martes, 11 de mayo de 2010

Natashas en el harem

Las mujeres llegan por docenas a través del Mar Negro, sea cual sea su nombre serán conocidas por Natashas. Con la promesa de un contrato de trabajo, jóvenes de la antigua Unión Soviética siguen llegando a Turquía para acabar forzadas en puticlubs de Aksaray en Estambul o en burdeles de mala muerte en Diyarbakir.
En un reciente viaje a esta ciudad del sureste, este periodista y pongamos que A., acabaron en uno de esos burdeles buscando un sitio abierto donde tomar una cerveza.
Pedimos un refresco y tres mujeres que no llamamos se sentaron con nosotros empezando ellas mismas a pedir y a pedir. Tras beber la cerveza (una cada uno) pedimos la cuenta y decidimos irnos, con la sorpresa de que el monto superaba los 200 euros. Después de un frustrado amago de escapar y de varios empujones, acordamos reducir el importe a 150 euros.
“Me dijeron que a partir de ahora me llamaba Melike y me amenazaron con una pistola”, confesó una chica moldava que decía tener 25 años pero que a buen seguro nació antes del mundial del naranjito. Dos de las tres chicas que compartían piscolabis con nosotros hablaban ruso y decían haber llegado engañadas.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) más de 5.000 mujeres (la mitad de ellas procedentes de Moldavia y Ucrania) trabajan como esclavas sexuales en Turquía.
El número de prostitutas en este país supera las 100.000 personas (una por cada 700 habitantes) y mueve casi 3.000 millones de euros al año, según la Cámara de Comercio de Ankara; de acuerdo con la policía turca apenas 3.500 están legalmente registradas como “trabajadoras sexuales”, ya que para disponer de la tarjeta de identidad especial para ejercer la profesión es necesario tener la nacionalidad turca.
En los últimos cinco años 750 mujeres extranjeras han sido rescatadas de las redes de prostitución en Turquía. La mayoría fueron salvadas gracias a la información que sus propios clientes facilitaban a la policía. De acuerdo con la OIM, los clientes han aprendido a distinguir entre quien ejerce la profesión porque quiere y quien está forzada, ya que el 74% de las denuncias son hechas por hombres que quieren ayudar.
La mayoría de esas mujeres procedía de Ucrania, Moldavia, Rusia y Asia Central. Una joven de la ex URSS necesita apenas 15 euros para entrar en Turquía, pero a partir de este año Ankara ha levantado la necesidad de visado con la mayoría de estos países.
Desde 1991, casi un millón de mujeres ucranianas han dejado su país para ejercer la prostitución en Occidente. Según la Coalición contra el tráfico de mujeres, en un 70% de los casos las que se encargan del tráfico y vigilancia de las esclavas sexuales son mujeres.
El crecimiento económico turco ha convertido al país eurasiático en un foco de atracción para sus vecinos. Hace dos meses en Batumi los ancianos de Georgia se quejaban de que “nuestro país está tan mal que hasta las Natashas se han ido a Turquía”.
La Asociación de Gays, Lesbianas y Transexuales de Turquía ha anunciado recientemente su intención de crear un Sindicato de Trabajadores Sexuales. “Estamos en contra de la esclavitud sexual. Pero esta es la profesión más antigua de la Tierra y alguien tiene que hacerla. Con esto queremos proteger los derechos de quien la ejerce”, explica Buse Kiliçkaya activista de dicha asociación.
Unas semanas más tarde de mi caso en Diyarbakir, el alpinista Simón Elías -de paso por Estambul- caía en la misma trampa con el agravante que el premio no era de 200 sino de 400 euros; el caché de Estambul hay que pagarlo.

elmundo.es

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