Patricio Sturlese tiene 38 años; es best seller en Europa y casi un desconocido en la Argentina, donde nació y vive con su esposa e hijo. Presentó en veinte países sus dos primeras novelas de sacrothriller , que fueron traducidas a diez idiomas y de las que se vendieron hasta el momento un cuarto de millón de ejemplares, pero nunca hasta ahora lo hizo en su país. Durante la próxima edición de la Feria del Libro de Buenos Aires será su presentación en la sociedad local con ocasión del lanzamiento de su tercer título, que se publica en simultáneo en treinta países.
Por su aspecto jovial y al verlo llegar a la entrevista -la primera que le hace un medio argentino- en una moto deportiva, con una medalla de San Benito en el cuello, cuesta imaginar que se está frente al autor de ficciones sobre el Santo Oficio y la existencia de Dios, que transcurren en castillos europeos en los que condes, nobles y plebeyos se entremezclan con sacerdotes, obispos y religiosos en historias que no carecen de violencia, sexo e intriga. Es más fácil confundirlo con lo que fue hasta que la suerte tocó a su puerta: un jardinero que se ocupaba de las plantas en las residencias de Bella Vista, donde nació, creció y vive hasta hoy.
Sin título universitario -dejó ingeniería en tercer año- ni formación en letras, Sturlese se puso a escribir movido por el interés de recrear experiencias del Medioevo que había comenzado a imaginar durante sus visitas a Italia, adonde había ido para acompañar a su abuela y donde conoció la figura de Giordano Bruno y quedó "rayado con esa época". Para "ir un poco más allá de la literatura comercial y conocer los textos históricos sobre lo que había pasado en esa época", estudió teología durante cinco años con los jesuitas del colegio Máximo de San Miguel.
Su vida cambió con la crisis de 2001, cuando se encontró prácticamente "sin pasto para cortar". Se fue por seis meses a trabajar en una fábrica de quesos en el Valle de Aosta, Italia, donde vivió en un refugio con inmigrantes de países orientales y conoció el escenario en el que transcurre la segunda novela, que escribió al regresar al país. Obstinado en encontrar un editor para la primera, El inquisidor, la envió por correo electrónico a numerosas editoriales argentinas y extranjeras. "Hasta en Japón recibieron mis mails", recuerda. Finalmente, lo contrató en 2006 Random House Mondadori en Barcelona. Y su vida cambió. "Agarrate porque se te va a mover el asiento", le advirtió un editor español que viajó al país a conocerlo.
-¿Cómo recibió ese éxito?
-Yo pensaba que publicarían 500 ejemplares pero hicieron 80.000; se agotaron y empezó a romper récords de ventas. Y nadie me conocía. En 2007 me ofrecieron hacer una gira y mi primera presentación fue en la Feria de Panamá, donde me tocó hablar ante 900 personas. Yo no entendía nada porque hasta la semana anterior había estado pensando cómo arreglar algún jardín. Y eso no paró porque de ahí me fui a Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Bolivia, donde me pasaba horas firmando libros y la gente venía a verme disfrazada de mis personajes.
-¿Con el segundo libro, La sexta vía (2009), pasó algo parecido?
-Sí. Hice una gira europea y se vendió mucho también. Volvía de estos viajes haciéndome preguntas fundamentales, como quién era yo. Era como tener dos realidades: la que vivía en esos países, con las presentaciones y los hoteles opulentos a los que me llevaban, y la que siempre fue la mía acá. Nunca había imaginado esto.
-Otro best seller es Dan Brown y sus textos contrarios a la Iglesia. ¿Qué postura adopta usted?
- El código Da Vinci salió en 2003 y yo escribí El inquisidor antes de 2001. En mis sacrothrillers no hago apología ni trato de que el lector tenga que tomar una postura porque la Iglesia es muy amplia; si se mira a la Iglesia sólo por lo que sucedió en tal o cual punto geográfico estaría siendo un crítico muy reductivo. Lo que hago con mis libros es mostrar la historia. La sexta vía es un libro de aventuras, pero más que nada es de teología. Trata sobre un documento que valida la existencia de Dios. En El inquisidor uno se mete en la piel de ese personaje y llega un momento en que el lector se confunde porque quiere odiarlo por las cosas que hace, pero no puede por las convicciones y por los objetivos que persigue. Esto tiene que ver con un pronunciamiento que hizo Juan Pablo II cuando dijo que hay que condenar a la Inquisición como antitestimonio del Evangelio, pero no a los inquisidores.
-¿Sus textos provocaron reacciones contrarias?
-Sí, recibí cartas de católicos de España que decían que yo era un inmoral. A La sexta vía lo levantaron de la venta en El Salvador y Ecuador por catalogarlo de anticlerical por unas escenas en las que un monje besaba a una mujer. Pero todo se aclaró y se hicieron también ahí las presentaciones. Algunos se escandalizan y dicen que son amorales las escenas de sexo, pero no les parece amoral que se queme a las personas.
lanacion.com
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