domingo, 12 de diciembre de 2010

Una lágrima de amor en las mejillas del tiempo

AGRA- Había una vez una reina... , dice la repetida frase de los cuentos infantiles y el cronista, renunciando a toda pretensión de originalidad, está tentado de utilizarla para comenzar a contar la increíble historia de amor que se esconde en las calles de Agra, tras la doble muralla del Fuerte Rojo y bajo la deliciosa cúpula del Taj Mahal.
Había una vez un rey mogol, dice la historia, que gobernaba su imperio desde Agra. Amo y señor de esa porción de la India, a unos doscientos kilómetros de Delhi, el emperador Mughal Shah Jahan estaba casado con la emperatriz Mumtaz Mahal.
Shah Jahan moría de amor por su mujer, pero fue ella, Mumtaz Mahal, la que murió de amor. Al dar a luz al hijo 14° de la pareja, que fue una niña.
Mumtaz Mahal tenía apenas 39 cuando murió y su esposo prometió construirle una tumba tan grande y tan pura como su amor. Transcurría el año 1600 y los mejores arquitectos del imperio comenzaron a trabajar, entonces, en la construcción del Taj Mahal.
No importaba que las canteras de mármol estuvieran a más de 300 kilómetros ni que las piedras semipreciosas destinadas a la ornamentación de la estructura no se consiguieran en la India. Las arcas del Mughal estaban dispuestas para la construcción de la sagrada tumba y no se podía reparar en gastos.
Así fue cobrando forma la fabulosa estructura. Una pulida expresión de la simetría. La cúpula central, bajo la que descansan los restos de Mumtaz Mahal (y ahora también los del Mughal) esconde en sus entrañas una exactamente igual, pero que guarda proporción con el tamaño interior de la tumba. Cuatro columnas exactamente iguales se levantan en los extremos de la estructura blanca. Dos cúpulas ornamentales acompañan, a cada lado, la cúpula central. A la izquierda del monumento central se levanta una mezquita que mira hacia La Meca. A la derecha de la tumba hay otro edificio exactamente igual al de la mezquita, pero que no cumple función alguna. Sólo fue construido para no romper la simetría. Los jardines centrales tienen cada uno su fuente de aguas danzantes. Una compleja red de tuberías y de estanques construidos a diferentes alturas aseguraba la presión necesaria para que el agua danzara sobre las fuentes.
La obra demando 22 años de trabajo. Cada uno está representado por una pequeña cúpula colocada sobre el arco de piedra roja que abre la entrada al monumento. Cada arco del Taj Mahal está rodeado por los textos del Corán. Todo escrito en piedra negra calada dentro del mármol. Lo mismo ocurre con los detalles que completan la decoración, de piedras rojas, verdes y amarillas.
No hay nada detrás del Taj Mahal. Sólo cielo. Allí, cuenta la historia, es donde la tierra se une con el cielo. Allí, dicen los hindúes, es donde se encontrará la vida eterna.
Si hay niebla, el edificio parece flotar sobre la tierra. Si llueve se lava el mármol, que reluce hasta lo increíble. Los atardeceres de sol rojo como el fuego tiñen del mismo color el edificio. Las noches de luna llena se lo ve azul celeste. Inmenso, increíblemente bello.
Veintidós años tardó la construcción. Veintidós años de amor y dinero, muchísimo dinero.
Cuenta la historia que antes de finalizar la obra, el Maghal reunió a sus 14 hijos. Les comunicó que la tumba destinada a venerar el recuerdo de la madre muerta estaba casi lista. Pero que había decidido construir otro Taj Mahal, pero negro. Para albergar sus propios restos mortales. El proyecto incluía un puente que uniría ambos monumentos. Un puente de amor eterno, dicen que dijo.
Relatan hoy en Agra que el cuarto de sus hijos, Aurangzeb, creyó que su padre había enloquecido. Gran parte de la fortuna familiar había desaparecido en la construcción de la tumba de su madre. Y su padre quería someter las arcas familiares a otro gasto similar. Pero Aurangzeb era el cuarto en la línea sucesoria al trono y no tenía poder para detenerlo. ¿O sí?
Sus tres hermanos mayores murieron misteriosamente, hasta dejarlo en el primer escalón de la sucesión. Fue entonces que declaró insano a su padre y lo encerró, durante siete años, hasta su muerte, en una celda del Fuerte Rojo de Agra, en la que sólo era visitado por su última hija, la que nació cuando murió su esposa.
La celda era de mármol blanco, como el del Taj Mahal, y durante los siete últimos años de su vida, Muhal se despertó cada mañana con el inconfundible perfil del Taj Mahal recortado sobre su ventana. Es que desde su prisión -que aún hoy se puede visitar- lo único que se ve es el Taj Mahal.
"Una lágrima de amor en las mejillas del tiempo", dijo Tagore sobre el Taj Mahal. Una lágrima que, a decir verdad, perdurará por siglos. Tanto como el amor que se profesaron el emperador y su querida Mahal.
lanacion.com

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