domingo, 11 de diciembre de 2011

La adolescencia vulnerable


Al menos de cinco veces, este año, un chico (apenas un adolescente), llevó un arma a una escuela en la Argentina. La última vez fue el martes 15 de noviembre: una pistola calibre 22, en manos de un alumno de trece años, entró en la Primaria Nº 6 de San Justo, en la provincia de Buenos Aires.
En este caso, todos respiramos aliviados porque sólo el rebote de un balazo hirió con levedad a uno de los niños. Nos conmociona, sin embargo, una vez más, el modo en que las conductas violentas llegan a arrastrar a gran cantidad de nuestros jóvenes y destrozan sus vidas. Demasiados jóvenes mueren hoy en homicidios, accidentes de automóvil y riñas en partidos deportivos; otros beben en exceso, consumen drogas y se exponen sexualmente.
Nos inquieta especialmente cómo educar a jóvenes y niños en un contexto social de tanta violencia. Cómo entender que los peligros de esta etapa de la vida no se deben a una violencia intrínseca de los jóvenes, sino a la marcada vulnerabilidad que ellos muestran a la presencia multiforme de distintas violencias en nuestras sociedades. ¿Qué herramientas es necesario brindarles, qué información y qué guías para orientarlos?
Cómo podemos lograr proteger los establecimientos educativos. Cómo recalcarles a los alumnos que manipular armas incluye el riesgo de generar tragedias impensables.
La misma cultura que ha logrado alargar casi medio siglo la expectativa de vida del hombre, pone en manos de sus niños y jóvenes instrumentos letales, mientras asegura por acción u omisión que sean usados por ellos.
De hecho, la conducta adolescente a menudo desnuda con gran precisión los conflictos con los que cada sociedad está luchando y aún aquellos que intenta suprimir y ocultar. Los adolescentes desenmascaran crisis sociales que rehusamos reconocer. Se trata de un espejo que refleja rincones oscuros de la convivencia comunitaria y hace que estallen en el interior de una cultura que tanto los provoca como los ignora.
En esta etapa de la vida, los jóvenes tienden a desafiar antiguas reglas y a enfrentar nuevos riesgos jugando al filo de los límites. Los adolescentes tratan activamente de conformar su propio espacio y, sin embargo, diversas investigaciones muestran que siguen valorando en gran medida la orientación de sus padres y maestros. Estos hallazgos destacan la importante responsabilidad legal y ética de los adultos en todo aquello que acontece a los jóvenes. La pregunta crucial quizá no sea tanto a qué edad de la niñez o la adolescencia los menores comienzan a ser imputables, sino cuál es la edad límite de los niños en la que los adultos dan por terminada su responsabilidad.
Una cultura y una sociedad que no pueden cuidar a sus jóvenes sin hacerlos pasar por estos riesgos, que tienen tan serias dificultades en lograr la protección de las nuevas generaciones, están desperdiciando potenciales del presente e hipotecando su futuro.
Necesitamos dejar de demonizar a los jóvenes y distribuir equitativamente las responsabilidades entre todos los adultos que diariamente siguen construyendo el modelo triunfal de la violencia. Promover, entonces, que los adultos asuman el cuidado y sobre todo la prevención de hechos como los que describe la crónica periodística a lo largo del año.
La sociedad es una realidad viva cuyas prácticas, márgenes y cuidados son incorporados por los seres en crecimiento y la rebeldía de los adolescentes puede culminar o no en la construcción de una identidad sólida que habilite una adecuada integración social. Nuestro aporte sistemático para la solución de esta epidemia ha sido y es propiciar y reforzar la participación de los adultos responsables, mediante acciones eficaces, en programas de prevención social que permitan reconstruir la trama comunitaria de sostén y sentido solidario para la conducta de los jóvenes.
Por Graciela Peyrú-médica psiquiatra y presidenta de la Fundación para la Salud Mental
lanacion.com

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