miércoles, 19 de mayo de 2010

Tensiones, directo al corazón

Tras días de tensión por un problema laboral sin solución aparente, en un paciente con arterias tapadas y presión alta, una discusión fuerte puede aportar el último ingrediente para que el corazón diga basta. Entonces, deviene el infarto. Este es el caso de un paciente que acaban de atender en la Clínica y Maternidad Suizo Argentina donde lanacion.com dialoga con cardiólogos para conocer la relación entre el estrés y el riesgo cardíaco.
En la Argentina, se estima que se producen unos 50.000 infartos por año y, cuadros como éstos, son cada vez más frecuentes en este tiempo que impone un ritmo de vida que estresa. Así lo observa el médico Julio Argentieri, del departamento de Cardiología Intervencionista y Hemodinamia de esa clínica.
"El estrés es muy difícil de diagnosticar y vemos muchas situaciones de tensión cotidiana que desencadenan en un infarto", cuenta. Delegar responsabilidades es el consejo que da Argentieri para reducir estos riesgos. Pero reconoce que no es tarea fácil luchar contra el estrés: "Es inherente a la personalidad de cada uno", apunta.
El jefe del servicio de Cardiología del Hospital Italiano, Oscar Bazzino, coincide con su colega en la incidencia negativa del estrés en el corazón. Hace una distinción entre alguien que sufre un episodio de estrés agudo y las personas expuestas a tensiones cotidianas múltiples.
"Aunque no tenga problemas cardíacos, un episodio de estrés agudo, una emoción súbita, intensa puede tener consecuencias cardiovasculares importantes, puede causar un infarto", explica. Y apunta que la población de mayor riesgo para estos casos es la femenina. Clínicamente, el cuadro es el siguiente: hay una descarga muy grande de hormonas estimulantes (adrenérgicos) y esa inyección que ingresa al torrente sanguíneo impacta en el corazón de un modo muy nocivo. En minutos se puede producir un infarto.
Algunas cifras hablan de este tipo de casos. El doctor Enrique Gurfinkel, jefe de la Unidad Coronaria de la Fundación Favaloro, en una nota para LA NACION señaló el fuerte impacto de factores como el estrés asociado al ritmo de vida y a las exigencias actuales del mercado laboral en el riesgo cardíaco. Específicamente durante la crisis de 2001 en la Argentina se registraron unos 10.000 infartos más de la media.
El resto de las situaciones cotidianas de estrés también explican el riesgo cardíaco, pero son un componente más de muchas otras variables. "El riesgo depende de varios componentes: edad, historia familiar, sexo, hábitos como fumar, presión alta, vida sedentaria, estrés; de todo esto sale la ecuación de riesgo", explica Bazzino. En este caso, lo nervioso de cada paciente es un componente más.

Para saber más
O 800 INFARTO (0800-888-8020)
Programa de Prevención del Infarto en Argentina
Sociedad Argentina de Cardiología

Tras una nueva definición de infarto
Un cardiólogo argentino es el representante de América latina en un debate que reunirá a los máximos expertos internacionales en la materia en una misión nada sencilla: encontrar una nueva definición de infarto.
Se trata del doctor Enrique Pablo Gurfinkel, jefe de la Unidad Coronaria de la Fundación Favaloro, quien fue convocado por la Sociedad Europea de Cardiología, el Colegio Americano de Cardiología y la Asociación Americana del Corazón, entidades que junto con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Federación Mundial de Cardiología conducirán una serie de reuniones que comienzan en agosto próximo en Viena, Austria, con el objetivo de alcanzar un nuevo consenso internacional acerca de cuándo diagnosticar infarto, esa palabra que evoca uno de los eventos más temidos por la mayoría de las personas.
El cardiólogo, de 45 años, explicó que la controversia actual se generó en 2000, cuando la Sociedad Europea de Cardiología y el Colegio Americano de Cardiología redefinieron la cuestión.
-El consenso universalmente aceptado acerca de cuándo diagnosticar infarto de miocardio fue elaborado en 1974 por un comité de expertos encabezado por la OMS -indicó Gurfinkel-. Los criterios son: dolor o angina de pecho, electrocardiograma con ondas Q (un tipo especial de cambio eléctrico) y ciertas enzimas en análisis de sangre. Con dos de estos indicadores, ya se considera infarto.
"Pero, -agrega Gurfinkel- ahora hay pruebas de laboratorio mucho más específicas y sensibles. Existen nuevos indicadores, como por ejemplo una proteína llamada troponina, y es posible que sea detectada en los exámenes aunque aparezca en cantidades tan insignificantes como nanogramos por litros. La cuestión radica en que al hallarse esa proteína en sangre se considera que hay tejido cardíaco muerto (necrosis) y, para la interpretación de los norteamericanos y europeos, entonces se puede diagnosticar infarto."
Pero, una pequeñísima lesión de muy pocas células (antes llamada preinfarto o angina de pecho) ¿puede ser definida con la misma palabra que una lesión mayor (el infarto tradicionalmente dicho) tan sólo porque en ambos casos se detecta muerte celular o necrosis cardíaca?
El tema no parece menor. Y no sólo por sus implicancias psicológicas, ya que está demostrado que un paciente que recibe un diagnóstico de infarto se siente mucho más angustiado y deprimido que cuando se habla de angina de pecho, preinfarto, o evento agudo de coronarias.
La cuestión se hace más clara si se piensa que en nuestro país, "donde no existen estadísticas serias", aclara el cardiólogo, se producen unos 50.000 infartos anuales. Pero si incluyéramos todos los eventos donde se detectó una pequeña muerte celular cardíaca la cifra se duplicaría.
Gurfinkel agrega, abordando otro aspecto del problema, que si se considera mucho mayor el número de infartados es más sencillo conseguir voluntarios para estudios clínicos de nuevas moléculas farmacéuticas.
Voces encontradas
No menos importante es, agrega el médico, la necesidad de ponerse de acuerdo con la definición de infarto a la hora de presentar resultados a las autoridades sanitarias para la aprobación de nuevos fármacos. "Y en epidemiología es algo básico para hacer investigaciones", afirma .
El doctor Enrique Gurfinkel explicó que "se constituyó un nuevo organismo donde ingresan la OMS, la Federación Mundial de Cardiología y las sociedades de EE.UU y Europa. Pero no había sociedades científicas de América latina, Africa o Asia. Eligieron a algunos representantes de otros continentes para integrar este panel y probablemente por toda la experiencia que ha acumulado la Fundación Favaloro es que he sido convocado."
La definición de 2000 generó, entre otras cosas, confusión entre el diagnóstico y el pronóstico de infarto. "Si yo digo que este universo del 25% que antes considerábamos con angina o preinfarto (aunque preinfarto no es un término científico) ahora tiene infarto, eso es un diagnóstico. Pero también puede ser un pronóstico, si considero que en las pruebas de laboratorio de esos pacientes donde aparecen las troponinas existe un futuro más comprometido que entre aquellos que no tienen esa determinación."
El problema también impactó en la cardiología argentina. "Tenemos dos sociedades, la Federación Argentina y la Sociedad Argentina de Cardiología, y no acuerdan totalmente en la cuestión -dijo el cardiólogo-. En este momento, y gracias a este problema químico, no sabemos si llamamos infartos a la misma cosa."
Por Gabriela Navarra
De la Redacción de LA NACION

Preguntas al corazón
-¿Qué pasa cuando se forma un coágulo dentro de las arterias coronarias?
--Un accidente coronario, que puede o no terminar en infarto. Esto ocurre cuando las paredes que cubren las placas de ateroma (placas de grasa) formadas dentro de esas arterias se rompen y exponen su contenido que, al contacto con la sangre circulante, facilita la formación de un coágulo. En realidad, el coágulo se forma para reparar la zona de la placa que se lesionó. Pero su efecto es negativo, ya que puede obstruir la circulación, disminuir el flujo sanguíneo y causar un infarto (necrosis) en la porción del músculo cardíaco que precisa esa sangre rica en oxígeno para continuar su función.
-¿Qué es una isquemia?
-Es una disminución transitoria del flujo sanguíneo.
-¿Qué es el infarto de miocardio?
-Es la muerte o necrosis de una parte de las células del corazón. Se considera masivo cuando la necrosis supera el 40% de las células.
-¿Qué es un preinfarto o angina inestable?
-Es una isquemia transitoria que no daña tanto al corazón.
-¿Cuáles son los síntomas que deben motivar urgente consulta?
-Dolor en el pecho. En estos casos, siempre hay que consultar y no minimizar nunca el síntoma.

Trabajar más de la cuenta trae mayores problemas cardíacos
PARÍS (AFP).- Trabajar tres horas más que la norma (7/8 horas diarias) expone a un riesgo en un 60% mayor de desarrollar problemas cardiacos, según un estudio publicado hoy en el European Heart Journal.
Un total de 6014 funcionarios londinenses de entre 39 y 61 años, que sumaron 4262 hombres y 1752 mujeres, sin patología cardiaca fueron seguidos durante 11 años de media, hasta 2002-2004 como parte de un amplio estudio bautizado Whitehall II.
Durante los 11,2 años de seguimiento, 369 de entre ellos han muerto de una enfermedad del corazón o han tenido un accidente cardiaco no mortal o una angina de pecho.
"Las relaciones entre las largas horas de trabajo y las enfermedades cardio-vasculares es independiente de un conjunto de factores de riesgo medidos al inicio del estudio, como el tabaco, el sobrepeso o una tasa elevada de colesterol", precisó Marianna Virtanen, que dirigió el estudio del Finnish Institute of Occupational Health, en Helsinki y de la University College of London, en un comunicado.
Quienes trabajan más que la norma suelen ser hombres, más jóvenes que la media del grupo, que ocupan puestos de responsabilidad más altos. Si la relación entre la horas adicionales de trabajo y las enfermedades cardio-vasculares parece clara, la causa no lo es tanto, según los autores.
Presentismo enfermizo. Una pista podría ser que el trabajo adicional podría afectar el metabolismo o tapar los estados depresivos, de ansiedad o de falta de sueño. El "presentismo enfermizo" por el que, a inversa del ausentismo, los empleados vienen a trabajar incluso enfermos, ignorando los síntomas y sin consultar a un médico, podría igualmente estar en causa.
Sin embargo, las personas a las que les gusta su trabajo y tienen tendencia a trabajar más simplemente por el placer, podrían tener un riesgo menor de enfermedad cardiaca.
Marianna Virtanen avanza varias pistas, como costumbres de vida nefastas y factores de riesgo más extendidos entre las personas que trabajan en exceso. "Otra posibilidad es que el estrés crónico (a menudo asociado a las largas horas de trabajo) afecte negativamente el organismo", añade, a la vez que pide investigaciones adicionales.

El infarto a los 40: un mal moderno
Era un domingo como hoy. Rody y su mujer almorzaban en una parrilla cuando él sintió que un espasmo helado nadaba en su pecho. Tanteó el vaso de gaseosa. No tenía hielo ni estaba frío. Mientras charlaba, presionaba las manos contra el pecho. De una mesa, alguien le preguntó:
–¿Querés que pida una ambulancia?
–¿Por...?
–Estás pálido, transpirado, y no parás de tocarte el pecho.
Rodolfo se asustó y manejó hasta el sanatorio. En minutos estaba enhebrado a electrodos, catéteres y monitores. Tenía el corazón obstruido y en shock: nadie espera a los 30 y pico sufrir un infarto. Medio siglo atrás, los cardiólogos argentinos se habrían asombrado por considerarlo excepcional. Hoy no les sorprende tratar a pacientes infartados de 40 años o menos. Y dicen que aún no hemos visto lo peor.
Ya alertó la Organización Mundial de la Salud (OMS): la mayor parte de las muertes en el nivel mundial se debe a enfermedades no transmisibles (32 millones) y, de éstas, más de la mitad (16,7 millones) a las cardiovasculares, fundamentalmente cardiopatías y accidentes cerebrovasculares. La OMS considera estas patologías una epidemia desatendida y amenazante en los países en vías de desarrollo, donde las muertes duplican en número a las de los industrializados y donde se producen a edades más tempranas. "Para los jóvenes y los adultos de mediana edad, las enfermedades cardiovasculares son igual de mortíferas que el sida", subraya.
La Sociedad Argentina de Cardiología (SAC) estima que en la última década el infarto aumentó un 25% entre los menores de 40. "Se ha desplazado a los extremos de la pirámide de edad. Las personas viven más; por eso se incrementaron entre la franja de 80 a 90 años. Pero hay cada vez más pacientes de 40 que lo sufren. También aumentó en las mujeres", apunta el doctor Miguel Angel González, director del Consejo de Emergencias Cardiovasculares de la SAC.
Todos lo afirman con vehemencia. "Hace unas décadas, la edad típica del infarto era entre los 60 y los 65 años. Hoy afecta cada vez más a gente de 35 o 40, aunque es prevaleciente de los 55 para arriba", asegura el doctor Branco Mautner, decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Favaloro y jefe de Docencia e Investigación de la Fundación Favaloro.
Por qué
El infarto es la muerte de un tejido por falta de oxígeno. Las arterias coronarias, que distribuyen la sangre al corazón, pueden obstruirse por un proceso de aterosclerosis: la aparición de grasa y tejido fibroso en las paredes. El cúmulo de material graso se encuentra rodeado de una cubierta de células que la aíslan de la corriente sanguínea (placa aterosclerótica). Y puede suceder que ésta se rompa repentinamente y desencadene un infarto, como pasa entre los adultos jóvenes.
Rodolfo dice que siempre hizo deporte y nunca fue gordo. Pero cuando se le pregunta a qué se dedica, se ríe. Trabajador independiente, atendía varios proyectos a la vez, fumaba y hacía dos años que no practicaba ejercicio físico.
Hay factores que favorecen la obstrucción y predisponen a una enfermedad coronaria: hipertensión, diabetes, colesterol aumentado y tabaquismo. También influyen los factores genéticos. Y desempeñan un papel crucial el sedentarismo, el sobrepeso y el estrés. Combinados entre sí, potencian la vulnerabilidad. "Hace unas décadas se empezó a fumar a edades más tempranas, y a consumir comida basura. Están apareciendo sus consecuencias en los grupos generacionales. El estrés que se vive en la Argentina, donde más de la mitad de la población es pobre y la tasa de desempleo alta, ubica al país en el tercer lugar en el mundo en enfermedad cardiovascular", explica el doctor Mautner.
En los adultos jóvenes, el infarto suele llegar sin aviso. "Los factores de riesgo, como hipertensión, diabetes y tabaquismo, son más precoces. Las placas ateroscleróticas de los jóvenes de hoy son más vulnerables que las de nuestros abuelos. Incluso en individuos que están bien de salud, hasta que tienen un repentino primer infarto", describe el doctor González.

Nuevos factores de riesgo
Antes del infarto, el señor C se hizo un chequeo y dio 0 km. Porta el aspecto deportivo de las publicidades de yogur, aparenta menos de los 45 que acusa. Volvía del trabajo cuando la acidez le quemó la boca del estómago. Se mareó. Corrió a una guardia y lo derivaron a un cardiólogo.
¿Por qué alguien joven que aparentemente está bien puede sufrir un infarto? La doctora Melina Huerin, jefa de Prevención y Rehabilitación del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires, responde: "Estos eventos se arman en horas y de forma aguda. Existen situaciones gatillo que pueden dispararlos. En los adultos jóvenes se produce una trombosis que obstruye de golpe. Puede ocurrir en alguien que se hizo un electrocardiograma hace dos meses y dio bien. Un electro sirve para prevenir, no para diagnosticar".
Un paciente joven infartado, sin los clásicos factores de riesgo cardiovascular (no fuma, es delgado), es un desafío para explicar. "Varios pacientes son negadores, no conectan con los factores de riesgo que tienen, como el estrés o la falta de ejercicio. Muchas veces también influye la cocaína. Pero hay casos en los que empezamos a detectar factores de riesgo nuevos o emergentes", señala Huerin.
Los factores de riesgo se dividen en modificables y no modificables. Estos últimos son el género (la mujer está protegida por las hormonas hasta la menopausia), la edad y los antecedentes familiares. El resto –dicen los médicos– son modificables: colesterol, tabaquismo, diabetes, hipertensión, sedentarismo, estrés. Aunque este último es de los más poderosos y difíciles de controlar. Los factores de riesgo emergentes son el fruto de la investigación y están en estudio: existiría correlación entre infarto y niveles elevados de homocisteína, proteína C reactiva, fibrinógenos, lipoproteína A pequeña, entre otras sustancias que se miden en la sangre. Y abren un abanico de marcadores bioquímicos, útiles en prevención y diagnóstico.
El perfil que estresa
"Desde hace unos años se presta atención a un patrón de conducta asociado a la enfermedad coronaria: personas de vínculo adictivo con la realidad externa, el trabajo y la valoración social, con un alto costo psíquico y corporal", explica Adriana Tricerri, psicóloga, coordinadora del Programa de Manejo de Estrés del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires. Hiperactividad, ansiedad, competitividad, hiperexigencia, completan el perfil. "Se nota la dificultad para modificar sus hábitos, aquellos que les permitieron alcanzar sus logros. A veces activan la negación como defensa. Pueden negar los síntomas iniciales de infarto y tardar en pedir ayuda", dice Tricerri.
A Gabriel Romero le faltaba poco para festejar los 40 cuando sintió un abrazo punzante en la espalda. La ambulancia lo llevó desde su oficina hasta el hospital Argerich. Le avisaron que vendría el cardiólogo.
"¿Para qué? Si no me duele ni el brazo izquierdo ni el pecho", preguntó. Diez minutos después le dijeron: "Infarto".
Siguió un período duro: "Los análisis no dieron bien, y a los 41 me encontré en condiciones de jubilarme por invalidez. Eso desestabiliza. No hay mucha gente imaginándose que a los 40 años se puede morir. Aparecen angustias, preguntas y frases: A mi edad no pasa... ¿Puede volver a ocurrirme?".
Frente a estas cuestiones, cada uno activa el mecanismo que quiere. O que puede. Pascual Cappelacci se rió cuando, en la oficina, un compañero le leyó un test de riesgo cardíaco y el suyo dio por las nubes. "Uno lee notas como éstas sobre los riesgos, pero cree que a los 40 no está dentro de la estadística", confiesa él, padre de dos hijos, empleado de una multinacional. Tuvo su primer infarto a los 38. Pasado el susto inicial, siguió algunas de las recomendaciones. Con el tiempo aflojó los cuidados. En cada consulta, el médico lo reprendía. Dejó de ir. "Cuatro años después hacía la misma vida que antes del infarto. Me sentía bien, y si me cansaba por subir una escalera lo atribuía a la falta de ejercicio. Volvió a ocurrir, exactamente para la misma fecha", relata. En agosto de 2001 tuvo el segundo infarto, mucho más dramático. De madrugada, sintió el dolor y pidió un remise para ir al sanatorio. Sabía que no volvería en auto. En la clínica nadie daba garantías de la operación. Le serrucharon el esternón, le abrieron el corazón y le practicaron cuatro by-pass. Pasó meses abrazándose para soldar un pecho partido al medio y cosido con alambres de última tecnología. Apenas le dieron el alta, pidió turno con una psicóloga, y luego con una nutricionista. "Quería tomar conciencia, aceptar y hacer las cosas bien. Antes lo minimizaba. Pero estuve al borde de la muerte." Al tiempo empezó la rehabilitación, en la que continúa hasta hoy.
A Gabriel Romero le costó asumir ese tratamiento: ¿qué tenía que hacer él rodeado de gente mayor? Se sorprendió al encontrar a tantos de su edad. Ahora no falta nunca. "A nivel físico es vital. Mentalmente me vino bárbaro, me destrabó y me ayudó a seguir con el día a día. Creo que desde el trabajo hasta los problemas de nuestros seres queridos impactan en algún lugar del cuerpo."
Un incidente que a los 40 años pone la muerte en el espejito de mano puede abrir una puerta. Casi todos los entrevistados expresaron que, tras el infarto, el corazón quedó más sensible. Algunos se separaron, casi todos mejoraron la relación con sus hijos. Cambiaron.
"Mi vida era como la de tantos: adicto al trabajo, comía desordenado, fumaba y no hacía ejercicio. A los 41 me saltó la térmica", cuenta P. Hace 12 años, cuando sucedió, tenía el mismo trabajo intensivo. Ahora amanece con 30 minutos de caminata y es cuasi vegetariano. "Disfrutaba de la comida; y tuve que aprender a alimentarme. Sigo en mi trabajo, pero con otro enfoque. Logré mejores resultados a menor costo personal. Los horarios agobiantes de trabajo se pueden cambiar. Hasta que no te pasa algo así, no parece atractivo hacerlo –resume sereno–. Disfruto de mi vida afectiva. Antes, lo material me absorbía."
Su infarto le tendió trampas. "Al principio me obsesioné con leerme todo. Competía con la enfermedad. No se puede luchar contra ella. Hay queaprender a usarla a favor", dice.
Pascual Cappelacci dice que era un hombre de corazón duro. Recuerda que en el trabajo había un compañero que una vez llegó tarde, excusándose porque era el primer día de escuela de su hijo. "En aquel momento admito que me pareció un desubicado. Yo vivía autoexigido. Hoy haría lo mismo que él. Cambiaron mis prioridades. Valoro más los afectos y estoy muy sensible. Pienso: quiero aprovechar esta oportunidad."
En los países en desarrollo
El estrés puede disparar problemas cardíacos, aseguran investigaciones varias. Una de ellas, encabezada por el Dr. Jianwei Feng, de la Universidad de Texas, se presentó en el último Congreso Americano de Cardiología. Allí, el Dr. Feng explicó la relación entre experiencias emocionales fuertes y eventos cardíacos. Israel, por ejemplo, es uno de los países donde más se estudia la relación entre estrés y enfermedades cardiovasculares. Tiene más enfermos jóvenes: el principal factor de riesgo es el estrés. En la Argentina ya se habla de los infartos de la pobreza y poscorralito. En un país con altos índices de exclusión y más del 30% sin cobertura médica, preocupan los factores de riesgo social.
La OMS lanzó un alerta mundial: se viene una epidemia cardiovascular en los países en vías de desarrollo. Y un trabajo del Comité de Prevención de Enfermedades Cardiovasculares de la Federación Argentina de Cardiología alerta lo mismo: "La prevalencia de factores de riesgo en nuestro país es muy elevada. Se deben intensificar ya estrategias de prevención para disminuir la epidemia de enfermedad cardiovascular aún por venir". Esta no sólo afectaría individuos y familias, sino también los sistemas de salud y la economía. Las enfermedades coronarias implican operaciones costosas y tratamientos de por vida. Gabriel Romero lleva en su pastillero siete remedios diferentes que debe tomar por día y que cuestan 400 pesos por mes. En una década, su medicación implica 48.000 pesos, sin contar análisis, operaciones o rehabilitación. El logró mejorar y continúa en su empleo. Pero en el mundo en desarrollo estas enfermedades causan el 10% de la discapacidad laboral, según la OMS.
Estados Unidos logró bajar la tasa de mortalidad cardiovascular más del 50% en 35 años. Los países en desarrollo podrían hacerlo en la mitad si desde el gobierno y las organizaciones civiles se alertara sobre los factores de riesgo, argumenta el estudio del Instituto de la Tierra. Contamos con mejores drogas, políticas antitabaquismo mundialmente aceptadas, consenso de recomendaciones alimentarias y reconocimiento de la importancia del ejercicio físico y del origen social de los factores de riesgo. El interrogante, sin embargo, es cómo hacer algo con los presupuestos secos de estos países.
"Para evitar la aterosclerosis habría que empezar la prevención desde la infancia", sugiere el Dr. Mautner. En esa línea, la Fundación Cardiológica Argentina lanzó el Plan Educando, que capacita docentes en la prevención desde la niñez. El enfoque macroeconómico debería tener en cuenta las enfermedades cardiovasculares –aconseja el informe–, ligadas a las políticas de agricultura, el marketing de alimentos, la planificación urbana, el empleo y la educación. Para revertir la epidemia en puerta, se necesita que el mundo deje de endurecer el corazón frente a las cifras que oprimen el pecho de la humanidad. El desafío es transformar el planeta en un lugar menos tóxico, desde la intimidad hasta los gobiernos.
Por María Eugenia Ludueña
Para saber más
www.propia.org.ar
www.sac.org.ar
www.funcargen.org.ar

Prevención
Estrés:
Practicar técnicas para aprender a relajarse o para aliviar la ansiedad, la hostilidad y la depresión. Muchos eventos coronarios son disparados por factores emocionales.
Hipertensión:
Hay que tratar de mantener la presión inferior a 120/80. Los médicos recomiendan restringir la cantidad de sal, aumentar el consumo de potasio y reducir la ingesta de alcohol.
Tabaquismo:
Es uno de los factores de riesgo cardiovascular más importantes y la primera causa mundial de muerte prevenible.
Sedentarismo:
Aumenta la posibilidad de hipertensión entre un 20 y un 50%. Para los que no tienen tiempo de practicar algún deporte, la recomendación médica es caminar a paso rápido durante treinta minutos, tres veces a la semana.
Alimentación:
Una dieta rica en lácteos descremados, pescado, cereales integrales, legumbres, frutas y verduras, ayuda a evitar la obesidad y baja los niveles de LDL (colesterol malo)en sangre. Mantenerlo por debajo de los 130 mg/dl disminuye el riesgo cardiovascular.
Sexualidad
Muchos de los adultos que padecen un infarto sufren una disminución de la actividad sexual. "Esto puede explicarse por la falta de información, el estado de ansiedad o depresión por la enfermedad y/o por el uso de determinados fármacos", explica la psicóloga Adriana Tricerri, de la Clínica de Prevención y Rehabilitación del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires. "Los efectos indirectos a veces implican el comienzo de disfunciones sexuales. El impacto de un evento cardíaco trae preocupación, ansiedad y miedo de que se repita por una sobrecarga física. Pueden aparecer alteración de la imagen corporal y disminución de la autoestima. Se suele reportar sobreprotección de la pareja y disminución de la frecuencia de las relaciones", describe. Informarse y trabajar con las vivencias posinfarto forma parte del camino hacia la recuperación.
lanacion.com

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