viernes, 21 de mayo de 2010

La intuición, clave al tomar decisiones

Darwin tenía una mente tan analítica que incluso llegó a plantearse el amor como una cuestión científica. En 1838, dos años después de haber regresado a Inglaterra tras su épico viaje por el Cono Sur, se planteó qué hacer con su vida. ¿Buscaba una mujer y se casaba? ¿O se consagraba a la investigación? Tomó una hoja de papel y trazó dos columnas. En una escribió "casarse" y anotó todos los argumentos que se le ocurrieron a favor del matrimonio. En la otra, las ventajas de la soltería. Decidió que lo mejor sería comprarse un perro, pero semanas después, su cerebro le iba a jugar una mala pasada. Al cruzarse con su prima Emma Wedgewood, se enamoró perdidamente.
Darwin no estimó que su cerebro tomaba decisiones por él sin que él pudiera remediarlo. Es que las decisiones, a diferencia de lo que se solía pensar hasta hace poco, no se rigen exclusivamente por las leyes de la razón. Muchas, la mayoría, son intuiciones que, sorprendentemente, se toman desde la subjetividad.
Hasta hace una década, la psicología social consideraba que la toma de decisiones tenía que ser consciente y guiarse por las leyes de la lógica. Las ciencias cognitivas solían menospreciar el papel de la intuición. Sin embargo, ahora sabemos que esos impulsos pueden ser mucho más eficaces que una elección racional.
Tenemos intuiciones sobre casi todo. Suelen ser decisiones que aparecen en nuestra consciencia sin que sepamos de dónde vienen, pero que son tan fuertes que nos impulsan a actuar. En la mayoría de las ocasiones, esos impulsos o intuiciones nos conducen a la respuesta adecuada. Son atajos que tiene el cerebro, estrategias que ha desarrollado durante miles de años para ser más eficaz.
Nuestros circuitos neuronales se encargan de que el organismo funcione bien. Y lo mejor es que nuestro cerebro nos mantiene ajenos a esos procesos. No tenemos que pensar, por ejemplo, que queremos respirar. Algo similar ocurre cuando jugamos, por ejemplo, al fútbol. Nos lanzan una pelota, corremos y la pateamos. La neurociencia descubrió que la inteligencia funciona a menudo sin pensamiento consciente; de hecho, la corteza cerebral, donde reside la consciencia, está llena de procesos inconscientes, al igual que las partes más antiguas del cerebro. "Es un error presuponer que la inteligencia es necesariamente reflexiva", afirma el investigador alemán Gerd Gigerenzer.
Ante una información, nuestro cerebro decide dejarla pasar o expresarla, cuenta Ranulfo Romo, neurocientífico de la Universidad de París. Procesa continuamente información y lo hace por debajo del consciente; así, veta todos los actos conscientes que pudieran traer consecuencias negativas o peligrosas. Sólo aquellas que considera muy relevantes pasan al consciente para que éste les preste atención.
Por otro lado, la memoria recurre a experiencias acumuladas y las coteja con la información que recogió el cerebro quien, como si fuera un juez, delibera y sentencia influido por nuestro estado emocional. Para hacer todo eso (procesar información, recabar datos de la memoria, realizar predicciones) el cerebro consume muchísima energía: el 20% de la energía disponible en nuestro cuerpo.
La neurociencia cree que el proceso de elección se basa en una serie de reglas generales que nuestro cerebro ha ido aprendiendo y que conforman una especie de libro de instrucciones al que nuestro inconsciente recurre ante cada situación. Allí encuentra respuestas rápidas y precisas. Lo único que debe hacer es escoger la regla adecuada para cada momento. Este procedimiento es indispensable para tomar muchas decisiones importantes, puesto que nos enseña a confiar, a imitar y a experimentar emociones como el amor, sin las cuales la supervivencia sería imposible.

Dos ejemplos
Aprender las tareas cotidianas
Si cada uno tuviera que partir de las experiencias propias para todo, necesitaríamos de varias vidas. Para aprender a vestirse (o a comer o a caminar) los chicos imitan a los otros. En primer lugar, a sus padres. Después, al crecer, adoptan roles públicos y profesionales. Confiar en el otro e imitarlo es uno de los tres atajos para tomar decisiones reflexivas, junto con el lenguaje y la enseñanza.
La elección en la góndola del súper
Siempre que compramos tomamos decisiones de precios y establecemos lo que valen las cosas por comparación. Por ejemplo, si hay un producto muy caro y al lado uno no tan caro, seguramente el segundo nos parecerá razonable y lo escogeremos. Pero si vamos a hacer la compra de la semana muertos de hambre, compraremos más cosas de las que necesitamos.

clarin.com

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