas para ver si fue un episodio pasajero o permanente, antes de llamar a sus padres. Y ese seguimiento lo hacemos todos los que integramos el colegio".
Tanto Giacobini como Silvia Hernández, directora de Inclusión Escolar del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, como María Reitroz, preceptora de una escuela de Don Torcuato y profesora en otra de San Miguel, el psiquiatra infantil Aldo Tamai y el doctor Eduardo Kalina, profesor titular del posgrado en Adicciones de la Universidad del Salvador, entre otros consultados, coinciden en que hay que estar alerta ante los siguientes "síntomas":
-Los chicos comienzan a dejar de hacer las cosas que hacían habitualmente.
-Se duermen en clase.
-Están mareados, somnolientos y suelen tener la marcha inestable.
-Excitación y charlas desmedidas o irritabilidad sin causa.
-Cambian los habitos y empiezan por la vestimenta: se compran ropas de acuerdo con la tribu a la que pertenecen.
-Descuidan su aseo personal.
-Episodios de violencia o de agresiones.
-Hay cambios en lo social: se van de su grupo a otro donde los bancan.
-Repiten el discurso del traficante: "Fumar marihuana no hace nada".
"El tema del alcohol es tan bravo -dice María Reitroz- que si hay una fiesta el fin de semana la propia escuela recomienda que el lunes no asistan. Con todo, para mí es peor el uso de la tecnología: hay una adicción tremenda al celular y no pueden vivir si eso."
Giacobini, en ese punto, agrega que saca de 20 a 30 celulares por día (de un total de 200 alumnos) y que le han pedido de rodillas -literalmente- que se los devuelvan. Reitroz explica que sus alumnos han experimentado el síndrome de abstinencia cuando se olvidan el celular o el sistema Wi-Fi se "cae". "Los chicos sienten cólera, comienzan a agredirse y no hay cómo pararlos", finaliza.
¿Cuándo, entonces, hay que comenzar con la prevención? "O se empieza en el nivel inicial y primaria o se acabó la prevención. Los británicos empiezan a dar charlas de alcoholismo a chicos de cinco años", dice el doctor Tamai. Para él, el mensaje por transmitir en estos primeros años debe ser simple y claro. Por ejemplo, hablarles de que el humo hace mal y jugar o hacer pequeñas experiencias participativas, como visualizar de qué manera se ensucia un pulmón con aire que no es puro.
"A partir de segundo grado -dice el médico- hay que aprovechar los componentes fóbicos de los chicos y estimular el miedo a las consecuencia del consumo de drogas. Estos mensajes son mucho más fáciles de aprender en estas etapas tempranas, antes de la adolescencia, porque es vital insistir con los conceptos para que se instalen."
Hernández cuenta que la ciudad de Buenos Aires tiene un equipo de prevención que recorre las escuelas, y admite que cada vez se empieza a consumir alcohol y drogas a más temprana edad. Y señala que, según las zonas de la ciudad, las drogas que se consumen son diferentes (en las villas son las llamadas "pesadas", como el paco o la cocaína) y que el alcohol se vende en todas partes, a pesar de que está prohibido.
Julieta T, de 16 años, alumna de un colegio inglés de la zona norte, pidió el anonimato y dijo que es muy fácil conseguir marihuana cerca del colegio y mucho más el alcohol.
Pero ¿cómo se aborda el tema con los padres? Giacobini dice que hay que tener mucho cuidado porque los padres no creen que sus hijos beban o se droguen. "Les decimos que hemos notado una serie de actitudes no habituales en él que pueden obedecer a un principio de adicción. Esto también lo hacemos para que no salga a matarlo al hijo ni lo estigmatice, sino que lo ayuden."
Tamai dice que a los chicos hay que enseñarles cómo "funcionan las neuronas, y cuál es la función de los neurotransmisores, ya que ambos se dañan con el abuso de sustancias. No tengan miedo de decirles palabras difíciles a los chicos, de hablarles de neurotransmisores; ellos aprender. Si pueden decir Ipod y puede decir Bluetooth, pueden decir neurotransmisores".
Kalina aconseja que de estos temas se hable en las escuelas y se los enseñe en un lenguaje adecuado a cada edad, que se hable del peligro de las drogas desde los primeros años de escolaridad y que los chicos vean a sus maestros como amigos y no como policías, "porque si no insistimos se dedican a trampear mejor y con mucha habilidad".
PARA TENER EN CUENTA
  • Síntomas : algunos de ellos son que los chicos cambian sus hábitos y de grupos sociales, están mareados o somnolientos, descuidan su aseo y son protagonistas de episodios de violencia.
  • Con los padres : si bien suelen descreer que sus hijos beben o se drogan, los maestros apuntan a que los adultos no estigmaticen ni castiguen a los jóvenes.
  • Para los maestros : aunque tienden a angustiarse en un primer momento, lo ideal es hablar con los alumnos fuera del aula. La prevención y el diálogo son esenciales.
Hablar en forma clara, lo mejor en estos casos

l profesor Kalina, experto en adicciones, hizo hincapié en los educadores. "Los maestros tienden a angustiarse y el primer consejo es que traten de calmarse, ser continentes y llevarlo a la dirección o a otro lugar del aula y no hablar demasiado sobre lo que ocurre porque en los estados de alteración que producen las drogas no escuchan nada. Es recomendable hablarles a los otros, tranquilizarlos y tratar de que pregunten y contestarles en forma simple y directa. El otro paso es llamar a los padres o familiares, tratar el caso con ellos y buscar que concurran a un centro de tratamiento.
Kalina desaconseja la expulsión porque fomenta la rebeldía de los compañeros "y los estimula a tratar de engañar mejor, a perfeccionarse en la mentira. En cambio, incluir a todos e incluso buscar la ayuda de los compañeros resulta mucho mejor, pues nos permite enseñarles que estas conductas son enfermas y que esta enfermedad es muy grave, crónica y limita el desarrollo de los que caen en ella".
Finalmente aconseja que de estos temas se hable en las escuelas y se los enseñe en un lenguaje adecuado a cada edad, que se hable del peligro de las drogas desde los primeros años de escolaridad y que los chicos vean a sus maestros como amigos y no como policías, "porque si no insistimos se dedican a trampear mejor y con mucha habilidad".

Ir a la raíz del problema

uestra sociedad promueve el consumo como filosofía existencial y como método para la solución de todos los problemas.
La felicidad está en los objetos y, por ejemplo, se publicitan, en esa clave, remedios que nos hacen "seguir" aunque nos sintamos mal o estemos cansados, o bebidas que "derriten el hielo" de la timidez de jóvenes en los boliches. Toda esta iconografía es legal, pero es claro que da cuenta de una didáctica (discutible, por cierto) acerca de cómo es que se consigue la felicidad y cómo se sale de los problemas que la vida trae consigo.
A la hora de hablar de consumo abusivo o de adicción, en particular en referencia a los más chicos, se termina hablando de los celulares, del alcohol, de la droga..., pero no se habla con similar énfasis del estado psíquico o espiritual de esos jóvenes. Se lucha en contra de la adicción, pero no se hace demasiado a favor de una calidad de vida emocional y social que promueva, como fruto, conductas responsables, felices y saludables.
La interioridad de los jóvenes rebasa de emociones, las que muchas veces no tienen canales de expresión. Es así que esas emociones se "acumulan" dentro de los chicos, y éstos, en el afán de liberar o anestesiar esa energía (que se transforma en angustia), hacen "macanas" que son, a veces, de altísimo riesgo.
Por eso es tan importante ver a los chicos y chicas como algo más que potenciales adictos y entender desde dónde surgen las timideces que el alcohol los "ayuda" a sortear, qué quieren "comunicar" desde ese uso abusivo del celular o qué los atormenta como para "quemarse la cabeza" con el paco, la droga de la desesperanza absoluta...
Lamentablemente, la acción sanadora pretende circunscribirse a la obvia y deseable prohibición de lo nocivo, pero ese límite que reprima sanamente lo "malo" de las adicciones y sus promotores merece ser acompañado por la promoción de lo "bueno" en lo que a humanidad respecta, algo que genere entusiasmo y ofrezca sentido y valor a la vida.
lanacion.com

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